El silencio también puede ser muy elocuente
06/06/2011
- Opinión
José Félix Silva fue, en vida, un poeta de la protesta, un escritor de vanguardia, un maestro universitario, un hombre culto.
Burlando inclusive esa portería fundamentalista, mereció, en vida, José Félix, más de una nota informativa, más de una alabanza; más de una nota despectiva. Pero fue un hombre conocido en el país y en los medios masivos de la comunicación.
Juan Paz y Miño Cevallos fue, en vida, un periodista a carta cabal. De profesor normalista pasó a ser un periodista de antaño; y cuando decimos de antaño (sin desconocer lo presente) decimos que era un hombre culto y honrado. Dos virtudes que, cada día, son más escasas, no solo entre los periodistas sino en la llamada clase política, en la clase empresarial, en la clase dirigente.
A regañadientes, por su posición política (un izquierdismo que nunca lo escondió) José Félix Silva, cuando falleció (hace años) merecía por lo menos una crónica mortuoria; una crónica de esas que la gran prensa sipiana dedica a “sus enemigos” pero que lo hace para disimular que son amplios, progresistas, abiertos.
Juan Paz y Miño trabajó para diarios sipianos durante años; pero fue de los periodistas activos que no solo sirvió a medios comunicacionales sino que creó y enterró suyos propios. Un caso fue el semanario Sábado, que durante años y en base a un gran esfuerzo personal, se publicó en Quito. A su fallecimiento (también hace años), merecía más que una crónica mortuoria; merecía esas columnas de honor que los diarios sipianos suelen dedicar a sus “amigos de casa”.
Pero, el diario El Comercio de Quito (el principal sipiano de Ecuador) ignoró completamente el fallecimiento de José Félix. Publicó un par de avisos mortuorios pagados (sino, no los publicaba) y nada más.
El 2 de junio/2011, Isabel puso en circulación un libro en homenaje a su padre Juan, en acto público llevado a cabo en la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Hubo una gran asistencia de amigos, parientes, gentes de toda clase. Pero, El Comercio de Quito no dijo ni una palabra respecto de este acto, eminentemente cultural y público. Tampoco publicó por lo menos un comentario sobre el libro lanzado, mientras sus páginas culturales estuvieron llenas de otras notas; pero ninguna sobre el libro y su lanzamiento.
La pregunta obligada es: ¿Es esta una actitud circunstancial de los medios sipianos en Ecuador o es consecuencia de una política continental contra los llamados “enemigos del sistema, de la libertad de expresión”? ¿Puede decirse que es una aplicación de lo que se dice en televisión: que lo que no está en la pantalla chica, simple y llanamente no existe?
Hace poco, uno de los tantos estudiosos de la gran prensa mediática, en el mundo entero, publicó lo que se llamaría “los siete pecados capitales del periodismo” privado. El primero es el de la Soberbia; es decir aquella potestad que los medios se han arrogado para sí y que les faculta a decidir qué es lo que deben o no publicar; qué es lo que interesa al perceptor y qué no. Y en esa soberbia mediática se inscribe aquél pecado capital que todas las religiones anatematizan: que los dueños de medios se reservan el derecho a negarle a una personalidad, que ya ha muerto, un espacio, solo porque en vida este se permitió alguna crítica o “se atrevió” a militar en alguna organización gremial que nunca fue del agrado del medio. No hay que olvidar que Juan Paz y Miño fue un militante y llegó a Presidente del Colegio de Periodistas de Pichincha, a pesar de que El Comercio de Quito (igual que otros medios sipianos) jamás comulgó con la Ley de Ejercicio Profesional del Periodista (septiembre 30/1975), la transgredió cuantas veces pudo y la consideró siempre contraria a la gran comunicación social.
Olvidan también que el silencio es otro recurso de la prensa sipiana; un recurso que viene aplicándose desde hace décadas, en el gran imperio del norte. Académicos y estudiantes de la Universidad de Sonoma State (California) publican un anuario que en castellano tiene el nombre del “Proyecto Censurado” (Project Censored) Esa publicación registra, año por año, lo que la gran prensa norteamericana NO PUBLICA. En los últimos tiempos, el Proyecto Censurado ha tenido que establecer un apéndice de “menciones de honor” para no dejar de mencionar casos y cosas muy significativas
¿El objetivo de este silencio calculado? La sociedad sumisa a través de las sociedades desinformadas; o informadas sesgadamente. Estudiosos del sistema imperante en Estados Unidos aseguran que en el mundo de hoy (siglo 21) no hay otra sociedad más desinformada y/o mal informada que la norteamericana. Por ejemplo, según el Proyecto Censurado, en USA no se conoce que ya pasaron de 5.000 los “héroes” que, a nombre de la gran potencia, han muerto en IRAK; y que en este país, que no se encontró ni la sombra de las llamadas “bombas de destrucción masiva” que el Sr. Bush dijo que tenía el “malvado de Sadam” ya van por el millón de “víctimas colaterales” (niños, niñas, mujeres, ancianos, vecinos) de la invasión que protagonizaron “los aliados”( EE. UU. Gran Bretaña, España, entre otros) hace ya ocho años. Y que no han llevado a ese país árabe ni la libertad, ni la democracia, ni el desarrollo, que dijeron que llevaban.
