Bachelet de nuevo a prueba
16/12/2013
- Opinión
La ex presidenta Michelle Bachelet gana sin sorpresas (62,16%) y en la carrera por la presidencia deja atrás a Evelyn Matthei (32,87%), la candidata impresentable de la derecha nostálgica, con una diferencia de casi un millón y medio de los votos.
El domingo pasado, en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, la candidata de la coalición de centro-izquierda ” Nueva Mayoría “ obtuvo casi tres millones y medio de votos, superando el consenso logrado en la primera ronda, mientras que el abstencionismo en esta ocasión llegó casi al 58 % (9 puntos por encima). Por cierto, el voto voluntario, introducido por el gobierno de derecha, sirvió para debilitar a la inclusión automática en el registro electoral y no ha favorecido la participación electoral. Pero como siempre, el abstencionismo tiene muchas aristas y es refractario al análisis sistemático.
Al final, no hubo los “milagros” invocados por Matthei en su cierre de campaña con un discurso dirigido a la clase media y a los sectores católicos y evangélicos (estos últimos muy presentes en el país). “Ellos quieren que lleguemos a ser como Venezuela, donde hacen colas porque no hay comida“, dijo Matthei. “¿Les recuerda algo?” continúo la admiradora de Pinochet, evocando el espectro de la guerra económica contra el socialista Salvador Allende en los meses previos al golpe de Estado. Pero a pesar de los consejos de los “spin doctors ” para limpiar su imagen, las sonrisas de yeso y los falsos buenos modales no fueron capaces de seducir al electorado. Por el contrario, la cara humana y comprensiva de Bachelet ha desempeñado un papel positivo en la campaña y en su victoria. Pero son las promesas de reformas democráticas que han cambiado el equilibrio en su favor.
La nueva presidenta asumirá el cargo en marzo próximo y el actual gobierno de Sebastián Piñera está acelerando el trámite parlamentario de varias leyes (incluyendo la electoral) para aprobarlas antes de salirse del palacio de La Moneda. A propósito de “palacios”, la derecha ha profundizado la distancia de esos con la calle, la distancia entre la política tradicional y las aspiraciones de cambio en el centro de las protestas en los últimos años. No hay duda de que sin los movimientos sociales (en primer lugar los estudiantes, pero también los trabajadores y sectores ecologistas) no habría habido esta victoria. Y hoy los ganadores hablan de la necesidad de “escuchar la demandas ciudadanas”, mientras que los movimientos por ahora dicen no estar dispuestos a hacer concesiones al nuevo gobierno.
¿Chile va a cambiar de verdad?
Con estas elecciones se abre una nueva etapa en la política chilena. Algunos hablan de un momento histórico, venciendo su propio escepticismo. Pero la pregunta de fondo que atraviesa el conjunto de la sociedad, es si realmente va a cambiar algo en este sistema tan bien enyesado. Primero por los 17 años de dictadura cívico-militar que ha impuesto el modelo neo-liberal “a sangre y fuego.” Luego por dos décadas de centro-izquierda que lo ha “mejorado” y que ha llevado a cabo la modernización capitalista en salsa “agridulce”. Finalmente, por los últimos cuatro años de gestión pragmática (e ineficiente) de la derecha, en el gobierno gracias a los votos castigo contra el centro-izquierda.
Más allá de la escasa mayoría institucional, ¿habrá la voluntad política, el apoyo suficiente y los números parlamentarios para las reformas? ¿En qué medida pesará la probable presencia en el gobierno del Partido Comunista? ¿Y los movimientos sociales serán capaces de hacer oír su voz e influir en las decisiones del gobierno?
Ciertamente, la candidatura de Bachelet tuvo un fuerte consenso transversal, tanto dentro como fuera del país. Muchos sectores empresariales nacionales e internacionales han expresado su apoyo (o su indiferencia). Junto a ellos, los partidos políticos tradicionales (la Democracia Cristiana, el Partido Socialista, el Partido para la Democracia y los radicales), a los que se añadió por primera vez el Partido Comunista.
El programa del gobierno de la Nueva Mayoría tiene tres puntos clave: la reforma tributaria, la reforma de la educación y sobre todo la reforma de la Constitución heredada de Pinochet. Suficientes para asustar a la derecha, que ve las reformas como una amenaza, mientras que el lado izquierdo de la coalición las considera como un paso adelante, aunque claramente insuficiente.
