Paramilitar para paramilitares
05/04/2004
- Opinión
El 27 de febrero de 1997, los pobladores de Bijao del Cacarica,
una población perdida en el noroeste de Colombia, fueron invitados
a un partido de fútbol. Quienes los convocaron señalaron que la
asistencia era obligatoria. No hubo carteles, porque en esos
sitios se desconocen toda suerte de sofisticaciones, ni perifoneo,
dado el mínimo tamaño del casco urbano. Bastó "pasar la voz". Uno
de los equipos, el conformado por los miembros de las Autodefensas
Unidas de Colombia, se perfilaba como ganador. El otro, el de los
soldados del Ejército Nacional, buscaba de alguna manera salir
avante del compromiso. En medio del silencio sepulcral provocado
por los acontecimientos de los tres últimos días, los vecinos se
reunieron poco a poco bajo la sombra de los árboles. Fue entonces
cuando los equipos saltaron a la cancha. Alguien preguntó cómo
podría distinguirlos, si todos vestían el mismo uniforme y todos
lucían la misma facha feroz y llevaban terciados al hombro
idénticos fusiles. "Tiene que fijarse en el letrero del brazo
derecho", respondió otro. "Los que tienen letrero son de las AUC.
Los otros, del Ejército".
Tres días atrás, en su oficina de la XVII Brigada, con sede en
Carepa, el general Rito Alejo del Río había puesto en marcha la
"Operación Génesis", contra el frente 57 de las FARC. Con el apoyo
de aviones provistos de bombas y ametralladoras, soldados y
paramilitares llegaron hombro a hombro a Bijao, quemaron casas,
saquearon la población y amenazaron de muerte a los vecinos. Por
eso, cuando estos supieron que habría un encuentro amistoso,
pensaron que la ola de terror comenzaba a ceder, y que los
intrusos regresarían pronto a sus cuarteles.
Una vez reunidos, el árbitro hizo sonar su silbato. Cada uno de
los equipos ocupó su puesto estratégico en el terreno de juego.
Entonces, un ayudante trajo hasta el centro de la cancha una bolsa
de fique, y vació su contenido en un punto equidistante entre los
encargados de hacer el primer disparo. Los asistentes dejaron
escapar un grito de horror. El balón con el que jugarían los
contendientes era la cabeza de Marino López, uno de sus amigos.
Durante largos minutos el único ruido que pudieron percibir los
habitantes fue el de las patadas que daban los jugadores contra el
cráneo destrozado. En medio del oprobioso sol de esa mañana
interminable, el equipo de las Autodefensas logró vencer dos veces
la portería de su adversario. Después del segundo gol el capitán
del equipo vencedor anunció que el balón había sacado la mano
("sacar la mano" es una frase que se aplica en Colombia a lo que
ya no sirve), y que, por consiguiente, terminaba el partido.
Los miembros del equipo del Ejército Nacional tuvieron que
conformarse. No les gustaba perder, pero el juego había sido
limpio. El delantero, que estuvo a punto de meter dos o tres
goles, se disculpó con sus compañeros. "El balón era pésimo", les
dijo. "Ojalá la próxima vez lo inflen antes del partido".
Luego, los contendientes se abrazaron y salieron a emborracharse a
la tienda del pueblo. "Lo que es aquí no queda uno solo de esos
bandidos", anunció el jefe de las autodefensas. Y todos
aplaudieron.
Este, claro está, es el guión necesario para una película de
terror. Porque, en realidad, lo que pasó fue mucho peor.
"El 27 de febrero estando allá en Bijao" -le cuenta a "Justicia y
Paz" uno de los testigos- "llega un grupo de paramilitares y un
militar, a eso de las 9:00 de la mañana. Marino López, me dice
'estoy con miedo, no sé si salir a Turbo'. Los paramilitares y
también militares rodearon todo el caserío. La gente ya había
salido, unos más arriba, otros a La Tapa. Nos juntaron a todos,
nos amenazaron. A Marino lo obligaron a bajar unos cocos. Él como
con miedo, y nosotros diciéndoles, 'ya nos vamos'. Marino les
decía 'si fueron tres días los que nos dieron', y dijo uno
'ustedes se van hoy'. Dos de los doce militares tomaron a Marino.
