Qué quedará en pie después del invierno?
07/05/2011
- Opinión
A fines de enero y comienzos de febrero del año en curso, hubo una pequeña tregua en la oleada invernal, se comenzaron a consolidar los terribles datos de la tragedia. Los damnificados llegaban a dos millones. Sin embargo, algunos voceros del Gobierno insinuaron que el desastre era una oportunidad ¿qué pensarán hoy cuando, luego de la corta pausa, la segunda oleada ha agregado un millón de damnificados, es decir llegamos a tres millones, con 1.041 municipios afectados?
Si la primera oleada golpeó poblaciones tradicionalmente abandonadas y olvidadas, del curso del Magdalena y de la Costa Atlántica, la segunda ha puesto en jaque a dos de las principales ciudades intermedias del país. Ibagué padeció el racionamiento casi total del agua potable cuando su acueducto no pudo seguir tratando las aguas enlodadas del Conbeima y Cúcuta, con más de medio millón de habitantes padece de sed desde hace varios días sin que el problema tenga solución, al momento de escribir estas notas.
El caso de Cúcuta es particularmente aleccionador pues hace algunos años había sufrido una emergencia al contaminarse las aguas del río Pamplonita por un derrame de petróleo ocasionado por la ruptura del oleoducto Caño Limón – Coveñas, que lo atraviesa a no más de treinta kilómetros de la bocatoma del acueducto de la ciudad. En aquella ocasión una oportuna llamada de un agente de la Policía permitió el cierre de las compuertas antes que las aguas contaminadas entraran a las plantas de tratamiento, lo cual hubiera provocado una gravísima situación que podría haber conducido a la evacuación de la ciudad.
Como alternativa se construyó una planta para llevar agua del río Zulia al “primer puerto terrestre de Colombia”, que ahora falló ante el daño en el sistema de energía eléctrica que permite el bombeo del agua hasta Cúcuta pues las torres de energía se han visto afectadas por el invierno. Éste caso ilustra en buena medida lo que ocurre en el resto del país. La Cuenca del Pamplonita es para el Norte de Santander lo que la del Magdalena es para Colombia. La mayor parte de la población de aquel Departamento se ubica alrededor de la cuenca y las aguas residuales de numerosos y poblados municipios se vierten, sin tratamiento, al río. Otro tanto ocurre en el Magdalena, que recordemos es la cuenca más poblada de Suramérica y la décima en el mundo. Como el Magdalena, el Pamplonita se ve afectado por la gran deforestación de la cordillera, no es de extrañar entonces que el acueducto de Cúcuta se haya inutilizado en la imposibilidad de tratar las enlodadas aguas.
El caso de Cúcuta ilustra también las limitaciones de las soluciones tecnológicas. La parálisis de la Planta “Carmen de Tonchalá” que bombea agua del río Zulia a la ciudad, construida a raíz de la vulnerabilidad demostrada por la ciudad en la emergencia por el mencionado derrame de petróleo, hace algunos años, pone de presente que este tipo de soluciones fallan cuando la emergencia, como en éste caso, sobrepasa ciertos niveles.
Entre tanto, y tal como ha ocurrido también en la cuenca del Magdalena, poco o nada se hizo para detener la deforestación en las partes altas de la cordillera, o para restaurar la vegetación nativa, o para tratar las aguas residuales antes de verterlas a los ríos. En cuanto a los efectos de la deforestación resulta también aleccionador el dato proveniente de la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá, según el cual “una gota de agua que cayera en los cerros orientales en los años cincuenta se demoraba dos días en llegar al río Bogotá, hoy se demora dos horas”.
Ante las dimensiones que ha cobrado la tragedia invernal, el diagnóstico del Gobierno según el cual la responsabilidad radica en las Corporaciones Autónomas Regionales, se revela cada vez más insuficiente y suena a disculpa. Lo agudo de la crisis tampoco ha permitido el lucimiento del flamante Gerente de la Reconstrucción, importado de la Banca, para dirigir las grandes inversiones en alternativas ingenieriles. Rescatables han sido, en cambio, las posiciones del director del IDEAM Ricardo Lozano, quien ha insistido en la seriedad con que hay que abordar el problema y ha advertido sobre la necesidad de estudios geológicos más completos de las áreas por las cuales se han trazado las carreteras.
El embate de las aguas ha agitado el debate sobre el nuevo Ministerio de Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible, que parecía una operación cosmética destinada a recuperar la imagen ambiental del país tan desfigurada en los dos gobiernos de Uribe. Los ambientalistas y diversos sectores sociales reclamamos participación en su diseño y renovado impulso a la gestión ambiental, mientras que el nuevo esquema se cocina en reserva. ¿Será posible recentralizar la gestión ambiental, menoscabando la autonomía de las CAR cuando lo que se requiere es precisamente mayor participación ciudadana y social en la búsqueda de alternativas? Mejor sería escuchar la voz de quienes padecen un nuevo desplazamiento, muchos de ellos campesinos, buscar nuevos modelos productivos en armonía con los ecosistemas acuáticos característicos del territorio colombiano, revivir al “hombre caimán” de la cultura anfibia estudiada por Fals Borda, diseñar participativamente nuevos modelos productivos cuyo germen está en la historia popular y regional. ¿No es todo esto el mejor antídoto contra la corrupción que campea también en las CAR?
Finalmente, ¿no valdría la pena replantearse un Plan Nacional de Desarrollo cuyas locomotoras se convertirán en renovados factores de deterioro ambiental, pobreza, dependencia y corrupción?
- Rafael Colmenares es Ex vocero del Referendo por el Derecho Humano al Agua
Fuente: Semanario Virtual Caja de Herramientas Nº 253, Semana del 6 al 12 de mayo de 2011. Corporación Viva la Ciudadanía.
https://www.alainet.org/es/active/46421?language=pt
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