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Asociados frente al Palacio Nacional, Guatemala
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Migrantes hondureños, con miembros amputados, visitan Guatemala rumbo a México
El pasado domingo 23 de marzo, la Asociación de Migrantes Retornados con Discapacidad (AMIREDIS), visitó ciudad de Guatemala. Formada por hondureños provenientes de la ciudad de El Progreso, en el departamento del Yoro, sus miembros reivindican los derechos de los migrantes que se han accidentado en México, en su intento por llegar a Estados Unidos. Tienen en común haber regresado a Honduras con piernas o brazos amputados, resultado de distintos accidentes al ser arrollados por las locomotoras mexicanas. Años después del trágico accidente que marcó sus vidas y sus cuerpos, estos dieciséis hombres, entre 29 y 50 años, dicen marchar «por todo el mundo, por toda Centroamérica». Su objetivo es denunciar, con su propia experiencia y cuerpo, las condiciones violentas y de muerte a las que se enfrentan miles de migrantes en su búsqueda de empleo y mejores condiciones de vida. Para la mayoría de ellos esta maratón – como la llaman – significa confrontar los lugares y recuerdos de su encuentro con la Bestia, es decir, el tren en México.
Sus orígenes
La Asociación de Migrantes Retornados con Discapacidad se remonta al año 2006. Uno de sus impulsores es su actual presidente, José Luis Hernández, a quien se refieren sus compañeros con gran estima y cariño. En un inicio, según Wilfredo Filiu, el grupo se llamó Lisiados por un sueño. Más adelante OMIREDIS – la “o” por organización – y, finalmente, AMIREDIS. Filiu explica que sus miembros son «todos cortados del tren». En 2006 fueron motivados por el movimiento de mujeres con familiares migrantes desaparecidos en México. «Soy de los más recientes, tenemos 45 miembros», nos cuenta Wilfredo. Entre sus planes concretos está exigir audiencia al presidente de México, Enrique Peña Nieto.
Al igual que sus demandas al alcalde de El Progreso y el presidente de Honduras, los miembros de AMIREDIS piden protección al migrante, alto a la persecución, posibilidades para tener un empleo y sueldo. «Nos están discriminando en nuestro país, queremos vivienda para los golpeados». Para otro de los migrantes discapacitados, su fin es «llegar a México para evidenciar al presidente de Honduras, Juan Orlando [Hernández], que no nos atendió». Asegura, también, querer «ver la reacción de él pues, seguro, se va a enterar de nuestra maratón». La maratón es seguida por el resto de sus compañeros en El Progreso quienes, sea por falta de recursos o cansancio del viaje, no pudieron continuar. Hay miembros de la Asociación en San Manuel, Cortés, así como en Comayagua y Tegucigalpa. Calculan que en Honduras hay alrededor de 300 migrantes registrados con amputaciones, si bien puede haber más.
El banano ya no da empleo
Armando Díaz, de 50 años, trabajó en la Tela Rail[road] Company durante varios años. Allí Armando trabajaba como «traedor de agua», arreglando los pichirilos y cargando frutas. Debido a que padecía una enfermedad, dejó el trabajo, no sin antes recibir prestaciones por parte de la bananera. Pero el dinero se le fue acabando y, ante la necesidad, fue pensando en emigrar al Norte. Ya no había trabajo y la delincuencia aumentaba. «Sabía usted que en Honduras es grande la delincuencia y San Pedro Sula es de las más violentas del mundo», comentó. Es así como en el año 2008 decide emigrar a EE.UU. junto a otros 5 vecinos de la colonia. Consigo llevaba 1,800 lempiras, el equivalente en ese año a 95 dólares. Saliendo desde el municipio de Lima, en El Progreso, su destino era Nueva York. Allá se reuniría con su hermano, quien trabajaba como pintor en una constructora.
Para Alexis Martínez la situación fue semejante en Honduras. Siempre trabajó en el campo, en las fincas, en las bananeras de la Tela. «Antes daba trabajo la Tela Rail Company, ahora hay maquila en Camalote, El Progreso». En la bananera Alexis chapeaba, regaba sal, urea, debajo de las matas, «para que crezcan pues». Fue así como emprendió camino hacia EE.UU. en el año 2000. «Solo», es decir, sin coyote. Llevaba 2,000 lempiras, lo que para ese año serían 135 dólares. Su plan era juntarse con sus primos en Los Ángeles, California, quienes trabajaban en la construcción. Junto a diez personas de El Progreso se lanzaron a atravesar Guatemala y México. En la frontera con EE.UU. el grupo se dividió, unos se quedaron en Nuevo Laredo, en Tamaulipas, viendo si conseguían un coyote que los pasará. Otros, incluyendo a Alexis, cruzaron la frontera. Fue en Laredo, Texas, donde la migra gringa los agarró. Al regresar a Honduras, Alexis trabajó como ayudante de albañil.