El Partido Comunista aún no ha decidido si irá o no al gobierno, y reunirá sus organismos dirigentes en unos días. Sin embargo en su interior, existe un consenso sobre la participación, percibida como el posible fin de la exclusión anti-comunista que se inició con el golpe de estado y la dictadura. Quedan por definir las modalidades.
La Central Unitaria de Trabajadores (CUT), la principal central sindical en Chile, ha declarado su apoyo al gobierno sólo después de la primera ronda. Algunos dicen que, al hacerlo, sin embargo, ha hipotecado su autonomía del gobierno. La CUT responde declarando la voluntad de saldar la deuda social, tal vez la más importante, la deuda con los trabajadores. De hecho, en Chile todavía está vigente el Código del Trabajo de Pinochet, que limita severamente la organización sindical, niega en concreto el derecho a huelga y afecta a la firma de los convenios colectivos. Los abusos en lugares de trabajo son la regla y los salarios en muchos sectores se encuentran por debajo del nivel de supervivencia. El “milagro económico” chileno está hecho de bajos salarios, falta de derechos y endeudamiento de masa (70% de la población).
La reforma tributaria prometida, que tendría que aumentar la carga fiscal de las grandes empresas y de los que tienen más (aliviando la presión hacia los trabajadores), permitiría ingresos adicionales para aumentar los salarios y las pensiones de hambre. Si Bachelet habló de “el fin de lucro” en el sistema educativo, para el sistema de pensiones y de la salud (ambos en gran medida privatizados) son todavía inciertas las medidas que tomará el nuevo gobierno.
“La madre de todas las reformas”
Pero la “madre de todas las reformas” es la reforma de la Constitución heredada de la época de Pinochet. Ayer por la noche en su discurso en la calle, durante los festejos en la Alameda, Bachelet habló de” una nueva Constitución, nacida en democracia, que asegure más derechos y garantice en el futuro que la mayoría no pueda ser silenciada por una minoría. Un nuevo pacto social, moderno y renovado que necesita Chile”. Pero hay un pequeño detalle: faltan los votos en el Parlamento debido a los porcentajes muy altos necesarios, impuestos por la actual Constitución. Obligatoriamente la Presidente tendrá que buscar consensos más amplios, incluso en las filas de la derecha. Cambiar la Constitución no será fácil, pero ya hay algunas grietas en este sentido y algún apoyo posible. En los últimos meses, los abogados de la “Nueva Mayoría” han trabajado para encontrar los resquicios legales necesarios para socavar la arquitectura institucional diseñada por el fascismo. Probablemente van a ser usados conjuntamente la iniciativa del gobierno, del parlamento y la movilización en las calles. Y tal vez, sea la única manera de obtener algún resultado.
La derecha sale duramente derrotada en estas elecciones, con profundas divisiones internas y en su interior ya se destapó una olla de grillos. Ya arrancó la que el mismo Sebastián Piñera ha llamado la “noche de los cuchillos largos”. Después de un solo período de gobierno desde el fin de la dictadura, la apuesta de una renovación de la derecha con la elección del “moderado e independiente” Piñera, no ha captado mucho consenso. Por el contrario, el alma dura pinochetista de la Unión Democrática Independiente (UDI) afila cuchillos, reclamando un protagonismo que le he debido, por haberse confirmado como primer partido en cuanto a votos. Con esta última derrota, se abren escenarios impredecibles en la redefinición y la configuración de la derecha.
Hablando de la derecha y la extrema derecha, hay un largo trecho que recorrer también con respecto a las violaciones de los derechos humanos. El reciente aniversario de los 40 años del golpe sacudió el aire, hasta hoy casi inmóvil. El mismo aire que permitió y permite que en alguna esquina de la calle o en el supermercado se encuentren los verdugos y las víctimas, o que te puedas encontrar en una clínica privada (o publica) con algunos de los médicos torturadores de la dictadura. El mismo aire que aseguró una casi total impunidad de los autores de crímenes de lesa humanidad, que todavía ocupan puestos importantes y elevan sus voces amenazantes. Son militares activos y retirados, junto con algún empresario, que en los últimos días han levantado sus voces, mientras que las víctimas esperan justicia. Ya no hay ni disculpas, ni excusas que aguanten tanta injusticia.
