Si yo no gano, no gana nadie
25/09/2011
- Opinión
Para un pillo profesional, que está ante un problema muy grande, hay maneras y maneras de componer las cosas. El palo y la zanahoria son sólo instrumentos básicos. El verdadero arte está en la combinatoria, en la capacidad de distinguir planos y matices, en defender lo fundamental. Hay todo un arte en decir “estamos abiertos al diálogo” y a la vez ofrecer sólo vaguedades, o medidas que confirman y profundizan lo que ya hay. Por supuesto, aún con este arte, se pueden cometer excesos, como que el señor Presidente de la República sostenga que esta es “una causa noble, grande y hermosa” sin asumir en absoluto que se trata de un movimiento que explícita y reiteradamente se ha pronunciado en contra de todo lo que él mismo representa.
Pero la presencia de cientos de miles de estudiantes en las calles ha complicado las cosas. Ni gestos de grotesco “acercamiento” como estas palabras, ni los gestos de grotesca apelación a la autoridad, como el del alcalde de Providencia, pueden ya resolver, o siquiera avanzar, hacia una posición más favorable para el bloque dominante. El gobierno necesita reacomodar fuerzas y objetivos. Hace unas semanas escribí sobre una modalidad posible de la componenda, el arreglín, la estrategia en que todos aparecen ganando pero el movimiento pierde sus objetivos fundamentales. La fuerza del movimiento ha sobrepasado esa posibilidad… al menos temporalmente.
Es importante detenerse y especificar en qué consiste y de dónde proviene esta fuerza. Consiste en una sistemática desconfianza hacia las fórmulas de compromiso, y una claridad masiva en torno a un gran objetivo: la recuperación efectiva de la educación pública. Proviene de una amplia frustración ante las promesas incumplidas, agravada por la acumulación sostenida y progresiva del daño que el modelo económico ha significado para los niveles de vida de la enorme mayoría de la población. Endeudamiento, precarización laboral, segregación social, inseguridad y angustia ante el futuro apenas disimulada por el consumo masivo de fármacos tranquilizantes, y por el alivio ficticio de la capacidad de endeudamiento. Es una fuerza objetiva porque los problemas que la sustentan son objetivos, porque la indignación acumulada y apenas expresada hasta hoy es demasiada.
No es fácil para el poder, entonces, la fórmula feliz del “todos ganan”. Al menos no por ahora. No mientras no haya una amplia catarsis social que alivie, al menos temporalmente, las presiones. Pero entonces, si esa catarsis es necesaria, alguien tiene que perder. El asunto clave es llevar claramente la cuenta de qué es lo que se pierde y quién debe aparecer dando la cara por esa pérdida. Siempre es así. Calculadora en mano. Distinguiendo lo esencial de lo accesorio. Si no se puede ganar en toda la línea concentrarse en lo esencial. El resto sólo es control y administración del daño.
Que el mismo señor vocero de gobierno salga a decir que “sería un error desconocer la fuerza del movimiento estudiantil” muestra algo claro: el gobierno ya perdió esta pelea en el plano político. Al menos este gobierno, y con toda probabilidad el próximo, no podrán sacarse de encima una demanda que se ha socializado, que se ha hecho explícita en los más amplios sectores, que actúa de índice y síntoma de innumerables otras demandas. Hoy hasta en el último hogar de Chile se conversa de educación, y en Punta Arenas esto deriva fácilmente hacia el problema del gas, y en Calama hacia la falta de recursos locales, y en cada hogar con hijos en la universidad hacia las deudas que crecen y crecen.
¿Ya perdieron, ya ganamos? No es tan simple. Estamos nuevamente en un punto crucial en que es necesario distinguir lo esencial, no perder de vista el fundamento o, también, en buenas cuentas, de recordar claramente qué es lo que puede golpear más profundamente al modelo neoliberal.
En primer lugar es necesario distinguir lo que se puede perder o ganar en el plano político de lo que se puede perder o ganar en otro plano que llamaré, de manera provisional, estructural. Y, también, en cada uno, cuáles son los plazos en que se mantendrán vigentes esas ganancias y pérdidas. Incluso, en el nivel político, es necesario distinguir las alzas y bajas superficiales y temporales de las de corto y mediano plazo. Como muy bien ha dicho un dirigente estudiantil, no podemos evaluar la fuerza de este movimiento por un People Meter. El gobierno, en cambio, parece hacerlo cada día, y esta no es sino una muestra más de su variada torpeza.
Más allá del desgaste, en el corto plazo, este gobierno ha perdido políticamente. Y, lo que es aún más profundo, aún en el caso de que el gobierno gane en el corto plazo, digamos, que vuelva a subir en las encuestas, o que la derecha vuelva a sacar un 40% en las elecciones municipales, la cuestión es que ha perdido también en el mediano plazo. Aunque logre sofocar las indignaciones de hoy estas no harán sino resurgir una y otra vez. Y mientras mayor sea la violencia física o simbólica con que lo haga mayor será la radicalidad con que resurjan. Algo muy profunda ha cambiado en Chile. Este es por ahora el mayor éxito alcanzado, y quizás el más duradero.