Finalmente, el tercer miembro de AMIREDIS con quien conversamos nos relató su empleo antes de emigrar. Siendo jornalero y ayudante de albañil, Wilfredo Filiu Guaray también había viajado en Honduras realizando comercio en pequeña escala. Trabajaba «vendiendo artículos en Guaymita, Papuiles, Tela, Villanueva, Cortés». Además, fue taxista en El Progreso. «Cuando me casé, tuve muchas obligaciones», nos dice. «Viendo las cosas difíciles en Honduras, decidí ir a EE.UU. para mejorar mi familia». Era el año 2010 cuando comienza su viaje rumbo al Norte.
«En otro país uno no vale»
«Cuando vamos a EE.UU. lo hacemos por trabajo, no por un sueño; por empleo, no por un sueño, por un empleo digno», resalta Armando Díaz. En 2008, Armando ingresa a Guatemala en la frontera de Corinto. Hasta allí no hay ningún problema. «En Guatemala es como en Honduras, los militares no se meten, solo piden su identidad». Para llegar a México, Armando cruzó el río en balsa. Luego la preocupación sería tomar el tren en Chiapas, pasando por Tenosique, en Tabasco, rumbo a Veracruz. En México empezaba la persecución, según nos cuenta Armando. «Es el país con más inmigrantes en EE.UU. y es el que más nos perjudica a los centroamericanos», enfatizó. Allá los agentes de migración van con arma y garrote.
A finales del 2008, Alexis Martínez y otro vecino fueron para EE.UU. Su primo le decía: «no te vayás, esperate el otro año y me voy con vos», pero «cuando uno quiere ir para allá, ya nadie lo para». Dos fueron las fronteras que cruzó desde Honduras hasta México, por Aguascalientes y por Tecún Umán, respectivamente. Como la mayoría de migrantes ilegales, Alexis también considera que en México se inician las mayores dificultades. «En México el problema son los delincuentes y la policía. La policía nos agarra y nos quitan el dinero». Desde Chiapas, Alexis logró llegar a Coaxa [Coatzacoalcos], en Veracruz. Allí permaneció algún tiempo en la Casa del Migrante, lugar a partir del cual trabajaba arreglando carreteras.
La mordida de la Bestia: el accidente
Para Wilfredo Filiu, al igual que Armando, la persecución comienza en México. «Estar huyendo de la Migración nos obliga a estar debajo del tren». Era el año 2010 cuando, en una estación de Coatzacoalcos, sufriría el terrible accidente que le cortó su pierna. Con ironía lo recuerda, alargando las dos últimas palabras: «Hasta allí llegó mi sueño americano». Mes y medio estuvo Wilfredo en el hospital, luego la migración lo devolvió a Honduras por avión.
Dejamos la historia de Armando Díaz en Tabasco, rumbo a Veracruz. Recordemos que venía con un grupo de cinco compañeros, todos de El Progreso, Honduras. Ya en una estación de Veracruz, Armando vio la redada que montaba la Migración Mexicana sobre los migrantes ilegales que viajaban en el tren. «Nos corrieron en la línea, en la mera estación». Por eso bajó del tren, para que no lo agarraran en la redada. Bordeó la garita en el desvío de la ciudad. Fue en ese momento cuando la falta de comida y bebida, de días anteriores, le perjudicó en el esfuerzo por escaparse de la migra. Cansado, cae en las vías férreas donde el tren le corta la pierna izquierda.
Armando dice no recordar el instante mismo del accidente, pero sí está consciente cuando lo llegan a traer. Fue un brequero mexicano quien lo ayudó, trabajador del ferrocarril. Al verlo, llamó por radio al equipo de la estación. Momentos después lo llevaron cargado, con la pierna sangrante, en una camilla improvisada con una banca. Posteriormente lo entregaron a la Cruz Roja. «Ver amputada la pierna no lo deseo ni a mi peor enemigo». De los cinco vecinos de El Progreso, tres siguieron su camino. Otro lo acompañó desde que se accidentó y estuvo a su lado en el Hospital de Orizaba, Río Blanco. Armando, al igual que varios de los miembros de AMIREDIS, recuerdan la fecha exacta del accidente. En su caso fue el 15 de julio 2008, un martes. «Fue en México que se quedó mi pierna».
