¿Qué es y para qué sirve el Buen Vivir?

19/09/2013
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Ceremonia indígena en el Cauca, Colombia. Foto: E. Tamayo

 
El Buen Vivir es esencialmente una propuesta de nuevo paradigma ético civilizatorio, con implicancias políticas, económicas y culturales, que rescata la ancestral experiencia de los pueblos indígenas latinoamericanos, especialmente andinos, y lo re elabora como parte de las respuestas posibles a la actual crisis múltiple, civilizatoria, que la comunidad humana de destino enfrenta hoy debido al agotamiento del todavía hegemónico orden civilizatorio capitalista y sus pilares ideológicos originados en la modernidad europea, globalizada como “universal”. Se trata entonces de una propuesta estrechamente vinculada al pasado ancestral pero también simultáneamente nueva, emergente, como legados que reverdecen para alimentar las búsquedas plurales hacia el futuro.
 
El núcleo fundamental de este paradigma está en un conjunto de regulaciones sociales, espirituales, políticas y culturales, formadas en una continuidad de miles de años de desarrollo cultural andino anterior a la llegada del poder colonial europeo, y que implican un radical “otro lugar” ideológico, espiritual y material, diferente y opuesto al que hemos asumido hegemónicamente durante los últimos cinco siglos. Un ejemplo, nada más, es el del concepto de “cultura”, que por definición en nuestra actual civilización es únicamente propia de las personas humanas, sólo ellas tienen cultura. En la civilización ancestral andina que inspira el Buen Vivir, la naturaleza y las espiritualidades, una piedra, un río, un árbol, una llama, un ancestro, el sol, la luna, la serpiente, también tienen cultura, sienten, interactúan, hablan y dialogan, reciprocan de manera horizontal con las personas humanas. Objetivamente, un hueso duro de roer, que exige un profundo esfuerzo adicional de comprensión y que nos muestra que es en esa radical “otredad” donde se encuentran los principales obstáculos, incomprensiones y riesgos del Buen Vivir, pero al mismo tiempo también su gran capacidad de aportar a la superación de la crisis civilizatoria, precisamente por hablarnos y permitirnos mirar desde otro lugar, distinto al que ha generado y mantiene la aguda crisis actual.
 
Al lado de eso, es un hecho también que esta propuesta de paradigma implica potenciales riesgos de idealización, malinterpretación, limitaciones e insuficiencias, ¿pero qué pensamiento, propuesta y paradigma no los tiene? Su valor radica justamente en que los principios reguladores ancestrales que lo inspiran no se elaboran a partir de sociedades ideales, perfectas, “paradisíacas”, ni pretenden servir de base a una. Sino de sociedades con relaciones de dominación y conflicto, que dentro de esa imperfección supieron, de manera inédita y alternativa a la hegemónica, encontrar otros modos mucho más equilibrados de relacionarse entre los seres humanos y con la naturaleza, en el marco de un intensivo y extensivo uso de ciencia y tecnología al servicio de una creciente productividad y bienestar material. Su mayor valor está justamente en mostrar que la perfección no es una condición para lograr ese equilibrio y ese bienestar.
 
Uno de los ámbitos donde la crisis actual es más evidente y cuya gravedad ha puesto a la humanidad en el sendero de amenazar su propia existencia futura, es el de las relaciones de las sociedades humanas con la naturaleza. A su base está el predominio de una visión de estas relaciones surgida en la modernidad europea e impuesta hegemónicamente en el mundo. En ella, muy esencialmente, los seres humanos se consideraron como separados, distintos y superiores a la naturaleza, a la cual se conceptuó como una enemiga a vencer y dominar, como una cosa u objeto sin derechos y destinada a ser propiedad y provecho de los seres humanos. Se trató de un radical humano centrismo, ligado a la idea de que los avances tecnológicos eran al mismo tiempo la prueba de la superioridad y el dominio del ser humano sobre la naturaleza, así como la garantía de un crecimiento incesante de la producción, acumulación y consumo de riqueza económica, que devino en sinónimo de progreso, desarrollo y felicidad. Conjuntamente, criterios racistas actuaron como ordenadores en jerarquía de culturas y pueblos, según su diferencia con los pueblos europeos dominantes, inferiorizándolos, asimilándolos con la naturaleza y haciéndolos compartir su suerte de negación, explotación y exterminio.
 
Opuestamente, el Buen Vivir nos habla de una equivalencia, incomplitud y reciprocidad fundamental e inviolable entre los seres humanos, la naturaleza y el cosmos; de inmanentes regulaciones que garantizan la auto limitación productiva de acuerdo al equilibrio en esas interacciones; y de un concepto de felicidad basado en la armonía de los sentimientos, el bienestar material de todos, el respeto a todas las formas culturales y pueblos, y el manejo equilibrado del conflicto.
 
El Buen Vivir es una propuesta en construcción, plural y mestiza, cuya vocación es dialogar horizontalmente con múltiples otras en el camino para superar ese humano centrismo, y esa jerarquización negadora de la diversidad de pueblos y culturas,  sobre la conciencia creciente de que en realidad los seres humanos son una totalidad internamente diversa, una comunidad de destino ricamente diferenciada, y también parte inseparable, en permanente interacción mutua, con la naturaleza y el cosmos. No sólo como respuesta puramente instrumental ante las evidencias de la terminal crisis ambiental, sino por los nuevos conocimientos de muchas disciplinas, que nos muestran que, a un nivel hondo y elemental de la realidad, todo, incluyéndonos, se encuentra infinitamente interconectado.
 
 Ricardo Jiménez A.
 
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