La CELAC desde la historia de nuestra América

01/02/2015
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¿Es compatible la Organización de Estados Americanos (OEA), fundada en los tiempos oscuros de la guerra fría, y cuyo expediente al servicio de los intereses estadounidenses es interminable, con un organismo como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), surgido de las realidades posneoliberales y las luchas emancipadoras que caracterizan a nuestra América en el siglo XXI? ¿Se puede comparar el contexto de creación de la OEA, en medio del asesinato del líder colombiano Jorge Eliécer Gaitán y del baño de sangre del Botogazo, con el clima de reiteradas victorias en las urnas, en elecciones legítimas e incuestionables, y de recuperación de la soberanía, la dignidad y la capacidad de gestión social de los Estados, impulsada por los gobiernos nacional-populares, bajo el que nació la CELAC? Y en definitiva, ¿se puede obviar la tensión política, ideológica y cultural que gravita en torno a estas dos instancias, y que se deriva del conflicto recurrente entre el panamericanismo y el latinoamericanismo en la historia de las relaciones entre los Estados Unidos y el resto de países del continente?
 
Aunque resulte difícil de creerlo, y a propósito del encuentro de los presidentes de nuestra región en San José de Costa Rica, no han faltado voces que, ingenuas unas, y malintencionadas otras, han pretendido establecer una identidad, o cuando menos, sugerir que es posible una coexistencia sin sobresaltos entre la OEA y la CELAC.
 
Una tesis como esta puede ser funcional a los grupos de poder político y económico tradicionales de nuestra región, interesados en que fracasen los esfuerzos de unidad e integración que no respondan al credo neoliberal; pero no se sostiene ante un examen de los antecedentes y motivaciones históricas que están en la génesis de la CELAC. Una mirada a cuatro momentos de nuestra historia, con sus respectivos referentes de pensamiento y acción política, bien puede iluminar sobre las raíces profundas de esta comunidad latinoamericana y caribeña.
 
En el primer cuarto del siglo XIX, Simón Bolívar apela a la prospectiva para delinear el futuro posible del continente que se sacude las cadenas del imperio español: en su Carta de Jamaica, nos habla de su deseo de “formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria”. Y agregaba Bolívar: Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación con un solo vinculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes estados que hayan de formarse”.
 
A finales del siglo XIX, José Martí combina prosa y utopía para hablar, por primera vez, de nuestra América; y advierte los desafíos de nuestro ingreso a la modernidad, en particular, el surgimiento de un nuevo imperio –el estadounidense- como amenaza latente para nuestros pueblos. Y escribe con la urgencia del intelectual que quiere cambiar el mundo: “Ya no podemos ser el pueblo de hojas de aire, que vive en el aire, con la copa cargada de flor, restallando o zumbando, según la acaricie el capricho de la luz, o la tundan y talen las tempestades: ¡los árboles se han de poner en fila, para que no pase el gigante de las siete leguas! Es la hora del recuento y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes!”
 
En el siglo XX, en un mundo que cambia y se enfila ya a la colisión entre el capitalismo y socialismo real, Augusto César Sandino, enfrentado abiertamente al imperialismo estadounidense que ocupa militarmente a Nicaragua, propone a los pueblos latinoamericanos –en marzo de 1929- un Plan de realización del supremo sueño de Bolívar, para formar una alianza o federación de los países con sus propias instituciones políticas, jurídicas, militares, financieras y de creación de obras de infraestructura de transporte y comunicaciones; empeños abrigados bajo una sola nacionalidad latinoamericana. Para Sandino, “nunca como hoy se había hecho tan imperativa y necesaria esa unificación unánimemente anhelada por el pueblo latinoamericano, ni se habían presentado las urgencias, tanto como las facilidades que actualmente existen para tan alto fin históricamente prescrito como obra máxima a realizar por los ciudadanos de la América Latina”.
 
Y en la terrible década perdida del neoliberalismo, los años noventa, dos voces que provienen de trayectorias distintas se encuentran para perfilar el nuevo rumbo de la integración latinoamericana: en 1993, en el marco de la reunión del Foro de Sao Paulo en La Habana, Fidel Castro planteó la necesidad de “crear una esperanza para el futuro” de los pueblos, a partir de la integración política y económica de América Latina. “Es una cuestión vital, es una cuestión de supervivencia, estamos viviendo en un mundo de grandes gigantes económicos e industriales, de grandes comunidades económicas y políticas. ¿Qué perspectivas de independencia, de seguridad y de paz, qué perspectivas de desarrollo y bienestar tendrían nuestros pueblos divididos? (…) ¿Qué menos podemos hacer nosotros y qué menos puede hacer la izquierda de América Latina, que crear una conciencia a favor de la unidad?”
 
Un año después, en diciembre de 1994, también en La Habana, un joven y rebelde líder venezolano, Hugo Chávez, esbozaba “un proyecto estratégico continental de largo plazo”, para el desarrollo de un modelo económico y político alternativo, soberano y complementario para la región. “Una asociación de Estados latinoamericanos (…) que fue el sueño original de nuestros libertadores (…). Un congreso o una liga permanente donde discutiríamos los latinoamericanos sobre nuestra tragedia y sobre nuestro destino”; que hiciera del siglo XXI “el siglo de la esperanza y de la resurrección del sueño bolivariano, del sueño de Martí”.
 
Los pasos dados por la CELAC desde su fundación en 2011, apuntan inequívocamente en la ruta trazada por estos y otros muchos próceres, líderes, pensadores, partidos, organizaciones y pueblos, en general, que no dudaron en dar la vida por la concreción del ideal nuestroamericano. Desvalorizar a la CELAC para hacer el juego al panamericanismo imperialista, relativizar su importancia ante la opinión pública, o atacarla deliberadamente para conducirla al fracaso, como pretenden algunos sectores de la derecha continental, y algunos ingenuos distraídos, significa pisotear la memoria, la dignidad y historia de las luchas por la liberación, la emancipación y la definitiva independencia de nuestra América.
 
 
 
- Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
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