Luego de entregarles los cocos, él se puso sus botas y su camisa,
y les pidió sus documentos de identidad. Uno de ellos dice: 'Ahora
sí quiere el documento de identidad, guerrillero. Reclámeselos a
su madre". Y vuelven a acusarlo de guerrillero. Él les dice:
'ustedes saben que yo no soy guerrillero'. Lo insultan, lo
golpean. Uno de los criminales coge un machete y le corta el
cuerpo. Marino intenta huir, se arroja al río, pero los
paramilitares, lo amenazan: 'si huye le va peor'. Marino regresa,
extiende su brazo izquierdo para salir del agua. Uno de los
paramilitares le mocha la cabeza con el machete. Luego le cortan
los brazos en dos, las dos piernas a la altura de las rodillas. Y
empiezan a jugar fútbol con su cabeza. Todas y todos lo vimos. Ya
no había nada más que decir, qué hablar. Todo estaba dicho.
Endiablados, sin ninguna fe, ninguna moral. Todo gris, el alma, el
cielo, la tierra. Todo se hizo silencio. Todo fue terror. El
bombardeo del cuerpo, el bombardeo del alma. La muerte se hizo un
juego".
Ese fue el comienzo del año de terror que vivió la región de
Cacarica en 1997. El 4 de abril, siguen los testimonios, un
comando de militares y paramilitares acantonados en Apartadó, le
abrieron el vientre a Daniel Pino delante de observadores
internacionales que habían llegado días antes a la zona para
comprobar algunas denuncias relacionadas con los atropellos a los
derechos humanos. Tratando de detener el derrame de sus
intestinos, el campesino agonizó durante una hora sin que nadie
pudiera auxiliarlo.
El 28 de mayo del mismo año, militares y paramilitares (anoto que
repetiré cuantas veces sea necesario "militares y paramilitares")
le cortaron el cuero cabelludo a Edilberto Jiménez, un vecino de
Pavarandó, lo pasearon por el pueblo con el cráneo cubierto de
moscas y de jejenes, y lo remataron delante de la casa de sus
padres. El 15 de junio, en Bella Vista, Bojayá, militares y
paramilitares acuchillaron en el cuello a Wilmer Mena y luego le
cortaron los brazos. Y después, el 26 de noviembre, militares y
paramilitares sacaron de sus casas a Heriberto Areiza y a Ricaurte
Monroy, vecinos de La Balsita, les arrancaron los ojos y les
llenaron de ácidos las órbitas vacías.
Estos son sólo algunos ejemplos del procedimiento y de los autores
materiales de la "Operación Génesis", ideada por el general Del
Río. Presionado por la comunidad internacional, el gobierno de
Andrés Pastrana lo llamó a calificar servicios. Pero en Colombia
esos hechos siempre quedan impunes. Poco tiempo después, Álvaro
Uribe, un político gris que quería llegar a la Presidencia de la
República, le dio el título de "Pacificador del Urabá" en un
banquete de desagravio. Y quedó como tal, y como tal se le conoce.
Pues bien. El "Pacificador del Urabá" perdió su visa para entrar a
los Estados Unidos cuando el gobierno de ese país lo acusó como
sospechoso de narcotráfico y terrorismo. El pasado 12 de marzo, en
su habitual rueda de prensa, el Departamento de Estado anunció que
la medida se tomó "en 1999, por los cargos mencionados, bajo ley
de inmigración numerales 212 A3B y A2C".
En la misma fecha, mediante una corresponsalía generada en
Washington, El Tiempo, de Bogotá, dio cuenta de algunos pormenores
relacionados con el caso. "El numeral A3B, que se cita en el caso
Del Río -explica el periódico- dice textualmente: 'Se le niega la
visa a cualquier extranjero que haya participado en actividades
terroristas'. El numeral A2C, el otro que se eleva contra el
general (r) hace referencia a cualquier persona que sea
narcotraficante, haya participado en el tráfico de drogas o haya
colaborado en una actividad relacionada con el narcotráfico. En el
caso de terrorismo, el Departamento de Estado se refiere a los
cargos que pesaban en contra de Del Río por la supuesta
conformación de grupos paramilitares cuando el general era
comandante de la XVII Brigada, entre 1995 y 1997, en el Urabá
antioqueño, territorio en el que se desarrolló un agudo
enfrentamiento entre las autodefensas ilegales y la guerrilla.
Frente a este mismo caso la Fiscalía colombiana decidió esta
semana archivar los cargos contra Del Río por falta de méritos".
