La Lima de Arguedas
Una Lima de todas las sangres
17/01/2011
- Opinión
Lima es, al celebrar los 476 años de su fundación hispana como capital del Perú, una ciudad globalizada y nacional, cosmopolita y popular, mestiza y con un fuerte ingrediente andino, tal como la quería José María Arguedas, quien precisamente hoy hubiera cumplido 100 años, de haber estado vivo. Se une, pues, el homenaje a la ciudad primada del Perú con el centenario del natalicio del gran amauta José María Arguedas.
Los conquistadores ibéricos, que no españoles pues España en 1535 aún no era un estado-nación sino una difusa amalgama de reinos enfrentados entre sí, quisieron hacer de Lima una émula del poderío metropolitano anclado en Madrid. Así, esta ciudad se hizo excluyente de las demás, en su arquitectura, en su ideología urbana, en su identidad, en sus consideraciones hacia sí misma. Los europeos atribuyeron dotes de gran ciudad a Lima residiendo aquí el virrey y su corte. Fue, además de capital, la sede de la administración de la explotación intensiva de recursos naturales de todo el virreinato y punto de salida de las riquezas peruanas hacia la capital ibérica. Así Lima protagoniza la gesta de una economía de exportación.
Garcilaso de la Vega como Guamán Poma de Ayala nos descubren los vericuetos y dramas segregadores de un mestizaje en donde convivían elementos blancos, criollos, mestizos, indios, negros, amen de moros, chinos, japoneses y europeos a granel.
Pero quien mejor ha retratado este mestizaje y lo ha planteado a nivel de utopía realizable, ha sido José María Arguedas desde su novela “Agua”, su poesía hasta la obra última, “El zorro de arriba y el zorro de abajo” pregonando un mestizaje en el que el ingrediente andino fuera vital. La expresión “Todas las sangres” es el mejor retrato no solo de Lima sino del Perú integral, país dotado de una amplia multiculturalidad, las que conviven (interculturalidad). José María Arguedas buscó con angustia la forja de una identidad que se nutriera de nuestro ancestro y raíces andinas. Su obra es testimonio de la búsqueda creadora de una síntesis nacional en la que “El zorro de arriba y el zorro de abajo”, lo andino y lo occidental se fusionaran dando paso a una nueva sociedad. Allí lo nuevo del mensaje de la utopía andina, nunca arcaica sino tremendamente moderna por recuperar lo más propio del alma nacional, de sus tradiciones, de sus raíces, su ancestro, su pasado, su historia, su aporte al mundo, visiones que maduran en oposición a las que buscan modernizarnos no desde dentro, una conversión endógena sino importando una modernidad eurocéntrica, hoy venida a menos, en momentos en el que el viejo continente se descalabra ante la crisis internacional y los imperios hegemónicos nos ofrecen figuras mestizas liderando el escenario mundial (Obama y Hu Yintao).
En todo caso, la globalización puede convivir con la pluridentidad nacional, lo nacional convivir con lo cosmopolita. Lima, desde siempre y el país en su conjunto, han sido mestizos, solo que la utopía andina reivindica el mensaje ancestral ante la noción del mestizaje propio de la generación del 900 o arielistas (José de la Riva Agüero, los hermanos García Calderón, Víctor Andrés Belaúnde) que preconizaban la hegemonía blanca hispana.
Hoy, en un contexto de identidades globales y nacionales a la vez, internacionales y con fuerte presencia popular, nuestro país tiene un carácter integrador y su capital es el crisol de todas las sangres, poblada de una ancha mesticidad, de una amplia choledad. Porque lo cholo es el mejor retrato de la ciudad y del país.
Ya no es el “chullu” prehispánico, caracterización del indio joven que tras la invasión española denominó al paje ayudante del conquistador quien lo vestía, le colocaba su armadura y lo subía al caballo. Los cholos actuales son producto de la fusión cultural del mundo andino con la cultura criolla urbana, de la que nace una tercera identidad, la identidad chola. Sin embargo, se mantienen, como lo atestiguan los 7,000 clubes provincianos en Lima, las costumbres ancestrales en las yunzas, bailes, sabores, olores, música, lenguaje. Hasta, en el fútbol, ha sido el equipo cusqueño “Cienciano” que nos ha hecho vibrar con mayor fuerza en nuestra peruanidad triunfante, al igual que los triunfos de Kina Malpartida, Sofía Mulanovich, los boxeadores Maicelo, Zegarra; Claudia Llosa, Magaly Solier, Mario Vargas Llosa , Gastón Acurio y demás.
El desborde de los excluídos, tras la segunda guerra mundial, cambió el rostro del Perú y de Lima. La migración, el hecho social más importante del siglo XX, litoralizó la población nacional, más urbana que rural. La migración, producto del desborde popular, que no se sentía representado por el marco institucional del Perú oficial ha marchado hacia la costa repoblándola. Un Perú profundo, concepto acuñado por Jorge Basadre y retomado por Arguedas ha marchado contra los cauces del Perú oficial que no lo representa. Este desborde popular andiniza la ciudad, las ruraliza, a entender de José Matos Mar en un país de casi 30 millones de ciudadanos con DNI, niños incluídos. Se ha conquistado la ciudad capital con un avance silencioso.
El desborde popular, la oposición entre el Perú oficial y el Perú profundo, hacen de esta ciudad, ya no una ciudad excluyente del resto del país, la “novia del Perú” en la vieja versión narcisista sino una “Lima de los Reyes, Chávez, Quispe” con diversas formas de adecuarse a la ciudad, como esos nueve tipos de limeños de los que habla Rolando Arellano: las conservadoras, los tradicionales, emprendedores, sobrevivientes, trabajadoras, sensoriales, adaptados, afortunados, progresistas. Hoy, ese carácter excluyente tiene poco asidero ante una capital que es el crisol de todas las sangres. Es una ciudad que ha sido conquistada o reconquistada por los migrantes. La capital es la más grande de nuestro sistema de ciudades y probablemente sea la ciudad serrana mayor del país.
Por otro lado, Hernando de Soto habla de informalidad, es decir, nuevas formas que cuestionan las viejas formas y Luis Pásara, relievando sus rasgos de violencia y transgresión la califican de achorada.
Si antaño, alguien dijera que “El Perú era Lima, Lima el Jirón de la Unión, el Jirón de la Unión el Palais Conçert”, estaba descaminado porque en los años 20 y 30 del siglo pasado, la capital peruana, lejos de representar al país, vivía de espaldas al mismo. Cronistas extranjeros de inicios del siglo XX como Waldo Franck y Paul Morand no sólo han difundido el exotismo de una ciudad entre africana, mora, polinésica, asiática y europea, árabe por los toldos de sus tiendas o por los ojos morunos de sus mujeres por las que suspiraban mil y un viajeros que quemaron sus carabelas y se quedaron aquí enamorados de alguna lugareña. Otros han sido cautivados por su gracia (Vicuña Mackenna), sus nubes (Lastarria, Monnier) o su carácter ambivalente entre levantisco y perezoso (Sartiges, Rugendas, Hipólito Unanue), que a entender del último de los nombrados era tal que “hasta los microbios se acojudan”. Pero hoy se ha impuesto la laboriosidad del ande y por tanto, el carácter trabajador del peruano, su emprendedorismo, su creatividad e ingenio en una ciudad integradora de todas las etnias y nacionalidades.
Esta Lima mestiza resuelve las controversias sobre su identidad, tanto de aquellos que la han endiosado como de aquellos que la han satanizado. País y capital, pues, pluriculturales, plurilingües. En suma, es una ciudad en proceso de destrucción y construcción simultáneas.
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