Un café con mi Presi
10/03/2013
- Opinión
Mil veces me imaginé tomando un café contigo, en un patio con loros, en tacita de peltre. Conversábamos largo y tendido y yo casi no te dejaba hablar. Tú tan conversador y yo bla, bla, bla, sin dejarte decir ni ñe.
Las veces que te tuve cerca no atiné sino a tartamudear un saludo ahogado de amor y de risas. No había patio con loros, ni tiempo, y yo con tanto que decirte…
Decirte que, culpechávez, mi vida de mamá clase media dio un vuelco. Una rebelión contra aquella plenitud vacía rodeada de muros con derecho de admisión que me hizo salir y empezar a reconocer al otro, y sentirme tantas veces pequeña y necia, ahogándome en el superficial vaso de agua de preocupaciones cotidianas de quien no tiene verdaderas urgencias. Golpeó mi cabeza de colegios caros la certeza de que no yo sabía un carajo, mi Presi, y tú me enseñaste tanto.
Me enseñaste, a fuerza de verdades, a cuestionarme todo. Jurungué y me encontré una maraña de prejuicios y nociones bobas, anestésicas. Entonces entendí que resignarse a la injusticia es el mayor pecado de todos. Que conmoverse no basta. Que la caridad que solo da lo que le sobra no es más soberbia. Y yo que me creía una mujer buena, que no hacía daño a nadie, descubrí que no basta no hacer daño.
Me enseñaste, mi Presi, a ser humilde. Me mostraste la belleza en lo sencillo. Conocí contigo la sabiduría de quienes no nacieron con la vida lava y listo. Terminé en compañía de amigos improbables y entrañables: el taxista, el conserje, el motorizado cara de bichito, que me dan lecciones de todo.
Me borraste esa amarga sensación clase media de ser una extrajera en mi tierra. Ese es quizá el más inmenso y vergonzoso descubrimiento de mi vida: saberme pueblo, saberme igual a Joel, el conserje, mi compadre. Vergonzoso porque me pesa tanta arrogancia pasada, inmenso porque me dio identidad y sentido de pertenencia.
Entonces queriendo a mi gente descubriéndome en ellos, supe del verdadero amor por mi Patria, antes rosadito, simplón, limitado a la geografía, me iría demasiado, pero extrañaría tanto la playita . Aquí entre nos, mi Presi, yo era un poco la Kiki y, mírame tú, ahora “yo soy Chávez”.
Tomando café te escribo lo que te iba a decir tomando un café contigo: gracias, mi Presi, eternamente gracias.
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