En su segundo intento por llegar a EE.UU., Alexis Martínez se accidentaría. Ya había cruzado Veracruz, iba pidiendo comida en el camino. En una estación de San Luis Potosí, Alexis intentó subirse a un tren en movimiento y cayó bajo las ruedas de metal. Era el 28 de noviembre de 2008, día viernes. Tras tres meses de estar hospitalizado, la Migración mexicana finalmente logra su cometido: lo regresan vía aérea a San Pedro Sula. En el aeropuerto su familia lo esperaba. Ahora regresaba sin la pierna izquierda ni el brazo izquierdo, arrancados por la Bestia. «Me puse malo, no salí en un año entero [2009-2010], me puse mal psicológicamente». La primera vez la migración gringa lo había capturado en Laredo, Texas. Había regresado a trabajar como ayudante de albañil. La segunda vez, la migración mexicana lo había regresado por avión y gravemente herido. Al regresar, «pasé un año solito, no quería nada».
La soledad y la búsqueda
Cuatro años antes del accidente de Armando y Alexis, José Luis Hernández decidió intentar llegar a EE.UU. Ya había probado una vez, pero la migración lo agarró en Ixtepec, Oaxaca. En esta segunda ocasión ya conocía el camino y quería demostrarles a sus vecinos en El Progreso, Honduras, que sí podía pasar. En esta segunda ocasión había llegado hasta Torreón, en Coahuila. En esa ciudad tomó el tren rumbo a Juárez. Con síntomas de insolación, el hambre y la sed del camino, José Luis se encontraba debilitado por el viaje y el largo trayecto a pie, evitando siempre a los agentes de migración. Estando sobre el tren, José Luis se quitó los zapatos para aliviar el dolor de sus pies enyugados. En ese instante se sintió cansado y cayó debajo del tren.
En mayo 2010, el Servicio Jesuita para Migrantes (SJM) publicó en Revista Envío su testimonio: «Nunca imaginé que me iba a desmayar, pero me desmayé porque había aguantado hambre y sed. Mi cuerpo iba todo débil. Recuerdo que cuando me iba a quitar el segundo zapato, me quedé en oscuras y caí al suelo. Entonces el tren me jaló así, para las llantas. Y me amputó esta pierna, mi pierna derecha. Después, no sé cómo, metí un brazo y también el tren me agarró el brazo. Y esta mano nomás, también me la machacó el tren. Quedé en medio de las dos líneas y por encima mío pasaron todos los vagones.» (SJM: Revista Envío, mayo 2010)
José Luis sentía su pierna y su brazo tiempo después de haber sido amputados de su cuerpo. Así como Alexis no quería nada y se la pasaba solito, José Luis lloraba pensando que ahora, en lugar de ayudar a su familia, le sería una carga a sus papás. «Yo nada más lo que hacía era llorar. Ya no le miraba sentido a mi vida». Sin embargo, en medio del dolor del hospital y de verse amputado, José Luis recuerda lo que escuchó al momento de llegar al hospital, en el norte de México: « Éste a saber qué tiene que hacer todavía en este mundo, porque no lo mató ese tren». Ese hacer todavía en este mundo tiene su respuesta en experiencias como la de Alexis, a quien la Bestia le cercenó la pierna izquierda y el brazo izquierdo. En 2010, después de un año de soledad, Alexis recibió una visita. Era un joven alto, quien entró caminando y le mostró que no tenía la pierna derecha y el brazo derecho. Su nombre: José Luis.
«Si él puede, yo debo poder»
Recuerda haber pensado Alexis al conocer a José Luis. «Me sentí alegre cuando vi al presidente, dije: “si él puede, yo debo poder”, y agarre ánimo». Esto nos lo estaba diciendo Alexis, en su silla de ruedas, a 578 kilómetros de El Progreso, Honduras. Conversábamos frente al Palacio Nacional, en ciudad de Guatemala. El grupo – como llama Alexis a AMIREDIS – lo llegó a buscar en 2010 a su casa. Fue ese mismo año en que se incorporó. Un día antes de llegar a Guatemala, Alexis y el resto de 15 miembros de AMIREDIS encontraron en el bus varias personas iniciando su lucha hacia EE.UU. «Les dimos consejos» advierte Alexis, luego prosigue: «tengan cuidado por todo… algunos van alcoholizados en el tren, es peligroso».
