Bloques ideológicos o integración abierta al mundo?
21/08/2012
- Opinión
La propuesta del presidente venezolano Hugo Chávez de formar la Alianza Bolivariana para América (ALBA) hizo pensar que en América Latina se configuraba una política de bloques ideológicos con modelos alternativos.
El crepúsculo del ALBA
El tropicalismo característico del mandatario caraqueño se empeñó en dividir a los países de la región en aquellos que compartían el “socialismo del siglo XXI”, aliados suyos y de la Cuba castrista, y los “derechistas”, bajo la égida supuesta de los Estados Unidos. La retórica daba la impresión de que la región se partía en dos campos opuestos, y por los decibeles el discurso rememoraba por momentos la Guerra Fría.
El ALBA estuvo muy activo en sus inicios, lo que daba la impresión de que era una alternativa económica y social. Para demostrarlo, Caracas dotó de petróleo a sus socios, lo que en momentos de carestía fue un acto generoso, y se dedicó a expandir programas sociales.
El problema de fondo es que ni el mismo creador del nuevo socialismo sabe muy bien de qué se trata, al extremo de bautizarlo como “socialismo petrolero”, como para que no quede duda de dónde vienen los fondos. La fórmula resultó demasiado crematística y primario-exportadora como para alcanzar vuelo teórico. Su esfuerzo a esas alturas era evidente: su socialismo gira alrededor de su dinero y de sus intereses.
¿Cuáles podían ser éstos? En primer lugar, la presidencia perpetua del Comandante, y, con ello, la hegemonía venezolana en la región. Dueño de la cuarta reserva de hidrocarburos en el planeta, con poderosas inversiones en el corazón del malvado imperio yanqui y un fuerte sustento popular gracias a sus programas sociales, sintió que la mesa estaba servida. Graves problemas de corrupción y de ineficacia en la gestión le trajeron serias dificultades con su modelo. La gran recesión del 2008 convirtió a Venezuela en el único país sudamericano donde el producto bruto interno fue negativo durante dos años seguidos.
Ante sus dificultades para enfrentar a una renovada oposición y darle forma a su socialismo extractivista, algunos de sus socios tratan de encontrar el camino a la nueva alborada. En Bolivia, Evo Morales, fraguado en larga lucha gremial, abandona la república por el Estado plurinacional y cambia la Constitución. Ésta es una modificación de envergadura que recuerda los debates que dieron origen a la Unión Soviética. El concepto fue entonces la niña de los ojos de Stalin y le sirvió como arma arrojadiza para inventar etnias y naciones.
Sin hacerle el menor caso a Kant, que decía que nadie es originario de ninguna parte, y sin que les importe poco o nada la antropología genética, han normado que un campesino ancestral le dé una zurra constitucional a su mujer o a sus hijos con un látigo colonial.
Desde que se aprobó la nueva Carta han tenido serios problemas para trasladarla al Derecho positivo. El caso es que entre ritos paganos a la Pachamama y la legalización de la violencia comunitaria, Bolivia se las ha ingeniado para mantener impecables las cuentas macroeconómicas, al punto de ser reconocida por el propio FMI como el más aprovechado de los discípulos. El antiguo líder cocalero ha capeado el temporal divisionista de Santa Cruz, aunque soporta fuertes embestidas sociales, como la huelga salvaje de la Policía y las movilizaciones de los ambientalistas.
Su economía ha seguido el ciclo expansivo del alza de las materias primas, e incluso fue la de mayor crecimiento en la crisis del 2008. Esto lo ha conseguido manejando sin alteraciones el esquema minero y gasífero tradicional. Ha renegociado la renta extraída a favor del Estado y, a diferencia del “socialismo petrolero”, aquí tenemos estabilidad fondomonetarista con economía primario-exportadora ofrecida a la Madre Tierra y al dios Sol. Todo esto mientras se acepte que el nuevo Túpac Katari gobierne hasta el fin de los tiempos.
En Ecuador, Rafael Correa repite el esquema reeleccionista. Más articulado que su vecino norteño, impulsa una revolución ciudadana para alcanzar el aristotélico “buen vivir”. Su confrontación con sectores oligárquicos ha llegado a momentos críticos. Sufrió un conato de golpe de Estado y ha manejado con excesos sus pleitos con la prensa derechista. Mantiene un buen nivel de crecimiento sin variar un ápice la estructura productiva de exportación de petróleo y productos agrícolas. Ha buscado con éxito inversiones en la minería y se prepara para mejorar su participación en el esquema exportador.
Sus relaciones con el Perú han sido extraordinarias: no solo estableció una gran amistad con el presidente Alan García, sino que ambos impulsaron la reunión periódica de sus gabinetes ministeriales.
De la Nicaragua de Daniel Ortega hay poco que decir: sigue sumergida en la pobreza aunque esta vez alineada con las recetas ortodoxas en el manejo fiscal. Cuba, el hermano mayor de la aventura chavista, está demasiado ocupada preparando el poscastrismo para comprometerse en algo más que su curación.
En Bolivia, Evo Morales, fraguado en larga lucha gremial, abandona la república por el Estado plurinacional y cambia la Constitución. Ésta es una modificación de envergadura que recuerda los debates que dieron origen a la Unión Soviética. El concepto fue entonces la niña de los ojos de Stalin y le sirvió como arma arrojadiza para inventar etnias y naciones.
