Ayo Ayo: El alcalde corrupto fue asesinado
19/06/2004
- Opinión
Benjamín Altamirano terminó de almorzar y, con sus amigos,
caminó algunas cuadras hasta su oficina. Nunca llegó allí.
Fue interceptado por varios hombres que, a golpes, lo
metieron en un vehículo que partió con rumbo desconocido.
Sólo a la mañana siguiente se conoció que había sido
asesinado e, incluso, se intentó incinerar su cadáver.
La macabra forma de cobrar cuentas a un alcalde que se
resistía a responder por los gastos poco transparentes de
su gestión, es sólo la punta de un problema de grandes
dimensiones que puede cobrar nuevas víctimas, si no se
encara una solución de fondo.
El delito
Altamirano fue secuestrado aquí, en La Paz, donde seguía
manejando los asuntos del municipio de Ayo Ayo que, en su
oportunidad, lo eligió alcalde. Los abusos de poder
llegaron a ser tan evidentes que, el Concejo municipal lo
destituyó. Pero, las autoridades no respaldaron esa
decisión local y Altamirano siguió manejando los asuntos de
la alcaldía... ¡desde La Paz!
En Ayo Ayo, como en muchísimas poblaciones del país, no hay
una fuerza policial suficiente. Un par de gendarmes, una
habitación convertida en oficina y a veces en carceleta, es
todo lo que puede encontrarse. La tarde en que llegaron
allí Altamirano y sus secuestradores, los gendarmes
supieron que, una vez más, no podrían hacer nada. Es más:
en La Paz, un fiscal recibió la denuncia de los familiares
de Altamirano, pero se negó a ir, aduciendo problemas de
seguridad personal.
Ahora está haciéndose la investigación y hasta se halla
detenido un sospechoso. Sin embargo, los culpables del
asesinato, han logrado el respaldo, o al menos el silencio,
de los 2000 habitantes de la población. Hábilmente, han
proclamado que esa muerte es una forma de justicia
comunitaria. Autoridades comunitarias y entendidos en la
materia, desmienten tal extremo: la justicia comunitaria
castiga, pero no mata.
Las causas
En el fondo de esta problemática se halla un fermento de
corrupción que parece contaminar todas las actividades del
país. El ex presidente Sánchez de Lozada, haciendo gala de
su humor negro, dijo: antes, para ser corrupto, había que
estar en La Paz; ahora, se puede ser corrupto en todos los
municipios.
Hasta hace poco, las capitales de departamento y algún
municipio de ciudades intermedias contaban con presupuesto
para sus actividades; el resto de los municipios carecía de
recaudaciones y no recibía ningún apoyo del gobierno
central. La aplicación de la Ley de Participación Popular y
los programas HPIC I y II, llevaron fondos a las alcaldías.
Pese a que los papeles señalaban las exigencias de
Programas Operativos que justificaran los gastos, la
corrupción que marcó a los gobiernos neoliberales, desde
1985, se constituyó en la forma de ganar adeptos
partidarios y de mantener a los ya conquistados. En La Paz,
sede del gobierno central, en la década anterior, hubo una
seguidilla de alcaldes corruptos, que cumplieron cárcel
preventiva, aunque no han sido definitivamente sancionados.
En provincias, las denuncias de corrupción son constantes.
Los partidos del modelo neoliberal respaldan a sus secuaces
y, por regla general, el delito queda impune. Las
soluciones son particularmente difíciles, porque los bandos
que se forman en cada municipio, reclaman una solución a
partir de su propia percepción; de modo que, cualquiera sea
la decisión de las autoridades, habrá un bando que
reclamará, acusando a éstas de parcialidad.
Por cierto, la falta de precisiones claras en la ley, la
lentitud con que se buscan soluciones y, en más de una
ocasión, la inequidad, contribuyen a que los problemas se
agudicen.
Con decisión
En tanto subsistan estas causas, los problemas de los
municipios persistirán. En diciembre próximo, hay
elecciones municipales. La realidad actual preanuncia
cambios sustanciales en la composición de los concejos
municipales. Sin embargo, habrá que trabajar con agilidad
para sentar las bases de solución de estos temas.
Por supuesto, el crimen cometido no puede ocultarse tras la
justicia comunitaria. Hay que castigarlo severamente. Pero,
la solución de fondo radica en una recuperación de la
legitimidad de los gobiernos, en el nivel nacional, en el
departamental y en el municipal.
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