Acostumbrados a la impunidad
20/02/2004
- Opinión
Que un anciano desee tener una fiesta de cumpleaños en sus 80 años no es
novedad para nadie. Pero que lo haga Guillermo Suárez Mason, uno de los
represores más temidos de la dictadura argentina que está bajo arresto
domiciliario, es un escándalo, con el agravante de que existen indicios
ciertos de que fue "ayudado" a salir de su casa hacia el club de fútbol
donde supuestamente se realizó el festejo con la ayuda de un diplomático
extranjero. El amigo resultó ser el embajador de Ecuador en Argentina,
Germánico Molina Alulema. La rápida dimisión de este diplomático, que se
concertó entre la cancillería argentina y su par ecuatoriana, impidió que se
dañaran las relaciones entre ambos países. La denuncia anónima del hecho
había llegado a la cancillería y también a las Madres de Plaza de Mayo.
Hebe de Bonafini, presidenta de la entidad, comunicó la novedad a los
medios.
El ex general Guillermo Suárez Mason fue jefe del I Cuerpo de Ejército
durante la última dictadura militar argentina, entre 1976 y 1979. Bajo su
jurisdicción funcionaron campos de concentración de opositores políticos a
la dictadura, en los que existían torturas y otros tratos inhumanos a los
prisioneros. También se practicaron la desaparición forzada de personas,
los fusilamientos disfrazados de enfrentamientos con las fuerzas de
seguridad, los allanamientos ilegales de viviendas con el requisamiento de
bienes de los opositores y el robo de bebés.
No por nada al retornar la democracia en 1983, Suárez Mason abandonó el país
con el objetivo de permanecer en el exterior sin ser identificado y evitar
el juicio a los jefes militares que habían violado los derechos humanos
durante la dictadura. INTERPOL lo arrestó en San Francisco, Estados Unidos,
en 1987, y un año después fue traído al país donde fue juzgado por 635
delitos de lesa humanidad. Su detención duró escasos 2 años porque se vio
beneficiado por el indulto que el ex presidente Carlos Menem otorgó a la
cúpula militar de la dictadura y a otros militares violadores de los
derechos humanos en diciembre de 1990.
La ideología de extrema derecha de Suárez Mason le jugó una mala pasada en
1996, cuando expresó sentimientos antisemitas en un reportaje. La principal
organización judía del país decidió denunciarlo por violación a la ley
antidiscriminación. Fue condenado a tres años y seis meses de prisión
efectiva en 2003. Pero para ese entonces ya cumplía arresto por la causa
del robo de bebés. En 1999 fue acusado de ser parte de un plan sistemático
de apropiación de recién nacidos en los campos clandestinos donde se detenía
a los opositores a la dictadura.
Por su activa participación en la represión, Suárez Mason tiene pedidos de
extradición de España, Italia y Alemania por la desaparición y/o asesinato
de ciudadanos de esos países. En Roma fue sentenciado en ausencia a prisión
perpetua en 2000.
Si bien la "escapada" de Suárez Mason para celebrar su cumpleaños fue
noticia de tapa de todos los diarios, no sorprendió demasiado a los
argentinos. La población está acostumbrada a que, cada tanto, se denuncie
que los jefes militares que están bajo arresto domiciliario por ser mayores
de 70 años, acogiéndose a un beneficio de la legislación para detenidos
mayores de esa edad, violan la disposición y salen de sus casas en secreto.
Los organismos de derechos humanos han reclamado innumerables veces que los
militares que violaron los derechos humanos deben cumplir su detención en
una cárcel y no en sus cómodas viviendas, sin importar su edad.
En esta oportunidad, la justicia no se hizo esperar y los fiscales a cargo
del caso dictaminaron en pocas horas que Suárez Mason volviera a prisión,
esta vez a una cárcel federal en las afueras de la ciudad de Buenos Aires a
cargo del Servicio Penitenciario, con capacidad para 1500 presos. Fue
alojado solo, en una celda de alta seguridad. El director de la cárcel se
encargó de señalar que en esa institución nadie tiene privilegios.
Educar para los derechos humanos
La sociedad argentina, a casi treinta años del último golpe militar,
continúa enfrentando las consecuencias de la impunidad lograda por los
violadores a los derechos humanos gracias a varias leyes que los
privilegian, como las de Punto Final (1986) y "Obediencia Debida", que
frenaron los juicios y demandas, y el indulto presidencial de 1990. Esta
impunidad ha permitido que los responsables de crímenes atroces continúen
transitando por las calles como ciudadanos comunes y los que se supone que
están presos, transgredan cada tanto su detención.
Pero también, ha creado una suerte de coraza protectora para los miembros de
las fuerzas de seguridad que continúan atropellando los derechos ciudadanos.
En los últimos años, la justicia ha sido más dura con las fuerzas
policiales involucradas en torturas y castigos a los detenidos o que aplican
lo que aquí se conoce como "gatillo fácil", cuando los uniformados tiran a
matar por mera sospecha, brutalidad o reacción desmedida. A esto hay que
agregar que, lamentablemente, también hay policías que se involucran en
delitos comunes y hacen uso de sus armas para robar y cometer atropellos.
Se creen resguardados por el uniforme y confían en que sus compañeros no los
denunciarán ni investigarán.
Como parte de las medidas para prevenir estas conductas por parte de los
policías y luchar contra la impunidad, la Policía Federal con el apoyo del
Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, comenzó un ciclo en el cual
familiares de víctimas de la violencia policial hablan a los cadetes en
clases abiertas donde exponen sus casos. En la primera reunión de este
tipo, tres madres de jóvenes que fueron asesinados por la policía o en
circunstancias en la cual la fuerza encubrió los crímenes, hablaron ante los
cadetes. Sus relatos fueron muy emotivos y en ellos reclamaron a los
futuros policías que "piensen muy bien antes de usar el arma. No maten a
nuestros hijos".
No es sencillo educar para los derechos humanos a fuerzas de seguridad que
han estado tantas décadas amparadas por la impunidad. Exige mucha fuerza y
valentía por parte de la ciudadanía para denunciar y exigir sus derechos y
también de las autoridades que la representan para rechazar componendas y
encubrimientos y trabajar por políticas públicas en las que la población se
sienta protegida por sus fuerzas de seguridad y no amenazada por ellas.
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