Rebeldía y esperanza

19/08/2004
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Centenares de muertos en Ykua Bolaños. Muchísimos quemados, en su piel, en sus pulmones o en su espíritu... Varias decenas de fallecidos en hospitales; unos cuantos suicidados; varios locos; multitud, miles, sufriendo crisis y traumas, que crecen en espiral... Todo ello se podría haber evitado. Sus causas no debieron de existir: Graves negligencias en la construcción del edificio, falta de control del Municipio -¿cuántas coimas se dieron?- y la crueldad extrema del cierre de puertas "para que nadie escapara sin pagar". El monstruo cruel del capitalismo de repente se quedó sin máscara, traicionado por sus propios principios: ¡el mercado está antes que la vida humana!. Ante la evidencia de esta monstruosidad, muchos buscan explicaciones calmantes o idiotizantes. Hay gente que se tapa los ojos con manos consumistas, ya deformadas por el monstruo. Otros se drogan con espiritualismos: se esconden bajo la carpa obscura de la resignación, en espera de que pase la tormenta. Bastantes lo arrojaron ya todo a la basura del olvido, dispuestos a entregarse de nuevo en los brazos del consumismo. Hasta intentaron echarle la culpa al terrorismo. Y serpentean, enroscándose en las puertas calcinadas, las chicanerías jurídicas... Pero el barrio de Trinidad, esencia de paraguayidad, con rabia exige verdad y justicia, al detectar que la pesada loza de la impunidad intenta aplastarlos... Desorientación, desesperación, angustia... pululan en todas las esquinas de nuestros barrios norteños. Los mensajes machacones de "resignación cristiana" exasperan aun más las preguntas angustiosas del "por qué" y el "para qué". Las llamaradas de rebeldía llegan hasta el mismo Dios. Al dolor de perder tan horriblemente a familiares y amigos, se suma el dolor de perder hasta la confianza en Dios. Así me lo han expresado, empapadas en lágrimas, diversas personas. Y lo más que les he podido ofrecer ha sido un abrazo largo, silencioso, mezclando nuestras lágrimas. Y en ese abrazo he sentido que el mismo Dios alargaba con fuerza sus brazos y mezclaba sus lágrimas con las nuestras. Sentía que Papá Dios nos susurraba al oído: también a mi Hijo me lo mataron cruelmente... Dios llora, impotente, ante tanto dolor, y se abraza a las víctimas, y grita con ellas, y se quema en ellas y muere dentro de ellas. Se encarna de nuevo en las víctimas, carne quemada, de nuevo crucificada. Pero Dios no se queda aplastado bajo el dolor. El que le dio nueva vida al crucificado, les da también nueva vida a los asfixiados y quemados de ahora. Cristo murió en ellos; Cristo resucita en ellos, otorgándoles la realización plena de sus vidas. En la cruz histórica de Jesús murieron las imágenes milagreras del Dios "todopoderoso". En el calvario de Ykua Bolaños se queman ahora multitud de creencias en dioses mágicos. Muchas de nuestras creencias, zarandeadas terriblemente, han caído al suelo hechas añicos. No vale la pena pegotear algunas de estas piezas destrozadas. Quizás no servían para nada. Puede ser que lo mejor sea fabricar un nuevo tipo de creencias, más al servicio de la vida y la dignidad humana. Esta masacre nos ayuda a crecer y madurar en nuestra fe en Dios y, por consiguiente, en nuestra solidaridad fraterna. Fe en el Dios de Jesús, que ha puesto la marcha de la historia en nuestras manos; y porque es amor y nos hace capaces de amar, respeta en serio nuestro libre albedrío. La libertad es condición básica para poder amar y servir con eficacia a todos: ¡maravillosa y terrible responsabilidad! Pero no creo en esos dioses paternalistas que meten la mano cada rato en nuestras libertades o prometen impedir las consecuencias nefastas de nuestras torpezas o nuestras maldades. Ni en el dios cruel que mata a nuestros seres queridos para mandarnos un mensaje... Yo creo en el Dios que es justicia y amor, creatividad, progreso digno para todos... Es presencia solidaria con los oprimidos y los muertos de la historia; presencia activa en todos los solidarios del mundo. Presencia plena, gratificante, para después de la historia. ¡Donde hay justicia, belleza, verdad, amor..., ahí está él, siempre y para siempre! Creo en el Dios hecho carne, carne quemada, resucitada... * José L. Caravias sj. Asunción
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