En memoria de los silenciados
A 28 años del último golpe militar en Argentina
24/03/2004
- Opinión
Cuando el olvido lastima y el odio destruye ¿Cómo enfrentar viejos
fantasmas y adquirir nuevas conciencias?
El 24 de marzo de 1976 asumió el control de nuestro país un grupo de
sujetos vestidos con casaca militar y, con ellos, vimos evaporarse
nuestras garantías constitucionales y el derecho a ser libres.
28 años después, comprendemos que nadie debería tener el poder para
elegir quien vive y quien muere; quien está en lo correcto y quien
no.
28 años después, recurrimos al repudio de aquel día, aquella gente,
aquella circunstancia. No hay vuelta atrás, no hay espacios para la
añoranza, no hay sosiego frente a la injusticia.
Tras una guerra impensada, y una desinformación calculada, la
"Junta" debió llamar a elecciones, y con ellas resurgió la esperanza
de SER y poseerse a si mismo desde la libertad. Otra etapa de horror
y sangre había mermado; otro periodo de restricciones al
pensamiento, de mudez empática, de supresión de la capacidad de
existir, había desaparecido.
Hacia 1976, yo tenía un año y medio, y poco comprendía de garantías
constitucionales y cercenamientos de la razón; pero mis padres se
encargaron de explicarnos, a mi hermano y a mí, la urgencia del
decir y la emancipación del pensamiento.
Cuando, tras 7 años de gobierno militar, la democracia tomó las
calles, fue necesaria la sabiduría del tiempo y la paciencia para
recomponer el tejido social.
Fue en ese transcurrir que mis padres me enseñaron a diferenciar
entre instituciones y hombres que las componen, y eso me ayudó
siempre a no confundirme, a no dejarme avasallar por la emoción. Por
eso considero ahora, 28 años después, que el discernimiento es una
de las primeras cosas que los padres deberían enseñarle a sus hijos.
Antes que matemáticas o inglés… los niños necesitan que se les
estimule la capacidad de diferenciar entre emoción y pensamiento,
gusto y obligación, conductas y afectos. Y ello tiene, como único
método certero: "el ejemplo constante".
Es un arduo trabajo paterno, pero el sacrificio trae aparejado un
manojo de oportunidades para cambiar la historia, definitivamente.
Cuando el olvido refuerza el error y el odio cercena la razón
No es bueno el olvido, porque nos hace cometer errores idénticos más
allá del espacio y el tiempo. Tampoco es bueno el odio: nubla el
entendimiento y aprisiona el alma. La memoria, la educación, la
empatía, son quizás la única salida frente a la oscuridad del
tormento. No es matando como se consigue la paz, no es golpeando
como se alcanza la liberación. La venganza no es el placer de los
dioses, sino de los débiles.
Entonces… con los genocidas ¿Qué hacemos?
Si la justicia terrestre no termina por encontrar un cause, nos
resta la cárcel de la "conciencia colectiva" que es, sin dudas, más
dolorosa y omniabarcante. Persigue al genocida donde quiera que va,
como su sombra… dentro o fuera del país que sufrió las crueldades.
No es bueno olvidar, pero necesitamos prestar atención al presente.
La ley del talión sólo reaviva el círculo del infierno y a veces, un
repudio verbal es más efectivo que la violencia física, y más
humillante.
No devolvamos violencia con violencia, porque estaremos
convirtiéndonos en aquello que despreciamos.
Prestemos atención al presente! Hay muchos represores entre
nosotros, y si bien no han matado (u ordenado matar) a ningún ser
viviente, se entretienen asesinando ilusiones, esperanzas e
iniciativas de sus semejantes -que necesitan creer "inferiores"-.
Reveamos nuestras propias conductas, nuestros fantasmas de
inmadurez. Estemos atentos a nuestros autoritarismos y despotismos.
Creemos que es a través de nuestra ventana que se observa el mundo,
pero se nos olvida que habitamos un edificio de 6100 millones de
ventanas. ¡Qué pretensiones absurdas poseen los que ostentan la
razón por bandera! El personalismo y la falta de definición son
igual de nocivos, la historia nos ha demostrado que los extremos son
siempre expresiones de un mismo error. Es tiempo que detengamos esta
ruleta impiadosa de despotismos, y pensemos un segundo acerca de lo
más justo. Porque, amigos, cuando la justicia falla, se derrumba
todo lo demás. Y aquí no sólo hago referencia al aspecto
gubernativo, sino más bien, al acontecer cotidiano.
La confianza sobreviene tras el presentimiento de que Aquel es
justo. Si no hay justicia, no hay confianza… si no hay confianza no
hay entrega, sin entrega se erige la muralla y tras ella queda
apresada toda esperanza de comunicación.
Son los pequeños actos de justicia, los pedidos de perdón, los "no
se", "me equivoque", los que les demuestran a los niños que pueden
confiar en sus mayores, que se pueden dejar guiar por esos seres que
carecen de superpoderes, pero atesoran sinceridad. Esos niños creen
porque saben que no serán castigados por decir la verdad –por más
terrible que ella sea-, que no serán segregados por pensar
diferente, que no serán confinados por tener sueños, o lastimados
para "escarmiento" de otros.
Amigos, equivocarse no es el fin del mundo; persistir en el error,
sí lo es. Qué les parece si tomamos el control de nuestras vidas y
nos liberamos del resentimiento y el desinterés.
El "no te metás", "por algo será" fueron las expresiones orales de
la indiferencia egoísta de un pueblo niño. ¿Somos niños todavía?
¿No? Demostrémoslo con acciones en nuestro pequeño núcleo. Seamos el
ejemplo de nuestros hijos, alumnos y semejantes, seamos ejemplo de
nosotros mismos. Y pronto estaremos asistiendo al nacimiento de un
nuevo estadio de la conciencia colectiva, en el que las sombras del
pasado de disuelven en la luz del futuro.
(*)Cintia Vanesa Días. Webmisstres de TuRemanso; directora-redactora
de las revistas culturales "Blush Fiat Lux" y "Maneras de Bien
Soñar" y editora de Diario Casual.
https://www.alainet.org/es/active/5873?language=es
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