Políticas públicas y crisis de Estado
14/11/2014
- Opinión
En estos días en que vivimos dentro de México en el trance de una verdadera convulsión social, cuyo epicentro es una menospreciada y estigmatizada normal rural, centro y casa de formación, habitada, sostenida y defendida por jóvenes indígenas, principalmente de los pueblos náhuatl, tlapaneco, amuzgo y mixteco, se ha llevado a cabo, como acto de vinculación entre un grupo importante de instituciones académicas de Chiapas y la Cámara de Diputados, en su LXII Legislatura, un interesante e inédito Foro sobre Políticas públicas para un desarrollo territorial incluyente y sustentable.
Entre otras, se realizó una mesa sobre Derechos indígenas (de la que habré de dar cuenta). Cada mesa tenía la participación de personas que ocupan cargos de gobierno, otras de organizaciones de la sociedad civil y académicos. Personalmente convencido de que difícilmente impactará el evento en política pública oficial alguna, las y los participantes de cualquier manera pusimos nuestro empeño en abordar nuestras temáticas con esta perspectiva; es decir, realizamos un acto de política como pueblo que somos, expresando nuestros diversos e incluso contradictorios puntos de vista. Otro asunto es que quienes están en las distintas posiciones de llevar nuestra palabra a nivel de política de gobierno lo vayan a hacer. Yo lo dudo, pero sépase que hemos expresado nuestra palabra con esa intención.
¿En qué contexto estamos haciendo un foro de políticas públicas? Debemos ser claros. Lo que hoy estamos atestiguando y viviendo es una crisis profundísima de la llamada hegemonía política. La explico. Toda sociedad está integrada por grupos muy distintos, con pensamientos, historias y deseos muy diferentes. Por distintas causas, como puede ser una cuestión numérica de mayorías, o porque un grupo toma el poder e impone miedo, o por muchas otras razones, los distintos grupos (o la mayoría entre ellos) terminan haciéndose dóciles y aceptando que un cierto grupo gobierne, imponiendo sus leyes, sus estructuras e instituciones políticas. Eso funciona legítimamente, pero sólo por un cierto tiempo.
La crisis a la que me refiero está expresada en las múltiples manifestaciones de insatisfacción, repudio y rechazo a las formas actuales de gobierno, sus estructuras y sus instituciones, con el claro sentimiento de que ya no es tolerable vivir así. No funciona más la hegemonía. ¡Cómo habría de aceptarse a un Estado que está siendo enfáticamente identificado como responsable de una atrocidad como la de Iguala perpetrada contra el pueblo! ¡Cómo podría tolerarse que mientras a unas escuelas de jóvenes campesinos que por derecho deben ser sostenidas con recursos públicos –para que la educación y sus beneficios lleguen a sus pueblos y comunidades– se les esté estrangulando, teniéndose que mantener por el boteo de sus integrantes (solicitud de apoyo económico al pueblo), al mismo tiempo la pareja presidencial adquiera una casa que cuesta millones y millones en un acto por demás ofensivo, turbio y corrupto!
En nuestro país están predominando en las estructuras del Estado los intereses de los más ricos (intereses del capital y el desarrollo), intereses de un grupo cultural y de clase que desprecia y discrimina a todas las demás personas. El poder es ahora un poder plutocrático. ¿Qué quiere decir esto? Que lo tienen las personas que están controlando las fuentes de riqueza (muchas de ellas por robo y desposesión a sus legítimos poseedores: campesinos e indígenas, al quitarles sus tierras y territorios; otras por control de mercancías ilegales, el control de las televisoras, el control del aparato que hace las leyes y del que aplica la justicia…). Entender este hecho y nombrarlo con claridad nos da la posibilidad de comprender fácilmente la complicidad entre el gobierno, la delincuencia organizada, las fuerzas del orden, los ricos, los narcotraficantes y los medios de comunicación.
Pero el problema grave que vivimos y que favorece que ese Estado continúe, no queda en este hecho del poder plutocrático, se debe también a que dentro de nuestro corazón y nuestra cabeza hemos acogido y aceptamos las ideas que el grupo en el poder nos transfiere a cada instante, como la de no ser capaces y tener que depender (aceptando migajas, telenovelas y payasos que entreteniéndonos nos distraen y prolongan nuestras frustraciones); mantener deseos de ganar y obtener dinero a como dé lugar; haber sometido nuestras prácticas y nuestra vida a tecnologías destructoras de las relaciones cercanas y amorosas entre las personas y entre nosotros y la naturaleza. Todo eso prolonga nuestra lamentable quietud y aceptación a tanto dolor y tanta muerte, a tanta injusticia y tantísima corrupción y aplaza nuestras reacciones y su orquestación. Pero eso parece estar cambiando. ¡Estamos convocados y exigidos a cambiar!
Siendo juiciosos, la realización del Foro sobre Políticas públicas, no se debió a un acto de política pública propiamente, sino a un gesto de relaciones entre personas deseosas y condescendientes, que terminó involucrando a instituciones y a muchas personas. En la mesa en que participé, el sentimiento expresado fue que las sugerencias para hacer políticas públicas que allí se vertían correspondían a una actitud propositiva pero no ingenua. Se tenía la conciencia clara de estar haciendo aportes no para seguir soportando a un Estado al que no se quiere legitimar. Se trataba más bien de un testimonio de disposición al diálogo, un acto pacífico, crítico y sugerente y una aportación a la reflexión y al trazado colectivo de una ruta emancipadora y liberadora precisamente del control y la opresión del Estado. La esperanza expresada se tiene depositada en el pueblo, en nosotros mismos y en nuestras alianzas. Estamos en tiempos de esperanzas activas. ¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!
Fernando Limón Aguirre
Sociólogo. Investigador en El Colegio de la Frontera Sur
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