A esta medida: la preclusión de todo procedimiento contra Del Río,
es a la que quisiera referirme.
II
Comencemos por el comienzo. La avanzada militar y paramilitar
contra las comunidades del río Atrato formó parte del
desplazamiento sistemático al que han sido condenados millones de
colombianos. En este caso concreto, se trataba de desalojar a un
frente guerrillero de las FARC, asentado en la zona, y de entregar
el dominio del territorio al narcotráfico y a las empresas que le
han servido de fachada para que pueda presentarse en sociedad.
Para quienes no estén familiarizados con la geografía de Colombia,
sería necesario decir que el río Atrato corre por una de las zonas
más ricas en biodiversidad en el mundo entero. Las corrientes de
agua dulce del Darién convierten a esa región en una envidiable
reserva para el futuro. No ha sido fácil lograr que las grandes
corporaciones se olviden de construir un nuevo canal
interoceánico, que una al Pacífico con el Atlántico sin las
dolencias y quebrantos del canal de Panamá. Se sabe, además, que
allí hay reservas de uranio capaces de abastecer a las grandes
industrias durante décadas. Por todo ello, los barones de la droga
resolvieron que el territorio debía ser suyo y que los habitantes
tenían que salir. Desde que se conocieron los primeros testimonios
sobre la ofensiva, se supo que el Ejército y los paramilitares
iban juntos. Las comunidades no pudieron ofrecer ninguna
resistencia. Se trata de gentes indefensas, dedicadas a la
agricultura de pan coger y a la pesca, sin una economía
consistente, sin servicios de salud ni de educación adecuados, y
sin forma alguna de comercializar sus productos.
A partir de los testimonios que se han conocido desde siempre y
que se han hecho públicos en los últimos días, me atrevería a
decir que la "Operación Génesis" sólo estuvo a cargo de ese oscuro
oficial que es el general Del Río, pero que fue concebida en más
altas instancias. Ignoro si alguno de los funcionarios encargados
de la investigación que se adelantó contra él, llegó a preguntarle
por el significado de la palabra "Génesis", porque, con seguridad,
de su respuesta habrían podido sacarse varias interesantes
conclusiones. Pero lo cierto es que Del Río fue el estratega de
una "operación de limpieza" alrededor de la cual se cometieron,
como mínimo, doscientos delitos de lesa humanidad que fueron
relacionados por las organizaciones de defensa de los derechos
humanos y presentados ante el funcionario encargado del caso el 22
de agosto del año 2001.
Nada de eso le mereció al fiscal general, señor Osorio, ni la más
mínima consideración. En la "Declaración Pública" que firmaron 67
instituciones y personas preocupadas por la denegación de justicia
que implica ese exabrupto, se lee que "se le rogó (a Osorio) que
asumiera la investigación dentro de los parámetros del derecho
internacional, pues era evidente que allí no se estaba frente a
crímenes aislados o fortuitos, sino frente a prácticas
sistemáticas que reproducían un mismo parámetro de agresión en
diversos espacios y tiempos, respondiendo a una estrategia o
política que encontraba respaldo, protección o tolerancia en
agentes del Estado de diversas ramas, categorías y jerarquías. El
fiscal general se negó a considerar siquiera si se aplicaban las
tipificaciones penales contempladas en el derecho internacional;
se negó a decretar las conexidades exigidas por la naturaleza
misma de los crímenes y su contexto; se negó a vincular a otros
funcionarios cuyas conductas activas u omisivas constituyeron
condiciones de posibilidad fundamentales de los crímenes
denunciados; se negó a examinar el papel que cumplieron las
instituciones en el diseño, determinación, facilitación y
ejecución de los crímenes; se negó a enfocar la investigación con
el objetivo primordial de hacer cesar los efectos o continuidades
de las conductas criminales, como lo pide el Código de
Procedimiento Penal en uno de sus principios rectores (artículo
21) y se negó a reconocer una parte civil en calidad de Actor
Popular, que invocó el artículo 45 del Código de Procedimiento
Penal… Esta última negativa, sin embargo, fue corregida por la
Corte Constitucional al revisar una sentencia de Acción de Tutela
por denegación de justicia (T-249/03), conceptuando en su
sentencia de revisión que la búsqueda de verdad y justicia frente
a crímenes tan horrendos, legitima por sí sola la constitución en
Parte Civil como Actor Popular, sin necesidad de probar daños
patrimoniales".
