Concertar para crecer como país
14/04/2011
- Opinión
¿Era esperable un desenlace como el ocurrido en las elecciones generales en Perú? Mirando la foto después de tomada uno podría decir que sí, aunque nos negáramos a aceptar que ello era factible con varios meses de anticipación como lo supo visualizar Mario Vargas Llosa, cuando se refirió metafóricamente al posible resultado Humala – Keyko.
Ni nuestro más preclaro politólogo (Julio Cotler) visualizó esa posibilidad como real, cuando a inicios de año se le pedía ensayar un resultado. Y es que nuestra realidad pareciera leerse mejor desde los lentes de un escritor de novelas o cuentos que desde la sociología o la antropología. No por gusto las mejores descripciones de nuestra realidad se las debemos a personajes como José María Arguedas, Ciro Alegría, Manuel Scorza, Enrique López Albújar, el propio Vargas Llosa, entre muchos otros.
Pero lo anterior podría pecar de anecdótico. Lo principal tendríamos que apreciarlo en lo que nos devela el triunfo de las dos opciones que pasaron a la segunda vuelta electoral que se realizará el próximo 5 de junio. Especialmente porque se trata de propuestas políticas que fueron identificadas con sesgos autoritarios, ya fuera por sus orígenes, propuestas, vínculos e imágenes.
La más evidente es la de Keiko Fujimori (Fuerza 2011), quien no sólo tiene el “accidente” de ser hija de Alberto Fujimori (en la cárcel por haber sido un gobierno corrupto, violador de los derechos humanos y tener responsabilidad directa en crímenes diversos); el tema es que ella reivindica el gobierno de su padre y la experiencia de los 10 años que estuvo en el poder, más allá de haber tenido algunos gestos de distancia sobre algunos llamados “errores” que en él se cometieron.
Ollanta Humala (Gana Perú) tiene en su “haber” su origen militar, los vínculos que en algún momento tejió con Chávez de Venezuela y algunas dudas que se han seguido insistiendo cuando su labor “antisubversiva” en Madre Mía (Huánuco), además de los sucesos de Andahuaylas que dirigió su hermano (hoy en la cárcel por ello).
Como fuera, los rasgos autoritarios marcados en ambos candidatos nos hace ver que más de la mitad de la población no le hace ascos a ello y, de alguna forma, es fiel expresión de la herencia autoritaria que hemos vivido en nuestro país durante largas décadas. No sólo es fruto de la confrontación que se vivió entre los 80 y el fin de siglo pasado; es una larga cola de dictaduras que han acompañado a nuestra historia republicana, las mismas que han predominado por encima de la débil democracia que hemos construido como experiencia. Diríamos, lo que hoy vivimos es claramente parte de los aprendizajes que tenemos que recorrer para conseguir una democracia más estable y un sentido creciente de ciudadanía entre nuestra población.
De otro lado, el problema planteado tiene que ver también con la débil institucionalidad y sistema político, expresado, entre otros aspectos, en la carencia de un sistema de partidos políticos. Pero hay que ser claros en que su debilidad no tiene que ver solamente con un tema de liderazgos u organizaciones poco consistentes por falta de voluntad política de sus integrantes. También hay que reconocer que hoy la pugna de intereses políticos se juega mucho (y en creciente copamiento) desde la influencia de la opinión pública y el rol desmesurado que han cobrado los medios de comunicación social. Al punto de haber trasformado a los propios partidos políticos en una suerte de “cajas de resonancia”, de “atrapalotodos” (y como sea) de los votos, de oficina de marketing político y, muy débilmente (o cada vez menos), de fuerza organizadora de la población tras sus intereses.
Sin embargo, debemos reconocer que, la continuidad del sistema democrático, expresada en el ejercicio del voto, del recambio periódico de nuestras autoridades elegidas, de la existencia de contrapeso de poderes (aún muy endebles, especialmente hablando del poder judicial y legislativo), la libertad de prensa (aunque todavía muy sujeta a grupos de poder económico) y la creciente conciencia ciudadana que todo lo anterior da lugar, nos hace ver que se va marcando un camino que ha retomado lo que vivimos brevemente durante la década democrática de los pasados años ochenta. Y que esperamos se pueda consolidar reforzando nuestras principales instituciones a todo nivel.
