Los desaparecidos ¿dónde están?: 25 años de crímenes oscuros en el Ecuador
11/01/2004
- Opinión
Nuestra desdichada República nació bajo el signo del
crimen. Poco antes de inaugurarse en 1830, fue asesinado
en las montañas de Berruelos quien debía ser el primer
presidente ecuatoriano. Sucre, el Mariscal de Ayacucho.
Desde entonces hasta hoy los episodios de sangre se han
repetido de forma abrumadora. A la Hoguera Bárbara en que
fuera sacrificado el General Eloy Alfaro en unión de sus
tenientes, en 1912, vendrían a sumarse nuevos
magnicidios, eliminación de líderes sociales, enormes
masacres, como la del 15 de Noviembre de 1922 y la del 3
de Junio de 1959, ambas en Guayaquil.
Por cierto todos esos crímenes quedaron en la impunidad.
Y es que fueron cometidos invariablemente a la sombra del
poder. Del poder económico y político, nacional y
transnacional. Así resulta fácil entender cómo a lo largo
de los últimos 25 años se han sucedido crímenes de enorme
repercusión, entre los cuales vuelve a contarse, una vez
más, la eliminación de líderes sociales y políticos,
matanzas colectivas (por ejemplo, la de los campesinos de
Santa Ana, Loja, bajo el gobierno de Otto Arosemena
Gómez), y en todo este cuarto de siglo la monstruosa
práctica de los desaparecidos.
Las fuerzas invisibles
Cuando en 1978 fue asesinado el economista Abdón Calderón
Muñoz, fue notorio el motivo: su apoyo público a la
candidatura presidencial de Jaime Roldós Aguilera. Uno de
los principales implicados, que pagó su culpa con una
leve pena, el General Bolívar Jarrín Cahueñas, en una
entrevista de Canal 2, en el programa "Ante la Opinión",
seguramente viéndose sólo y abandonado por los demás
complotados, sin duda de alto nivel, declaró: "Hay
fuerzas invisibles que siempre han venido operando en la
nación ecuatoriana... La muerte del economista Calderón
estuvo vinculada con el objetivo de dar un golpe de
Estado... Esto se concatena perfectamente con la serie de
atentados terroristas contra los medios de comunicación
de la ciudad de Guayaquil".
Quien declaraba esta monstruosidad no era un soldadito
cualquiera. Era un General de la República, que acababa
de ocupar el Ministerio de Gobierno y Policía durante la
dictadura militar que concluyó un año después. Es decir,
alguien que sabía bien lo que decía. ¿Y cuáles eran esas
fuerzas invisibles que operaban desde siempre?
La pregunta es tonta: los dueños del país, los que
manejan sus riquezas y sus presupuestos, los que ordenan
a toda clase de subalternos tirar a matar contra quienes
son un obstáculo a sus ambiciones y designios. Entre esos
dueños, claro está, los hay ecuatorianos y extranjeros,
en este caso, principalmente estadounidenses. Léase CIA,
es decir, la central del espionaje y terrorismo
norteamericano. Léase Comando Sur, que maneja esa
tenebrosa escuela de dictadores y torturadores denominada
Escuela de las Américas, cuya desaparición acaba de ser
pedida en marcha multitudinaria en Estados, en Atlanta,
donde tiene su asiento el Fuerte Benning.
Matar a Roldós
Pasaron apenas dos años del asesinato de Calderón cuando
el Presidente Jaime Roldós Aguilera caía despedazado en
las montañas de Celica, Provincia de Loja. Esta vez el
cuento oficial fue el de una falla humana, cometida por
el piloto. Con Roldós pereció su esposa, Martha Bucaram
Ortiz, el Ministro de Defensa y toda la tripulación.
El crimen se tapó burdamente mediante la desaparición de
la caja negra. Campesinos de la zona , que habían visto
al avión presidencial despedazado en el aire y
descendiendo en llamas, aparecieron muertos después o
simplemente desaparecieron.
Una ola de rumores, amenazas, juicios y desmentidos
invadió al país. Pero los asesinos no eran pocos ni
débiles: eran las "fuerzas invisibles" que invocó Jarrín.
Y continuó la danza de la muerte. Poco después se
estrellaba un segundo avión, pereciendo el capitán
Rodrigo Bueno, el hombre que entregó el plan de vuelo al
piloto de Roldós. Y con él murieron altos oficiales que
investigaban el magnicidio, como el Coronel Juan Líger.