Pero no es suficiente. Lo que debemos preguntarnos desde ya es si el modelo imperante habrá sufrido con eso una derrota real o no. Es la amarga lección de lo que a estas alturas podríamos llamar el “síndrome Concertación”: sabemos que la derecha puede sufrir una profunda derrota política sin que el modelo económico, que es su núcleo esencial, sea tocado en lo más mínimo o, peor aún, una derrota política que puede ser acompañada de la profundización de lo que siempre ha sido su objetivo fundamental. Supongamos que la derecha nominal pierde las elecciones del 2012, y las del 2014, la amarga pregunta que aún así queda pendiente es: y entonces, ¿quién nos liberará de nuestros “liberadores”?
Este es el nuevo escenario. No ya “todos ganan” sino más bien “todos pierden”. Pero con un detalle fundamental: “yo (Piñera) pierdo en el plano político, pero ustedes (movimiento estudiantil) no logran ganar nada de fondo”. O, peor: la derecha explícita pierde ahora, la derecha encubierta gana mañana, y en todo el trámite, atravesado por vacaciones y elecciones, los objetivos profundos del movimiento se pierden en un montón de becas, en nuevas formas de endeudamiento, en traspasos cosméticos en la educación municipal.
No estamos condenados a esta nueva forma de la componenda. Tenemos fuerza para ir más allá. Para esto hay que ser extremadamente pragmáticos. Mantener una larga marcha. Retroceder y avanzar, retirarse y volver a la calle una y otra vez. No dejarse llevar por la política que se organiza desde las encuestas y los medios, no desanimarse por las vacaciones, las recuperaciones de clases, o la farándula electoral previsible para el próximo año. No perder de vista lo esencial: lo esencial es el modelo económico, no la cantidad de concejales que obtengan nuestros supuestos representantes.
En las demandas educacionales, que son y deben seguir siendo el foco principal de este movimiento, lo esencial es la demanda de educación gratuita y de calidad para todos los chilenos, en todos los niveles del sistema. Lo esencial es reclamar la completa responsabilidad del Estado en garantizar de manera real y efectiva este derecho básico, como un derecho general, no como un remedial para algunos sectores que no puedan alcanzar las exigencias del mercado, que no cuenten con recursos para satisfacer la avidez del lucro. Y eso implica un cambio radical en la manera en que el Estado asume el gasto en educación: eso implica terminar con el sistema de subvenciones.
Eso es lo fundamental. Terminar con la subvención estatal al negocio educacional privado, tenga o no fines de lucro, atenta directamente contra los dos modos imperantes de renuncia del Estado a su responsabilidad fundamental: el aberrante sistema de subvenciones a los privados que lucran con la educación, y la indisimulada complacencia de las subvenciones a los privados que dicen que no lucran, aunque de hecho lo hagan, o que financian con recursos de todos proyectos ideológicos particulares.
Pero hay también otros objetivos, más inmediatos y particulares, que también apuntan hacia esta, que es la gran dirección fundamental:
- La Tarjeta Nacional Estudiantil, que permita acceder a locomoción a un costo menor, que permita el acceso a beneficios de salud y culturales, durante todo el año, es un objetivo sentido por todo el movimiento, que beneficia de manera transversal, y que obliga al Estado a enfrentar de otra forma los vergonzosos compromisos que ha mantenido con los empresarios del transporte.
- El fin de toda forma de endeudamiento bancario para acceder a la educación, y su reemplazo por sistemas de becas directas, a todos los estudiantes de las universidades que las requieran.
- El desarrollo de un sistema de financiamiento basal para la educación municipal, financiamiento directo, estable, por proyecto, que debe empezar por asumir al menos el 50% de sus costos, y debe aumentar progresivamente hasta cubrir el 100%.
- El desarrollo de un sistema de financiamiento basal para las universidades del Estado, y las tradicionales no privadas, que debe empezar por asumir el 50% de sus presupuestos.
Incluso hay demandas todavía más particulares, que ni siquiera requieren costos actuales para el Estado, y que apuntan a cuestiones esenciales:
- La condonación de todos los Créditos con Aval del Estado (CAE) que ya han sido recomprados a la banca, y la condonación automática de todos los Créditos que se compren de ahora en adelante.
- La condonación de todos los créditos educacionales otorgados por el Estado, o por el Banco del Estado, cuyos pagos han superado ya el capital inicial comprometido.
- El fin del cálculo de las subvenciones educacionales por la asistencia media en la educación básica y secundaria, y su reemplazo por un cálculo basado en la matrícula.
- El congelamiento de toda subvención educacional a privados, tengan o no fines de lucro, y el cierre de todo nuevo ingreso de privados a ese sistema de financiamiento.
Si se trata de ir a una mesa de negociación, estos son puntos concretos y esenciales. Retroceder desde ellos sería la verdadera derrota. Ni la indignación acumulada, ni el gran despertar de Chile, ni la amplia y profunda discusión iniciada en todos los sectores de la sociedad chilena sobre el modelo que nos han impuesto, ni los dividendos electorales que se obtengan de todo ello, serán triunfos reales si no logran afectar lo que es la esencia y fundamento de nuestras miserias.
Este gobierno ya perdió, esa es una gran victoria. El asunto ahora es evitar que el reverso de esa victoria sea, una vez más, nuestra propia derrota. Se puede ya adivinar la ira y la frustración de nuestro presidente: “es cierto, nadie me quiere, pero si no gano yo, al menos que no gane nadie”.
Septiembre 2011
- Carlos Pérez Soto es Profesor de Física
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