Ellos dependen de nosotros
América Latina ante los organismos financieros
16/09/2003
- Opinión
La creciente debilidad imperial –provocada en gran medida
por la crisis que los movimientos populares infligieron al
Consenso de Washington– abre profundas grietas en el modelo
de dominación que pueden ser aprovechadas por los pueblos
del continente.
Por mucho menos de lo que está haciendo, y diciendo, el
presidente argentino Néstor Kirchner, medio siglo atrás
cualquier mandatario latinoamericano habría sido fulminado
por un golpe de Estado inspirado por Washington. Algo
similar puede decirse de las presidencias de Luiz Inácio
Lula da Silva y de Hugo Chávez, quienes en tonos y estilos
diferentes han marcado distancias nítidas con las políticas
defendidas por los organismos financieros internacionales,
las grandes empresas multinacionales y el gobierno de la
superpotencia.
"Que no nos vengan a asustar con el caos y las siete
plagas", le espetó Kirchner al FMI en el mismo momento que
decidía posponer un pago de 2.900 millones de dólares,
poniendo a su país al borde del default. La negativa del
presidente argentino a cumplir los compromisos con el Fondo,
a costa de comprometer el 25 por ciento de las reservas del
país, representa un claro mensaje a Washington en el sentido
de que su gobierno ha perdido el miedo a las posibles
reacciones de "los mercados". Y eso, pese a que el FMI
había flexibilizado sus condiciones iniciales en aspectos
clave como las compensaciones a los bancos y la exigencia de
un superávit fiscal superior al 3 por ciento.
Crisis neoliberal
La dominación imperial vive un momento de transición; un
impasse como consecuencia del fracaso de las políticas
neoliberales del Consenso de Washington, sin que logren aún
consolidarse nuevas estrategias como las que propugnan los
halcones de la Casa Blanca. En el escenario mundial, parece
evidente que Estados Unidos se muestra incapaz de
estabilizar la situación en Irak, país que tiende a sumirse
en una situación tanto o más crítica que la que ya vive
Afganistán, donde las tropas invasoras no pueden aventurarse
fuera de la capital, Kabul, en un país dominado por los
"señores de la guerra" y donde las milicias talibán están
reagrupándose en el sur.
El proyecto de George W Bush de rediseñar el mapa regional
en Oriente Medio se enfrenta al fracaso de la Hoja de Ruta,
bombardeada tanto por los halcones israelíes como por los
radicales palestinos. En paralelo, ante la imposibilidad de
pacificar Irak, Washington busca una salida negociada con el
régimen chiita iraní, que permita al menos la retirada
escalonada de las tropas y una reducción de los elevados
costos de mantener 16 divisiones, la mitad con las que
cuenta Estados Unidos, para combatir los restos del régimen
de Saddam Hussein. En todo caso, parece fuera de duda que
el fracaso del intento de controlar la región en exclusiva
tendrá costos adicionales, toda vez que el dominio de la
región deberá compartirlo con aliados escasamente fiables y
sometidos a agudas presiones. La "sobreexpansión imperial"
que menciona el historiador Paul Kennedy, las dificultades
que le crea a Estados Unidos el recargar su imponente poder
militar sobre una economía debilitada y en decadencia, se
traduce en la imperiosa necesidad de dominar y esquilmar el
planeta y sus habitantes, generando un círculo vicioso
infernal: a mayor dominio imperial y militar, más
dificultades económicas que imponen, a su vez, más control
sobre los recursos de la humanidad, que a su vez sólo puede
sostenerse en base a una más perfeccionada maquinaria
militar. La pregunta clave es: "¿Cómo se va a mantener esta
estructura durante un período prolongado?".(1)
En el escenario regional, Washington enfrenta problemas
adicionales en algunos de los países más importantes. Todos
ellos son consecuencia de la crisis del modelo neoliberal
impuesto a comienzos de los noventa: disciplina
presupuestaria, cambios en las prioridades del gasto
público, liberalización financiera y comercial, apertura a
las inversiones, privatizaciones y desregulaciones, y
garantía de los derechos de propiedad. Que la imposición de
este modelo generó un profundo malestar social que se resume
en los triunfos de fuerzas antineoliberales parece un dato
irrefutable de la realidad. Más aun, en los próximos años
esta tendencia puede fortalecerse con los posibles triunfos
de la izquierda en Bolivia y Uruguay, y de un candidato
populista en Perú.
