Lecciones de civismo y de patriotismo
22/08/2013
- Opinión
Es cierto y hasta innegable que en algunos sectores de la sociedad mexicana imperan el conformismo, la apatía y hasta la complacencia con el estado actual del país. Pero es igualmente cierto e innegable que en otros sectores es elevada la conciencia de clase, enorme la rebeldía, creciente el repudio al autoritarismo y patente el rechazo a un gobierno que desde hace 30 años dejó de velar por el interés de sus gobernados.
Entre esos sectores sociales con elevada conciencia de clase, con valentía, con espíritu de lucha y con amplias y sólidas motivaciones justicieras destacan los maestros mexicanos, en especial los de jardín de niños, los de primaria y los de secundaria, es decir, la inmensa mayoría de los mentores del país.
Son sin duda alguna los legítimos herederos de los huelguistas de Cananea y de Río Blanco, movimientos obreros precursores del estallido revolucionario de 1910. Y son igualmente legítimos herederos de las heroicas huelgas de ferrocarrileros, maestros, estudiantes y médicos de 1958-1965. Y lo son también de los no menos heroicos y nobles movimientos estudiantiles de 1968 y de los que en años posteriores se opusieron con éxito a la privatización de la educación superior que pretendieron los nefastos rectores y dóciles sirvientes de la oligarquía, Jorge Carpizo y José Barnés de Castro.
Y no sólo son herederos de aquellas nobleza y gallardía, de aquella elevada conciencia de clase, de aquella valentía, de aquel heroísmo; también lo son de los insultos, de las injurias, de las descalificaciones que provienen del poder político y económico. Y de los macanazos, los gases lacrimógenos y las balas, a veces de goma y a veces de plomo, de policías y soldados.
Hoy, como en aquellos años de inicua represión, el poder no escucha la voz dolida e indignada de los mejores hijos de la nación. Y además los apalea, los persigue, los difama, los calumnia, los encarcela. Y ante tanta cerrazón, sordera y maldad del poder, es necesario preguntarse qué induce a “nuestros” gobernantes a proceder de modo tan irracional.
¿Por qué se empecinan en llevar adelante una reforma educativa que de educativa sólo tiene el nombre y que es repudiada precisamente por los maestros que serían los encargados de ponerla en práctica?
¿Cuál es el propósito? ¿Privatizar la educación como privatizaron la telefonía, la siderurgia, la aviación, los puertos, los ferrocarriles, los bancos? Obviamente. El mercado educativo es grande, creciente y muy rentable. Millones de estudiantes que paguen colegiatura es el sueño dorado de los mercachifles disfrazados de empresarios educativos que ya lucran, aunque quieren más, con una bonita mercancía llamada proceso enseñanza-aprendizaje, de muy baja calidad pero de muy alto precio.
Contra ese avieso e hipócrita propósito se han alzado los maestros mexicanos. Y están dando lecciones de civismo y de patriotismo. Están enseñando, en la práctica, que los derechos no se mendigan y que debe lucharse por ellos. Y estas lecciones no son sólo para los 50 niños o jóvenes de cada grupo escolar. Son lecciones de dignidad, ética, congruencia y valor para toda la nación. Y para otras naciones, alrededor del mundo, que siguen de cerca y con simpatía la nueva insurrección cívica de un importante y lúcido sector del moderno proletariado mexicano.
Es probable, como ha ocurrido tantas y tantas veces a lo largo de la historia de las luchas sociales, que el poder político y el poder económico logren mediante el uso de la fuerza bruta vencer a la razón y a la cultura. Pero sería, como en 1958, en 1965, en 1968 y en 1987, una victoria pírrica, un fracaso mal disfrazado de triunfo. Y el anuncio de más y mayores conflictos sociales. Hasta que el Estado renuncie a su propósito privatizador de la educación, pues la educación pública, es decir, gratuita, es una conquista irreductible del pueblo mexicano. Y de todo pueblo civilizado.
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