Las lecciones del 13 de junio de 1953
13/06/2013
- Opinión
No hay derecho. Seis décadas después del golpe de Estado del general Gustavo Rojas Pinilla, un editorial de El Tiempo sale a justificar su primer año de gobierno. El 9 de junio pasado esa columna que refleja la opinión de la casa, señala oronda que “sesenta años después, aquel 13 de junio de 1953, que habría podido ser una fecha fausta, se recuerda como el comienzo de un cuatrienio que registró aspectos muy positivos en el primer año, dejó obras de infraestructura, pero terminó convertido en melancólica dictadura”.
Previamente el editorialista se atreve a decir que “poco a poco (Rojas) se convirtió en rehén de una camarilla que lo convenció de que sería el segundo Bolívar. Creó una asamblea destinada a reelegirlo, marginó al Partido Liberal, cerró EL TIEMPO y El Espectador, reprimió cruentamente las protestas estudiantiles y asistió al auge de la corrupción. Así, el ‘salvador de la patria’ acabó convertido en tirano tropical”.
Pero si precisamente El Tiempo y toda la prensa liberal saludaron el asalto al poder del general aquel sábado 13 de junio por la noche con titulares que lo calificaron como el “segundo libertador”. Semejante declaración tardía suena a autocritica. Tal vez porque hoy el dueño absoluto del diario es el magnate Luis Carlos Sarmiento Ángulo y allí ya no queda ni recuerdo de los Santos que respaldaron el zarpazo de aquel entonces.
Un saludo non santo
Saludar el golpe militar contra el dictador Laureano Gómez como o lo hicieron las directivas del partido liberal, los diarios El Tiempo y El Espectador, y el ala ospinista del conservatismo, era ni más ni menos que apostarle a la continuidad antidemocrática que se iniciara tras la derrota liberal de 1946.
El general Rojas Pinilla, como alto comandante militar y luego como jefe del ejército, tenía gran responsabilidad en el clima de tropelías contra los liberales en los años de La Violencia que comenzaron en 1946 y que culminaron en el genocidio del gaitanismo. Y los jefes de estas agrupaciones y la prensa bien los sabían.
Cómo iban a olvidar, para citar un ejemplo, que Rojas estaba involucrado en la matanza de la casa liberal de Cali que tuvo lugar el sábado 22 de octubre de 1949 en horas de la noche. Policías y militares dispararon a mansalva contra los asistentes a una asamblea de ese partido en la oposición con un saldo de 12 muertos y 70 heridos. Rojas Pinilla era el comandante de la Tercera Brigada en Cali y esa noche festejaba su acenso como general.
Por ese entonces habían crecido en vastas regiones del país, en especial en los Llanos, las guerrillas liberales que se levantaban en defensa del derecho a la vida. En los comienzos de los cincuenta ya la Dirección Nacional Liberal, que en un principio les brindó su apoyo, las desautorizó abiertamente. El ex presidente liberal Alfonso López Pumarejo fue enfático en señalar que se trataba de “fascinerosos y bandidos” que no merecen el respaldo del partido.
El “golpe de opinión”, como calificó el destacado jefe liberal Darío Echandía la toma del poder por parte de Rojas, también contribuiría no solo a derrocar el régimen laureanista, (que ganó las elecciones en 1949 con la total abstención liberal) sino a ponerle freno a la insurrección de decenas de miles de campesinos armados que amenazaban a todo el establecimiento causante de la violencia política.
En efecto, el general golpista logró, ofreciendo una paz llena de promesas sociales, un armisticio con las guerrillas del Llano comandadas por Guadalupe Salcedo el 15 de septiembre, tres meses después de su movimiento de cuartel. Salcedo, ya en la vida civil, fue asesinado en una calle de Bogotá el 6 de junio de 1957 cuando gobernaba una Junta Militar que había derrocado al general Rojas.
Algunos antecedentes del golpe
La violencia política no partió tras el asesinato del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948. Una vez el partido liberal perdiera las elecciones presidenciales al dividirse entre Gaitán y Turbay lo que le dio el triunfo al cnservador Mariano Ospina Pérez, aunque el Congreso quedó en manos de la oposición, se desató el ajuste de cuentas en campos y ciudades. Por eso el sentido de de la Oración por la Paz de Gaitán aquel 28 de febrero de 1948 ante una Plaza de Boivar colmada de gentes del pueblo y que exigía se pusiera fin a la violencia oficial.
Después del asesinato del caudillo, el punto que marcó la apertura del terror oficial fue el 9 de noviembre de 1949. Ese día Ospina Pérez clausuró el Congreso de mayoría liberal.
El predominio hegemónico de un solo partido en el poder, con las cámaras legislativas cerradas y gobernando bajo el Estado de Sitio solo podía determinar un clima de violencia política que arreciaba a medida que comenzaba a organizarse la resistencia civil y después armada, de vastos sectores de la población campesina contra el estado de cosas.
