Elecciones internas del 1° de junio

Mitos participativos

07/06/2014
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Los resultados de las elecciones uruguayas del domingo último, las “internas” partidarias abiertas, simultáneas y voluntarias, están ocupando la atención prioritaria de la prensa y de parte importante de la opinión pública local, a pesar de no haber deparado grandes sorpresas a excepción del resultado final en el Partido Nacional (PN) y de algunos matices en el Frente Amplio (FA), que poco cambian el escenario para octubre. Tanto las columnas de opinión en los diarios, como las intervenciones en redes sociales y las discusiones en instancias organizativas se encuentran preñadas por esta preocupación temática. No serán estas líneas la excepción, salvo en lo que al análisis detenido de cifras refiere. Intentaré por lo tanto concentrarme en aspectos más cualitativos y sustantivos, como los que, por caso, opusieron en términos polares a dos de los más encumbrados políticos actuales, tercera y segundo en la línea sucesoria presidencial respectivamente. Por un lado la –triplemente primera- senadora, dama y dirigente del sector frenteamplista de gobierno, el MPP, Lucía Topolansky, quién se declaró partidaria de “eliminar las elecciones internas”. Por otro, el actual vicepresidente, Danilo Astori, quien considera que deben ser obligatorias.
 
El argumento de la senadora se apoya en las circunstancias históricas que dieron lugar a la reforma constitucional que considera funcional a la impotencia de los dos partidos tradicionales (blanco y colorado) para resolver sus propias internas, a diferencia –en su opinión- del FA y el Partido Independiente. A ello suma la disfuncionalidad o despilfarro de “tanto gastadero de plata”. De este modo considera que “se nos impuso, una modalidad de resolución, cuando en realidad la madurez de los partidos debería ser en realidad –quien- resuelva la interna”. Con mayores precisiones desde estas páginas el siempre agudo e informado periodista Luis Casal Beck también considera que las decisiones son privativas de cada partido y que es necesario cambiar o revisar este instituto constitucional. Pero apoyándose además en cifras espeluznantes tan sólo en la interna del PN “cuyos dos principales precandidatos invirtieron unos 3.000.000 de dólares, en especial en la publicidad televisiva y en la callejera. Según los informes conocidos hasta el momento, Luis Lacalle Pou -vencedor en la contienda- gastó en el entorno del millón 700 mil dólares; y Jorge Larrañaga, US$ 1 millón 500 mil. Cifras que son gigantescas”. Si mi propio cálculo no es errado, exclusivamente ese partido gastó más de 7 dólares por cada voto obtenido, sólo en publicidad. También en las páginas de este diario, Enrique Ortega Salinas se encargó de subrayar la “fiesta” publicitaria.
 
En términos conclusivos comparto la solución práctica de la senadora, tanto como difiero con el vicepresidente, pero no quisiera dejar pasar una apostilla argumental del último cuando sostiene que “gran parte” de la elección interna es “una especie de decorado”. Precisamente ese “nuevo decorado” es lo que la reforma constitucional del ´97 colocó en sustitución del “antiguo decorado” de la ley de lemas plurinominal para las candidaturas presidenciales. El anterior, permitía que múltiples actores parodiaran variantes ideológicas y programáticas de un amplio espectro diluyendo cualquier especificidad partidaria. Era, por así decirlo, una puesta con escenografía variable, diversidad de actores y caretas. Por esa razón el FA jamás se prestó a este tipo de estafa y rehusó el derecho al oportunismo de las candidaturas múltiples, presentando siempre un único candidato presidencial. Aunque no única, tal posición de principios resultó en mi opinión una de las tantas causas de su crecimiento electoral y de respeto y simpatía en la consideración popular, tanto como haberla abandonado en las instancias departamentales, inversamente, resulta un factor de licuación dentro de la politiquería hegemónica.
 
Me encuentro muy lejos de poder determinar si tanto la concesión del instituto del balotaje (expresamente incluido para impedir la inminente victoria frenteamplista en las elecciones siguientes) cuanto el de internas abiertas podían ser resistidos por los negociadores de izquierda o si era la única alternativa para terminar con la ley de lemas a nivel presidencial. Sólo me animo a afirmar que tanto entonces como ahora, la izquierda (y no exclusivamente la reformista) está muy lejos de lograr consenso sobre las críticas al régimen político burgués, la democracia liberal fiduciaria y a la concepción de alternativas superadoras a su imperio, lo que no es muy favorable a una posición de fuerza en un contexto de negociación. Sospecho que por tal razón, a pesar de estar en el programa frentista y hasta de haber sido expresado como objetivo por el presidente Mujica, el debate sobre una reforma constitucional brilla por su ausencia y constituye uno de los tantos déficits de la gestión oficial.
 
