El modelo cubano

14/11/2010
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El futuro será comunista o no será.
Slavoj Zizek
 
“El modelo cubano ya no funciona ni siquiera para nosotros”, fue la controvertible manifestación de Fidel Castro Ruz, vertida en una entrevista suya con el periodista estadounidense Jeffrey Goldberg, publicada el 8 de mayo pasado en la revista The Atlantic. En medio del revuelo causado por la manipulación burda que hicieron los principales medios de comunicación occidentales, pretendiendo adjudicarle a dichas palabras el carácter de admisión del fracaso del socialismo en Cuba, pocos días después Fidel aclaró que su expresión había que entenderla en el contexto de la pregunta del periodista en el sentido de “si él creía que el modelo cubano era algo que aún valía la pena exportar”. Puesto así, la premisa inarticulada era que Cuba se dedicaba a exportar su Revolución a otros países.   Sin embargó, abundó, “lo real es que mi respuesta significaba exactamente lo contrario”.
 
 “Mi idea, como todo el mundo conoce, es que el sistema capitalista ya no sirve ni para Estados Unidos ni para el mundo, al que conduce de crisis en crisis, que son cada vez más graves, globales y repetidas, de las cuales no puede escapar. Cómo podría servir semejante sistema para un país socialista como Cuba”, concluyó.
 
La analista política estadounidense Julia Sweig, quien acompañaba a Goldberg en la entrevista al líder cubano, dio a conocer su propia interpretación, la cual recibió escasa atención de los medios capitalistas, pues decía lo que éstos no querían escuchar. Según ésta, efectivamente Fidel Castro: “No estaba rechazando las ideas de la Revolución. Lo veo como un reconocimiento de que bajo el modelo cubano el Estado ha tomado un rol demasiado grande en la vida económica del país”.
 
¿Existen modelos?
 
Lo cierto es que el líder cubano siempre ha dicho que cada país debe desarrollarse conforme a sus propias circunstancias, desde la experiencia de la Unidad Popular en Chile hasta la revolución de los sandinistas en Nicaragua, desde la revolución bolivariana de Venezuela hasta la revolución indigenista y comunitaria en Bolivia. No existen, pues, como tales, los “modelos”, lo que existen son las experiencias históricas concretas, las cuales no se dejan reducir a abstractos marcos conceptuales. En todo caso, si algo habría que puntualizar es el carácter de “antimodelo” de la experiencia histórica cubana. 
 
Pero, alguien honestamente cree que un país que se ha visto forzado a vivir los pasados 50 años bajo una economía de guerra, producto del más criminal bloqueo, junto a las continuas agresiones, sabotajes y presiones, puede desarrollar efectivamente un modo de gestión de su economía aún adecuada a sus propias necesidades cotidianas y aspiraciones de progreso social. ¿Puede un país bajo esas condiciones crear tan siquiera su propio modelo?
 
El bloqueo económico, comercial y financiero impuesto a Cuba por Washington ha sido el más cruel y despiadado que se haya conocido en la historia mundial. Su objetivo, como no han dejado de ocultar sus promotores, es la destrucción de la Revolución cubana mediante la creación de dificultades y penurias económicas que impida satisfacer las necesidades del pueblo, incluyendo el ofrecimiento de salarios reales, con la expectativa que ello hundirá al pueblo en la desesperanza y facilite el derrocamiento del gobierno revolucionario.
 
El daño económico directo que dicho bloqueo le ha producido a Cuba supera los 82 mil millones de dólares, a un promedio anual de $1,782 millones. A esta cifra habría que añadir los sobre 54 mil millones de dólares por, entre otros, daños directos causados a objetivos económicos del país por la privación de fuentes de financiamiento o suministro internacionales para sus procesos de producción, así como los sabotajes y acciones terroristas promovidas y financiadas desde territorio estadounidense.
 
Sin embargo, decía Raúl Castro en una reunión de campesinos cubanos celebrada en febrero de 2008: “Somos conscientes de los enormes esfuerzos que requiere fortalecer la economía, premisa imprescindible para avanzar en cualquier otro ámbito de la sociedad, frente a la verdadera guerra que libra el gobierno de los Estados Unidos contra nuestro país. La intención es la misma desde el triunfo de la Revolución: hacer sufrir todo lo posible a nuestro pueblo hasta que desista de la decisión de ser libre. Es una realidad que lejos de amilanarnos debe seguir haciendo crecer nuestra fuerza. En lugar de utilizarla como excusa ante los errores, debe ser acicate para producir más y brindar mejor servicio, para esforzarnos por encontrar los mecanismos y vías que permitan eliminar cualquier traba al desarrollo de las fuerzas productivas y explotar las importantes potencialidades que representan el ahorro y la correcta organización del trabajo”.
 