Alexis va cambiando el rumbo de su historia: ahora pasa de testimonio a denuncia, la primera siendo la piedra y soporte de la segunda. «En el tren van personas con tres o cuatro días sin comer, se mueren en el tren por ir débiles». El eco del desmayo de José Luis se complementa ahora en la denuncia de Alexis. El hombre que le dio ánimo al otro, ahora lo complementa en su fuerza de denuncia social. No es el único, es la fuerza que brinda AMIREDIS como colectivo formado por los migrantes heridos y amputados. «Somos los hombres de valor», enfatiza otro migrante sin pierna. «Somos gente de paz». Desde Honduras vienen exigiendo audiencia con el alcalde de El Progreso, Alexander López Orellana, así como con el nuevo presidente de Honduras, Juan Orlando Hernández. El primero «nos ignoró» y el segundo «no nos quiso atender».
En su toma de posesión, al alcalde López Orellana, de El Progreso, aseguró: «Nuestro gobierno continuará fundamentándose en una estructura de valores sociales que incluya el actuar con transparencia, actitud de servicio y un trato igual para todos los progreseños». (La Prensa, 25 enero 2014). En su reciente visita a la Casa de Gobierno, en Tegucigalpa, AMIREDIS encontró las puertas cerradas. No era la primera vez que los visitaban. Anteriormente exigieron al presidente Porfirio Lobo cumplir con la promesa de un proyecto habitacional. En esta segunda visita, según otro miembro del grupo, «nos ignoraron… ellos comían y botaban la comida». Como un Lázaro del Yuro frente al Estado hondureño, botando la comida. Ahora bien, no solo de Lázaro tienen los 16 migrantes, sino también de Espartaco, en su conciencia de clase explotada y marginada.
Remesas, sangre del pueblo
Los migrantes, hombres y mujeres, niños y ancianos, son un movimiento humano urgido a salir de las condiciones de despojo, guerra y violencia. «A EE.UU. vamos por empleo», no por un sueño americano, recalcan los migrantes discapacitados. Allá, en el Norte, son los miserables y las marginadas quienes trabajan construyendo las casas del consumismo americano, pintan sus paredes, recogen sus cosechas, fabrican sus utensilios de cocina e incluso su ropa. La riqueza la producen los despojados, verdad central en la crítica al capitalismo. Por eso la denuncia que se encuentra en varios de los migrantes golpeados: «Mandamos remesas por 3,000 millones de dólares, los bancos se hacen millonarios». Según el Banco Central de Honduras y el Banco Central de Guatemala, durante el año 2013 los migrantes en Guatemala enviaron US$5 mil millones de dólares, US$4 mil millones en El Salvador, US$3,2 mil millones en Honduras y mil millones de dólares en Nicaragua.
Wilfredo piensa lo mismo. «Todas las remesas de migrantes, los gobiernos se quedan con eso. Tenemos dignidad para un sueldo». Uno de los puntos que más critican es cómo en Honduras la discriminación al discapacitado o migrante amputado es tremenda. José Luis cuenta cómo en algunos comedores «la gente lo ve a uno como diciendo: “ya viene éste, ya me va a correr la clientela”. Y aunque lo vean así, uno tiene que pagar un colectivo, un taxi.» (SJM: Revista Envío, mayo 2010). Siendo el principal objetivo del capital la producción de valor, a las personas con capacidades distintas o que han sufrido alguna enfermedad o amputación, son rechazadas. En el caso de los miembros de AMIREDIS es una triple explotación histórica.
Primero, porque el Estado y la renta finquera en Honduras se encargaron de robar las tierras fértiles de El Progreso, concediéndolas a la Tela Railroad Company a cambio de la construcción de vías férreas. El banano, en tanto mercancía, vino a reñir con la producción de maíz y otros cultivos de propio consumo para las comunidades campesinas de Yoro. Segundo, con la crisis del banano los empleos disminuyeron drásticamente durante la década de 1990 y 2000. En el testimonio de Armando, Alexis y Wilfredo se constata esta ruptura entre la bananera, como fuente de trabajo local y, por el otro, la necesidad de irse a EE.UU. a buscar empleo. Ya lo decía Armando que iba al Norte: «por empleo, no por un sueño». Con las tierras acaparadas por la agroexportación en el Yoro, la violencia del narcotráfico y la falta de oportunidades para vivir dignamente en Honduras, como en Centroamérica, hombres como José Luis o Alexis decidieron emigrar.
