Desafíos de la integración emancipadora de nuestra América

Seremos capaces de enfrentar juntos, como un solo pueblo, los colosales peligros de la época?

30/11/2010
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En un texto de 1883, publicado en el diario La América, de Nueva York, José Martí escribió palabras que hoy revisten una asombrosa vigencia: “Es necesario ir acercando lo que ha de acabar por estar junto. Si no, crecerán odios; se estará sin defensa apropiada para los colosales peligros, y se vivirá en perpetua e infame batalla entre hermanos por apetito de tierras”[1].
 
Los colosales peligros son más que evidentes en esta hora de nuestra América y conspiran contra la que, cumplida una década del siglo XXI, ha sido llamada con acierto la integración emancipadora [2]. Queremos platear en estas líneas algunas ideas en torno a tres desafíos de la actual coyuntura regional que, para superarlos en el corto y mediano plazo, requieren una acción concertada de nuestros pueblos y gobiernos progresistas.
 
El primero tiene que ver con la necesidad de superar el sistema de integración interamericano que, inspirado por el ideario panamericanista de finales del siglo XIX, forjado luego en el fuego de la Guerra Fría del siglo XX, y con la Organización de Estados Americanos (OEA) como bastión, ha servido fundamentalmente a la dominación de los Estados Unidos sobre América Latina.
 
Las debilidades y limitaciones mostradas recientemente por la OEA en el diferendo entre Costa Rica y Nicaragua por el fronterizo Río San Juan, al igual que ocurrió antes con el golpe de Estado en Honduras o las disputas entre Colombia y Venezuela, han puesto sobre la mesa, una vez más, su pérdida de legitimidad para actuar como mecanismo de integración política y, sobre todo, su incapacidad de generar confianza entre los Estados los miembros para la resolución de conflictos.
 
Marcada como está por una historia oscura, por sus favorecimientos cómplices y sus tendenciosas omisiones, la OEA ya no logra concertar apoyos como foro de diálogo y entidad mediadora en las actuales condiciones de cambio y disputa de tendencias políticas –y culturales- en América Latina.
 
Esta crisis de la OEA y del modelo panamericanista coincide, además, con la crisis hegemónica que desgasta a la potencia norteamericana desde hace varios años. En ese marco, la composición del Congreso Federal que asumirá en 2011 (controlado por el Partido Republicano), así como las noticias que no dejan de llegar de Washington sobre proyectos de ofensivas golpistas y desestabilizadoras contra los países del ALBA, dibujan el retrato de un imperio en decadencia que prepara, quizás, su arremetida terminal.
 
Un segundo desafío apunta a salvaguardar, a toda costa, la autonomía de la política exterior latinoamericana y el respeto a las conquistas democráticas de los últimos años.
 
En este sentido, si el sistema interamericano ha sido rebasado por las nuevas fuerzas que moldean e impulsan la realidad del continente, lo mismo cabe decir del sistema iberoamericano: ese mecanismo multilateral de cooperación, mediante el cual España proyecta su política exterior y el poder financiero-comercial de sus empresas transnacionales sobre las antiguas colonias.
 
Precisamente en estos días, el gobierno de la presidenta argentina, Cristina Fernández, anunció la valiente y digna decisión de no invitar a Porfirio Lobo, mandatario posgolpista de Honduras, a la Cumbre Iberoamericana de Mar del Plata la próxima semana (3 y 4 de diciembre).
 
La postura argentina, secundada por Brasil, Nicaragua, Paraguay, Uruguay, Venezuela y la propia UNASUR, confirma un quiebre en el tradicional alineamiento resignado de los gobiernos latinoamericanos ante hechos como los ocurridos en el país centroamericano en el año 2009. Y un dato importante: por segunda ocasión, el bloque suramericano le planta cara al iberoamericanismo (primero fue en la Cumbre América Latina-Unión Europea, en mayo de este año), que insiste en darle apariencia “democrática” al proceso electoral que llevó a la Lobo a la presidencia y a su polémica gestión.
 
Este quiebre que señalamos se observa, también, en la consistencia de la UNASUR en materia de defensa de la democracia y los Derechos Humanos –una deuda ética y de reparación de la memoria histórica de la región-, lo que fue refrendado este viernes, en la cumbre de este organismo celebrada en Guyana, cuando los mandatarios aprobaron el Protocolo de Compromiso con la Democracia: este instrumento define la respuesta del bloque frente a futuros intentos de golpe de Estado en cualquiera de los países miembros.
Así, ante las distintas expresiones y estrategias del “paniberoamericanismo” –como lo define el sociólogo cubano Aurelio Alonso-, un renovado latinoamericanismo se levanta en estas tierras, sin perder de vista su proyección global en la construcción de un mundo multipolar.
 
Se trata de la actualización de viejas disputas históricas, que adquieren mayor connotación en el contexto del bicentenario del inicio de las luchas emancipadoras. Como bien señala el poeta y filósofo cubano Roberto Fernández Retamar, “si la primera independencia resultó insuficiente, la actual ha de ser la definitiva. Y ocurre en momentos en que nuestra América, entre dificultades, riesgos y esperanzas, conoce un proceso renovador sin parigual en el planeta”.
 
Para el proyecto integrador emancipatorio latinoamericano, esto puede formularse como el dilema entre unidad o disgregación, entre comunidad de destino o una segunda balcanización. En lo inmediato, la consolidación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), prevista para los años 2011 y 2012, en sendas reuniones presidenciales en Caracas y Santiago, pondrá a prueba la capacidad de respuesta de nuestra América.
 
¿Logrará la CELAC, sin la presencia formal de Estados Unidos y Canadá, convertirse en un organismo regional democrático, confiable y legítimo para garantizar la paz, la seguridad jurídica, el respeto al derecho internacional y la soberanía de los pueblos? Tal es el tercer desafío que nos aguarda en los próximos años.
 
Todo esto se juega, aunque no resulte tan evidente, en el ajedrez político latinoamericano de nuestros días. Se conoce a los enemigos, sus intenciones y estrategias. ¿Seremos capaces de enfrentar juntos, como un solo pueblo, los colosales peligros de la época?
 
 NOTAS
 
[1] Martí, José. “Agrupamiento de los pueblos de América. Escuela en Buenos Aires. Buenos Aires, París y Nueva York”. La América, Nueva York, octubre de 1883. En: Achúgar, Hugo (comp.) (2005). JOSÉ MARTÍ. NUESTRA AMÉRICA. Caracas: Fundación Biblioteca Ayacucho. Pág. 392.
 
[2] Véase el texto de Aurelio Alonso: “Lo pendiente y lo posible en el aporte cubano al proyecto integrador”, presentado en el Coloquio Internacional “La América Latina y el Caribe entre la independencia de las metrópolis coloniales y la integración
emancipatoria”. La Habana, 23 de noviembre de 2010. Disponible en: http://laventana.casa.cult.cu/modules.php?name=News&file=article&sid=5827
 
- Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
 
https://www.alainet.org/es/active/42673
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