Goni, el prisionero de Palacio

01/10/2003
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Luce cada vez más solo. Unos dicen que está senil, otros que ha perdido la brújula y que ya no sabe qué hacer. Sus colaboradores más íntimos sonríen y se burlan de estos trascendidos que manejan los periodistas que cubren Palacio y, por el contrario, aseguran que Goni Sánchez de Lozada, uno de los hombres que más odio despierta hoy en Bolivia, está lúcido y que sabrá capear el temporal sin caerse ni ensangrentar al país. En su última presentación pública, hace pocas horas, organizó e instruyó a sus ministros a ponerle empeño a un plan gubernamental de emergencia que, sin embargo, parece haber nacido muerto. En este plan, llamado del "Reencuentro nacional", se busca superar la profunda crisis económica que agobia al aparato productivo y resolver el tema del gas, mediante un proceso de consulta con los sectores sociales y fuerzas vivas de país. Paradójicamente, con esos mismos sectores y dirigentes que ya no quieren saber nada más de él y que su gobierno tampoco reconoce y que combate cada vez con más hostilidad. Afuera, a no más de una cuadra de Palacio, resguardado por militares carapintadas y la policía militar, llueven los pedidos para que renuncie. "Si no se va por las buenas, lo vamos a echar", proclama el minero Jaime Solares, el líder de la revitalizada Central Obrera Boliviana (COB), durante el cabildo abierto que a mediodía de este jueves, en el cuarto día de huelga, convocó a una multitud en la plaza San Francisco, en el centro mismo de La Paz. Todos aplauden a Solares cuando dice que Goni "es un millonario que ya no puede hablar más a nombre del país ni de los bolivianos". Palabras más, palabras menos, el mismo rechazo que se da en la ciudad de El Alto, paralizada totalmente por la Central Obrera Regional, lo mismo que en el altiplano y sus caminos empedrados por la protesta campesina, extendida ahora hasta las zonas de colonizadores de los Yungas de La Paz, los centros mineros y en varias ciudades del interior. Sin bendición ni indulgencias. Incluso la Iglesia Católica ha cobrado prudente distancia del Presidente, un próspero empresario minero de 73 años educado desde muy joven en Estados Unidos y que habla muy bien en inglés, muy mal en castellano y nada en aymara y quechua, los idiomas nativos del país. A Goni no le ha servido de nada mostrar que el plan de emergencia se basa en su totalidad en un documento elaborado por la jerarquía eclesiástica, que semanas atrás intentó armonizar las posiciones del gobierno con la oposición política dirigida por el Movimiento al Socialismo (MAS) del cocalero Evo Morales. Sin la firma del cocalero, ese documento es para la Iglesia menos que papel mojado. Lo mismo que para la oposición y los sindicatos. Los únicos que le dan importancia, aunque de 24 horas, son algunos diarios, que destacan sus palabras y sus gestos. Desconfianza empresarial. Tampoco los empresarios se muestran contentos con Goni. "No podemos cerrar los ojos frente a este desmoronamiento institucional, económico, social y político que estamos presenciando. Realmente hemos llegado a un punto en que estamos poniendo en serio cuestionamiento la propia viabilidad del país", dice Carlos Calvo, de la Confederación de Empresarios Privados de Bolivia. En el oriente y el sur del país, los dirigentes cívicos y los hombres de negocios también han perdido la confianza. Los cívicos cruceños ya hablan de autonomía regional y los de Tarija se lamentan por su debilidad. En su generalidad, los empresarios le critican a Goni lo que él mismo criticaba con saña a la anterior administración gubernamental, su ineficiencia, su lentitud y su falta de autoridad. Esa autoridad que parece ya haber perdido en las calles de La Paz, virtualmente ocupadas por trabajadores, jóvenes y viejos, vecinos de los barrios más pobres, comerciantes y activistas sindicales, cada vez más radicales, que exigen la re-nacionalización del gas y el petróleo y el fin del neoliberalismo. Todo esto asusta a los empresarios y a los sectores más acomodados de la sociedad. Ellos quisieran, como la Confederación empresarial, una "inmediata vuelta a la normalidad (...) sin bloqueos ni marchas". Algo que, por ahora, el Presidente no está en condiciones de ofrecer, dada la magnitud y profundidad de la movilización social. En manos del ejército. Huérfano de apoyo popular (las encuestas de agosto apenas le daban el 9%), Sánchez de Lozada se mantiene en Palacio con el apoyo de la Embajada estadounidense, las transnacionales petroleras y sustentado en las incómodas bayonetas del Ejército. En los sectores sindicales están convencidos que si Goni saca las tropas y usa la fuerza y la bala para liquidar las protestas, no haría otra cosa que acelerar su caída. "Habrá resistencia popular y Sánchez de Lozada caerá", advierte Genaro Torrico, dirigente fabril de la Central Obrera de La Paz. Y este también es el temor del gabinete presidencial que no se sabe aún si debe usar la fuerza ni cuando hacerlo. La experiencia del sábado 20 de septiembre, cuando militares y policías acribillaron a pobladores de Warisata, que bloqueaban la carretera, aún pesa. Esta acción, ejecutada por el ministro más duro del gabinete, Carlos Sánchez Berzaín, generó siete muertos (entre ellos una niña de ocho años) y una veintena de heridos, radicalizó al extremo a los dirigentes campesinos y empujó a la rebelión a los sectores de la COB, que ahora claman por la renuncia de Goni. En Palacio nadie quiere que esto se repita en una escala mayor, aunque también pesa la evidencia diaria de que las manifestaciones y movilizaciones se agigantan en La Paz y se multiplican por el resto del país hora que pasa, rayando una y otra vez la cancha en el campo sindical y popular, donde hay confusión ideológica y debilidad organizativa. La debilidad sindical. Hasta el 19 de septiembre, cuando más de 150 mil manifestantes en todo el país conminaron al Presidente a dejar sin efecto el proyecto de exportación de gas a Estados Unidos por un puerto chileno o, por el contrario, ser derribado por la protesta, la figura excluyente era el cocalero y jefe del MAS, Evo Morales. Pero, a partir de la masacre de Warisata, un día después, el eje de la protesta pasó a manos del "Mallku" Felipe Quispe, ejecutivo de la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB) y del minero Jaime Solares de la COB. El primero, con los bloqueos en el Altiplano y la huelga de hambre que mantiene por más de 20 días, y el segundo con imponentes manifestaciones callejeras y una aún muy débil huelga general. Evo, en cambio, prefirió ausentarse del país y asistir a encuentros internacionales primero en Libia y ahora en Suiza. No es casual, por ello, que los cocaleros aún no sepan qué es lo que deben hacer. Según dijo a Radio Panamericana el dirigente cocalero Feliciano Mamani recién "el viernes 10 de octubre se realizará un ampliado de la coordinadora de las seis federaciones del trópico en la que decidirán si van o no al bloqueo de caminos y si apoyan la huelga general dispuesta por la COB". Esta actitud no ha caído nada bien a la COB. El propio Solares, en el cabildo de La Paz, anunció para este viernes la realización de un ampliado de emergencia en la ciudad de El Alto, en instalaciones de su radical Universidad, en la que se exigiría una respuesta clara del MAS y de los cocaleros. "Unos hablan y otros hacen la revolución en las calles", dijo al demandar que todos los trabajadores respalden la lucha de la COB, pero "no de boca para afuera", sino en las calles. "Será un ampliado histórico", aseguró el minero, que tiene la esperanza de que se reafirme y consolide la alianza entre obreros, campesinos y cocaleros.
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