Tercero, cuando regresan mutilados por los accidentes, los migrantes son marginados por la sociedad hondureña y la producción, basada en el lucro, a partir de la cual se ha organizado. La voz que reclama al estado y a los bancos es la voz del empobrecido históricamente, del migrante que grita de dolor viendo sus piernas mutiladas por el tren. La Bestia, no solo es el tren, es una multitud de experiencias que sufre el migrante, la migrante, a lo largo de miles de kilómetros. La violación de una hondureña en Tapachula por maras, presenciada por José Luis; las emboscadas y redadas que hace la Migra en las estaciones, obligándoles a correr y bajarse del tren en movimiento para no ser capturados; el calor insoportable de la maquinaria del tren, la deshidratación y el hambre; las ruedas metálicas que prensan las piernas y brazos de los explotados de Centroamérica contra las vías férreas. Esas mismas vías férreas que en San Luis Potosí, Chihuahua o Veracruz cercenaron los miembros de Alexis, José Luis y Armando, son parte del mismo movimiento del capital que, en otro momento histórico, en Honduras, con la Tela Railroad Company, les expropió las tierras del Yoro a sus abuelas y abuelos. La memoria del despojo es la memoria del oprimido, su indignación propicia la fuerza de la transformación social.
Abriendo nuevos caminos
Para el lunes 24 de marzo los integrantes de AMIREDIS iban camino a México. Ya habiendo probado con el poder municipal y el estatal en Honduras, su próximo objetivo era conversar con el presidente de México, Enrique Peña Nieto. Todos enfatizaron que el viaje los están llevando a cabo con sus propios fondos, ni el Estado ni empresa alguna los están financiando. Entre las principales características de las denuncias y demandas de los migrantes están: a) su sentido de patria del migrante, b) su experiencia y palabra de explotados, en situación de injusticia, c) su deseo de cambiar el mundo.
a) La patria del migrante
La patria o tierra del migrante no se basa en las fronteras nacionales de los estados. Dado que sus viajes han sido emprendidos, muchas veces, sin visas, documentos y con poco dinero, su mundo no es el de la circulación mercantil. Son los perseguidos por la migra, son los extorsionados y violadas por las maras, son los esclavizados por los cárteles narcotraficantes. Frente al Estado, su resistencia es no tener nombre, no tener un asiento en buses o aviones, no tener alimentos. Solo cuando la migra los caza y controla, los migrantes vuelven a tener nombre, se les categoriza como pertenecientes a una frontera delimitada (por ejemplo, hondureños, guatemaltecos), se les da de comer en centros de detención y se les compra un boleto aéreo para sacarlos del país.
Por lo tanto, no es el nombre, el pasaporte o el dinero el que les abre camino a los migrantes, sino su propia tenacidad y riesgo frente a las dificultades. Justo como dice Alexis: «Cuando uno quiere ir para allá ya nadie lo para». Burlando el nombre o la identidad que requiere el poder estatal, para los trabajadores que migran su fuerza es su experiencia. Una nueva nación está naciendo en los migrantes, desde siempre, en resistencia al control del dinero y del poder: la nación que experimenta, que vive, que respira, que pasa hambre, que sufre. Mientras para los burócratas y propietarios es incorrecto que un hondureño reclame al presidente de México, para Armando, Alexis y José Luis es un derecho a partir de la nueva nacionalidad que les ha dado la experiencia, la persecución y el accidente.
b) Experiencia y palabra de los explotados
El encuentro cara a cara con la Bestia y su mordida marca para siempre. Armando lo demuestra: «Fue en México que se quedó mi pierna». Es similar a la idea del ombligo, la patria y el nacimiento. Allí donde dejé mi ombligo, se suele decir. Al nacer, se corta el ombligo e iniciamos la experiencia del nuevo ambiente, del nuevo mundo, con un grito. El grito es vida que se abre, negando y afirmando al mismo tiempo. Pero mientras el ombligo y el grito son parte del nacimiento del bebé, en el accidente del migrante es el enfrentamiento al dolor del mundo, a la injusticia, a la mutilación social. El mundo del poder nos mutila. Armando dejó su pierna izquierda en Veracruz.
