Lecciones y desafíos luego del aparente proceso electoral
24/11/2013
- Opinión
Para quienes seguimos de cerca el proceso de la desintegración social y la disolución del aparente Estado hondureño, no es ninguna novedad que el Tribunal Supremo Electoral (TSE, presidido por un ex diputado del partido nacional) declare como ganador de las elecciones nacionales al neoliberal Juan Orlando Hernández, incluso antes del 100% del escrutinio de las urnas.
La Embajada norteamericana, el TSE (Partido Nacional y Liberal), la Confederación de Empresarios Privados y la jerarquía católica y evangélica, ya tenían decidido al “ganador” de estas elecciones cuando el Presidente Pepe Lobo firmaba el Acuerdo de Cartagena de Indias que permitía el retorno de Manuel Zelaya Rosales a Honduras (2011).
Esta decisión previa fue ratificada ante la apoteósica multitud rojinegro que recibió al derrocado Presidente que volvía convertido en un coloso, en el aeropuerto internacional de Toncontín de Tegucigalpa.
Lo que siguió después sólo fue un teatro pergeñado para desmovilizar la fuerza social inédita del Frente Nacional de Resistencia Popular (FNRP) y reducirlo en un Partido Político (2012).
Este peligro fue denunciado por la Organización Fraternal Negra Hondureña (OFRANEH), el Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (COPINH) y la Diócesis de Santa Rosa de Copán. Pero, el asunto se cerró sin debate suficiente dentro del FNRP, y Libre calló.
¿Qué lecciones nos deja este aparente proceso electoral?
Primera. Jamás se debe sacrificar, desmovilizar, a un movimiento social popular de un pueblo, en aras de participar en una contienda electoral premeditadamente desigual.
El Partido Libre tuvo la oportunidad de ser un instrumento político del FNRP, pero se convirtió en Partido Político centrado únicamente en la contienda electoral, abandonando los objetivos de organizar-concientizar-movilizar del FNRP. Y, ahora, ante el “robo de las elecciones” que sufre, no existe un movimiento social nacional articulado y fuerte que desde las calles obligue a la oligarquía a respetar la voluntad popular expresada en las urnas.
En países como Honduras, las y los excluidos pueden ganar elecciones, pero si no están articulados en movimientos sociales ganarán para perder. Porque ante el primer intento de cambio significativo en el aparato productivo o en las relaciones de dominación establecidas, los privilegiados defenestrarán al gobierno popular sin que haya ejército o pueblo que lo defienda desde las calles.
Segunda. Para obtener el triunfo electoral, en un país que languidece en la mendicidad, no es suficiente con hacer “campaña política” (en el período electoral) para liberar al pueblo. Libre cometió este craso error. Muchos candidatos/as creyeron que la promesa del “voto libre” en las aldeas y municipios (producto de sus esporádicas visitas al campo), serían suficientes para ganar las elecciones, pero descuidaron la descolonización y la educación política permanente.
Por eso las y los empobrecidos vendieron, una vez más, sus votos a sus patrones a cambio de comida, bebida y otros regalos.
No es verdad que en Honduras haya dos millones de oligarcas. Pero esa cantidad de votos obtiene la derecha. Así como tampoco es verdad que los “votos libres” sean todos votos conscientes. De lo contrario, la resistencia estaría en las calles en este momento.
Honduras necesita de una cultura organizativa. Se debe afianzar y fortalecer las insipientes o circunstanciales estructuras organizativas que promovió Libre en las diferentes aldeas, caseríos y municipios en este proceso electoral, para convertirlos en núcleos organizados y articulados del Frente Nacional de Resistencia Popular. Y, en estos y otros espacios, se tiene que impulsar procesos de formación-concientización para la construcción y ejercicio del poder local. ¿Será que las y los diputados, alcaldes/as electas asumirán este desafío como una oportunidad y un reto?
Tercera. Libre tiene que romper con las creencias y prácticas de la política tradicional en su interior. Se puede llegar al poder con “ex” políticos tradicionales de candidatos. Pero refundar el país con sujetos políticos antiguos no es creíble para sectores subalternos de la población que, ahora, comienzan a despertar. Esta fue y es una observación expresada desde la Honduras profunda, pero no le prestó mayor atención. Esta situación obligó, en buena medida, a que los indecisos votos libres se fuesen con el reciente Partido Anti Corrupción (PAC)
Varios de las y los diputados electos en Libre son ex líderes/as políticos del Partido Liberal, los ojos de la población hondureña estarán sensibles a las conductas de estos políticos. No cabe duda que también de ellos/as depende que Libre crezca o se desvanezca electoralmente en las próximas contiendas electorales.
Lo mejor que le pudo pasar a Libre, más allá de sus equivocaciones, es no ser gobierno en las actuales circunstancias de Honduras. En los próximos meses, convulsiones sociales permanentes se sumarán al ya difícil panorama de violencia generalizada porque el país transita en el límite existencial.
El asunto hondureño no es sólo resolver la crisis económica o la miseria generalizada, sino idear y poner en marcha un proyecto de Estado y sociedad prácticamente inexistentes en Honduras. Una tarea urgente y nada fácil. Pero, eso sí, Libre tiene una brillante oportunidad para hacer, por primera vez en la historia hondureña, una oposición creativa y propositiva desde el Congreso Nacional y desde los municipios para despertar y movilizar la dormida voluntad popular.
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