Por todos lados el aire que hoy se respira está cargado de expectativa y se espera el nuevo gobierno a la prueba de los hechos. No hay duda de que la próxima presidenta tendrá que marcar una clara discontinuidad tanto con los últimos 4 años se Piñera, que especialmente con la gestión neoliberal del centro-izquierda de las dos décadas posteriores a la dictadura.
El reto que Bachelet tiene por delante es saber mantener el equilibrio político dentro de la coalición, y mantener un diálogo abierto con los movimientos sociales, especialmente con los estudiantes y el movimiento sindical. Después de 4 años de gobierno de las derechas (moderada y pinochetista), el giro a la izquierda con la “Nueva Mayoría” y la inclusión de los comunistas tiene su razón de ser si se deja atrás el recuerdo de la antigua coalición de centro izquierda y la secuela de corruptelas de algún sector de la “Concertación”.
Dos visiones del mundo enfrentadas
Tampoco va a ser fácil a nivel internacional.
En primer lugar, debido a la crisis económica y la contracción de la demanda mundial de muchos bienes. En el caso chileno se destaca en particular el cobre, el principal producto de exportación, absorbido en gran parte por China, que sigue siendo el principal socio comercial del país.
Sin perjuicio de la visión “bipartidista” sobre la importancia de mantener y fortalecer las relaciones comerciales con el continente asiático, por lo que se refiere a las relaciones internacionales de Chile chocan dos visiones. Por un lado, la que privilegia la “Alianza del Pacífico” compuesta por la derecha continental (en primer lugar México, Colombia, junto al el Perú de Ollanta Humala) con la bendición de los Estados Unidos. Por el otro lado la visión de la integración regional, en el surco del nuevo rumbo latinoamericano con una recién encontrada autonomía del gigante del Norte.
En la región, Chile tendrá que oxigenar las relaciones enfriadas por el gobierno derechista de Piñera. Bachelet tiene jugada fácil con el Brasil de Dilma y con Uruguay (la relación con el probable futuro presidente Tabaré Vázquez es muy estrecha), pero también necesita poner al día la agenda con Ecuador y Argentina. En cuanto a la Venezuela de Maduro, tendrá que lidiar con las contradicciones internas de su coalición, sobre todo con el ala derecha de la DC y de su mismo Partido Socialista, que ven como humo en los ojos la experiencia bolivariana y que, tan sólo unos meses atrás, recibieron el opositor Henrique Capriles.
Otro tema decisivo será el veredicto de la Corte Internacional de La Haya, tanto por lo que se refiere a Perú, como a Bolivia, por las disputas territoriales y marítimas de larga data. Ambas no son de poca importancia. La Haya ya ha anunciado que por el caso peruano el veredicto será en enero. Y la Bolivia de Evo Morales, cansada de negociaciones bilaterales que no han conducido a nada debido a la intransigencia chilena, ha llevado a Chile ante la Corte para tratar de resolver el problema de su acceso al mar. Mientras tanto, Bolivia prácticamente ha dejado de utilizar puertos chilenos en beneficio de los peruanos.
Hay mucha expectativa sobre la respuesta de La Haya y los periódicos gritan titulares en colores fuertes. Reaparece prepotentemente el nacionalismo, alimentado primero por la dictadura para defenderse del aislamiento internacional, y luego también por el centro-izquierda para rescatar el orgullo nacional post-dictadura. Paralelamente, por desgracia, la xenofobia comienza a manifestarse en la sociedad, en particular contra bolivianos, peruanos y colombianos, los nuevos migrantes que buscan oportunidades en el “milagro económico”, junto al pueblo chileno. Un pueblo orgulloso y luchador, que ha sufrido mucho, pero que nunca se ha doblegado y que ahora se enfrenta al peligro de la “guerra entre los pobres“.
En esta larga franja de tierra en el fin del mundo, situada entre el océano y los Andes, no va a ser fácil cambiar el rumbo y el modelo. Pero, como señaló ayer la nueva presidenta Bachelet frente a la multitud que la vitoreaba: “pero, ¿cuando ha sido fácil cambiar el mundo?“.
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