La apoplegia de la izquierda brasileña

11/04/1999
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Desde que le cayó el muro de Berlín en la cabeza, la izquierda brasileña entró en un estado de apoplegia. Al abrir los ojos, luego del vendaval que barrió con el Este europeo, ella no vio más al socialismo real y se vio cercada por el flujo del capital por todos lados. En Brasil, la derecha dio un golpe maestro: sin candidato de peso luego del fracaso de la fórmula Collor, cooptó a un sociólogo, otrora considerado de izquierda por la izquierda mucho más que por la derecha. Gracias a la estabilidad del real, Brasil parecía el mejor de los mundos. El Banco Central con cofres llenos, la élite disfrutando del turismo internacional, los pobres sin corrosión inflacionaria en sus menguados salarios, contentos de poder planificar mejor el presupuesto doméstico y, de ganga, comprar barato pollo y dentadura. La clase media driblaba el sofoque crónico paraguaizando sus equipos domésticos y gastando menos en un viaje de Sao Paulo a Miami que de Sao Paulo a Maceió. La izquierda denunciaba la ilusión monetarista, la dilatación de los índices sociales, la sequía en el Nordeste, los engaños de las privatizaciones, pero la estabilidad del real permitió al bloque de la élite reelegir a Fernando Henrique Cardoso. De pronto, la virtualidad del real se deshizo como bola de jabón. Esperando el resultado electoral de octubre, el Banco Central, soporte electoral del presidente-candidato, quemó las reservas del país de modo que la nación tomara el incendio por fuegos artificiales. Asegurada la victoria en las urnas, la factura quedó expuesta: el gobierno federal hizo bajar por lo menos cerca de 45 mil millones, llevando en tropel las publicitadas ganancias obtenidas con la subasta de nuestro patrimonio público. La izquierda tuvo un momento de lucidez: despertó, señaló la desnudez del rey, articuló a los gobernadores electos por los partidos de oposición. Fernando Henrique Cardoso reaccionó rápido al invitar a Lula a una conversación privada, cambiar los presidentes del Banco Central y abrir enteramente el país para que el FMI promueva una limpieza en nuestras finanzas e inyecte recursos. Itamar Franco, que no es de la izquierda, sorprendió, al un frente y al otro, al decretar la moratoria en Minas. Los gobernadores electos por la oposición se aglutinaron y Brasil quedó a la par de la quiebra de los Estados, estrangulados por el ejecutivo federal. Por primera vez en cuatro años, el gobierno de Fernando Henrique Cardoso se sintió arrinconado. Sus cofres estaban vacíos, se rompería el supuesto pacto federal y, en especial, roería el consenso, orquestado por los medios, de que el Titanic llamado Brasil tenía en su comando a una tripulación competente y confiable. La carta de Porto Alegre sonó como voz disonante. El gobierno federal pasó a la ofensiva, promoviendo una campaña para ridiculizar al gobernador Itamar Franco, culpado hasta por la baja de la bolsa de Nueva York. Execró la credibilidad de los gobiernos estatales rebeldes frente a los acreedores internacionales y congeló las líneas de crédito para esos Estados. Y, para mostrar que hay gobernadores felices con los magros recursos de los que disponen, armo un escenario en San Luis do Maranhao para la sonriente foto de apoyo. Sin proyecto alternativo Como la izquierda y la oposición aún no tienen proyecto alternativo para Brasil -sino apenas propuestas electorales y programas administrativos-, la ofensiva federal surtió efecto, excepto en Minas. Se inició el juego de la semántica, los gobernadores electos por la oposición cambiaron de tono de voz y aceptaron ir a Planalto. Sólo Itamar Franco se mantuvo firme en defensa del pueblo minero. Expuesto al público, el gobernador de Minas pasó de timador a loco, las fotos de su infeliz incidente en el sambódromo fueron retiradas de los archivos, Fernando Henrique Cardoso lo comparó con Silveiro dos Reis. Aislado Itamar, sus pares batieron la retirada de la trinchera de la oposición para ser recibidos en la Granja do Torto por el comando de la situación. Una promesa aquí, un alago allá, una concesión acullá, y fue una oportunidad histórica perdida, la de viabilizar un camino alternativo, respaldado por la representatividad del colegio de gobernadores, hacia la nación. Entre la intransigencia de Itamar Franco y la intransigencia de proponer un "impeachment" para Fernando Henrique Cardoso, la izquierda ahora da la impresión de estar a remolque de una coyuntura monitoreada desde Planalto. El mandato de Fernando Henrique Cardoso es legítimo y querer abreviarlo es golpismo. Hay otra historia más, las fuerzas de la oposición permitieron el aislamiento del único gobernador que llevó a la práctica una tesis ardientemente defendida, en los últimos quince años, por todos los sectores de izquierda, e inclusive por las iglesias cristianas: la moratoria. Todo eso se explica porque la izquierda aún no formuló una alternativa al neoliberalismo, la oposición no tiene unidad, y los gobernadores de la oposición no tienen el coraje de promover una movilización política frente al boycot económico del poder central. Y todos no tienen siquiera el sentido común de reabrir, en este momento crucial, la discusión para llevar a Brasil hacia el parlamentarismo. De niño, jugaba a la silla musical. Había más competidores que sillas, cuando paraba la música todos tomaban asiento, los que quedaban de pie tenían que pagar una prenda. Gobernadores y partidos de oposición ya están mirando para ver quien se sentará en la silla presidencial en el 2003. Mientras el bloque dueño de la situación se mantiene articulado, la oposición corre el riesgo de presentarse con, por lo menos, dos candidatos: el del PT y el dúo Itamar-Brizola. ¿Dónde están los movimientos sociales, los estudiantes, las ONGs, las entidades representativas de la sociedad civil, los intelectuales y artistas de izquierda? Unas buenas clases de movilización con el MST les sentarían bien a todos. En cuanto se abandone esa política rastrera de estar pensando apenas en las elecciones del próximo año, como si el sufrimiento de la mayoría pudiera esperar. Es hora de presentar un proyecto alternativo para Brasil, cuyas políticas concuerden con el tamaño de la desigualdad social que averguenza a esta nación.
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