Viva Chávez
Sobre el Legado de Hugo Chávez
10/03/2013
- Opinión
Conocí a Hugo Chávez en Nueva York en septiembre de 2006, justo después de su famoso discurso ante la Asamblea General de la ONU, donde llamó a George W. Bush, “el Diablo”. "Ayer el Diablo vino aquí", dijo, "Justo aquí. Aquí mismo. Y huele a azufre todavía hoy, en esta mesa ante la que ahora estoy de pie". Se hizo la señal de la cruz, se besó la mano, hizo un guiño al público y miró hacia el cielo. Fue del más puro estilo Chávez, un comentario insolente manejado con el toque justo de detalle (azufre persistente) para ser algo más que ampulosidad, cortar el sopor diplomático y atraer el fuego lejos de Irán, que estaba en la mira de esa reunión.
La prensa, por supuesto, se indignó altamente. No sólo por la obvia razón de que una cosa es que los opositores del Oriente Medio llamen a los EE.UU. el Gran Satán y otra cosa es que un presidente latinoamericano señale personalmente a su presidente como Belcebú, y nada menos que en territorio de EE.UU.
Lo que realmente molestó fue que Chávez reclamase un privilegio que había pertenecido por largo tiempo a los EE.UU., es decir, el derecho a pintar sus adversarios no como actores racionales, sino como un mal existencial. Los populistas latinoamericanos, desde Juan Perón en Argentina hasta Chávez, el caso más reciente, han servido durante mucho tiempo como personajes de una historia en que EE.UU. habla de sí mismo, afirmando la madurez de su electorado y la moderación de su cultura política.
En Venezuela hay, cuanto más, once presos políticos, y eso asumiendo la amplia definición que hace la oposición del término, porque incluye a las personas que trabajaban para derrocar al gobierno en 2002. Sin embargo, no es sólo la derecha de este país (EE UU) quien regularmente compara a Chávez con los peores asesinos en masa y dictadores de la historia. El crítico del New Yorker, Alex Ross, en un ensayo publicado hace unos años en que celebraba al jóven conductor prodigio venezolano de la Filarmónica de Los Ángeles, Gustavo Dudamel, le preocupó eso de gozar los frutos y alabar ese sistema de educación musical financiado por el gobierno de Venezuela y añadió: "Stalin, también, era un gran creyente en la música para el pueblo."
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Hugo Chávez fue el segundo de siete hijos; nació en 1954, en la aldea rural de Sabaneta, del estado sabanero de Barinas, en una familia de raza mixta europea, indígena y afro-venezolana. En su excelente biografía Hugo! Bart Jones capta muy bien la improbable elevación de Chávez desde una pobreza con piso de tierra -fue enviado a vivir con su abuela porque sus padres no podían alimentar a sus hijos- a través de las fuerzas armadas, donde se involucró en políticas de izquierda, que en Venezuela significa una mezcla de socialismo internacional y la larga historia del nacionalismo revolucionario en América Latina. Se inspiró en figuras famosas como Simón Bolívar y en insurgentes menos conocidos, como el líder campesino del siglo XIX Ezequiel Zamora, en cuyo ejército sirvió el tátara-abuelo de Chávez. Nació unos días después de que la CIA derrocó al Presidente reformista guatemalteco Jacobo Arbenz. Era apenas un joven cadete militar de diecinueve años, en septiembre de 1973, cuando oyó a Fidel Castro en la radio anunciando un nuevo golpe de Estado apoyado por la CIA, esta vez el derrocamiento de Salvador Allende en Chile.
Inundada de riqueza petrolera, Venezuela durante el siglo XX tuvo su propio tipo de excepcionalismo, evitando los extremos de la izquierda radical y del anticomunismo homicida de derecha que prevaleció en muchos de sus vecinos. En cierto modo, el país se convirtió en la anti-Cuba. En 1958, las elites políticas negociaron un pacto que mantuvo las apariencias de la democracia durante cuatro décadas, con dos partidos indistinguibles ideológicamente que se intercambiaban la presidencia de ida y vuelta (¿suena familiar?). Mientras el Departamento de Estado y sus aliados políticos e intelectuales aislaban y condenaban a La Habana, celebraban a Caracas como punto final del desarrollo. Samuel Huntington elogió a Venezuela como un ejemplo de "democratización exitosa", mientras que otro politólogo, en la década de 1980, escribió que representaba “el único camino hacia un futuro democrático para las sociedades en desarrollo... un caso para libro de texto del progreso paso a paso. "
Ahora sabemos que sus instituciones se estaban pudriendo desde adentro hacia afuera. Cualquiera de los pecados de los que se acusa a Chávez –gobernar sin rendición de cuentas, marginar a la oposición, nombrar a partidarios suyos en el poder judicial, dominar y corromper los sindicatos, las organizaciones profesionales y la sociedad civil, usar los ingresos del petróleo para clientelismo– todo eso floreció en un sistema que los EE.UU. celebró como ejemplar.