El senador Baráibar, quién reconoce haber participado de las negociaciones de entonces, centró la prioridad en terminar con el absurdo de las multicandidaturas presidenciales acumulables, cosa que era sin duda indispensable. Pero a la vez confirma que la resultante de este tipo de “internas” no surgió necesariamente de la correlación de fuerzas sino de una convergencia ideológica con la derecha. Lo reconoce el propio senador en su columna de esta semana mediante una apología de este mito “participativo” por el mérito de resultar no obligatorio, y de asegurar “transparencia y democracia para elegir a sus candidatos a los máximos cargos de gobierno del país (…y que…) brinda un ejemplo a nivel internacional”. He sostenido que Uruguay en general y su izquierda en particular han dado y dan ejemplo internacional en varios aspectos. Pero la conversión de este vicio procedimental manipulatorio en virtud, resulta exactamente lo contrario: un ejemplo de inconsistencia, confusión y debilidad.
 
El carácter “participativo” que se le atribuye a las internas abiertas constituye una operación mistificadora. Porque participar presupone intervenir políticamente en la esfera de la toma de decisiones, no en un simulacro de seducción, al estilo de los conductores de realitys que invitan a sus receptores, quienquiera sea, a optar por alternativas prestablecidas o que conciben a los militantes como simples audiencias de conferencias o asistentes a actos. Las internas abiertas se parecen más a un mecanismo de cooptación que de elección, por el modo como absorben y a la vez neutralizan la iniciativa crítica y la voluntad decisional de los militantes bajo el señuelo de la llamada participación.
 
Es obvio que los partidos tradicionales, ya estuvieran impedidos de resolver sus internas por medios propios, como sostiene Topoplansky, o por otras razones, se sienten a sus anchas apelando a dispositivos publicitarios dirigidos a la ciudadanía descomprometida con la construcción partidaria. Estos partidos prácticamente no tienen actividad fuera de las elecciones y su afiliación o membrecía es sumamente lábil. Son, antes bien, máquinas clientelísticas. De tal forma, las internas abiertas les resultan como una suerte de adelanto o entrenamiento de lo que luego ejercitarán en una suerte de feria o mercado de pulgas. Aquel que ya Schumpeter definió en 1942 llamándola “democracia existente”: los votantes funcionan como consumidores y los políticos como empresarios. Este tipo de “primarias” resultan un recurso manipulatorio publicitario para reanimar la pérdida de credibilidad en el sistema político y su efecto inocultable: la indiferencia de la ciudadanía y su creciente ausentismo electoral. En las cuatro internas realizadas hasta el momento en Uruguay se aprecia esta tendencia con elocuencia demoledora. En 1999 sufragaron un total de 1.270.250 ciudadanos, constituyendo el 54,9% de los habilitados. En 2004 apenas se superó el millón de votantes, bajando porcentualmente casi 10 puntos hasta un 45,9%. En 2009, con casi la misma magnitud de votantes continuó cayendo el porcentual hasta el 44,5% ante el incremento del padrón y en esta última elección no se llegó al millón de votantes alcanzando el piso del 37,2%. ¿Puede una izquierda ser indiferente a estos guarismos?
 
Las internas abiertas sólo generan un soporte masivo más amplio de los candidatos, particularmente de los partidos tradicionales, una suerte de cobertura “popular” que les confiere un aire de cierta mayor credibilidad que la que tendrían sin ellas. Es sólo un efecto imaginario, pues con ello no se perfecciona la escasa democraticidad del dispositivo partidario seleccionador ni se corrige la desconexión entre representantes y representados, principal disfunción congénita de la democracia representativa, su lógica liberal-fiduciaria.
 
El FA cuenta con múltiples instancias de base y partidarias, mecanismos estatutarios -por cierto muy perfectibles pero existentes- y delimitaciones de membrecía, como para dirimir con precisión tanto candidaturas cuanto programas, estrategias e intervenciones. De hecho lo hace en congresos y plenarios con delegados. No necesita licuarse en una masa ciudadana indeterminable para legitimar sus resoluciones. Menos aún, aportarle a la derecha un simulacro de la democraticidad de la que carece. Porque corre el riesgo además, de ser confundido con ese mismo simulacro.
 
Si es que no se confundió ya y se explique en parte la dolorosa sangría militante de base que viene sufriendo, no casualmente desde aquellas “negociaciones”.
 
- Emilio Cafassi, profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano. cafassi@sociales.uba.ar
(Editorial del Diario La República, Montevideo, domingo 8 de junio)
 
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