Las existencias mundiales de oro se calculan en 157.000 toneladas entre las reservas de bancos centrales y el Fondo Monetario Internacional (26.000 ton.) y las que están en manos privadas (131.000 ton.); lo que equivale a 5.050 millones de onzas troy (1 onza = 31,103 gramos) que es la medida utilizada para los metales preciosos. Estas existencias son 4 veces las reservas probadas sin explotar, que se estima no sobrepasan las 40.000 toneladas.
Desde 1493 hasta 1981, es decir durante 488 años se habían extraído, 90.000 toneladas y desde 1981 hasta hoy 67.000 toneladas. Esto quiere decir que en los últimos 30 años, el 6% del tiempo con información confiable (desde el descubrimiento y la conquista de América), se ha arrancado de la tierra el 42.7% de todo el oro de que disponemos los seres humanos.
Se ha explotado entonces cerca del 80% de las existencias, es decir, el restante 20% sigue en las entrañas de la tierra, y está en trance de agotamiento. Desde luego esto es relativo, pues los stocks no se gastan a la velocidad del petróleo o el carbón. Éstas alcanzan para varios siglos sin necesidad de extraer una onza más, claro está, si son para los usos corrientes, no especulativos, o sea los industriales y decorativos.
De otro lado, a partir del año 2000, estamos viviendo un crecimiento inusitado de sus precios. Desde que irrumpió en el mundo el capital financiero monopolista a finales del siglo XIX y hasta 1971, los precios del oro tuvieron apenas pequeños altibajos. Oscilaron entre los US$ 20 y los US$ 60. Esto se explica porque después de la segunda guerra mundial y de los acuerdos de Bretton Woods, el precioso metal no fue importante como herramienta de especulación financiera, debido a la existencia de los cambios fijos entre las distintas monedas y a la relación de convertibilidad del dólar estadounidense con el oro.
Pero una vez eliminada ésta el 15 de agosto de 1971, el oro se torna en un commoditie y su precio aumenta de manera sostenida hasta los US$ 650 en 1980, año en que empieza a caer estrepitosamente hasta llegar a US$ 251 en el 2000. Desde entonces su precio no ha parado de subir, hasta llegar a la cotización de hoy, se ha multiplicado casi por 6 el precio en 20 años, llegando a la cifra récord de US$ 1.400.
La burbuja que actualmente se encuentra en un pico sin precedentes, se ha formado gracias a que las decrecientes reservas sin explotar se han convertido en fuente de especulación que impulsa las ganancias de manera geométrica; burbuja falsa y susceptible de estallar cuál pompa de jabón en cualquier momento. Veamos dos casos que ilustran el asunto, uno internacional y el otro, que reseñamos al principio, se presenta en nuestro país.
El primero tiene que ver con un fondo especializado en la especulación con oro denominado SPDR Gold Shares, creado en noviembre de 2004 y conocido por su símbolo bursátil GLD, el que arrancó con US$ 14 millones aportados por el Consejo Mundial del Oro (WGC), y hoy tiene un valor en bolsa de US$ 56.700 millones, ¡ha crecido 4.050 veces en 7 años! Esto solamente se explica por el creciente valor del metal, que ha servido de palanca para empujar la valorización de sus acciones, hoy en poder de una gran cantidad de pequeños inversionistas, pero principalmente de unos cuantos grandes jugadores que sabrán bajarse del monstruo que han creado, justo cuando esté a punto de reventar la burbuja. Entre los “duros” que manejan el fondo están el HSBC PLC, el Bank of New York Mellon Corp., State Street Global Advisors, Northern Trust Corp. y el multimillonario administrador de fondos de cobertura y acusado de ser el cerebro de la escandalosa estafa de las hipotecas basura, John Paulson. Este fondo acumula ya 1.300 toneladas de oro entre sus activos tangibles, y sus acciones se negocian en las principales bolsas de valores del mundo.
Aquí en nuestro vecindario quiero referirme a una burbuja en gestación no menos dañina por ser más pequeña. Se trata de la que protagoniza la firma canadiense Greystar Resources Ltda., a la que el gobierno le ha concesionado 30 mil hectáreas, y cuyo proyecto, denominado Angostura por el nombre de una de las quebradas que borrará junto con las otras fuentes de agua que surten el acueducto de Bucaramanga, también destruirá el páramo de Santurbán que es santuario de centenares de especies vegetales y animales.
El negocio consiste en la extracción de 11,5 millones de onzas de oro (357 toneladas) en 15 años, con una inversión anunciada de US$ 1.000 millones. La cuenta no es difícil de hacer: a precios de hoy, el yacimiento tiene reservas por US$ 16.100 millones. Éstas serán extraídas con una suma en dólares 16 veces menor y equivalente al 6.2% del avalúo total.
Por esa razón, el anuncio que han hecho los dueños de la empresa, es que una vez concedida la licencia ambiental, el paso siguiente no será el inicio del saqueo del oro, sino la apertura de una actividad especulativa en las bolsas especializadas, tendiente a colocar sus acciones o a vender bonos para financiar el proyecto. ¡Especular con el prospecto de fabulosas ganancias o lo que es lo mismo, realizarlas por anticipado!
La ciudadanía santandereana, la misma que ha empezado a desplegar una valerosa resistencia contra el proyecto, debe tomar atenta nota de que los daños ambientales que se anuncian, son apenas una de las perversas aristas que “adornan” el proyecto. El espiral especulativo que se genera en torno a la obtención de los derechos para explotar el yacimiento, es de un apetito voraz que debe ser alimentado, y para atenderlo debidamente, será necesario imponer enormes privaciones a una gran cantidad de personas laboriosas de aquí y de otras latitudes.
Por esa razón todos los colombianos debemos acompañarlos para derrotar al gobierno de Santos en su pretensión de consumar un nuevo atropello contra la soberanía, el progreso y el bienestar de la nación.
Medellín, marzo 8 de 2011
- Jorge Gómez Gallego es Diputado Asamblea Departamental de Antioquia POLO DEMOCRÁTICO ALTERNATIVO