Brasil y el Mercosur
El célebre apotegma de la época de Nixon de que para donde vaya Brasil va el resto del subcontinente, es más verdadero que nunca. Convertido en uno de los cinco grandes países emergentes del nuevo siglo, está decidido a convertirse en una potencia mundial e incluso aspira a ser reconocido como miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas a mediados de siglo.
Desde Fernando Henrique Cardoso hasta los tres gobiernos del Partido de los Trabajadores, han tratado de mejorar el curso de su economía y lo han conseguido a medias. De los BRICS son el de menor nivel de crecimiento, y aún no logran recuperar el ritmo de hace un cuarto de siglo. Han bajado la inflación, pero el año pasado apenas crecieron en un 2,7%, que es la misma previsión para el 2012; y la pobreza se ha reducido menos que en el Perú. El objetivo de afianzar un modelo de crecimiento por demanda con las exportaciones como eje, está todavía por alcanzarse.
Lula da Silva logró un liderazgo internacional de primer orden. En la región le sirvió para frenar los excesos chavistas y orientar su política hacia propósitos integracionistas. La gran apuesta brasileña es el Mercosur, un mercado común que en principio debía incorporar a Argentina, Uruguay y Paraguay, pero que ha acabado vinculando a la Comunidad Andina de Naciones y prácticamente a toda Sudamérica.
La reciente inclusión de Venezuela le permitirá tener mejor disciplinado al niño terrible del barrio. El Partido de los Trabajadores se consolidó tras librarse de sus radicales, y pese a serios problemas de corrupción ha forjado una alianza de largo alcance con sectores de la derecha empresarial para entrar con pie firme en la escena mundial.
Argentina, con los Kirchner, ha logrado superar la crítica situación a la que la llevaron los excesos ultraliberales de Carlos Menem, que acabaron también con el gobierno de Fernando de la Rúa. Con Cristina Fernández ha crecido en promedio 9% en los dos últimos años, aunque en éste es probable que no llegue al 4%, por los efectos de la crisis internacional. Aunque mantiene buenas relaciones con los bolivarianos, sus intereses están claramente asentados en el Mercosur y en tener una relación paritaria con su poderoso vecino en medio de disputas proteccionistas.
De hecho, Argentina es la otra gran promotora de la comunidad sudamericana de naciones, Unasur. La idea de participar en un bloque integrado en la disputa por la hegemonía en los nuevos realineamientos de la globalización es útil para todos. La Presidenta no ha dejado de mostrar carácter y cierto aire de la “Argentina potencia” cuando se trata de recuperar las empresas emblemáticas, privatizadas por el menemismo.
Uruguay es otro de los socios fundadores del Mercado sureño. Con gobiernos de izquierda en los dos últimos periodos, ha mantenido una impecable política económica y, como todos, se ha visto favorecido con el ciclo de crecimiento. Su política exterior está alejada de la demagogia y apuesta por esquemas integracionistas y democráticos.
En el Mercosur anda también el ahora suspendido Paraguay. Gran exportador de energía y de soya, la elección de Fernando Lugo fue sospechosa de populismo en un principio, pero en realidad venía haciendo un gobierno bastante discreto pues carecía de fuerza política propia, como lo demostró su rápido desalojo del poder.
Alianza del Pacífico
Chile, Colombia, Perú y México han seguido una política de regionalismo abierto al mundo, inspirados de alguna manera en el exitoso proceso que impulsó la centro-izquierdista Concertación Democrática que gobernó Chile durante dos décadas. Apuestan por integrarse al mundo con acuerdos comerciales que les permitan acceder a los mercados globales.
Reto de envergadura, pues se trata de poner en la competencia planetaria a sectores productivos muchas veces desfasados y petrificados por el proteccionismo. Estas economías se incorporaron a la nueva región que marca la dinámica de la globalización: la Cuenca del Pacífico.
Estos lineamientos han dinamizado de manera crucial sus ritmos productivos asentados en sus materias primas, pero propiciando cadenas productivas. Chile aspira, en su bicentenario, a alcanzar el nivel de ingresos per cápita de Portugal, y el Perú ha reducido sus niveles de pobreza en 20 puntos en los últimos cinco años de gestión social demócrata.
Colombia, pese a la violencia, mantiene un desarrollo expectante y una coherente institucionalidad democrática.
México, donde retorna el PRI, tiene tres lustros con su tratado de libre comercio con los Estados Unidos y Canadá, de claroscuros que no lo han vuelto al encierro sino a proyectarse a otras áreas como el Asia y a retomar el aliento latinoamericano.
Todos estos países son a su vez activos actores de los procesos de integración continental y de las experiencias subregionales.
Conclusiones
La persistente crisis mundial repercute en la disminución de las proyecciones de crecimiento de la región. Para este año el Banco Mundial rebaja su pronóstico a 3,5%, y para el próximo apunta a un 4,1%. La desaceleración china en dos puntos, al 8%, no es tan mala noticia, y puede pensarse que el bajón no será tan drástico, sobre todo para aquellos que han apostado por integrarse al mundo.
La grave situación de la Unión Europea incide de manera importante, más si no adopta políticas de crecimiento. Igual las dudas sobre si la recuperación estadounidense podrá mantenerse con un triunfo ultraconservador en las elecciones de noviembre.
La realidad de América Latina favorece la tendencia a concretar los procesos integracionistas para validar su situación fáctica como tercer bloque mundial.
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