Bolívar en la ONU
19/10/2014
- Opinión
Cuando el trabajador venezolano Nicolás Maduro Moros habla en la Asamblea General de Naciones Unidas, rememorando páginas gloriosas del Comandante Hugo Chávez, es Simón Bolívar quien se expresa. Tiemblan los imperios.
La palabra de Nicolás, el flamante Presidente de la República Bolivariana, es la Carta al Coronel Patricio Campbell que El Libertador rubricó aquél premonitorio 5 de agosto de 1829: el imperio es plaga de miseria, pero los pueblos se hartaron de su “Destino Manifiesto”.
El turno de Venezuela lo es también de Cuba y Puerto Rico: basta de bloqueo, liberen a “Los 5”, y entregan ya al héroe Oscar López Rivera para que un Borinquén libre lo cure del injusto encierro, con el amor del pueblo agradecido.
La canalla imperialista conspira, intriga, soborna. Pero las naciones soberanas tienen dignidad, y no arriesgan el honor que les inspira el recuerdo de Hugo Chávez a una palmadita traicionera de un subalterno de quinta línea de la Casa Blanca.
Ciento ochenta y un votos para ingresar al Consejo de Seguridad de la ONU no es una mantequilla. Se trata de un logro histórico si tomamos en cuenta que la potencia mundial norteamericana hizo lo imposible por impedirlo. Los gringos deberían aprender castellano y escuchar esas exquisitas canciones del cubano Amaury Pérez, en particular aquélla que sentencia: No lo van a impedir.
Mácula: un solo voto en contra. Los nigromantes apuestan a adivinarlo.
Bolívar extiende su verbo en el tiempo y espacio trashumante para decir con Chávez y Nicolás que los pueblos quieren vivir en paz, respetando la autodeterminación de cada cual.
Los engendros de Monroe miran de soslayo, sudan desdén, lucen nerviosos, irascibles. En Miami se desborda el resentimiento antibolivariano; como en la dantesca leyenda del Drácula, ansían la oscuridad para saciar su sed de sangre.
Arremeten por mampuestos. Se drogan de odio. Bufan como bestias encarnizadas. Hunden con morbo el puñal impío. Celebran rituales de muerte.
Donde haya festividad popular, allí llevarán sus juguetes de terror. Su paranoia andrófoba. Su irritante obsesión des-histórica.
La alegría de la gente honrada y sensible del planeta es el mejor premio a Bolívar. Sus discípulos gratificados Chávez y Maduro son portaestandarte de la marcha multicolor que aúpa amaneceres con abrazo de maíz y yuntas amorosas en jugo de panales.
Junto a mi compañera y mis dos amados críos, familia bolivariana, oyendo a Nicolás, éramos ocho ojos mojados de emoción. Comunión con la arepa Chávez en la ceremonia de nunca abandonar la lucha.
La espada que camina, andando descalza de Alaska a la Patagonia, se metió en una botella vestida de papel, navegando océanos, presagiando encuentros postergados, pregonando hermandades impostergables, plantando verdades.
Es el Bolívar de Angostura en la anchura de pechos universales multiplicados para vivir.
Ildefonso Finol
Constituyente de 1999
@ildefonsofinol
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