Presencia y acción de los movimientos sociales en la coyuntura
10/01/2011
- Opinión
El domingo 28 de noviembre en Haití se realizaron elecciones presidenciales y legislativas para toda la Cámara de diputados (un centenar de escaños) y la renovación de un tercio del Senado. Como era de esperar, esta lid ha dado lugar a protestas vehementes, desde diversos frentes -nacionales e internacionales- y manifestaciones de calle con un trasfondo de violencia en gran parte del país.
¿Cómo entender estos últimos acontecimientos?
Desde el inicio del proceso electoral, entre marzo y abril pasado, luego del devastador terremoto del 12 de enero, los partidos políticos que participaron en esta contienda, por desgracia todos de derecha, habían levantado sus voces para denunciar al Consejo Electoral Provisional (CEP), entidad responsable de la organización de estos comicios. Ellos proclamaban vehementemente que no participarían bajo la autoridad de ese organismo, puesto que a su juicio se encuentra totalmente subordinado al poder. Fueron los primeros remezones, presagio de las turbulencias de la semana del 8 de diciembre.
El presidente Préval, quien tiene un cierto dominio del comportamiento de la clase política tradicional, a la que se asoció desde el primer mandato del Presidente Aristide a principios de los años 90, en ningún momento accedió a realizar cambios en la composición del CEP. Al contrario, con el apoyo de la comunidad internacional -que mantiene al país bajo tutela desde la salida del ex Presidente Aristide el 28 de febrero del 2004, y es la principal artífice de estas elecciones-, Preval ha mantenido el mismo equipo de nueve consejeros hasta al día de hoy. Incluso en medio de esta crisis, les ratificó su confianza en su primera y única declaración realizada hasta ahora (1). El Jefe de Estado, al sobrevalorar su capacidad de maquinación en el mundo político, que por cierto está muy desprestigiado, subestimó su impopularidad entre toda la población. Él creía que el pueblo había desarrollado una alergia a la política en general, siendo que esto se aplica sólo para una determinada política, de la que él mismo ha sido el principal artífice durante dos períodos quinquenales.
En efecto, a medida que se acercaba la fecha fatídica y constitucional del último domingo de noviembre, los actores/as políticos sea porque se desolidarizaron de sus respectivos partidos o porque optaron por seguir la secuencia operada por aquel, se inclinaron por acatar el calendario oficial para presentar su candidatura a alguna de las tres instancias que entraban en la contienda.
En un primer tiempo, las organizaciones de los movimientos sociales y las amplias masas en general mostraron muy poco interés por las elecciones. Dieron muestra de una gran indiferencia frente a todo el proceso, la cual se intensificó por el zigzagueo, el engaño y la traición por parte de la mayoría de candidatos de cara a sus respectivos partidos. Mientras las masas y cada vez más la capa inferior de la pequeña burguesía se hunden en la pobreza más completa, bajo la férula de la comunidad internacional, la clase política ni siquiera ha esbozado un plan alternativo para esta situación. Aparentemente, se podría decir que la vida de las personas se desarrolla en paralelo a las actividades de la clase política.
La presencia en el escenario político nacional de Wycleff Jean, un artista de renombre internacional, provocó una primera conmoción inesperada. Sin embargo, su candidatura a la presidencia fue rechazada por el CEP ya que Jean no ha residido durante cinco años consecutivos en el país, como lo prevé la Constitución. Todo parece indicar que el apoyo de una fracción de la juventud -proveniente sobre todo del sector urbano- a esta nueva figura en la arena de la política tradicional habría sacudido la voluntad del pueblo. Otro artista, Michel Martelly, ocupó el vacío dejado por el Sr. Jean. Se pudo constatar a la postre una sensibilidad respecto a estas elecciones en ciertas categorías sociales que se definían progresivamente. Se trata de jóvenes de los barrios populares que, por razones ideológicas poco claras, ofrecían su apoyo a tal o cual candidato en particular, más que a los respectivos partidos políticos bajo cuya bandera se presentaba el candidato.
¿Qué se puede decir del movimiento social en general?
El movimiento social haitiano en realidad no se ha movilizado en la coyuntura actual. A lo largo de la campaña, todos los candidatos y las candidatas, con excepción de aquellos/as ubicados en el oficialismo, continuaron manifestando su desconfianza frente al CEP mientras desarrollaban su campaña. Este discurso captó las mentes de las personas y repercutió negativamente en una determinada proporción respecto a la participación. De hecho, el proceso de votación fue un desorden total que favoreció al campo oficialista; no obstante, todos los partidos se aprovecharon también en cierta medida de esta situación para aumentar sus posibilidades de éxito. Gracias a un fraude masivo e irregularidades de todo tipo en casi todas las circunscripciones geográficas, Jude Celestin, el apadrinado del Presidente Préval, llegó en segundo lugar, contrariando la expectativa casi universal.
Estas elecciones constituyeron una oportunidad para desacreditar al gobierno, que no tomó las medidas necesarias para contrarrestar los estragos del terremoto del 12 de enero de 2010, tampoco para contrarrestar los daños del huracán Tomás, ni para neutralizar la propagación del cólera, que a diario alarga el desfile de sus víctimas. Es por ello que quienes buscaban el respaldo del electorado bajo el paraguas del partido del presidente -un partido fabricado netamente para estas elecciones- han tenido que morder el polvo. Las irregularidades que han plagado el proceso de votación ocultaron, en gran medida, la amplia abstención popular. Es otra forma elegida por muchas personas para expresar su descontento con los integrantes del poder y con quienes tratan de sustituirles. No existió confrontación de proyectos entre el régimen y su oposición, ya que ambas partes participan de la misma matriz política e ideológica. Es más bien una lucha interna entre aspirantes de un mismo bloque.
