Sierra Nevada de Santa Marta: crisis de derechos humanos
13/11/2003
- Opinión
La Sierra Nevada de Santa Marta está ubicada en el extremo noreste
de Colombia, constituido por un enorme macizo montañoso que,
partiendo del nivel del mar en el Caribe, llega hasta los 5.775 mts.
en el pico Bolívar, el más alto del país. Así este es un espacio con
una diversidad ambiental y cultural de primer orden en el continente
americano.
Es el territorio histórico de cuatro pueblos indígenas que demandan
constantemente el "principio de identidad, pensamiento y
organización, para continuar reivindicando nuestros derechos y
luchando contra la injusticia, a favor de la autonomía territorial,
cultural, social y política,...". Los pueblos Wiwa, Arhuaco, Kogi y
Kankuamo comparten este espacio geográfico al que consideran el
centro del mundo y donde es vital mantener "el equilibrio que
preservará la vida en el planeta".
Sin embargo, como en otros muchos casos, ese equilibrio de la Sierra
se rompe paulatinamente desde hace algunos años. A los procesos de
agresión protagonizados por los siglos de colonia española y de vida
republicana se han sumado ahora las intervenciones armadas de los
distintos actores del conflicto colombiano que incluso están
poniendo en verdadera y real situación de genocidio a pueblos como
el kankuamo (constituido por unas 7.500 personas en la vertiente
sureste).
Especialmente, desde las décadas de los años 50 y 60 del siglo
pasado se está produciendo una ocupación de las tierras bajas de la
Sierra, aquellas con mayor valor productivo. Esto traerá consigo un
progresivo arrinconamiento de la población indígena en las tierras
más interiores del macizo montañoso que constituyen, a su vez, las
más pobres y, hoy en día, con un mayor peligro de agotamiento y
ruptura del equilibrio ecológico por la alta ocupación poblacional
que tienen que aguantar. En la mayoría de los casos los nuevos
ocupantes de las tierras bajas son población campesina empobrecida
que se ha visto obligada a huir de otros departamentos colombianos
hostigada por la constante violencia política.
Así, la Sierra Nevada de Santa Marta que fue durante bastante tiempo
un espacio que no sufría los mayores embates del conflicto, se
consideraba, en cierta medida, como una zona refugio. Sin embargo,
la situación en los últimos años se ha agravado de tal forma que se
ha convertido en una de las área del país más duramente castigadas
con masacres indiscriminadas y violaciones continuas de los derechos
humanos. El desplazamiento hacia los departamentos del Magdalena, La
Guajira y Cesar (donde se ubica esta área geográfica) del
paramilitarismo ha traído consigo, en los últimos meses, un bloqueo
férreo de toda la Sierra, bloqueo que cuenta con la protección del
propio ejército colombiano. Así, moverse por la Sierra está
continuamente condicionado por los diversos controles paramilitares
que éstos establecen en caminos y veredas, a veces situados a
escasos centenares de metros de cualquier posición militar.
Esta situación ha originado una profunda crisis humanitaria y de
hostigamiento a la población, en especial a la indígena en sus
entradas y salidas de la sierra, o en sus propias comunidades. La
crisis se amplía al no permitir en los bloqueos la entrada de
alimentación, medicinas, etc., teniendo la población originaria que
sobrevivir únicamente con los escasos productos alimenticios
producidos en las agotadas tierras. En estos controles se llega a
confiscar todo producto, vitualla o material que exceda del que
puede caber en una de las mochilas de mano que tradicionalmente
portan los habitantes indígenas de la zona. A esto se suma la
humillación sistemática a que se somete incluso a las autoridades
tradicionales de estos pueblos al atravesar estos controles. Esto ha
sido, en gran medida verificado por diversas misiones de la Cruz
Roja y por otras instituciones e instancias internacionales que,
recientemente, han estado en diferentes puntos de la Sierra Nevada
de Santa Marta.
Pero en determinadas áreas la gravedad de la situación es aún mayor
si cabe. La Organización Nacional Indígena de Colombia, con fecha 3
de septiembre del presente año 2.003, hacía público un documento que
denunciaba el "aniquilamiento del pueblo kankuamo". Para una escasa
población de 7.500 personas, se contabilizaban desde el año 1.993 un
total de 166 asesinatos, teniendo el presente año, pese a no haber
concluido aún, ya registrados hasta 44 (el 95% a manos del
paramilitarismo). Otro dato significativo será el del número de
familias desplazadas a otras áreas del país, que ya se eleva a 176;
todo ello, evidentemente lleva a calificar el proceso de genocidio
del pueblo kankuamo.
Y ante toda esta situación el estado colombiano permanece, en gran
medida, "desaparecido"; no hace acto de presencia para una
verdadera aplicación de la justicia, prevenir las continuas pérdidas
de territorios por las comunidades indígenas, dar protección a los
líderes y comunidades, garantizar el libre tránsito, o proveer de
alimentación, medicinas, etc. Por otra parte, el paramilitarismo
sigue incrustado en la institucionalidad lo que no permite denunciar
y hacer un seguimiento jurídico efectivo de los diferentes casos
violatorios de derechos. Igualmente, se intensifica el accionar
armado que ahora incentiva igualmente el reclutamiento de la
población indígena y no indígena como soldados campesinos y/o para
la red de informantes.
Por todo esto, hay una reivindicación permanente de la población
indígena, que parte de su consideración de población no combatiente
y demanda un respeto efectivo a los derechos individuales y
colectivos, por parte de todos los actores armados. Igualmente, se
hace vital el establecimiento y viabilidad de un verdadero proceso
de diálogo y negociación que garantice una paz justa que afronte los
problemas estructurales de la desigualdad que afectan no sólamente a
los pueblos indígenas y no indígenas de la Sierra Nevada de Santa
Marta, sino a toda la población de Colombia.
* Jesús González Pazos. Responsable Área Indígena. Mugarik Gabe
(ONGD)
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