Intocables
05/12/2003
- Opinión
Los siete meses de Valentín Paniagua lo elevaron de la
ínfima votación con la que ingresó al Congreso del año
2000 (la más baja de todos), a un imbatible 70% de
popularidad que hasta ahora lo mantiene como candidato
fuerte para las próximas presidenciales, a pesar que su
partido, Acción Popular, ya casi no existe. Alguna vez
ironicé el hecho afirmando que para tener éxito de
gobierno en el Perú, había que durar poco y no hacer
nada, con el pretexto de la transición y los consensos.
Pero no es tan cierto que el discreto gobernante que
resultó al frente del poder por efecto de una complicada
gimnasia constitucional y política orientada a evitar que
la caída de Fujimori fuese también la de su sistema, no
hiciese realmente nada. Hizo como que no hacía.
Para empezar, la decisión o imposición de Silva Ruete en
economía, significó que el curso neoliberal de la década
previa se conservara sin desvíos. El presidente
provisional que se inauguró prometiendo reestructurar la
deuda para cambiar las prioridades del gasto, fue
corregido por el ministro que se dedicó a sobre
endeudarse para cumplir con los vencimientos de la deuda
y a comprimir el gasto en salarios, inversiones y
programas sociales, como ya lo había hecho a fines de los
70. Pero no fue todo. Lo más importante fue que con
Valentín, el argumento de la transición pudo servir para
postergar muchas cosas sin carga de culpa, pero no para
firmar apresuradamente la nueva versión del "contrato del
siglo", para la explotación de Camisea, teniendo como
contraparte a una empresa argentina de cuarta categoría y
haciendo tabla rasa del costoso diseño ambiental que se
había sido hecho en tiempos del consorcio Shell-Mobil,
como ahora se ha hecho evidente. Algo más, la transición
tampoco tuvo la prudencia de detener la entrega
apresurada del aeropuerto Jorge Chávez que Boloña había
iniciado con Fujimori en plena fuga y el país en
preparativos para el reemplazo.
El gobierno Paniagua no se detuvo siquiera a investigar
la licitación con una sólo postor y la alteración de las
bases que se produjo repetidamente para irla acomodando a
los intereses del concesionario. Pero Valentín gozaba de
ese estado de santidad que se genera de vez en cuando en
torno a algunos políticos peruanos y hace imposible
cuestionarlos en las cosas más evidentes. ¡Conspiración!,
¡afán de echar abajo a la transición!, ¡rebrote mafioso!
Imagínense lo difícil que era decir la verdad en el Perú
de 2000-2001.
Obviamente el dirigente de Acción Popular tenía una
notable diferencia con quién sería su sucesor. Casi no
hablaba. No mostraba ambición de poder. Daba una imagen
de austeridad y desprendimiento. Despersonalizaba el
poder, después de la super exposición fujimorista. Pero
lamentablemente los territorios de la política no suelen
ser tan llanos como uno quisiera. Porque en los dos casos
emblemáticos del gobierno provisional: Camisea y
Aeropuerto, hay no sólo contumacia en la política
privatizadora sino una sospechosa y reiterada presencia
del hijo del presidente, como accionista de una de mini
empresa integrante del grupo encabezado por Plus Petrol
(la única componente nacional), con un ínfimo capital,
creada en la vísperas de la adjudicación; y como abogado
de los titulares de bonos de reforma agraria que
plantearon sustituir a los campesinos en el pago por
expropiación para la nueva pista del Jorge Chávez.
Conflictos de intereses, que le dicen.
Traigo todo esto a cuento, porque dos años después de la
milagrosa provisionalidad y su presidente inmune a las
balas, nos dimos de pronto con un nuevo fenómeno de
gratuita popularidad, en plena era de desencanto
toledista y de irritación social con el continuismo
económico y político, y de rechazo al uso abusivo de los
privilegios del poder. En la primera ministra Beatriz
Merino también podría decirse que no ha hecho nada y que
sin embargo se mueve en un espectacular 66% de aceptación
contra un presidente que apenas empina el 15% y una
cadena de ministros desaprobados con las peores notas.
Que Beatriz sabe callar no cabe ninguna duda. Vean lo que
pasó con toda la cadena de burradas de Raúl Diez Canseco,
empezando en lo del retiro del Perú del G-21, que como
el mismo dijo arrancó por gestión de la ministra ante la
consejera de seguridad de la Casa Blanca, imputación que
la Dra. Merino ignoró, como lo hizo con el escándalo
posterior de la novia, el suegro, los tributos perdonados
y el rol de la SUNAT en todo eso.
Beatriz Merino se ha defendido diciendo que quieren echar
abajo la reforma tributaria, la reforma del Estado, la
transición y el sistema democrático. Pero nadie ve
ninguna reforma, en ninguna dirección, sino el
presupuesto más tradicional y silvaruetista que pudiera
imaginarse, el plan de recaudación indirecta más manido y
desgastado del mundo, y ausencia total de ideas para
readecuar el Estado asfixiado por una austeridad manu
militari y el ajuste de las remuneraciones. Y sobre la
transición y la democracia de Toledo, hay que convenir
que no es sino un mazamorra dudosa entre los partidos de
los 80 y las instituciones y procedimientos de los 90. De
esto, ni Paniagua, ni Toledo ni Merino, han tenido el
menor concepto de cómo salir hacia adelante. Pero no cabe
duda que Beatriz ha seguido siendo un activo. Para un
gobierno que requería respiración artificial. Y para ella
misma y para los que la ven como una garantía de
continuidad para los intereses dominantes. La coraza de
Beatriz es fuerte. Por eso a pesar de las evidencias de
que la letanía sobre su posible alejamiento del gobierno
y las supuestas presiones para que renuncie, provenían de
su propio círculo, que ha visto en estos rumores una
manera de victimizar a la ministra y despertar adhesiones
a su persona, la mayoría de la prensa le ha seguido el
juego y ha mantenido a media voz sus incomodidades frente
a la artificial crisis de la semana pasada, que terminó
en la ratificación del apoyo presidencial a la premier.
Pero el problema de los santones suele ser que siempre
hay gente cercana a ellos que no se cree lo que se dice
porque sabe de lo que se trata y que en determinadas
circunstancias está dispuesta a mostrar sus verdades para
desencanto del gran público. Eso es seguramente lo que le
acaba de ocurrir a Beatriz con la denuncia de la
contratación de su compañera de vivienda en la SUNAT, con
un alto sueldo y sin la especialidad del caso, durante la
época en que ejerció la jefatura. Puede no gustar que las
imágenes sagradas se vean machadas de repente. Pero son
sus actos lo que las empaña. Lo que prueba que, al final,
todos somos humanos y débiles. Aunque unos cuidan mejor
la forma. Lo que no debiera haber en ningún proceso
democrático son intocables, que no responden por sus
actos.
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