La fábula del cóndor y el colibrí
18/09/2004
- Opinión
El recuerdo de la primera vez que presencié una minga indígena es
imborrable, como el de Laureano Inampuez, el taita que la
organizó. Era una mañana muy fría en el Valle de Guachucal,
Nariño, un territorio ancestral de los indígenas Pastos; el hielo
del Nevado del Cumbal parecía haber caído toda la noche. Inampuez
me había invitado a \"entender\" qué era una minga indígena,
mirándola. A las 5:00 a.m., clareando apenas, comenzaron los
indígenas a salir de entre las sombras con sus ruanas de lana,
gruesas y pesadas, y una pica, un azadón o un machete. Salían
hombres, mujeres y niños de todas partes. Salían y salían. La
Policía, que había sido informada, no sabía contra quién cargar;
estaba de hecho sitiada. A una orden del Taita, la gente comenzó a
picar la tierra. Era una especie de símbolo de \"reapropiación\" de
una tierra que les había devuelto Carlos III. Picaban allí y más
allá. Picar los potreros era más que un gesto, era una manera de
dañar el pasto y obligar a su dueño a sacar el ganado de una
tierra en litigio. Días después degollaron a Inampuez, indio del
diablo, como lo llamaban los hacendados. La minga es una acción
colectiva que convierte a los miembros de una comunidad en un gran
organismo.
La Minga Indígena, organizada por los cabildos del Cauca, llegó el
viernes a Cali, después de un recorrido de 60 kilómetros a lo
largo de la Carretera Panamericana hecho en 3 días de marcha por
70.000 indígenas, protegidos por 10.000 guardias, nombrados por
los cabildos. Ninguna fuerza social logra en el país una
movilización tan grande y tan ordenada. El Presidente había
tratado de impedirla. Primero a través de emisarios de segundo
nivel. Los taitas los plantaron. Luego envió ministros a
prometerles a cambio de la movilización tierra, salud, educación.
Por último, acostumbrado a dar vuelta a sus haciendas y confiado
en aquello de que el ojo del amo engorda el caballo, organizó un
intimidante Consejo de Seguridad en la Tierra de los Nasa. \"La
seguridad, le dijeron los taitas, es responsabilidad de nuestras
autoridades\" y le voltearon la espalda. No se dio por vencido el
Presidente y regresó hace 6 días a negociar, y a informarles a los
organizadores que las Fuerzas Armadas habían descubierto un plan
paramilitar para sabotear la marcha. Los indígenas apenas se
sonrieron y le dieron las gracias por una información tan
novedosa.
La Minga, que venía organizándose desde hace dos años, pero que
representa una sabiduría milenaria, no tiene reivindicaciones
concretas. Es decir, no agita un pliego de peticiones para
negociar con el Gobierno. Tampoco es un movimiento que prepara una
lucha electoral. Pero es un desafío político –agregan los taitas–
porque enfrenta al poder establecido. Para los observadores del
sistema lo más sospechoso es que pone en cuestión la guerra, toda
la guerra sin buenos y malos. \"Los indios –dirían– organizados y
sin armas son peligrosísimos\".
Y, para completar los miedos de los poderosos, la minga es un
grito que viene de lo hondo del país, y desborda los esquemas
convencionales. Tiene que ver con el alma de los pueblos indígenas
y no sólo los del Cauca. Pero asimismo, con la ruina de los
campesinos del Tolima, con el destierro de las comunidades negras
del Atrato, con el drama que vive la clase media en las ciudades.
A lo largo de los 60 kilómetros, la gente aplaudió a los
marchistas, les dio agua, comida, ánimo. La Policía debió sentirse
un poco ridícula con sus armas recién importadas, con sus
uniformes antimotines que los hacen aparecer como gigantescos
abejorros, con sus helicópteros artillados rodantes, sin poder
hacer mella en ese cuerpo cerrado que avanzaba y avanzaba. \"Ojo al
piojo\", grita El Tiempo; es una manifestación formidable dice El
Nuevo Siglo; debe haber infiltración, denuncia El País de Cali.
Las sospechas y explicaciones de los ideólogos del establecimiento
no han logrado dar con el chiste ¿Cómo –se preguntan– pueblos, tan
ignorantes e ingenuos como son, han logrado este movimiento que
desafía a un gobierno con el 75% de imagen favorable? \"Sencillo –
aclara un dirigente del CRIC, desde un rincón del Coliseo
Deportivo de Cali, convertido hoy en territorio indígena–, no
hablamos sólo por nuestros intereses, vivimos en minga permanente,
somos un nosotros hace tiempo, así nos hemos conocido. La sorpresa
no es nuestra. La autoridad que los mayores nos han dado, sigue
viva; los cabildos, los guardias, los bastones de mando, no se han
organizado para la marcha, vienen de muy atrás\".