México es su nueva patria, no la del Estado, capital y dinero que le obligaron a pasar hambre, que le persiguieron, que lo cortaron, sino la patria de la experiencia, del dolor, del grito. Otro migrante con quien conversamos nos decía lo mismo: «Dejamos parte del cuerpo en México, es nuestro derecho humanitario». La pierna mutilada, el brazo cortado, la sangre derramada, abren y crean derecho, nueva nacionalidad, reapropian el mundo. De nuevo, esto no es algo abstracto o un discurso solamente, sino la palabra pronunciada por migrantes asociados, a 578 kilómetros de El Progreso, en ciudad de Guatemala. Los migrantes sin piernas han abierto camino, sin brazos, están construyendo un nuevo mundo.
c) Deseo de cambiar el mundo
Su testimonio del dolor se hace desde la fuerza, potencia y movimiento de la vida que humaniza. Crean un mundo al denunciar las condiciones que los hicieron sufrir, es decir, desde la negación de lo que los negó en un principio. El mismo migrante que identifica su pierna perdida con su derecho humanitario, recuerda: «En México nos persiguen al estilo animal», enfatizando las dos últimas palabras. El Estado los caza a través de la migra, los persigue entre los hierros oxidados del tren, entre el calor y el humo de los motores, entre los ruidos industriales del poderío de los trenes. La máquina es una extensión de la caza al estilo animal. Para quienes se benefician de la propiedad, del dinero, de la nacionalidad de ambas, el migrante es alguien perseguible, un criminal, un animal, alguien sin derechos.
El nuevo mundo que anuncian los migrantes no necesita referir símbolos externos (patria, dios, apellido). Más bien su mundo parte de la negación del mismo. Recordemos lo que nos dice Alexis respecto su experiencia: «no le deseamos esto a nadie» y Armando, también, lo tiene presente: «Ver amputada la pierna no lo deseo ni a mi peor enemigo». Un mundo que ha entrado en comunión con el dolor humano, experimentado en sí mismo, ya no se construye sobre enemigos. Es tan profundo el fondo de la experiencia que una comunidad contra el dolor humano está naciendo. La presencia del migrante amputado es, a la vez, una llamada. Armando lo decía así: «Espero que también salgan a la luz los migrantes amputados de Guatemala». En sus palabras el llamado es lucha contra el miedo, contra el aislamiento, contra el estar solito, el no hacer nada, no decir nada.
La maratón
Los migrantes hondureños, cercenados por la Bestia, llaman a los amputados del mundo. Wilfredo lo tiene sumamente claro: «Venimos por todo el mundo, por toda Centroamérica». Aquel grito de dolor del migrante junto a la vía férrea, ensangrentado, con polvo sobre sus heridas, solitario, es ahora en colectivo el llamado a la luz, a la vida que humaniza, a la solidaridad desde el reconocimiento de la amputación social. Continúa Wilfredo: «Tenemos derecho, tenemos un pedazo de cuerpo en México, buscamos salvar vidas». Los miembros de esta asociación llaman a su esfuerzo y lucha la maratón. «Hacemos esta maratón, sí valemos ante todo», afirma Wilfredo.
Luego prosigue: «La migra nos empieza a correr, merecemos mejores tratos con nuestra sangre, con nuestros hermanos». La maratón es entendida como movimiento de la denuncia y de hacer valer los derechos: «Seguro, se va a enterar de nuestra maratón», nos decía uno de sus miembros pensando en un burócrata hondureño que los ignoró en la Casa del Gobierno, en Tegus. Por último, la maratón es un llamado a salir a la luz. No se piensa en una maratón individualista, egoísta, de gloria personal sino más bien en una lucha colectiva. La maratón colectiva busca salvar al pueblo. Wilfredo lo anuncia: «Los incapacitados de Guatemala y Honduras se van a juntar, vamos a darle vuelta al mundo entero».
Sergio Palencia
Sociólogo / Universidad Rafael Landivar, Guatemala
Coordinador Programa de Investigación "Praxis mesoamericana contemporánea"
Fotos: Sergio Palencia, domingo, 23 de marzo 2014
Referencias
Servicio Jesuita para Migrantes (SJM). «José Luis Hernández: Estoy así porque me fui a Estados Unidos» en: Revista Envío, mayo 2010, número 338. Disponible en: http://www.envio.org.ni/articulo/4178