El Cóndor no se entrega
28/03/2000
- Opinión
El jefe del Ejército argentino, general Ricardo Brinzoni, aseguró no hace
mucho al juez federal Claudio Bonadío y a la prensa que no tenía constancias
del Plan Cóndor. El ex presidente del Uruguay, doctor Luis Alberto Lacalle
(1990-1995), afirmó recientemente que nada sabe del tema. Es de suponer que
no han leído los documentos que el Departamento de Estado había ya
desclasificado para entonces, por ejemplo, el informe de Inteligencia
fechado el 28 de setiembre de 1976 en que la embajada de Estados Unidos en
Buenos Aires daba cuenta de esa operación y señalaba que "Argentina, Uruguay
y Chile son los participantes más entusiastas".
Habrá que suponer también que el general Brinzoni y el doctor Lacalle no
leyeron el Nunca más, publicado en 1984, obra en que se explicita la
coordinación represiva en el Cono Sur. Ni las reiteradas denuncias de
sobrevivientes y otras víctimas de tales dictaduras. Ni el testimonio que
el general Cabanillas prestó en 1977 ante un juez de instrucción militar y
que Página/12 dio a conocer el 4 de abril de 1999. Quien fuera segundo jefe
del centro clandestino de detención Automotores Orletti mencionó la
presencia de "oficiales del Ejército Uruguayo y Chileno que estaban en
comisión" (sic) en la SIDE en una fiesta de despedida al general Paladino,
jefe de ese organismo, que se celebró en diciembre de 1976. El Plan Cóndor
no se entrega, arropado, como vive, por los silencios oficiales en plena
democracia.
Un conspicuo practicante en la materia ha sido el doctor Julio María
Sanguinetti, presidente del Uruguay hasta hace 19 días. Se mostró sordo a
la demanda de decenas de miles de personas de todo el mundo, diez Premios
Nobel incluidos, que le reclamaron claridad sobre el destino de mi nuera -
trasladada con un embarazo de más de ocho meses de Orletti, Buenos Aires, al
centro clandestino de detención del SID ubicado en Bulevar Artigas y Palmar,
Montevideo- y el de su bebé nacido en cautiverio. Fue uno de los trueques
entre represores de una y otra orilla del Plata, un operativo típico del
Plan Cóndor. Pero el doctor Sanguinetti prefirió ignorarlo, reiteró que en
Uruguay nunca había desaparecido un niño y jamás había nacido alguno en
cautiverio.
Ocurre que la realidad es testaruda. Ahí está el caso de Paula Logares,
secuestrada con sus padres argentinos -desaparecidos luego- en la
montevideana calle Fernández Crespo el 18 de mayo de 1978, llevada a la
Argentina y entregada a un comisario de Policía de la brigada de San Justo.
Y el caso de los niños Julien, Anatole, 4 años, y Victoria, 18 meses, hijos
de un matrimonio uruguayo desaparecido, secuestrados en Orletti, Argentina,
transportados al SID de Montevideo y más tarde abandonados en Valparaíso,
Chile. Y el caso de Simón Riquelo, de 20 días de edad, robado por militares
uruguayos a su madre Sara Méndez en Buenos Aires y desaparecido bajo otra
identidad en Uruguay. Y el caso de mi nieta o nieto, de padres argentinos,
que vio la luz en el Hospital Central de las Fuerzas Armadas de la capital
uruguaya.
Al parecer, los trueques continuaron en democracia. Permítame el lector
reseñar una noticia aparecida en el diario Clarín de Buenos Aires el 12 de
mayo de 1996 y en La República de Montevideo al día siguiente, basada en el
libro El Congreso en la trampa, de Armando Vidal. Se lee en Clarín: "El
presidente uruguayo Julio María Sanguinetti fue quien pidió que se incluyera
en los indultos otorgados por el presidente Menem a quienes estaban
investigados en la Argentina por el asesinato de los políticos orientales
Zelmar Michelini (senador por el Frente Amplio) y Héctor Gutiérrez Ruiz
(presidente de la Cámara de Diputados, Partido Blanco).
El mandatario uruguayo había permitido tiempo atrás que los ex jefes
montoneros Fernando Vaca Narvaja y Roberto Cirilio Perdía no fueran
detenidos por la Interpol en el Uruguay hasta que también fueran indultados
en la Argentina". La República precisa: "En 1985, durante el juicio a los
ex comandantes, una denuncia del publicista uruguayo Enrique Rodríguez
Larreta motivó la intervención de la Justicia argentina en los casos de
Michelini y Gutiérrez Ruiz. El juez Néstor Biondi se encargó de la causa y
pidió a Montevideo las extradiciones de Gavazzo, Cordero, Silveira y Hermida
(mayor, mayor, capitán y comisario respectivamente de las fuerzas de
seguridad uruguayas que se desempeñaron en Orletti, JG).
Estos reclamos fueron 'cajoneados' por la cancillería oriental". Agrega:
"Después del triunfo electoral peronista de 1989, el ex diputado Miguel
Unamuno fue el enviado menemista al Uruguay, donde reclamó a Sanguinetti y
también al candidato opositor destinado a sucederlo, Luis Alberto Lacalle,
que brindara refugio en su país a Vaca Narvaja y Perdía, hasta que se
concretaran los indultos del presidente Carlos Menem. En 1991, mientras
Unamuno era embajador en el Ecuador, tuvo ocasión de recibir a Sanguinetti
en su residencia personal. Allí se desarrolló el siguiente diálogo:
-Si vuelvo a ser presidente del Uruguay, venite nomás con otra cuestión
facilonga como aquélla.
-Bueno... pero vos sabés cómo son estas cosas, respondió Unamuno entre la
risa, la súbita tos y la ansiedad por conocer el final de la historia (...)
Mirá, Miguel, no hay mal que por bien no venga. Y por aquello de que amor
con amor se paga, pude solicitarle a Menem que incluyera en los indultos a
Gavazzo, que fue lo que hizo en octubre de ese año (1989)". El hoy teniente
coronel (r) José Nino Gavazzo era el jefe de la dotación militar uruguaya en
Orletti. Solía torturar a cara descubierta. Sin duda conoce perfectamente
lo sucedido con Simón Riquelo, mi nuera y su bebé.
El Senado argentino acaba de aprobar la promoción al grado inmediato
superior de seis militares acusados de violar los derechos humanos bajo la
dictadura. El radical José Genoud, presidente provisional de ese cuerpo
legislativo, dijo satisfecho: "Actuamos con lealtad, analizamos cada uno de
los casos". Es cierto. Con lealtad a los represores. Mientras las clases
políticas de nuestras democracias continúen divorciadas de la verdad y la
justicia, el horror del pasado sigue en pie.
El Cóndor no se entrega.
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