Marisa
29/09/2002
- Opinión
Si existe una mujer que no pueda ser considerada como simple adorno del
marido es Marisa Leticia Lula da Silva. Cuenta una fábula que, después de
su coronación, un rey nombró como consejero a un leñador que en su
infancia había sido compañero suyo de paseos por el bosque. Sorprendido,
el pobre hombre se excusó ante tan inesperada deferencia, alegando que
apenas podía leer y no poseía ninguna ciencia que justificase su
presencia entre los consejeros del reino. "Te quiero junto a mí -le dijo
el rey- porque necesito a alguien que me diga la verdad".
Marisa no tiene la vocación política de Lula, pero su aguda sensibilidad
funciona como un radar que le permite captar lo profundo de las personas
y discernir las variables de cada situación. Por eso es capaz de decirle
a Lula verdades que le ayudan a no apartarse de su origen popular ni
ceder al mito que se origina en torno a él. La simplicidad tal vez sea la
cualidad que ella admira más en las personas.
Nacida en São Bernardo do Campo, en una familia de pequeños granjeros,
conserva la firmeza de carácter de sus antepasados italianos. Comedida en
las palabras, hasta el punto de preferir no dar entrevistas, no anda con
rodeos cuando se trata de decir lo que piensa, le duela a quien le duela.
Por eso no puede ser incluida entre las fanáticas de su marido. En las
reuniones prefiere quedarse atrás y no estar al lado de Luis. La
recíproca admiración que les une no le impide que, al regresar de una
maratón de reuniones, a las 3 de la madrugada, ella le hable para
criticar su actuación en una entrevista por televisión o para compartir
decisiones domésticas.
Marisa es, sin duda, la única persona que, en el cara a cara, no corre el
peligro de dejarse enredar por la lógica política de su marido. Defensora
intransigente de su propio espacio, no llega a ser el tipo de esposa que
compite con el candidato. Sabe que sus papeles son diferentes y
complementarios. Pero nadie es aceptado en la intimidad de los Silva sin
pasar por el cedazo de ella, que sabe distinguir muy bien quiénes son los
amigos de la pareja y quiénes son los amigos de Lula.
Al igual que Lula, Marisa conoce las dificultades de la vida. Décima hija
de Antonio J. Casa y Regina Rocco, creció viendo al padre llevar al
mercado su carreta con las verduras y legumbres que él plantaba y vendía.
Aunque la parcela era pequeña, pero suficiente para asegurar la precaria
subsistencia de la familia de once hijos, el corazón de los Casa era lo
bastante grande para acoger a los necesitados. Y la madre fue conocida
como "bendecidora", pues ante la falta de médicos y de recursos, muchas
personas la visitaban, especialmente quienes padecían de bronquitis.
La hija estudió hasta 7º grado, y todavía niña se vio obligada a
conciliar la escuela con el trabajo, empleándose como niñera en casa de
un sobrino de Portinari. A los 13 años se hizo obrera en la fábrica de
chocolates Dulcora. Del sector de envases Marisa fue ascendida a
coordinadora de sección, antes de que a los 20 años pasase a un cargo en
el área de la educación, donde trabajó mientras estuvo soltera.
En 1970 se casó con un chofer de camión. Seis meses después él fue
asesinado, dejando a Marisa embarazada de su hijo Marcos, que Lula
considera su primogénito. En 1973, al recurrir al Sindicato de los
Metalúrgicos para solicitar la pensión dejada por su marido, Marisa
conoció a Lula. De hecho fue enamorada en un verdadero cerco estratégico
montado por el presidente del sindicato, que había oído hablar de una
rubia muy bonita que andaba por allí. Lula intentó convencerla de que él
también era viudo, sin que ella le creyese, hasta que vio el documento
que él, de propio intento, dejó caer al suelo. La primera mujer de Lula
había muerto en 1971, junto con el hijo que llevaba en su vientre, a
consecuencia de una hepatitis mal curada. En mayo de 1974 Marisa y Lula
se casaban, y de la unión nacieron los hermanos de Marcos: Fabio, Sandro
y Luis Claudio.
Durante sus primeros años de casada a Marisa no le gustaba la política.