El Congreso unipartidista de los conservadores, divididos en tres alas rivales, ospinista, alzatista y laureanista, esta última ahora en el mando tras la elección de Laureano Gómez como presidente, aprobó el acto legislativo por el cual se convocaba una Asamblea Nacional Constituyente para introducir reformas a la Carta.
La ANC, que debía reunirse el 15 de junio de 1953, lo hizo semanas más tarde pero ya bajo otro régimen, el del golpe del 13 de junio, en una continuidad del desbarajuste institucional entronizado por sus antecesores. Sería el nuevo escenario de las trifulcas del bipartidismo sectario ahora con presencia de dignatarios liberales y ospinoalzatistas que legislaban a favor de la dictadura militar de Rojas Pinilla.
Rojas Pinilla entra en escena
El llamado “golpe de opinión” del 13 de junio de 1953 pretendía frenar la crisis política que no había encontrado una salida institucionalizada en medio de las reyertas interpartidistas. Las Fuerzas Armadas, que venían siendo convocadas por los liberales y los sectores conservadores en pugna con el dominio laureanista, resolvieron asumir el mando de la Nación a sabiendas que iban a encontrar el respaldo de la ciudadanía, hastiada de violencia.
Toda la prensa, con excepción de los periódicos laureanistas y del partido comunista, saludaron el golpe de cuartel convencida que pronto se iría a restablecer “el imperio de la ley”. El conocido columnista Calibán escribió en El Tiempo: “El Teniente General Gustavo Rojas Pinilla posee cualidades de hombre providencial. Energía, audacia, talento, patriotismo, desinterés y rectitud”.
El establecimiento encontró con Rojas una fórmula que le permitiera cambiar el curso de los acontecimientos marcado por una creciente guerra civil que no solo perjudicaba sus negocios sino que podía, sabiendo de las reservas democráticas que existían en el país tras la insurrección del 9 de abril, llevarlo a la pérdida del control del país.
De ahí que la ofensiva de paz hacia las guerrillas liberales se convertía en la principal meta del nuevo gobierno que se sintonizaba con los intereses económicos de los grandes capitalistas más preocupados en ampliar el mercado y modernizar el país que proseguir una corriente inútil.
El gran patronato colaboró en una u otra forma con las fuerzas reaccionarias en la política de anulación de las libertades ciudadana. Le pareció en un principio preferible para sus intereses la dictadura al antiguo sistema republicano con sus instituciones parlamentarias y sus relativas garantías constitucionales. Cuando el gobierno de Rojas Pinilla fue cayendo en manos de los sectores más intolerantes, la gran burguesía negoció con ellos, ofreciendo su apoyo o su neutralidad política para obtener beneficios tributarios, por ejemplo.
Se acaba la luna de miel
Pero vendrían las contradicciones. Rojas decretó nuevos impuestos para sostener su creciente aparato burocrático-militar, mientras se reiniciaba un nuevo ciclo de la crisis cafetera, ausente en los primeros meses del gobierno que le dieron un buen margen de maniobra política y social a la dictadura. Rojas comenzó a chocar con el poder económico de los industriales sobre todo por la doble tributación que gravaba los ingresos por dividendos, de acciones y bonos, que en 1954 eran exentos. La ANDI reaccionó contra la medida tildándola de expropiatoria.
Las medidas fiscales que podrían aglutinar al pueblo alrededor de Rojas, pues se golpeaba a la burguesía, no tuvieron tal efecto pues al mismo tiempo la dictadura seguía el gasto desenfrenado, la compra de armamento, el despilfarro, continuaba la inflación y la violencia no cesaba con acciones de guerra arrasada como el tratamiento que recibían zonas agrarias enteras como el Cunday y Villarrica. Ofensiva que tendría como respuesta el nacimiento de las guerrillas de Manuel Marulanda por esas regiones del Tolima.
Ya el 8 y 9 de junio de 1954, al cumplir un año en el poder, Rojas se manchó para siempre con la matanza de estudiantes en pleno centro de Bogotá. Todo el establecimiento y los dos partidos políticos le brindaron su respaldo repitiendo la consigna oficial de que la acción fue provocada por el comunismo internacional.
Rojas caería el 10 de mayo de 1957 tras recias acciones de calle y un paro cívico convocado por los grandes industriales y comerciantes. Vendría luego el Frente Nacional, ese pacto de los dos partidos que borraron de tajo toda la violencia que causaron perdonándose mutuamente escondiendo debajo del tapete el horror de La Violencia con sus trescientos mil muertos. No hubo un solo juicio, no hubo un solo preso. Una lección que deben recordar ahora que se quiere llevar a la cárcel a quienes se atrevan a firmar un armisticio de paz.
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