Los precios del petróleo empezaron a caer a mediados de 1980. Para entonces la población urbana de Venezuela había crecido fuera de proporción, con 16 millones de sus 19 millones de ciudadanos viviendo en las ciudades, más de la mitad por debajo de la línea de la pobreza y muchos en la pobreza extrema. En Caracas, los pobres vivían en concentraciones inflamables alejados de los servicios municipales -tales como saneamiento y agua potable- y por lo tanto fuera del control de los partidos y el clientelismo. La chispa se produjo en febrero de 1989, cuando un presidente recién inaugurado, que había hablado contra el FMI dijo no tener otra opción que someterse a sus dictados. Anunció planes para suprimir subvenciones a los alimentos y el combustible, aumentar el precio del gas, privatizar industrias estatales y reducir gastos en salud y educación.
Durante tres días, los disturbios y saqueos se extendieron por la capital. Fue un hecho que marcó el fin del excepcionalismo venezolano y el comienzo en el hemisferio de una oposición cada vez más focalizada al neoliberalismo. Los partidos establecidos, sindicatos e instituciones gubernamentales se revelaron totalmente incapaces de restaurar la legitimidad en esos tiempos austeros, por su compromiso de defender una estructura de clases profundamente desigual.
Chávez emergió de esas ruinas, primero con un golpe de estado fallido en 1992, lo que le costó la cárcel, pero lo convirtió en héroe popular. Luego, en 1998, cuando, como candidato presidencial, ganó con el 56 por ciento de los votos. Asumió el cargo en 1999, comprometido con un amplio pero todavía vago programa anti-austeridad; era un reformador suave, que citaba a John Kenneth Galbraith y que al principio no tenía poder para reformar nada. La estima en que la mayoría de los venezolanos -muchos de ellos de piel oscura- tenía a Chávez, era igual a la rabia que él provocaba entre las elites políticas y económicas, mayoritariamente blancas.
Sin embargo, al programa maximalista de la oposición -un golpe de estado respaldado por EE UU, una huelga petrolera que destruyó la economía del país, un plebiscito para su destitución y una campaña de los medios oligárquicos que haría que Fox News pareciera la PBS[i]- le salió el tiro por la culata. En 2005, Chávez había capeado el temporal y tenía el control del petróleo, lo que le permitió embarcarse en un ambicioso programa de transformación nacional e internacional: un gasto social masivo en el país y el "equilibrio multipolar " en el extranjero, algo derivado de lo que Bolívar una vez llamó "equilibrio universal", un esfuerzo para romper el monopolio histórico del poder en América Latina que ejerce EE UU y forzar a Washington a competir por influencia.
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Durante los últimos catorce años, Chávez presentó a sí mismo y a su agenda en catorce consultas electorales nacionales. Ganó trece veces por amplio margen, en elecciones que, a juicio de Jimmy Carter, son "las mejores del mundo" entre las 92 elecciones que ha monitoreado. (Resulta que no es tan difícil tener elecciones transparentes: el elector en Venezuela emite su voto en una almohadilla táctil, que imprime un recibo donde puede comprobarlo y que luego lo deposita en una caja. Al final del día, se hace una selección aleatoria de centros de votación y se les hace unas "auditorías en caliente", para constatar que los recuentos electrónicos y en papel coincidan). Se dice que ese procedimiento con las urnas no es democrático, que Chávez dispensa patrocinio y que su dominio de los medios de comunicación le da una ventaja injusta. Pero después de la última votación presidencial -que Chávez ganó con el mismo porcentaje que en su primera elección, pero con un electorado que ha crecido mucho– hasta sus opositores han admitido, con desesperación, que la mayoría de los venezolanos, cuando no es que adora, por lo menos quiere al hombre
Soy lo que llaman un tonto útil cuando se trata de Hugo Chávez, aunque sólo sea porque las organizaciones sociales de base que me parecen dignas de apoyo en Venezuela han continuado a darle apoyo hasta el final. Mi percepción impresionista es que este apoyo se divide como a la mitad, entre votantes que piensan que sus vidas y la de sus familias están mejores desde que Chávez expandió masivamente los servicios estatales, como el cuidado de la salud y la educación, a pesar de los problemas reales de la delincuencia, la corrupción, la escasez y la inflación.