¿De dónde proviene esta fiebre postelectoral que incendió a la sociedad haitiana en estos días? ¿El movimiento popular de Haití ha reconsiderado su desprecio hacia la clase política que lo subyuga desde hace más de doscientos años?
Las fracciones populares que han exteriorizado su ira contra los resultados electorales proclamados por el Consejo Electoral Provisional no son realmente parte del movimiento social que, en teoría, está integrado por todas las fuerzas organizadas, sea cual sea su influencia real en el terreno concreto. Las y los manifestantes, la mayoría en un rango de edad de entre 13-14 años a 25-26 años, que dieron rienda suelta a su exacerbación para exigir el respeto de su voto, principalmente por Michel Martelly, en su mayoría no son miembros de ninguna organización de masas ni partido político. Si no hubiesen ostentado las fotos de su candidato, hubiera sido difícil adivinar que se trataba de un movimiento político, dada la ausencia de consignas y de las reivindicaciones reales de las masas. Todo esto ha dado lugar a una violencia innecesaria, a la marcada presencia de malhechores y al lamentable final de esta agitación, la cual se amplificó en las calles por una especie de efecto de bola de nieve. Personas que aún no han alcanzado la edad ciudadana para votar, o que no pudieron votar porque no tienen -por una razón u otra- su carnet electoral, reclamaban el respeto de su voto. Sin embargo, no podemos atenernos solamente al aspecto físico del desborde popular, pues es la expresión de un rechazo radical al régimen de Préval.
El movimiento popular haitiano se ha visto paralizado por las sucesivas dictaduras que han ensombrecido nuestra historia de pueblo libre. Aquella de los Duvalier fue la más sangrienta y la más larga de todas. El movimiento comenzó a levantar cabeza después de la salida de ésta, para sucumbir nuevamente a dos terribles garrotazos tras la llegada del Presidente Aristide en febrero de 1991 y el golpe de Estado del 28 de septiembre de ese año. Los militares, bajo los dictados del imperialismo estadounidense, pusieron fin a la primera oleada populista del sacerdote convertido en presidente, unos siete meses después de su investidura. Él fue en ese momento, y hasta la fecha de hoy, el primero y único presidente elegido democráticamente desde la proclamación solemne de nuestra independencia, 1 de enero de 1804.
Antes de la primera ocupación de EE.UU., fueron los campesinos a quienes los grandes latifundistas manipulaban en todo momento -al precio de luchas fratricidas- para tratar de llegar al timón de los asuntos estatales, al estilo de los caudillos latinoamericanos. En los últimos años, los pequeños agricultores buscan organizarse, tanto en el plano nacional como a nivel regional. Asociaciones campesinas de diversos tipos se encuentran dispersas en todas las secciones comunales del país. Si bien esta clase se va liberando poco a poco de las garras de los grandes propietarios políticos, que la conducían sin piedad a entrar en batallas que no eran de su interés principal, aun no se libera totalmente de la nueva versión de la clase política tradicional que conserva aún el secreto para infiltrarse en sus organizaciones y canalizarlas para su propio provecho.
Lo mismo ocurre también en todas las zonas urbanas, donde muchas organizaciones son pretenciosamente llamadas populares, por el solo hecho de tener su origen en un barrio pobre. Lo que a primera vista parece una gran fuerza, disimula en la realidad cotidiana una gran debilidad, porque no existe todavía, por desgracia, un vector capaz de unir a las más consecuentes de entre ellas. La iniciativa de las luchas de carácter popular ha cambiado de campo. Hoy en día, es la juventud de los barrios populares que se han convertido en la principal fuerza de los grandes estallidos de reivindicaciones políticas. Sin embargo, sus movimientos, cuando no son espontáneos, están diseñados para beneficiar algún líder político, y desprovistos de autonomía. Por lo tanto, no llevan a ninguna parte, salvo a la promoción particular de algunos individuos. El movimiento sindical está hoy muy débil. El aumento del desempleo y la nueva orientación de la burguesía local en busca de ganancias rápidas en el contexto de la globalización, al precio de la liquidación de las viejas industrias de sustitución, han contribuido en gran medida al retroceso de la organización del proletariado.
El movimiento social se encuentra naturalmente dividido, ya que contiene a grupos sociales con intereses divergentes y antagónicos. Muchas asociaciones profesionales, campesinas, socio-económicas se pronunciaron a favor o en contra de las elecciones, sin que su papel haya podido influir significativamente en el rumbo de estos acontecimientos. Las clases trabajadoras urbanas, unidas a las rurales, aún no han demostrado su disposición a usar su fuerza revolucionaria para dirigir sus principales batallas políticas a favor de toda la clase de explotados/as. La construcción de un partido político digno de ese nombre, el Campo del Pueblo, el Kan Pèp la, queda aún por construir.
(Traducido por ALAI del original en francés)
- Marc-Arthur Fils-Aimé, es director del Institut Culturel Karl Levêque (ICKL).
Este artículo es parte de la reciente edición de la Revista América Latina en Movimiento, No. 461, sobre "Haití a un año del terremoto: deudas pendientes" http://alainet.org/publica/461.phtml
(1) Conferencia de prensa del presidente René Préval, jueves 9 de diciembre 2010.
https://www.alainet.org/es/active/43420
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