El progresivo compromiso de Lula con actividades sindicales alteraba la
rutina de la casa. Obligada a levantarse temprano para despachar a los
hijos a la escuela, esperaba a que el marido regresara de reuniones que
se prolongaban hasta la madrugada. En el fuego siempre estaba la comida
lista, pues a Lula no le gusta comer en restaurantes. Después de acostar
a los niños, vía alguna novela sin entusiasmo. Y se quejaba con razón de
la difícil tarea de atender más de cien llamadas al día, muchas veces sin
conseguir convencer a los interlocutores de que ella no controla la
agenda de su marido, ni sabe si él podrá participar o no en un evento en
Porto Alegre o en Recife y mucho menos lo que él piensa del último
pronunciamiento del ministro de Hacienda.
En abril de 1980 Marisa pasó por la prueba de fuego cuando Lula estuvo
preso, debido a la huelga de 41 días. Preocupada por su seguridad,
siempre quiso abrir ella la puerta cuando llamaban extraños, evitando
exponer al marido. Ese mismo año hizo un curso de Introducción a la
Política Brasileña, promovido por la Pastoral Obrera de São Bernardo do
Campo. Afiliada al Partido de los Trabajadores, abrió su casa para tener
las reuniones del núcleo del barrio Asunción, donde vivían. El compromiso
de la mujer llevó a Lula a participar más directamente en las tareas
domésticas. Pero es ella quien dirige las finanzas de la casa. De ella
depende también la logística personal de Lula, cuyas ropas compra ella
generalmente. Como él acostumbra a no llevar nada en las bolsas, salvo
apenas el carnet de identidad, del bolso de Marisa surgen el talón de
cheques, la pluma con que Lula firma autógrafos y los cigarros que él
fuma. Durante la campaña presidencial, Marisa lleva siempre, durante los
viajes, una colección de camisas para que, después de una asamblea, él
pueda cambiarse.
Aunque, en política, Marisa prefiera el papel de asesora más íntima del
marido y no le guste hacer discursos ni ser el centro de atención, no
desaprovecha la oportunidad de participar en conversaciones políticas.
Sea quien sea el interlocutor, Lula nunca le pide a Marisa que se retire,
excepto para que le traiga un café. A la hora de comer, ella prefiere lo
sencillo: arroz, frijoles, bistec y ensalada de lechuga con tomate,
aunque es cierto que su plato predilecto es el de camarones y un vaso de
vino. Los menús especiales quedan por cuenta del marido, que de italiano
sólo tiene el apetito: espaguetis. Para quien llega a su domicilio
siempre hay una taza de café; y el no aceptarla es considerado casi como
una ofensa. Ella asume el leer toda la correspondencia que su marido
recibe, así como distribuir panfletos del Partido a los niños. Devota del
Sagrado Corazón de Jesús, cuya estampa siempre lleva consigo, esta exHija
de María, como Lula también, tiene la certeza de que Dios dirige sus
pasos... aunque, por curiosidad, lea su horóscopo en los periódicos.
Hábil en el arte de la serigrafía, Marisa hizo su primera bandera del PT
con una tela roja traída de Italia. En 1981 montó en casa un pequeño
taller para estampar camisetas con símbolos del Partido. Para la campaña
de Lula a diputado federal, en 1986, ella llegó a estampar cerca de
veinte mil camisetas, vendidas para obtener fondos. Celosa de su
privacidad familiar, se vuelve una fiera cuando la prensa trata de entrar
por la puerta de su casa o de incluir a sus hijos en el noticiero. En
tales situaciones sólo es capaz de calmarla el cuidado de las plantas.
Desprovista de vanidad, Marisa se viste de acuerdo al buen gusto,
evitando la sofisticación. Compra la ropa que le agrada, sin fijarse en
la etiqueta. Y siempre se hace ella misma la manicura y pedicura.
Contraria a protocolos, le gusta rodearse de amigos, entre plantas y
agua, en cualquier lugar en que los hijos se puedan divertir, libres de
las medidas de seguridad. Una buena partida de cartas, el marido de
bermudas a su lado y el teléfono descolgado, es lo que le basta para
estar tranquila.
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