En los últimos lustros hemos asistido ha diversas encrucijadas al momento de votar. Quizás porque hemos estado muy sujetos a una falta de experiencia democrática, donde es normal que ante reglas de juego comunes y tomada la decisión en las ánforas, se acepten los resultados, más allá de quién haya sido o no favorecido. En éste entendido, pienso que no se puede pretender que unos se vistan de democráticos y se descalifique a los otros. Ya sea porque no exista una comunión de ideas o porque mi adversario plantee cambios sustanciales (incluidas las reglas de juego), si ellas se proceden a través de los mecanismos establecidos como democracia. Tampoco se puede pretender que las recetas económicas son inamovibles si existe una coherencia de propuestas que nos pueden ayudar a una mayor distribución de la riqueza que se produce o conducirnos a la circunstancia de que nos mojemos todos y más equitativamente, según los ingresos que se posea (por ejemplo, en el pago de impuestos); especialmente cuando llevamos creciendo dos quinquenios seguidos y la superación de la pobreza no se siente en los bolsillos de la gente.
Nuestra débil institucionalidad se ha expresado también en la volatillidad de las opciones de votación. Una vez más, las cosas se terminaron definiendo en el último mes, el previo a las elecciones. Hasta esa fecha, todo parecía resuelto. Un Alejandro Toledo (Perú Posible) estaba muy sólido en el primer lugar. Sin embargo, una combinación de factores como los propios errores del candidato, la pérdida del temor hacia una opción que podía haberse valorado como extrema (Humala, y su buen manejo de imagen), la pérdida de confrontación con el partido de gobierno, así como la imagen de cierta mediocridad (“mentiroso”, “borracho”, “frívolo”, etc.), devinieron en una debacle que no se supo controlar, hasta caer a la cuarta ubicación en el resultado final. Otro caso equivalente fue el que se dio entre los candidatos Castañeda (Solidaridad Nacional) y P.P. Kuzinsky (Alianza por el gran Cambio), los cuales llegaron en quinto y 3er lugar, respectivamente.
Sin embargo, la gran cuestión gira en torno a lo que se pueda hacer hacia adelante. Toda la clase política no identificada en los resultados del domingo 10 de abril tendrá que “votar el chanchito” y tomarse en serio que uno de los dos candidatos de todos modos estará en palacio el próximo 28 de julio. Así no me guste Keyko o Humala (o ambos). El tema es que tenemos que hacernos responsables de lo que pueda acontecer y no vendarnos los ojos o jugar al avestruz. De allí que es de suma importancia los reflejos que se han manifestado en torno a generar puntos de acuerdo comunes y de concertación entre las principales fuerzas políticas, especialmente para las que disputarán la siguiente 2da vuelta electoral.
Pienso que allí se va a poner en juego la capacidad de convencimiento que pueda darse para hacer viable una propuesta de gobierno y ganarse la confianza popular. Pero no creo que esto necesariamente vaya a jugarse estableciendo binomios de confrontación; creo que será un proceso más fino de tratamiento el que deba darse lugar. Por ejemplo, en lo político se pondrá en tensión temas como “dictadura – democracia”, “corrupción – anticorrupción”, “nueva constitución – defensa de la existente”. Pero serán más bien los gestos políticos los que terminen siendo determinantes.
En lo económico la tentación será polarizar entre propuestas de “mercado – Estado” y sin embargo se requiere de ambos y de un rol activo del empresariado; “ricos – pobres” será una perita en dulce en tanto la derecha se haga más activa en su apoyo a Keyko Fujimori y no por eso habrá que abusar de dicha confrontación porque interesará a Humala generar presencia en los sectores A y B, desmitificando el fantasma del terror en que algunos sectores lo han convertido; otros aspectos como “tecnicismos – solución de necesidades”, “asistencialismo – desarrollo de capacidades en la población” tendrán que ser manejadas también con tino para no caer en la demagogia o en el ofrecimiento fácil (de ambos candidatos).
En lo cultural es quizás donde se podría insistir más y decantar mejor los horizontes que queremos como país y como presente, deslindando con el “vale todo” en aras de un sentido ético como país y a todo nivel, aunque sin caer tampoco en purismos. El binomio “clientelismos – construcción ciudadana” será otro elemento clave de por dónde queremos entender nuestra democracia y proyectarla, tomando en cuenta especialmente a las personas y no sólo ideas abstractas que dicen poco al común. Después de todo, somos un país muy interesante, singular y sujeto a una serie de riesgos que estamos obligados a correr y a comprometernos en ello.
Lima, 15 de abril de 2011
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