En nuestros países, como que va imponiéndose el “silencio calculado” cosa que no debe ser del agrado de los grandes medios sipianos que compiten diariamente en quién publica o difunde los escándalos más sonados. Para esos medios, por ejemplo, es mucho más importante que sobredimensionen los hechos de la crónica roja que los problemas de la pobreza y la miseria reinantes en muchos sectores sociales del país; es mucho más importante llevarle las cuentas y protestar porque el Presidente Correa les dedique unas cuantas frases, cada sábado, que, por ejemplo, meterse en los laberintos de despidos y sueldos de hambre que aplican a sus propios colaboradores.
Para muchos (como dijo alguna vez José Martí, “conozco al monstruo por haber vivido en sus entrañas”) no nos llaman la atención estas actitudes, de la autollamada gran prensa ecuatoriana. No nos llama la atención que, por ejemplo, hayan dedicado muchos más espacios al escándalo de la RCTV de Caracas, cuando el Gobierno de Chávez se negó a renovarle la concesión de frecuencia, que a los “falsos positivos” de Álvaro Uribe; o que, en las últimas semanas, hayan dedicado espacios de privilegio a que Ecuador no plegó a la mayoría de países miembros de la OEA, exigiendo sanciones para los golpistas hondureños, que al asesinato de 14 periodistas y cientos de ciudadanos de la propia Honduras, que reclamaban por el golpe militar-civil que dieron contra Zelaya.
Bien hará la Comisión Ocasional que debe comenzar a analizar nuevamente el proyecto de ley de comunicación (no de medios) que debe dictar irremediablemente la Asamblea Nacional (Congreso) ahora que, por mandato del pueblo ecuatoriano, debe dictarse una ley semejante en el plazo previsto en la Constitución, en vigencia. Por más mayoría que actualmente tenga la oposición, en el seno de la Asamblea, y por más objeciones que encuentren, esa ley tiene que entrar en vigencia en un plazo máximo de 6 meses.
Y yo pienso –igual que muchos periodistas y muchos y muchas ciudadanas- que la Comisión no puede hacer lo que hizo para el primer debate, asesorarse de todos menos de los que realmente conocen lo que es y lo que debe ser la comunicación social: los periodistas en ejercicio o jubilados (hablo por mí)
Y en la discusión (o debate) que se avecina, la Comisión y la propia Asamblea no pueden dejar de conocer la diferencia que hay entre la libertad de expresión (derecho universal) y la libertad de expresión, que reclaman los medios sipianos para sí. No puede dejar de considerar temas como el de la profesionalización de los periodistas que, en buena medida, está concebida para que los propios medios tengan un nivel más alto en el tratamiento de la opinión, la información, la interpretación.
No es que queremos que las personas, para opinar en un medio, tengan su título profesional (lo que sería muy bueno) sino que, quienes hacen del ejercicio del periodismo su vida, su modus vivendi, tienen pleno derecho (y obligación) de estar en el máximo nivel académico posible. Nadie ha contestado hasta hoy la siguiente ecuación: si para tatar a un paciente o a un grupo de pacientes, se exige que el médico debe tener un título universitario; si para que un litigante pueda presentar una demanda, se exige que lo haga un abogado graduado universitario, ¿por qué, para que una persona pueda dirigirse con propiedad a toda una sociedad, a través de un medio comunicacional, no debe exigírsele un nivel académico apropiado? ¿O es que la sociedad, en su conjunto, vale menos que un paciente?
Alguien que no recuerdo, dijo, hace mucho tiempo, que la universidad no le ha hecho mal a nadie. Así la Universidad sea privada y de pacotilla. Algo aprende el cursante y de alguna manera debe justificar su título. Ahora claro, si algunos articulistas de medios consagrados, dan pena respecto de lo que dicen y cómo lo dicen, esto no quiere decir que el resto tiene que ser de la misma factura.
Y no puedo esperar hasta el próximo texto, en formular una pregunta que me estoy haciendo desde ayerayer: ¿El ágil Secretario General de las Naciones Unidas, el coreano del sur Ban Ke Moon, ha convocado ya al llamado Consejo de Seguridad para que imponga por lo menos sanciones políticas y económicas a los genocidas israelitas que acaban de matar a una treintena de palestinos que trataban de regresar a su tierra por los altos de Golán, que ocupan arbitrariamente desde hace decenas? ¿No podrá establecer una zona de exclusión aérea, como estableció en Libia, solo porque unas redes informáticas decían que el bueno del Cadaffi se había tornado malo y que había matado a un número indeterminado de “rebeldes”?
Desde luego, esas preguntas llevan implícitas sus respuestas y todo el mundo lo sabe. Lo mismo que el por qué la gran prensa sipiana no dice media palabra ni de José Félix ni de Juanito.
Quito, junio 6/2011
- Alberto Maldonado S. es Periodista – Ecuador
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