En el último año han asesinado 160 dirigentes sindicales y 90
indígenas. La minga es por la vida y contra la muerte. Pero para
los indígenas la vida tiene un significado que no se agota en lo
forense. Habla de la naturaleza en su conjunto. Por eso a los
\"planes de desarrollo\" impuestos por el Estado colombiano, los
indígenas oponen Planes de Vida. De vida, pero con dignidad, no de
cualquier modo. Dignidad es para ellos el respeto a su tradición,
a su identidad –vale decir, a la diferencia– y a los territorios
que han trabajado. Implica esta idea que \"el desarrollo,
considerado como crecimiento económico\" es lo más ajeno a su
cultura. En el fondo lo definen como un arma letal. La amenaza se
haría más tangible y concreta con el TLC, y proponen al país que
sea objeto de un plebiscito porque no es un asunto que incumba al
equipo negociador del Gobierno, y ni siquiera al Congreso; la
suerte de todo el pueblo pende de un acuerdo que es una simple
imposición de la nación más poderosa de la historia. La
coherencia del pensamiento indígena es apabullante.
Derrotado el Gobierno en su pretensión de parar la minga, quiso
hacerle el vacío. Sacar la campana neumática para impedir el
contagio. Los medios informaron tangencialmente. Sólo le hicieron
bombo al rescate del alcalde y ex alcalde de Toribío, retenidos
por las Farc en el Caguán, por parte de 400 guardias indígenas. El
Gobierno quería mostrar que se trataba de un ejemplo de
resistencia contra el terrorismo. ¿Cómo fue ese cuento? Lo cuenta
uno de los retenidos, que aclara de entrada que no estuvieron
secuestrados, porque la subversión no pidió nada a cambio. La
comisión Toribío viajó al Resguardo de Altamira, en el alto
Caguán, como una de las tareas de organización de la marcha. Pero
la zona continúa controlada por las Farc, y cuando la guerrilla
los detectó, los detuvo para castigar el haber entrado sin
permiso, y para pedir cuentas del manejo de la alcaldía. La
comisión protestó porque el resguardo de Altamira hace parte de la
territorialidad y jurisdicción indígena. La discusión hizo
patente el conflicto entre la autoridad tradicional y el poder de
hecho de la guerrilla, que le ha costado a los indígenas muchos
muertos y atropellos. La resistencia de las organizaciones
indígenas a las imposiciones de las Farc o del Eln, hace parte de
la oposición sin transacciones a la guerra, y con idéntica fuerza
se oponen al Ejército y a los paras. La guerra es una sola y
siempre es, al final de cuentas, contra la autoridad indígena. Por
eso la marcha no distingue entre unos y otros.
El viernes salieron para Bogotá 10 taitas a exigirle al Gobierno
la libertad de Alcibiades Escué, a quien la Fiscalía acusa del
desvío de fondos del ARS de La Guajira hacia los paramilitares. Es
un infundio, dice un mayor, Alcibiades está secuestrado o retenido
injustamente por el Estado y si no lo sueltan, ya estamos
organizando a otros 400 guardias indígenas para ir también a
rescatarlo.
La miga ha sacado a relucir otro punto espinoso: la guardia
indígena. Cuando los cabildos supieron de la retención o secuestro
de la comisión, mandaron a 400 guardias a rescatarlos. La
guerrilla tuvo miedo: tanto indio por aquí, dicen que dijo, es un
peligro, y la soltó. Es también el miedo –y a lo mismo– que siente
el Gobierno al constatar que las autoridades tradicionales tienen
por decirlo así, un cuerpo armado de bastones de mando que ejecuta
lo que ellas deciden. Una decisión que por lo demás no es sólo
consultada y compartida por los mayores sino con su gente rasa.
Al entrar al Coliseo, había un grupo de guardias haciendo
ejercicios físicos. Quise tomar una foto. Le pedí permiso a quien
parecía el mando, y agregué que podía tomarla desde atrás. El
indígena les preguntó que si querían que yo les tomara una foto
por el culo. La burla fue sonora, y respondieron: no, de frente,
¿acaso es que qué? Quiero decir que la autoridad de los guardias
emana, como dirían los jurisconsultos de la autoridad mayor, pero,
al mismo tiempo es compartida y refrendada por la comunidad. De
ahí que el orden de la marcha deba entenderse como un respaldo y
acatamiento a las autoridades tradicionales y una defensa de la
identidad.
Ya entrada la tarde le pregunté a un taita que parecía divertido
viendo mi asombro por la capacidad de organización de la marcha,
lo que significa, alimentar y atender a miles de personas: \"bueno,
¿y de la alegría que? ¿Qué es la alegría?\". Me respondió riéndose:
\"Nos divierte mucho ver cómo los colibríes pueden desplumar al
cóndor. Sin plumas ese animal tan fiero no puede volar\".
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