Costa Rica por abajo
03/08/2004
- Opinión
Los ngobe viven "desde siempre" en las montañas tropicales del
sur de lo que ahora es Costa Rica, pero su pueblo se extiende
desde Panamá. El camino a la comunidad ngobe de Abrojo Montezuma
se hace a pie la última hora. En la subida se ve la tremenda
diversidad de la selva tropical y en el horizonte se dibuja la
península de Osa. Desde la montaña, antes del mar azul se ve
otro mar que destaca por su extensión y uniformidad: una gran
mancha verde lisa, como una enorme herida en medio de los
cientos de matices y formas de la selva: monocultivo de palma
africana, otra de las cosechas con que la poderosa trasnacional
Standard Fruit despoja a Costa Rica. Los ngobe, partidos por la
frontera con Panamá y por los cercos que la trasnacional
bananera ha ido empujando, explican que su lucha principal es
recuperar el territorio.
Hace una década, cuando Costa Rica decidió reconocer que allí
hay indios -a veces aún negados hasta por el actual presidente-
estableció zonas de "reserva indígena", denominación que los
ngobe y demás pueblos indios de Costa Rica rechazan. La mayoría
de la tierra de las reservas pertenece a agricultores blancos y
compañías trasnacionales. Los ngobe no sabían lo que era la
"propiedad" de la tierra; para ellos el territorio que habitan,
y todos sus elementos, siempre han sido parte de su sustento,
responsabilidad y vida comunal. Cuando decidieron emprender el
camino legal para exigir al Estado la propiedad de sus
territorios ancestrales, el Estado contestó que como no tenían
cédula de identidad, no existían. Cuando algunos lograron pasar
la montaña de trámites para obtenerla, les entregaron cédula de
extranjeros, no de ciudadanos costarricenses.
No sólo las trasnacionales agrícolas cazan en sus territorios;
los ngobe (llamados guaymi por los españoles) fueron los
primeros seres humanos patentados: hace más de 10 años, el
gobierno de Estados Unidos patentó la línea celular de una mujer
ngobe de Panamá, al descubrir que tenía especial resistencia a
cierto tipo de leucemia. Gracias a la intervención de RAFI
(ahora llamado Grupo ETC), los ngobe lograron la cancelación de
la patente, pero su material genético nunca fue devuelto.
Materiales que ahora probablemente serán utilizados en los
nuevos institutos de genómica, "para bien de la humanidad".
Estando allí, uno siente como si la conquista hubiera sido ayer,
un rayo que no cesa, multiplicando sus formas de opresión. Los
ngobe siguen resistiendo, y aunque la lucha los ha endurecido,
mantienen la cadencia dulce de su cultura. Saben que comparten
su destino con muchos indios de la región y del mundo. Cerca de
allí nos encontramos a los boruca de Rey Curré. Reunidos en el
salón comunal, integrantes de la asociación MIEL (Mujeres
Indígenas con Espíritu de Lucha) relatan, junto a otros
comuneros, la desigual lucha que llevan contra un proyecto de
represa hidroeléctrica en sus territorios. Nunca los
consultaron, pero la ICE, compañía estatal de electricidad,
acordó con capitales canadienses establecer una megarrepresa que
inundará gran parte del territorio boruca, para exportar
electricidad a Centroamérica y hasta México (donde a su vez se
hacen planes de otras represas para exportar electricidad a
Estados Unidos). Cuentan los boruca que la agresión a su pueblo
avanzó dramáticamente cuando la carretera Interamericana dividió
las comunidades y por primera vez los obligó a hacer cercos en
sus tierras para que sus animales no fueran atropellados. Con la
carretera llegaron los negocios de comida rápida y las vías de
llevarse a los jóvenes como mano de obra barata en plantaciones
y maquilas. Entre muchas otras cosas que los comuneros han
reunido para defenderse del proyecto de represa, han hecho un
estudio de los sitios arqueológicos: en sólo 5 por ciento del
territorio a ser inundado encontraron más de mil sitios con
petroglifos y cerámicas precolombinas. Igual que los ngobe,
rendirse no está en su agenda.
Tampoco se rendirán los campesinos de Bambuzal, Sarapiquí, que
desde hace tres meses acampan en la Catedral Metropolitana de
San José. Como muchos otros que fueron expulsados de sus
tierras, en 2001, 122 familias campesinas ocuparon terrenos
fiscales, estableciendo sus casas y cultivos para sobrevivir.
Eran terrenos ahora baldíos, que años antes habían sido
acaparados por la Standard Fruit, pese a que no estaban entre
los miles de hectáreas que el gobierno les regaló en 1967. Por
décadas, la Standard Fruit explotó estas tierras fiscales. Los
campesinos, en cambio, fueron desalojados violentamente apenas
entraron, en 2001. Volvieron meses después y lograron quedarse.
En 2003, a pedido de la Standard Fruit, el Estado costarricence
envió cientos de efectivos policiales para desalojarlos, esta
vez con máquinas que devastaron sus casas y cultivos. En ambas
ocasiones hubo decenas heridos, y dos campesinos muertos: Randal
Muñoz en 2001 y Gerado Moya en 2003. El tribunal agrario dio la
razón a los campesinos, pero la trasnacional sigue contando con
el apoyo del gobierno y sus fuerzas policiacas.
Las historias podrían ser de Costa Rica o de muchos otros países
de América Latina. Las venas siguen abiertas y las heridas se
ensanchan con nuevos instrumentos como la biopiratería, la venta
de servicios ambientales, los nuevos cultivos para exportación.
Pero, claramente, también los caminos de la resistencia.
* Silvia Ribeiro es investigadora del Grupo ETC
https://www.alainet.org/es/active/6527
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