La otra mitad de la mayoría electoral de Chávez está compuesto por ciudadanos organizados que participan en una u otra de las muchas organizaciones de base del país. La base social de Chávez es diversa y heterodoxa, lo que científicos sociales en la década de 1990 bautizaron como "nuevos movimientos sociales", distintos de los sindicatos establecidos y las organizaciones campesinas vinculadas verticalmente -y subordinadas- a partidos políticos o a líderes populistas: juntas de vecinos, urbanas y colonos rurales, feministas, organizaciones de derechos de los homosexuales y lesbianas, activistas de la justicia económica, coaliciones ambientales, sindicatos disidentes y cosas similares. Son estas organizaciones, en Venezuela y en otras partes de la región, las que hicieron en los últimos decenios un trabajo heroico para democratizar la sociedad, mostraron vías para sobrevivir el extremismo neoliberal y luchar contra nuevas depredaciones, convirtiendo a la América Latina en uno de los últimos bastiones mundiales de la Ilustración de izquierda.
Los detractores de Chávez ven a ese sector movilizado de la población, en modo parecido a como Mitt Romney veía el 47 por ciento del electorado de EE.UU.: no como ciudadanos sino como parásitos, gorrones chupando la teta de la renta petrolera. Aquellos que aceptan que Chávez gozó de apoyo mayoritario menosprecian ese apoyo como un embeleso emocional. Los votantes, escribió un crítico, ven su propia vulnerabilidad en su líder y entran en trance. Otro habló del "realismo mágico" que Chávez ejerce sobre sus seguidores.
Una anécdota por sí sola debería ser suficiente para dar un mentís a la idea de que los pobres venezolanos votaron por Chávez fascinados por las chucherías que balanceaba ante sus ojos. Durante la campaña presidencial de 2006, la promesa básica del oponente de Chávez era dar a 3'000.000 de venezolanos pobres una tarjeta de crédito color negro (negro como el petróleo), con la que podrían retirar hasta $ 450 en efectivo al mes. Eso habría drenado más de $ 16 mil millones de dólares al año del tesoro nacional (es populismo neoliberal: dar a los pobres lo suficiente para quebrar el gobierno y forzar a desfinanciar los servicios). Durante años, los académicos de EE UU. han gastado mucho aliento teórico sobre el miasma que la riqueza petrolera crea en países como Venezuela, que sume a los ciudadanos en un estado de ensueño que los hace espectadores pasivos. Pero en esa elección por lo menos, los venezolanos lograron ver a través de la niebla. Chávez ganó con más del 62 por ciento de los votos.
Dejemos de lado por un momento la cuestión de si los programas a asistencia social del chavismo perdurarán ahora que Chávez se ha ido y apartemos la esperanza izquierdista de que emerja del activismo de base una manera nueva y sostenible de organizar la sociedad. La democracia participativa que se llevó a cabo en los barrios, en los lugares de trabajo y en el campo durante catorce años tiene un valor en sí misma, incluso si no conduce a un mundo mejor.
Ha habido una gran labor realizada sobre el terreno por estudiosos como Alejandro Velasco, Fernandes Sujatha, Schiller Naomi y George Ciccariello-Maher sobre esos movimientos sociales. En su conjunto, llegan a la conclusión de que Venezuela puede que sea el país más democrático en el Hemisferio Occidental. Un estudio encontró que los chavistas organizados siguen "conceptos liberales de la democracia y sostienen normas pluralistas", creen en métodos pacíficos de resolución de conflictos y trabajan para que sus organizaciones funcionen con altos niveles de democracia "horizontal o no jerárquica". Lo que científicos políticos critican como hiper-dependencia en un hombre fuerte, los activistas venezolanos lo entienden como apoyo mutuo, así como tienen una aguda conciencia de los límites y las deficiencias de ese apoyo.
