La Colombia del futuro
30/09/2013
- Opinión
La Colombia del futuro se debe pensar de abajo hacia arriba. Hay, sin duda, requisitos básicos para ello: una redistribución radical de la tierra, una política de convivencia inter-cultural basada en el fortalecimiento cultural y social de las comunidades, políticas de ciencia y tecnología plurales que se surtan de los múltiples conocimientos y concepciones de vida de los diversos grupos sociales, e infraestructuras de apoyo en cada localidad y región para la transición al post-extractivismo.
La Colombia de hoy es una Colombia de devastación. Las décadas del “desarrollo” solo han exacerbado la desigualdad social, la concentración de la tierra, la injusticia, la violencia, la dependencia y la destrucción ambiental. Las llamadas locomotoras del desarrollo económico y el tratado de libre comercio solo lograrán profundizar estas tendencias.
La Colombia del futuro requiere de un modelo radicalmente diferente; tiene que romper con los imaginarios caducos de los siglos 19 y 20 (“progreso”, “desarrollo”, modernidad, crecimiento material, etc.). Dado que la crisis ambiental y social es global, hay que re-imaginarse a Colombia pensando ecológica y políticamente con América Latina y el mundo (especialmente los debates sobre el Buen Vivir y los derechos de la naturaleza), en vez de adaptarse a la fuerza a los dictados de la “globalización”. Esto implica pensar en una verdadera transición ecológica y cultural hacia una sociedad muy diferente a la que conocemos. Muchos visionarios nos hablan de las características de estas transiciones: la restructuración de la producción de los alimentos en base a la descentralización, el cultivo orgánico y la biodiversidad; la democracia participativa; las autonomías locales; el uso menos intenso de los recursos; la reducción del consumo de energía y fuentes alternativas de esta; y las economías sociales y solidarias. Post-petróleo, post-carbono, post-capitalismo, post-extractivismo, postdesarrollo son algunos de los imaginarios emergentes. En sus formas más avanzadas, estas narrativas nos hablan de un cambio de modelo civilizatorio, más allá del extractivismo y el consumismo de la modernidad capitalista.
No es tan difícil imaginarse estos mundos diferentes. Imaginémonos por ejemplo un Valle del Cauca sin caña de azúcar y ganadería extensiva, lleno de pequeñas y medianas fincas dedicadas al cultivo agroecológico de frutales, hortalizas, granos, animales, etc., orientadas hacia los mercados regionales y nacionales, y solo de forma secundaria a la exportación. Durante más de dos siglos, este impresionante Valle ha sido sistemáticamente empobrecido ambiental, social, y culturalmente por una elite insensible y racista, que se ha enriquecido inmensamente para su propio beneficio; como se sabe, la caña agota las tierras, las aguas y las gentes (en especial la gente negra) y la ganadería extensiva ha desnudado montes y laderas. En el nuevo Valle se restaurarían los paisajes, se erradicaría la pobreza, muchos que aun quieren tener tierra la tendrían, de-crecerían las ciudades y se repoblarían campos y poblados, resurgiría la cultura, se lucharía abiertamente contra el racismo y el sexismo, y todos y todas tendrían acceso a educación de buena calidad y a las tecnologías de la información. Podemos hacer un ejercicio de la imaginación similar con cualquiera otra región del país. El Pacífico, por ejemplo, como lo visualizan los movimientos de afrodescendientes e indígenas, sería un Territorio-Región inter-cultural con comunidades integradas al medio ambiente, “sin retros, ni coca, ni palma”, como dicen los activistas –es decir, sin las locomotoras del desarrollo que desde los ochenta lo destruyen a pasos agigantados.
La Colombia del futuro se debe pensar de abajo hacia arriba. Hay, sin duda, requisitos básicos para ello: una redistribución radical de la tierra, una política de convivencia inter-cultural basada en el fortalecimiento cultural y social de las comunidades, políticas de ciencia y tecnología plurales que se surtan de los múltiples conocimientos y concepciones de vida de los diversos grupos sociales, e infraestructuras de apoyo en cada localidad y región para la transición al post-extractivismo. Gracias a las visiones sobre la transición, lo imposible se vuelve pensable, lo pensable realizable. Surgirá otra “Colombia”, verdaderamente ecológica y plural, a medida que deja atrás ese llamado desarrollo que hoy la devasta.
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