¿Independencia?

16/09/2003
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¿Qué queremos decir con independencia cuando la festejamos? Para el común de la gente quiere decir reafirmación nacional, del sentimiento nacional, el orgullo de ser nacionales de un país. En la historia de México quiere decir la independencia de España, de su gobierno y de su economía. El surgimiento de una nación, de su soberanía, de la soberanía de su pueblo, la autodeterminación. ¿Somos independientes? ¿Son independientes los países de América Latina? Cuando en 1823 el presidente estadunidense James Monroe expuso su posición ante Europa, en relación con el continente americano, es decir que los europeos no podrían intervenir políticamente en esta área, muchos quisieron interpretar esta postura como una declaración de defensa de la independencia de los países americanos, y no como una intención de dominio de Estados Unidos sobre la región. La intención hegemónica de los gobiernos de Washington fue una realidad, como también la fue el hecho de que siempre, desde mediados del siglo XIX, esos gobiernos han defendido, incluso con su poderoso armamento, los intereses económicos de sus empresarios en donde quiera que se encuentren. La expansión imperialista de Estados Unidos estaba anunciada desde 1823, pese a que en esos momentos apenas podría haberse imaginado, dado el desarrollo económico mundial. El imperialismo y el colonialismo no eran iguales. En tanto que el segundo se basaba en el apoderamiento de un país y en la imposición de un gobierno metropolitano, ajeno al país invadido, el primero, el imperialismo, suponía la aceptación (de los gobiernos de países formalmente soberanos) de la intromisión económica de la metrópoli. En otros términos, la estrategia imperialista consistía en respetar, formalmente, la autodeterminación política (gobiernos propios) de los países receptores de las inversiones estadunidenses, siempre y cuando esos gobiernos no fueran contrarios a estas inversiones. La expansión imperialista, por lo tanto, no sería obra exclusiva y unilateral de Estados Unidos y sus capitalistas, sino que tendría que darse otra condición peculiar: que los gobiernos aceptaran esa dependencia estructural, es decir el despojo de las riquezas nacionales en la medida de los requerimientos del capital estadunidense. Si un gobierno se oponía a satisfacer esos requerimientos sería interpretado por la Casa Blanca como un gobierno enemigo; y de la misma manera que Estados Unidos desdeña tener amigos, no acepta tener enemigos. Con algunas excepciones (República Dominicana, Granada, Panamá, que fueron invadidas directamente por soldados estadunidenses), en América Latina del siglo XX la estrategia imperialista se ha basado en el convencimiento (por cualquier medio) de nacionales de otros países para garantizar sus intereses. Igual se ha convencido a dirigentes sindicales o a poderosos militares, que a gobernantes de proclividad sumisa para lograr sus propósitos. La intención siempre ha sido la misma: que los gobiernos de los países latinoamericanos no sean enemigos de Estados Unidos, es decir que acepten su intromisión económica, militar, cultural. La dependencia, esto es, la pérdida de su independencia, sin dejar de ser, formalmente, naciones soberanas. Cuando un gobernante ha querido ser independiente, es decir responder sólo y exclusivamente a los intereses nacionales y a quienes lo llevaron al poder, Estados Unidos ha recurrido a la desestabilización o al golpe de Estado; nunca han faltado los Pinochets que se presten al juego. En todos lados hay traidores a su patria, y cada vez menos Allendes. Cuando en México oímos al presidente Fox gritar ¡viva México! al mismo tiempo que se apoya el Area de Libre Comercio de las Américas, el Plan Puebla-Panamá, la privatización de industrias estratégicas, no puedo evitar el recuerdo de las últimas palabras de Salvador Allende transmitidas por Radio Magallanes hace treinta años: "En este momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes, quiero que aprovechen la lección. El capital foráneo, el imperialismo, unido a la reacción, creó el clima para que las fuerzas armadas rompieran su tradición: la que les enseñara Schneider y que reafirmara el comandante Araya, víctimas del mismo sector social que hoy estará en sus casas esperando con mano ajena reconquistar el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios" (las cursivas son mías). Y al final de su alocución dijo: "Estas son mis últimas palabras, teniendo la certeza de que mi sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición." Murió Allende, han pasado 30 años, y por lo visto somos muy pocos los que recordamos esa lección. La celebración de nuestra independencia ha olvidado esas últimas palabras de un presidente que quiso y respetó a su nación.
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