Y la danza de la muerte continuó. Semanas después se
estrellaba cerca de Quito un tercer avión, pereciendo
ahora el mayor Sergio Bayas, el hombre que estaba
encargado de la Base Aérea de Quito y registró la partido
del avión de Roldós rumbo a la muerte.
Los Desaparecidos
Si con la muerte de Roldós se acentúa y agiganta la
permanente impunidad, allí también se inaugura la era de
los desaparecidos. Sólo que entonces las víctimas son
simples campesinos de las montañas de Celica, y nadie
preguntará por ellos, salvo los suyos, acallados a punta
de metralla. No habrá entrevistas de televisión ni
defensores de los derechos humanos. Poco después, los
desaparecidos se convierten en institución nacional.
Al respecto la Casa de la Cultura Ecuatoriana, editó en
1995 un libro valeroso, debido a la pluma de Mariana
Neira, a la que los ecuatorianos hemos leído en
publicaciones como Vistazo. El libro se llama ¿DÓNDE
ESTÁN? LOS DESAPARECIDOS EN EL ECUADOR. La obra registra
la nómina, por cierto incompleta, de los desaparecidos
durante los gobiernos de Osvaldo Hurtado (2), León Febres
Cordero (8) y Rodrigo Borja (9).
Muchos de los casos son apenas conocidos y la mayor parte
se encuentran olvidados, pero permanecen en la memoria
colectiva los de Consuelo Benavides y de los Hermanos
Restrepo.
En este registro del terror asoman nombres concretos de
oficiales de las Fuerzas Armadas y de la Policía, de
ministros y jueces, en calidad de autores, cómplices y
encubridores, según los casos. Y siempre la pregunta
lacerante: ¿Dónde están?
Los Desaparecidos de Chile ¿Dónde están?
En estos días, ex militares que sirvieron al régimen
genocida del General Augusto Pinochet, en Chile, han
revelado al mundo la noticia de su macabra acción: atar a
los cadáveres de opositore4s fusilados un pedazo de riel
y luego, desde helicópteros, arrojarlos al mar, para que
se hundan y nadie sepa jamás su paradero. Pero la vida
derrotó a la muerte: el cadáver de una mujer reflotó y
las olas lo arrojaron a la playa.
Y luego de algún tiempo de mentiras y desmentidos, brotó
la verdad: fueron 400 desaparecidos los que terminaron
así, con una riel amarrada a su cuerpo, en el fondo del
mar. 400, sí, pero los demás, los miles y miles de
desaparecidos en Chile, ¿dónde están?
Los 30.000 de Argentina ¿Dónde están?
Si Pinochet puede vanagloriarse de la matanza de miles de
chilenos, en actos brutales como el fusilamiento masivo,
sin fórmula de juicio en el Estadio de Santiago, los
Generales argentinos tienen para burlarse de él. ¿Sólo
5.000 desaparecidos en Chile? Poca cosa. Nosotros hicimos
desaparecer a 30.000. Y encima regalamos sus hijos recién
nacidos a mujeres estériles y a soldados y policías
impotentes, para que los críen en el odio al comunismo, a
las guerrillas, al Che Guevara, a cualquier hijo de...
que se oponga a la democracia.
Porque ellos, los asesinos, son la democracia. Ellos, los
que en Argentina lanzaban a los desaparecidos al
Atlántico, los paladines de la libertad.
Pero también en Argentina triunfó la vida. Triunfó con
las Madres de la Plaza de Mayo, que jamás se rindieron y
que todas las semanas acudían a enfrentar las
ametralladoras y las caballadas de los generales con la
pregunta incendiaria y subversiva: ¿Dónde están?
¿Y en el ECUADOR? ¿Dónde están?
En las profundidades de la laguna de Yambo, cerca de
Ambato, yacen los restos de los hermanos Restrepo,
asesinados por los policías del montón comandados por
oficiales de renombre. Esto salió en claro luego de las
denuncias del policía España. Entonces se montó una
tragicomedia, con buzos incluidos, que no encontraron
vestigios humanos en el fondo. España fue a la cárcel y
estuvo a punto de ser asesinado. Y la pregunta sigue
flotando en este aire con olor de sangre: los Hermanos
Restrepo, ¿Dónde están?