En ese sentido, Cuba no espera ni puede esperar por el fin del criminal bloqueo con el que Washington le ha victimizado para solucionar los serios problemas que le aquejan internamente. De ahí que a los sucesivos procesos de autocrítica y cambios que ha vivido el país antillano, se le ha sumado el más reciente, el cual dio inicio en noviembre de 2005 con un discurso de Fidel Castro en la Universidad de La Habana en el que advirtió cándidamente de los peligros a los que se enfrenta el futuro de la Revolución cubana, sobre todo por las consecuencias éticas que está teniendo sobre la Isla el mal funcionamiento de su propio “modelo económico”. A los pocos días hizo otras sorprendentes declaraciones en una intervención televisiva en las que, sin pelos en la lengua, denunció que en Cuba “los que mejor viven son los que menos trabajan”.
 
Por la reinvención del modo socialista de vida
 
Sin embargo, ¿puede esta crítica al llamado “modelo económico” cubano entenderse como una descalificación de todo un proceso de cambio revolucionario que ha vivido ese país desde 1959? Más bien constituye el inicio de una nueva etapa de cambios económicos y sociales que persiguen el perfeccionamiento de su propia experiencia y la reinvención imperativa del modo socialista de vida, no sólo compelido por sus propias realidades sino que obligado también por los fracasos de las experiencias del socialismo real europeo y los controvertibles resultados ético-sociales del llamado “socialismo de mercado” seguido por China y Viet Nam.
 
A fines de diciembre de 2007, Raúl Castro Ruz se unió con firmeza a las críticas de su hermano al exigirles a los funcionarios gubernamentales más eficiencia y menos excusas a la hora de enfrentar los serios problemas económicos y sociales que aquejan al país. Sentado al lado de la silla vacía de su hermano, quien se hallaba enfrentando una grave condición de salud, el nuevo presidente cubano reclamó ante una sesión de la Asamblea Nacional del Poder Popular: “De justificaciones estamos cansados en esta Revolución”. Exigió total transparencia en la gestión estatal y repitió las palabras de Fidel: “Revolución es no mentir jamás”.
 
En otra comparecencia suya en julio de 2008 ante la Asamblea Nacional del Poder Popular, el mandatario cubano llamó a combatir la explotación “del buen trabajador por el que no lo es”, lo que sería el objetivo pivotal de lo que llamó la necesaria y urgente “actualización del modelo de gestión de la economía cubana”. Ahora bien, en otra intervención suya ante el Parlamento cubano, de 20 de diciembre de 2009, Raúl Castro advirtió contra las tentaciones de la prisa y la improvisación.
 
“Tengo conciencia de las expectativas y honestas preocupaciones, expresadas por los diputados y los ciudadanos en cuanto a la velocidad y profundidad de los cambios que tenemos que introducir en el funcionamiento de la economía, en aras del fortalecimiento de nuestra sociedad socialista”, y seguidamente añadió: “En este sentido me limito, por ahora, a expresar que en la actualización del modelo económico cubano, cuestión en la que se avanza con un enfoque  integral, no puede haber espacio a los riesgos de la improvisación y el apresuramiento. Es preciso caminar hacia el futuro, con paso firme y seguro, porque sencillamente no tenemos derecho a equivocarnos”.
 
El pasado 4 de abril, el presidente cubano lanzó el reto para la reestructuración laboral y financiera de la economía cubana para una más eficaz producción y distribución de riquezas: “Sin una economía sólida y dinámica, sin eliminar gastos superfluos y el derroche, no se podrá avanzar en la elevación del nivel de vida de la población, ni será posible mantener y mejorar los elevados niveles alcanzados en la educación y la salud que gratuitamente se garantizan a todos los ciudadanos”. Concluyó que el Estado cubano está forzado a gastar conforme a los medios producidos por su sociedad y advirtió: “Continuar gastando por encima de los ingresos significa comernos el futuro y poner en riesgo la supervivencia de la revolución”.
 
Sin embargo, fue el 1 de agosto, en un nuevo mensaje ante la Asamblea Nacional del Poder Popular que el mandatario hizo el anuncio definitivo de esta nueva etapa de cambios económicos y sociales con el propósito de perfeccionar el sistema socialista. Informó que la economía y el sistema financiero del país parecen entrar en un repunte que permite dejar atrás los efectos negativos de, entre otros, la recesión económica global de 2008 y los daños causados por varios huracanes. Ello facilita la puesta en marcha de lo que calificó “un cambio estructural y de conceptos”.
 
