Otra vez el paro: a destituir la verdad oficial
27/04/2014
- Opinión
Otra vez el paro agrario, la protesta social encabezada por los campesinos, esos hombres y mujeres comunes, de ruana, de sombrero, de manos curtidas por el trabajo de sol a sol, que en 2013 ganaron la primera batalla: Ser reconocidos en su condición de campesinos. Con la solidaridad de otros sectores sociales lograron mostrar su potencia de lucha y hacerse visibles para contar que existían, que tenían necesidades y deseos, es decir que tenían derechos, aunque apenas fueran los más honestos sobrevivientes de un despojo que no termina y de unas políticas que les obstaculizan la posibilidad de vivir con dignidad.
Esta vez el paro se extiende, se anuncia étnico y popular y se sabe más de los que luchan, pero menos de la lógica, las técnicas y metodologías que emplearán en las movilizaciones. Se sabe que el gobierno firmó acuerdos que no ha cumplido, que ha tratado de dividir y cooptar líderes y procurado estigmatizar y vetar el derecho a la protesta justa y legitima. Se sabe que hay paro, lo demás hace parte del secreto bien guardado que tienen para ganar la segunda batalla: Ser escuchados y respetados.
El gobierno, una vez enterado de que regresa el paro empezó la construcción del libreto de una verdad oficial, modelada como una ficción contraria a la realidad de los hechos y orientada a desinformar, difamar y restarle credibilidad y capacidad a la protesta, que tiende a ir en crecimiento con la vinculación paulatina de mineros, estudiantes, obreros y pequeños transportadores, entre otros. La verdad oficial –es fácil intuirlo- tendrá el contenido de lo que piensan quienes creen que lo que ellos piensan es lo que realmente ocurre, según su particular y excluyente modo de pensar. El primer paso para armar su verdad es tratar con una lógica de guerra y con instrumentos de guerra el derecho a la protesta, que para las mayorías nacionales resulta justa, legitima y pacífica. El segundo paso la participación directa de los grandes medios de comunicación como estrategia principal de desinformación a partir de recitar el libreto, editar, trasmitir y retrasmitir hasta que de tanto repetirlo se parezca a la verdad prediseñada.
Los que piensan la ficción de lo que habrá de ocurrir en el paro, seguirán, -conscientes o no-, en la dirección de construir su verdad con los dictados de Joseph Goebbels el del trastorno narcisista de personalidad encargado de la propaganda del nacionalsocialismo de Hitler, célebre por su discurso sobre la guerra total y por promover odios y difamar para convencer a las masas de cosas alejadas de la realidad. Quizá también esté presente con su invaluable y perversa influencia J.J Rendón el psicólogo publicista y asesor de imagen y comedias electorales, que ya anuncio su llegada a la campaña reeleccionista del presidente. Goebbels y J.J, serán un buen apoyo para fabricar la verdad oficial sobre rumores, falsedades y tramas de desinformación que repetirán los propagandistas del régimen, que ya reparten panfletos amenazantes y disuasorios por las calles.
Los que piensan y difunden como verdad oficial su propia ficción, crean las condiciones para fijar la sensación de alarma social, de descontrol, de caos. Y lo reafirman con llamados a no provocar desmanes, a actuar sin violencia, mientras en paralelo mueven tropas, alistan tanques, se atrincheran, toman posiciones, distribuyen miedos. Los grandes medios de comunicación y sus satélites locales se encargaran de encontrar alguna rebuscada prueba para acomodar la verdad a lo pensado. El Gobierno en asocio con medios y empresarios, intentarán negar a los otros, a los del paro y tratará de mostrarlos como barbaros, -igual que en época de invasión-, o vándalos, usando un lenguaje que al final, cuando sea necesario anunciará la palabra esperada: Terroristas, para legalizar la criminalización de la protesta.
Cuando los campesinos, en agosto de 2013, mostraron sus rostros, sus manos, sus palabras propias y sus reclamos y reivindicaciones exigiendo ser reconocidos, la lógica de guerra y propaganda oficial, se olvidó que ellos son productores de alimentos, cuidadores de la tierra, del agua, del aire que respiramos y también grandes electores del mismo gobierno y entró en acción con los acorazados del SMAD que arremetieron sin piedad contra su propio pueblo y los helicópteros escupieron gases de intoxicación y dispersión en los campos de cultivo en cambio de trasladar a hospitales a heridos y embarazadas. La verdad oficial sin embargo fue destituida por la creatividad popular que mostró la otra realidad y construyó la verdad de los débiles, que hoy los legitima.
Ninguno distinto a los mismos que piensan que lo que ellos piensan es la verdad y la propagan, les creyó que los campesinos estaban infiltrados, que eran guerrilleros o que estaban al servicio de algún candidato. Dijeron que los campesinos no eran nadie y ellos demostraron que existían. Trataron de engañarlos, de comprarlos, de dividirlos. Como no fue posible mataron a algunos y a otros los desaparecieron para mantener a salvo la intolerancia y la cuestionada democracia que ratifican con los votos de sus víctimas.
Los campesinos, sin embargo ahí están otra vez, como gente común, vienen con el ánimo de convertir la protesta en una revolución desarmada, y amplia capacidad para aportar en la construcción de un programa único de acción étnica y popular y para agrandar el sentido y condiciones materiales para una paz real, con transformaciones y garantías, que incluya a los olvidados, los desterrados, los nadie y sirva para mostrarle al gobierno interesado solo en elecciones que los perpetúen que el enemigo al que debe combatir el estado es la desigualdad y no a quienes la padecen por la exclusión, discriminación y violencia con la que cotidianamente son despojados tanto de su identidad como de su riqueza: La tierra, el trabajo, las ganas de vivir con dignidad.
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