Con los años, este o aquel izquierdista se ha declarado "desilusionado" con Chávez, señalando alguna referencia sacada de la teoría o la historia, para luego dictaminar que el líder venezolano se quedó corto. Él es un bonapartista, escribió uno. No es ningún Allende, suspira otro. Parafraseando al radical republicano Thaddeus Stevens en Lincoln, nada sorprende a los críticos y por lo tanto nunca son sorprendentes. Pero en realidad sí hay cosas sorprendentes en el chavismo en relación a la historia de América Latina.
En primer lugar, los militares en América Latina son mejor conocidos como sádicos homicidas de derecha, muchos de ellos entrenados por los EE.UU., en lugares como la Escuela de las Américas. Pero las fuerzas armadas de la región en ocasiones han generado antiimperialistas y nacionalistas económicos. En este sentido, Chávez es similar al Perón de Argentina, así como al coronel Arbenz de Guatemala, a Omar Torrijos de Panamá, y en Perú al General Juan Francisco Velasco, quien como presidente, entre 1968 y 1975, alió a Lima con Moscú. Pero cuando no eran sacados de su oficina (Arbenz) o asesinados (Torrijos?), estos militares populistas inevitablemente viraban rápidamente hacia la derecha. A los pocos años de su elección de 1946, Perón tomó medidas enérgicas contra los sindicatos y llegó al extremo de aprobar el derrocamiento de Arbenz en 1954. En Perú, la fase radical de gobierno militar duró siete años. Chávez, en cambio, estuvo al mando catorce años, y nunca se desvió ni reprimió su base.
En segundo lugar, y relacionado con lo anterior, desde hace décadas los científicos sociales nos dicen que el tipo de régimen movilizado que Venezuela representa está cebado para la violencia, que esos gobiernos sólo pueden mantener la energía a través de la represión interna o la guerra exterior. Pero después de años de apodar a la oligarquía como traidores escuálidos, Venezuela tiene una notable escasez de represión política -sin duda menos que la Nicaragua de los años 80 con los sandinistas o Cuba, por no mencionar a Estados Unidos-.
La riqueza petrolera tiene mucho que ver con esta excepción, como sucedió con esa democracia elitesca, de arriba hacia abajo, que existía antes de Chávez. Pero, ¿qué importa? Chávez ha hecho justo lo que se supone que los actores racionales del orden interestatal neoliberal deben hacer: aprovechó las ventajas comparativas de Venezuela no sólo para financiar a organizaciones sociales, sino para darles poder y una libertad sin precedentes.
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Chávez era un hombre fuerte. Metió gente en los tribunales, acosó los medios corporativos, legisló por decreto y prácticamente acabó con cualquier sistema eficaz de controles o equilibrios institucionales. Pero voy a ser perverso y argumentar que el mayor problema que enfrentó Venezuela durante su gobierno no fue que Chávez fuese autoritario, fue que no fue lo suficientemente autoritario. El problema no fue demasiado control sino más bien, muy poco.
El chavismo llegó al poder a través del voto y tras el colapso casi total del anterior régimen existente en Venezuela. Gozó de una abrumadora hegemonía retórica y electoral, pero no de hegemonía administrativa. Como tal, tuvo que hacer importantes concesiones a los bloques de poder existentes en el ejército, la burocracia civil y educativa, e incluso a la élite política de salida, todos ellos reacios a renunciar a sus privilegios y placeres ilícitos. Tomo cerca de cinco años para que el gobierno de Chávez tuviese el control de los ingresos petroleros, y sólo después de una lucha prolongada que casi arruinó al país.
Una vez que se tuvo acceso al dinero, se optó por no combatir esos focos de corrupción y poder, sino simplemente financiar instituciones paralelas, como las misiones sociales, de las cuales aquellas relacionadas con el cuidado de la salud, la educación y otros servicios sociales son las más famosas. Esto era a la vez una bendición y una maldición, una fuente de fuerza y de debilidad del chavismo.
Antes de Chávez, la competencia por el poder del gobierno y los recursos se libró en gran parte dentro de los límites muy estrechos de dos partidos políticos de elite. Después de la elección de Chávez, las maniobras políticas se llevaron a cabo dentro del "chavismo". En lugar de instalar una dictadura de partido único y una burocracia estatal intervencionista que controlase la vida de las personas, el chavismo ha sido muy abierto y caótico. Es mucho más inclusivo que el viejo duopolio y está integrado por al menos cinco corrientes distintas: la nueva clase política bolivariana, los anteriores partidos de izquierda, las elites económicas, los intereses militares y los movimientos sociales antes mencionados. El dinero del petróleo dio a Chávez el lujo de actuar como árbitro en la competencia entre estas tendencias, permitiendo a cada uno buscar sus intereses (a veces, sin duda, sus intereses ilícitos) y aplazar confrontaciones.