Esa es, a todas luces, una demostración palpable de algo ante lo
cual la comunidad internacional no puede cerrar los ojos. A lo
largo de meses se ha dicho con insistencia que el gobierno de
Álvaro Uribe es cómplice de la acción delictiva de los
paramilitares, y se han alegado como pruebas irrefutables el
macabro diseño de la política de seguridad democrática, los
pretendidos diálogos de paz con Castaño y sus cómplices, y el
hecho de que las organizaciones del narcotráfico no hayan podido
ser desmanteladas y que cada día ocupen mayor espacio en la vida
de las comunidades. La gestión del gobierno favorece a la
delincuencia organizada. Esta semana recibí un mensaje
estremecedor, que en pocas palabras dice lo que todos quisiéramos
decir. So pena de alargarme más de la cuenta, transcribo el
párrafo pertinente:
"La Costa Atlántica y muy especialmente Córdoba, es una auténtica
zona de despeje paramilitar. Debería rebautizarse PARA-guay, con
capital PARA-guachón, con un río madre PARA-ná (en lugar de
Magdalena). El gobierno central ha dejado el control del orden
público en manos de los paracos, evidente en todas las ciudades y
centros urbanos, por pequeños que sean. Como en 'El Proceso', en
Montería hay ojos y oídos hasta en el mondongo. La troncal de
occidente, desde San Juan hasta el Bongo, de El Bongo a Corozal,
el ramal de El Bongo a Magangué, y vías aledañas, son cerradas al
tráfico vehicular después de las siete de la noche. Me tocó
presenciar las caravanas de tres y cuatro súper camionetas de
vidrios polarizados volando a 130 km/h, que pasan por el
fortificado retén del Bongo, como Pedro por su casa. Son los PARA-
guayos que van de cacería. Todo obedece a un plan perfecto, pues
hace poco más de un mes Álvaro Uribe, en solemne ceremonia en
Sincelejo, dio vida a un programa de dotación con modernos
sistemas de comunicación con celulares de alta tecnología para que
'los hacendados y ganaderos puedan intercomunicarse y mantenerse
en contacto con la fuerza pública en caso de situaciones
sospechosas'. El uso de la motosierra y el machete es generalizado
para rematar a campesinos 'presuntos'. (El domingo pasado en la
noche, cerca de San Onofre, los para-guayos dinamitaron una
vivienda con una decena de habitantes adentro, la mitad de ellos
niños. Luego, los trozaron)".
III
Ese es el gobierno. Un gobierno represivo, aliado con la
delincuencia común, que pone los mecanismos jurídicos que se
requieran al servicio de las organizaciones del narcotráfico. En
contra de lo que sostiene el "comandante político" de los
paramilitares, esta organización, que en un comienzo fue el brazo
armado de los barones de la droga, es hoy el mayor cartel que
opera en Colombia, y tiene ramificaciones en el mundo entero. El
11 de febrero de este año, cuando Álvaro Uribe adelantaba su
fracasada gira por Europa, el presidente de Italia y su primer
ministro se negaron a recibirlo. El Quirinal ni siquiera mencionó
la reunión dentro de su agenda, y Berlusconi alegó tener "otros
compromisos". Pero la respuesta que se dio soto vocce apunta al
meollo del problema: las audiencias se cancelaron porque días
atrás, en un embarcadero del sur de Italia, las autoridades de
Policía habían decomisado un enorme cargamento de cocaína. ¿Su
propietario? Salvatore Mancuso, el "comandante militar" de las
AUC, aliado del gobierno de Uribe, y uno de los actores
principales en las conversaciones de paz que hoy se adelantan.
¡Conversaciones de paz! En ese cascarón jurídico mentiroso bajo el
cual se protege Uribe, valdría la pena recordar que el Congreso de
la República, elegido en un 35 por ciento por los paramilitares,
al prorrogar la vigencia de la ley 418 de 1997 eliminó el
reconocimiento previo del status político de los grupos por fuera
de la ley como requisito sine qua non para entablar ese tipo de
diálogos. Así pues, existe la herramienta jurídica: los diálogos
se cumplen dentro de un marco legal aparente. Pero se trata de un
marco legal espurio, propuesto por un grupo de delincuentes para
favorecer la acción irregular de otro grupo de delincuentes. ¿O
del mismo grupo de delincuentes? Porque las noticias que se han
conocido en los últimos días apuntan cada vez más a demostrar que
la organización que gobierna a Colombia es una sola, cerrada y
monolítica.
