El gobierno le sonríe al FMI
17/11/2014
- Opinión
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Lorenzo Figliouli (centro), jefe de la misión del FMI, con funcionarios del gobierno.
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En política, los gestos tienen un valor simbólico determinante: abren o cierran puertas de diálogo, forjan alianzas, convocan a la suma de voluntades, y pueden darle nuevos sentidos a la experiencia de la militancia. La imagen del presidente argentino Néstor Kirchner descolgando la fotografía de los dictadores y genocidas Jorge Rafael Videla y Reynaldo Bignone, que adornaban perversamente las paredes del Colegio Militar; la participación de presidentes y líderes latinoamericanos en la movilización continental que derrotó al panamericanismo del ALCA en Mar del Plata; o la emergencia enigmática del zapatismo en México a mediados de la década de los noventa, en pleno éxtasis neoliberal, son imágenes con suficiente fuerza discursiva como para constituirse en relatos de una época en nuestra América.
Pero un gesto errático, hecho a destiempo y con los actores equivocados, también puede trastocar las posibilidades de acción de un movimiento político y descarrilar las expectativas que había logrado crear entre sus simpatizantes: esto es lo que le ha ocurrido al gobierno de Costa Rica al recibir con los brazos abiertos a una misión de tecnócratas del Fondo Monetario Internacional (FMI).
Flanqueando al jefe de la misión de ese organismo financiero, el Ministro de Hacienda, el Presidente del Banco Central de Costa Rica y otros funcionarios se exhibieron para las cámaras y micrófonos de la televisión, la prensa escrita y la radio, y para deleite de los grupos económicos dominantes. Las portadas de periódicos y portales en internet saludaron esa suerte de bendición que el FMI dio al plan económico presentado por el gobierno del presidente Luis Guillermo Solís, en lo relativo a la reducción del déficit fiscal, y destacaron el hecho de que los tecnócratas lo instaran a “aprovechar su capital político para iniciar el proceso de reforma temprano en su mandato”.
Esa reforma temprana, que en el imaginario político evoca los planes de ajuste estructural de las décadas de 1980 y 1990, insiste en la vieja fórmula del recetario neoliberal: moderar los aumentos salariales del sector público; aumentar la participación del sector privado en el área energética (es decir, profundizar la privatización de este bien común estratégico); “mejorar la calidad del gasto educativo” orientándolo a la educación primaria y secundaria (no así a la educación superior), que aumenta la disponibilidad de mano de obra de baja calificación; revisar la sostenibilidad de los sistemas de pensiones, especialmente de la Seguridad Social, el Poder Judicial y el magisterio; y por supuesto, las infaltables modificaciones para hacer más eficiente y competitivo el sistema financiero, donde operan los grandes ganadores del actual modelo de desarrollo costarricense: los grupos bancarios privados. Como lo explica el economista Luis Paulino Vargas: “No es casualidad que la actividad financiera crezca a tasas que exceden del 7% anual cuando la economía en su conjunto lo hace al 3,5%-3,6% anual. Visto de otra forma: la proporción que los servicios financieros representaban en el PIB era del 4,0% a inicios del nuevo siglo, alcanzó 4,7% en 2006 y salta al 5,8% en 2014”.
Así las cosas, que el gobierno de un partido que, durante la campaña que lo llevó a la presidencia, fue crítico de las desigualdades generadas por el modelo neoliberal, y que una vez alcanzado el triunfo, se presentó como el gobierno del cambio, reciba ahora al FMI para buscar su aprobación y enviar mensajes tranquilizadores al mercado, solo parece revelar que las dimensiones del cambio anhelado por la ciudadanía costarricense, están siendo cada vez más acotadas –cuando no cercenadas- por las presiones que recibe el presidente Solís de los distintos grupos de poder político y económico. La pregunta que queda abierta es si se puede cambiar haciendo lo mismo que hicieron las administraciones neoliberales del pasado reciente.
Insistir en el camino neoliberal, tutelado por organismos como el FMI, sería desconocer el impacto negativo que los cambios sociales y económicos que ha sufrido el país en el último cuarto de siglo, tuvieron sobre la cultura democrática–la que ha sido seriamente erosionada-, y sobre las percepciones y expectativas de los ciudadanos sobre el funcionamiento del sistema político. Y en definitiva, sería perder una oportunidad histórica para recuperar el rumbo social, inclusivo y promotor del bienestar de las mayorías, que alguna vez supo forjar el Estado costarricense.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
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