En este marco, diferentes fuerzas sociales parecen haber
comprendido que la fortaleza de los organismos financieros
internacionales, que caracterizó los ochenta y los noventa,
se convirtió en una "fuerte debilidad" a comienzos del nuevo
milenio, como asegura el economista belga Eric Tousaint.
Para Tousaint, es el FMI el que necesita llegar a un acuerdo
con Argentina, y no al revés: "Si Argentina dijese que no,
el Fondo perdería su credibilidad ante otros países
endeudados". Varios países están transitando el camino de
terminar su relación con el FMI y recuperar su soberanía.
Es el caso de Tailandia y de Indonesia. "Si Argentina
también toma la iniciativa de terminar sus relaciones,
ayudaría a aumentar la presión sobre el FMI", sostiene
Tousaint(2).
Oportunidad sin liderazgo
Los equipos encargados de la admnistración del Estado que
llegaron a esa posición en ancas de la crisis neoliberal,
buscan aumentar sus grados de autonomía respecto a las
grandes empresas mutlinacionales y a los organismos
financieros internacionales. Los nuevos administradores
están haciendo una lectura diferente de la que hicieron las
viejas y sumisas burocracias estatales, y una de las claves
de interpretación es precisamente la debilidad de los
centros del sistema. Que Estados Unidos no haya sido capaz
de echar abajo al gobierno venezolano de Chávez, pese a
estar jaqueado por la oposición del empresariado, las clases
medias, la Iglesia y los medios de comunicación, es una
clara señal de un cambio regional de largo aliento.
En paralelo, Tousaint señala la contradicción entre las
políticas de los países centrales y las que esperan de los
países de la periferia: "Mientras los países del G 7
incentivan sus economías con déficit fiscal –4,9 por ciento
del PBI en Estados Unidos, 3,9 en Francia, 3,5 en Alemania y
7 por ciento en Japón– exigen de países como Brasil y
Argentina superávit absurdos". Los nuevos administradores
estatales, parecen haber tomado buena nota de la diferencia
entre los discursos y las actitudes de las elites que
gobiernan el planeta.
Actitudes desafiantes, como la de Kirchner, son posibles
porque las elites del mundo aún no encontraron un recambio
regional a la debacle neoliberal; y porque los movimientos
antisistémicos han adquirido fuerza y poder suficientes como
para vetar la continuidad de las viejas políticas. No
obstante, la situación es extremadamente compleja y
cambiante: la debilidad de las políticas imperiales en
América Latina puede ser apenas coyuntural, como lo fue
durante la Segunda Guerra Mundial, o puede abrir una
coyuntura que se encamine hacia la proliferación de bloques
regionales. En ese caso, en América Latina podrían estarse
dando las condiciones para la conformación de un bloque
liderado por Brasil y el Mercosur, al que podrían sumarse
buena parte de los países sudamericanos.
Aun en este caso, que parece probable en el mediano plazo,
debe reconocerse que en el escenario regional pesan tres
fuerzas decisivas: las debilitadas y ambiguas burguesías
nacionales, los nuevos administradores estatales y los
movimientos populares. La alianza entre la primera y la
segunda, a partir de los años cuarenta, auspició el
desarrollo industrial por sustitución de importaciones y
cierto Estado benefactor. Medio siglo después, el dinamismo
parece haberse traslado hacia los movimientos populares, que
parecen en condiciones de imponer límites a las estrategias
de los otros sectores.
1) "Ascenso y caída del imperio estadounidense",
conversación con Paul Kennedy en Letras Libres, México,
julio de 2003.
2) Página 12, 9 de setiembre de 2003.
https://www.alainet.org/es/active/4597?language=en
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