A lo largo de meses, se ha repetido hasta la saciedad cuál ha sido
el procedimiento utilizado por la administración para entregarle
el poder sobre la comunidad a los asesinos de Castaño. En
consecuencia, no creo que sea necesario recordar lo que ocurrió en
la Comuna 13 de Medellín; o los términos del discurso de Uribe en
septiembre del año pasado, al darle posesión al nuevo comandante
de la FAC; o la obstrucción a la justicia por parte del fiscal
general en la investigación de la masacre de Chengue; o la entrega
de los expedientes contra el general Millán a la justicia penal
militar; o las reuniones que mantenían Mancuso y sus secuaces con
Londoño y sus secuaces en el Club El Nogal, etcétera, etcétera.
Pero sí me parece pertinente referirme a dos ejemplos de última
hora.
Uno. El pasado 15 de marzo, la Asociación Departamental de
Usuarios Campesinos del Arauca denunció que el ejército había
presentado "como un enfrentamiento con paramilitares" la masacre
de veinte labriegos en tres territorios de esa sección del país.
"Desmentimos esta versión -dice el comunicado-, pues lo que se
viene presentando en estas zonas son enfrentamientos entre el
Ejército Nacional y la insurgencia, el cual en medio de esta
confrontación se ha masacrado este gran número de civiles a nombre
de la mascara paramilitar". El procedimiento es clarísimo. El
ejército no está dispuesto a luchar contra sus aliados naturales,
de modo que, una vez decidido cuál es el nuevo territorio que debe
despejarse para uso del narcotráfico, lanza una ofensiva en la que
las víctimas son aquellas personas no involucradas de ninguna
manera en el conflicto. Luego presenta el resultado dentro de los
parámetros que el país quiere oír. "Muertos veinte paramilitares".
"Dados de baja catorce autodefensas". "Avanza la lucha contra el
paramilitarismo". ¿Cuáles paramilitares? ¿Cuáles autodefensas?
¿Cuál lucha es la que avanza? Porque lo que hay aquí es un disfraz
burdo de la realidad contante y sonante. El gobierno no está en
manos de los paramilitares: el gobierno es paramilitar.
Paramilitar para paramilitares. El presidente de la República es
Castaño. Uribe simplemente lo representa en las ceremonias
oficiales. Porque, ya se sabe, los asesinos de Castaño y los
soldaditos de la patria comparten lecho, mesa y habitación en
varias regiones del país, y una de los posibilidades de solución
que contemplan los diálogos que se adelantan en este momento, es
el de integrar a los dos "ejércitos" en un solo gran grupo de
tropas regulares. Por fortuna, pensarán los miembros del perfumado
ghetto bogotano, porque, según ellos, Castaño es el único que ha
podido mostrar resultados tangibles contra la guerrilla. Cocteles
adentro, los atildados gentlemen del Jockey Club lo consideran
como el auténtico libertador del Urabá (Del Río es sólo el
"pacificador"), y el próximo salvador de Arauca y del Chocó. Que
Tirofijo y sus secuaces se tengan de atrás. ¿Acaso las haciendas
de Córdoba, entre ellas la de ese desvaído señor que vive en la
Casa de Nariño, no son un ejemplo de eficiencia, de producción y
de paisaje? ¿Acaso el Magdalena Medio no es hoy una tierra de paz?
No nos digamos mentiras: el "comandante" es el auténtico
presidente de la República, y sus estrategias militares causan
admiración entre unos generales que no han podido ganarle siquiera
la batalla al colesterol. Las legendarias batallas de La Rochela,
La Chinita, Chengue, Mapiripán y Mejor Esquina, forman parte no de
un prontuario sino de una gesta heroica, equiparable sólo a las de
Atila y sus exterminadores. Porque aquí también se trata de
completar un exterminio. ¿Para quién? ¿Contra quiénes? La
respuesta que dan los acontecimientos de cada día es inequívoca.