Conocimos a Saúl Cañar. Era un dirigente sindical honesto
y luchador, sin pretensiones de asesor presidencial como
otros líderes sindicales, ni sueños de curul
parlamentaria. La última vez lo vimos en La Maná, de
carpintero. Siempre con sus sueños de justicia, sus
pequeños hijos rodando con sus juegos por el suelo,
ocupado con sus clavos y su martillo...
Pocos años después, lo volvimos a encontrar en Quito ante
una urna electoral. Y se perdió. Para siempre. En las
sombras de una noche de espanto, para asomar con su
cadáver destrozado, metido dentro de un costal, en una
quebrada cualquiera, con signos infinitos de tortura. Los
asesinos ¿Dónde están? Alguien reconoció a esos tipos de
seguridad política al momento en que lo secuestraron.
Desaparecen conscriptos y soldados. Sus madres aseguran
que han sido asesinados. Las autoridades se burlan:
talvez se fueron de parranda, talvez son desertores, hay
noticias de que andan con mujeres. Como todo eso se
volvió común, mejor es sostener que están vinculados a
las FARC de Colombia, o a Sendero Luminoso que acaba de
renacer. No dicen no, porque sería una deshonra para los
servicios de "inteligencia" sostener que están
incorporados a las huestes terroristas de Bin Laden o de
Saddam Hussein.
La nómina de los delincuentes reales o supuestos que
asoman por doquier resulta interminable. Hay un ejército
en las sombras que los está matando. No hay necesidad de
investigar previamente. La CIA, el FBI, madres y
maestras, enseñan la lección: mata primero averigua
después. Asoman en la Perimetral de Guayaquil, en las
lagunas del Cajas, cerca de Cuenca, en Guangopolo, cerca
de Quito, dondequiera. Mata primero y averigua después.
Ahora la farmacia FYBECA
En una conocida barriada de Guayaquil, grande como para
dividirse en varias etapas, hay una sucursal de una
enorme y conocida farmacéutica nacional (¿o
transnacional?) llamada FYBECA. Ahora está en el ojo del
huracán, como diría el diputado tungurahuense Luis
Fernando Torres, que nunca vivió bajo ningún huracán pero
soportó varios terremotos y algunas erupciones.
Dejando a un lado al honorable, que no interesa para esta
clase de menjurjes farmacéuticos, hemos comenzado a vivir
un telenovela político policial que no sabemos en qué
siglo acabará. Es el famoso enfrentamiento de una
pandilla real o supuesta de asaltantes de Fybeca en La
Alborada, como resultado de lo cual hay ocho muertos,
tres desaparecidos y novísimos servicios de los que antes
se llamaba Palacio de Carondelet y que hoy la sal quiteña
llama "Rectificadora Gutiérrez".
Dejando en paz a los muertos, hay tres desaparecidos. Uno
de ellos, registrado fotográficamente por una suerte
loca, es el ciudadano Jhony Gómez, al cual apresó un
fortachón llamado Eric Silva, que según la novela
policial perteneció a la gendarmería tiempos atrás, pero
que tiene un olfato de perro policial tan desarrollado
que llegó a pasar justo en el momento en que debía actuar
como sabueso, capturar a Gómez, encapucharlo muy
consideradamente, esposarlo con delicadeza y llevarlo
detenido. Gómez alcanzó a tomar un teléfono y gritarle a
su mujer "Estoy en la PJ (Policía Judicial), al fondo, me
van a matar".
¿Mataron a Gómez? ¿Mataron a Mata, su compañero de
desdicha? ¿Dónde están? ¿Los tiraron a La Chocolatera,
como lo hicieron ciertos militares el 3 de Junio del 59,
después de la matanza ordenada por Camilo Ponce Enríquez?
Nada de esto se sabe. Y lo peor es que el Ojo de Águila,
cercano a la FYBECA instalado a pedido del Alcalde Nebot,
no ha visto nada. O talvez es ojo tuerto.
Pero en esta historia hay muchas cosas que rescatar. Una
de ellas es la actitud de Dolores Guerra, joven mujer,
atractiva y valiente, que tiene un nombre predestinado:
Dolores en su cruz de esposa y madre, obligada a
reconocer, pero con dignidad, los calzoncillos de su
esposo desaparecido. Y Guerra, guerra infinita contra los
dueños del poder, guerra implacable contra los que nos
roban la familia, los hijos, la honra, el destino.
* Jaime Galarza Zavala es poeta, periodista y escritor
ecuatoriano, autor de una veintena de libros.
https://www.alainet.org/es/active/5272?language=en
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