La seguridad democrática cojea
22/04/2004
- Opinión
La gran apuesta de este gobierno es la política de seguridad
democrática, que en lo fundamental se orienta hacia la
protección de la infraestructura energética, vial y de
comunicaciones y a la conservación de la vida de los
ciudadanos. Estos objetivos son todos muy importantes y han
dado resultados positivos hasta el momento y producen un
importante impacto en términos de opinión pública –la llamada
recuperación de la movilidad vial, acompañada de una fuerte
presencia de Fuerza Pública en las mismas-. Pero eso no
significa, como algunos parecieran creerlo, que ya se avecina
la derrota de las organizaciones guerrilleras.
Inicialmente el fuerte de la política de seguridad
democrática ha sido una estrategia de contención de las
organizaciones guerrilleras en el mundo rural, no permitiendo
que transiten con tranquilidad, ni que puedan operar
fácilmente en los sectores articulados a la infraestructura
vial y en las zonas más pobladas del país. Esto ha llevado a
que las guerrillas entren en una estrategia de repliegue,
forzada por la densificación de la presencia de la Fuerza
Pública, con un alto costo de desgaste físico y psicológico
para las unidades militares, asociado a una exigencia mayor
de las mismas; una parte importante de los errores en que han
incurrido miembros de la Fuerza Pública en los últimos
tiempos y que han mostrado además fallas de inteligencia,
coordinación y de comando conjunto, estarían relacionados con
un alto nivel de estrés asociado a una operatividad al
máximo; esto también estimuló inicialmente importantes
deserciones, sobretodo de aquellos miembros de estas
organizaciones con vinculaciones más recientes y
probablemente deslumbrados por el ejercicio de poder llevado
a cabo en el Caguan, -en el caso de las FARC-.
En los últimos tiempos se pretende una acción más ofensiva,
con miembros de las unidades de comando, entrenadas para
operar en zonas selváticas y tratando de penetrar en las
retaguardias de estas organizaciones, pero hasta el momento
están por versen los resultados de esta fase y lo más
probable es que sean menos exitosos que el control de las
vías. Se han venido incrementando las confrontaciones
militares en el ámbito regional –a pesar de que haya un bajo
perfil para este tipo de informaciones-. Sin embargo, todo
indica que la posibilidad de una derrota estratégica de la
guerrilla no se vislumbra en el horizonte –lo cual no se
puede confundir con causarle bajas o capturas importantes,
que es distinto a golpes que modifiquen la lógica de la
confrontación-.
La política de seguridad democrática necesita ser
complementada con una sólida estrategia política con relación
al conflicto interno armado; incorporarle a la política
pública de seguridad y defensa la otra 'pata' de la cual hoy
adolece, que incluya una propuesta seria de negociación –que
no es lo mismo que la rendición-, hecha desde un Estado
fortalecido, es decir desde una lógica de fortaleza y no de
debilidad. Una política que incluiría por lo menos los
siguientes componentes: 1. un 'acuerdo-base' entre las
distintas fuerzas políticas para mantener la estrategia de
fortalecimiento del Estado, independiente de quién esté en el
gobierno, -no se trata de predicar que el poder no se le
puede soltar a una 'mano blandita', sino terminar con la
lógica del péndulo, es decir que a un gobernante 'duro' lo
suceda uno 'blando'-; 2. una propuesta seria, respetuosa y
coherente de negociación; 3. un conjunto de reformas
políticas y sociales que hay que impulsar independiente de
una negociación, pero en paralelo con la misma.
Así tendremos una estrategia integral, que le sume al
fortalecimiento militar del Estado una iniciativa política
sólida, y subsane la situación actual, de una estrategia
militar que adolece del componente político, si quiere ser
exitosa en la superación de la confrontación armada y no
simplemente hacer una labor de contención del adversario.
* Alejo Vargas Velásquez. Profesor Universidad Nacional
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