Colombia agoniza en manos de estos señoritingos y de estos
asesinos. Y nadie, absolutamente nadie, se inmuta. Rodeando con
altos niveles de popularidad a un mandatario inepto, los
colombianos somos cómplices de nuestra propia desgracia. Y,
mientras tanto, la comunidad internacional se monta en su
invariable caballito de batalla: hay que luchar contra el
terrorismo. Pues bien, si hay que luchar contra el terrorismo,
sepan ustedes que en Colombia el terrorismo es un terrorismo de
Estado, que la agresión proviene de arriba, y que quienes invocan
con voces estridentes la solidaridad del mundo contra el
salvajismo, son precisamente los salvajes que asesinan, masacran,
roban y desalojan.
Y dos. En la impresionante grabación que transcribe Cambio esta
semana, de una conversación sostenida por el general Jaime Alberto
Uscátegui, principal acusado por la masacre de Mapiripán, se oye
que el oficial le dice a su interlocutor: "Se comprobó (en el
juicio) una cuestión que nosotros toda la vida hemos negado, que
es el vínculo de los militares con los paramilitares". Y luego
cuenta que dispone de trescientos documentos, sacados mediante
técnicas sofisticadas del computador del Batallón París. Leo: "Los
panfletos que entregaron las autodefensas en la masacre de
Mapiripán los hicieron en ese computador en el batallón París.
Igual hicieron con los panfletos que entregaron ocho meses después
en Puerto Alvira, que es un municipio de Mapiripán... Los
reglamentos de las Autodefensas Unidas de Colombia los hacían en
ese computador. Por ejemplo, cogían un reglamento de Régimen
Disciplinario para las Fuerzas Militares y le borraban donde decía
Fuerzas Militares y le colocaban 'Para los Miembros de las AUC'.
En ese computador hicieron una contraseña, un código de
comunicaciones para el jefe de los paramilitares que actuó allá
(en Mapiripán), un cabo primero del Ejército, retirado, que venía
de Urabá. Los aviones que transportaron la carga y los
paramilitares salieron del aeropuerto Los Cedros en Urabá y del
aeropuerto de Necoclí. En uno venían paras y en otro venía la
carga. Las declaraciones de la Policía, que están allí escondidas
en el proceso, dicen que los paramilitares salieron escoltados por
el Ejército Nacional, o sea que el vínculo con los paramilitares
no sólo era en el Guaviare, sino que venía desde el Urabá
antioqueño. ¡Berraquísimo!… En ese computador también estaban las
planillas de pago mensuales, las nóminas de todo el frente
Guaviare de las AUC, que eran 93 hombres y mujeres con los alias,
sus cargos y lo que devengaban. Las amenazas al fiscal Virgilio
Hernández Castellanos diciéndole que suspenda esa investigación,
porque si no su árbol genealógico desaparecerá del mapa. Amenazas
a Alfonso Gómez Méndez tratándolo de pícaro; a ganaderos;
extorsiones a los Rodríguez Orejuela dándoles las gracias por la
plata que ellos les han dado. Mejor dicho, uno solo de esos
documentos sale a los medios y es un escándalo… ¿Qué hizo la Móvil
2? Una operación gigantesca y aplastó a las FARC y colocó un
colchón de aire o de seguridad para que se salieran los paras.
Esto es gravísimo y es un secreto. Entonces el general Mora se
quedó azul y yo le dije: mire mi general, lo que yo le estoy
diciendo es con pruebas. ¿Qué cara van a poner los representantes
de las FARC cuando yo vaya a la Corte Suprema de Justicia y les
diga: Vea, el Ejército no sólo tiene vínculos, no sólo no los
combatió, sino que combatió a las FARC para que no golpearan a los
paras por habérseles metido a su territorio?".
"Uno solo de esos documentos sale a los medios y es un escándalo",
dice Uscátegui. Pues bien, ya están, a medias, en manos de los
medios. El 20 de abril, cuando el ex oficial se presente a juicio,
el país podrá tener una visión más certera del cáncer que lo
corroe. Acá no hay una lucha entre tres actores de un conflicto
que no nos corresponde. Los actores son dos: el
narcoparamilitarismo, que a partir de Álvaro Uribe se alzó con
todas las instancias del poder, y la narcoguerrilla, que, claro
está, también debe ser denunciada. La trágica situación en la que
agoniza Colombia, exige que al pan lo llamemos pan, y al vino,
vino. De pronto un absurdo jurídico, como el de la absolución del
señor Del Río, puede ayudar a que comience a desenredarse el
ovillo.
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