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El punto más alto de la agenda internacional de Chávez fue su relación con el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, el líder latinoamericano que los fabricantes estadounidenses de política exterior y de opinión trataron de pintar como lo opuesto de Chávez. Cuando Chávez era arriesgado, Lula era moderado. Cuando Chávez era confrontativo, Lula era pragmático. El propio Lula nunca compró este disparate, saliendo siempre en defensa de Chávez y ratificando su elección.
Durante algo más de ocho años, trabajaron una especie de rutina de Laurel y Hardy; Chávez actuaba de bufón y Lula de hombre serio. Pero cada uno dependía del otro y cada cual era consciente de esa dependencia. Chávez hizo hincapié en la importancia de la elección de Lula a finales de 2002, sólo meses después del fallido golpe de Estado de abril, lo que le dio su primer aliado de importancia en una región dominada aún por los neoliberales. Del mismo modo, el Chávez confrontativo hacía que el reformismo de Lula fuese más agradable al paladar. Los documentos de Wikileaks revelan la habilidad con que los diplomáticos de Lula rechazaron, suave pero firmemente, la presión de la administración Bush para aislar a Venezuela.
Este doble acto estuvo en plena exhibición en noviembre de 2005, durante la Cumbre de las Américas en Argentina. EE.UU. abrigaba la esperanza de consolidar sus profundos e injustos beneficios económicos con un acuerdo de libre comercio hemisférico. En la sala de reuniones, Lula sermoneó a Bush sobre la hipocresía de proteger a la agricultura empresarial con subsidios y aranceles mientras empujaba a la América Latina para que abriese sus mercados. Mientras tanto, en la calle, Chávez encabezó a 40.000 seguidores prometiendo "enterrar" el acuerdo de libre comercio. El tratado fue descarrilado por cierto, y en los años que siguieron, Venezuela y Brasil, junto con otras naciones de América Latina, han presidido una notable transformación en las relaciones hemisféricas, que están más cerca que nunca de lograr aquel "equilibrio universal" de Bolívar.
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Conocí a Chávez en 2006, después de su polémica aparición en la ONU. Fue en un pequeño almuerzo en el consulado venezolano. Danny Glover estaba allí, y él y Chávez hablaban de la posibilidad de producir una película sobre la vida de Toussaint L'Ouverture, el ex esclavo que lideró la revolución haitiana.
También estuvo presente un amigo y activista que trabaja en el tema de aliviar la deuda de los países pobres. En ese momento, se había estancado una propuesta para aliviar la deuda contraída con el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) por los países más pobres del continente americano. En gran parte porque en el BID, los burócratas de nivel medio de Argentina, México y Brasil se oponían a la iniciativa. Mi amigo cabildeó con Chávez para que pidiese a Lula y al presidente de Argentina, Néstor Kirchner, otro de los líderes de izquierda de la región, que ayudasen a poner en marcha el acuerdo.
Chávez hizo varias preguntas bien pensadas, en contraste con su exhibición provocadora en la Asamblea General. ¿Por qué -quería saber- estaba la administración Bush a favor del plan? Mi amigo explicó que algunos funcionarios del Tesoro eran libertarios que no estaban a favor de aliviar deudas, pero no querían bloquear el acuerdo. "Además", dijo, "les importa un bledo el BID." Chávez le preguntó por qué Brasil y Argentina frenaban las cosas. Porque –dijo mi amigo- sus representantes ante el BID son funcionarios muy ligados a la viabilidad del banco, que ven la abolición de la deuda como un precedente peligroso.
Más tarde supimos que Chávez había cabildeado con éxito a Lula y Kirchner para apoyar el acuerdo. En noviembre de 2006, el BID anunció que se cancelaría miles de millones de dólares de deuda a Nicaragua, Guyana, Honduras y Bolivia (Haití más tarde se sumaría a la lista).
Y así fue como el hombre que en EE. UU. se compara de forma rutinaria con Stalin, sin hacer aspavientos, unió esfuerzos con la administración del hombre que acababa de llamar el Diablo, para ayudar a hacer la vida de algunas de las personas más pobres de América un poco más soportable.
(Traducción para ALAI: Umberto Mazzei).
Fuente del artículo en inglés: The Nation, 06 de Marzo, 2013
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