Pasear en un auto descapotado con música a todo volumen en un tarde soleada es uno de los placeres recientes del hemisferio occidental En mi reciente visita a Paz del Río (Boyacá) una volqueta con jóvenes que portaban un parlante gigante con música de Britney Spears, me notificó que la globalización había llegado hasta ese remoto rincón de Colombia. Tratadistas de todas las latitudes nos han pronosticado el inexorable fin de la historia y la prevalencia del modelo demo-capitalista. Basado en ello, una corriente de pensamiento pregona la inutilidad de oponerse al "nuevo orden" mundial, sobretodo si esta parte de países como el nuestro bajo la égida del incomodo vecino grande del norte. Es por lo anterior, que produce extrañeza la creciente fragmentación de la población mundial que se une y reúne en torno a reivindicaciones alrededor de la raza, la religión, la lengua y el acervo cultural. Tuve la oportunidad de asistir a un encuentro del pueblo Rom en Colombia. Una comunidad que hace parte de un tronco nacional cuyas raíces están en el norte de la India, que habla una lengua ancestral que se escribe en sánscrito y el cual esta disperso por el mundo en una diáspora que le ha costado señalamientos. Hablo de orfebres, adivinadores y entrenadores de caballos; del pueblo Romaní o como es más conocido de los gitanos. Nómadas que se han resistido y se resisten a desaparecer por siglos. A escasos pasos de mi oficina una persona se comunica con su gente en un idioma no convencional. Se trata de Arlington Howard un sanandresano raizal, que como todos los raizales esta molesto por las promesas incumplidas del gobierno nacional y que se identifica -como lo hago yo- con la franca lucha contra los "panaman" (continentales colombianos) que han acabo con la belleza y tranquilidad del archipiélago caribeño, convirtiéndolo en base militar, puerto de paso del narcotráfico, lavadero de traquetos y destino del turismo que sin compasión utiliza y acaba el medio ambiente. Decía mi abuelo que la prueba de la soberbia centralista estaba en "darse el lujo" de tener un colonia de ultramar, al parecer como todos los mayores tenía razón. Los raizales quieren que les dejen quietos y que de paso les devuelvan lo que ha sido suyo. Otros que no comen cuento de la globalización son los indígenas del Cauca colombiano, quienes dieron ejemplo a nosotros, sus hermanos menores, al estudiar por meses y luego someter a referendo su apoyo o no al tratado de libre comercio (TLC) que negociamos con los Estados Unidos y cuyas consecuencias están firmadas a cinco décadas. La respuesta fue un rotundo NO. Finalmente, en estos tiempos de guerra e impuestos para la guerra hay unos que desean permanecer neutrales. Aun a costa de su propia integridad personal, la comunidad de paz de San José de Apartadó en el Urabá antioqueño se decidió hace diez años a no tomar partido en el conflicto armado interno, ese mismo que se niega reconocer el presidente Uribe y por el que atraviesa la republica hace mas de cuarenta años. Esa postura cobró la vida de ocho personas entre los que estaba una presunta "bebe guerrillera" de 24 meses. Cuatro ejemplos en pueblos que tienen común la pobreza y marginalidad de sus habitantes, directamente proporcionales a la dignidad con la que asumen los nuevos tiempos del mundo. Es momento de revisar los modelos y tesis en las que estamos situados quienes tenemos responsabilidades políticas. Deberíamos quizás entender - como lo entienden ello, los marginales - que la globalización no es para alinderar o uniformar las formas de pensamiento y gobierno, sino que es una evolución que debe servir para aceptar las diversas formas de pensamiento y las múltiples culturas que existen y han existido muy a pesar que los diversos hegemones los hayan querido sepultar. Bogotá D.C. 26 de marzo de 2005 * Ricardo Montenegro-Vásquez, Abogado, Presidente del Círculo de Pensamiento Caribe. Secretario de la Unidad Internacional del Partido Liberal Colombiano