Un reordenamiento laboral y tributario
 
El cambio persigue como objetivo inmediato un reordenamiento laboral y tributario que suprima “los enfoques paternalistas que desestimulan la necesidad de trabajar para vivir y con ello reducir los gastos improductivos”. Para ello hace falta apelar a la clase obrera cubana para que comprenda que “sin el aumento de la eficiencia y productividad es imposible elevar salarios, incrementar las exportaciones y sustituir importaciones, crecer en la producción de alimentos y en definitiva sostener los enormes gastos sociales propios de nuestro sistema socialista”. Sólo así se podrá garantizar la máxima socialista de que cada cual aporte según su capacidad y reciba conforme a su contribución a la sociedad.
 
El reordenamiento laboral requiere de una evaluación y reducción de plantillas en el gobierno y los centros de producción para superar la costosísima e improductiva inflación actual de plantillas que sólo servía para disfrazar el desempleo o el subempleo; la autorización para el desarrollo de negocios privados en 178 áreas; la ampliación de las licencias para el trabajo por cuenta propia, incluyendo la contratación por particulares de mano de obra, con las debidas regulaciones laborales, lo que hasta el momento sólo se permitía en el sector agrario; la autorización de la comercialización de la producción generada por estas actividades privadas; y el pago de un impuesto escalonado, en pesos cubanos, sobre la renta para los autoempleados y los pequeños empresarios privados. Los nuevos impuestos persiguen un propósito regulador para evitar concentraciones indeseadas de riquezas y el uso indebido de trabajo asalariado. Sin embargo, también se espera que constituya una aportación para sufragar los gastos sociales del Estado en material de educación y salud, entre otros.    
 
La ampliación de lo que se ha llamado “los cuentapropistas”, que en la actualidad ya llegan a cerca de 150,000, persigue absorber parte de los 500,000 trabajadores que, en una primera etapa, serán cesanteados como parte de un proceso necesario de sana depuración de la clase trabajadora cubana con estrictos criterios de “idoneidad”, es decir, necesidad y productividad. La “idoneidad” será determinada por una “comisión de expertos”, con participación de representación sindical, de la administración y los trabajadores del centro laboral. Se estima que en etapas sucesivas de la reestructuración laboral planteada, la cantidad de cesanteados y reubicados podrá llegar al millón trescientos mil.
 
Dichas cifras le ponen los pelos de punta a cualquiera, sobre todo por los efectos sociales y económicos devastadores que procesos similares de despidos masivos han tenido en otros contextos y la incapacidad real de la esfera privada para absorber los desplazados. Pero, según el presidente cubano, nadie debe quedar abandonado a su suerte como resultado de las transformaciones laborales. Los cesanteados podrán seguir contando con el seguro por desempleo, aunque éste ha sufrido unas revisiones. En vez de la cobertura por tiempo indefinido que ha existido hasta el momento, en las nuevas circunstancias el cesanteado recibirá durante cinco meses una compensación máxima de 60 por ciento del salario si llevase sobre 30 años de servicio. La compensación será menos para los de menor antigüedad. Si el cesanteado rechaza cualquier oferta empresarial de reubicación, se entiende concluida de inmediato la relación laboral, así como la cobertura del seguro por desempleo.
 
No ajeno a los peligros potenciales que encierran estos cambios, sobre todo por el efecto inmediato que tendrá para la seguridad y bienestar de miles de cubanos, Raúl Castro insiste en la imperiosa transparencia que tiene que caracterizar todos los procesos de implantación, incluyendo un estricto control sindical en la restructuración de las plantillas laborales para que las determinaciones se hagan en los méritos y no medien favoritismos o discriminaciones de índole alguna. Asimismo, puntualizó que hará falta igualmente una reestructuración del Estado para que su acostumbrado “paternalismo” o dirigismo centralista no obstaculice la puesta en marcha de este proceso de descentralización socioeconómica.
 
Los riesgos
 
Los riesgos, como bien apuntó el mandatario cubano, no son inventados pues “no deja de ser curioso que, coincidiendo con el anuncio de esta política de descentralización y apoyo a nuevas iniciativas económicas, la gubernamental Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) anunciara el ‘ofrecimiento’ de tres millones de dólares para la promoción de la pequeña empresa en Cuba entre ‘grupos marginados’. Sin duda la Revolución le seguirá muy de cerca la pista a esta ‘ayuda envenenada’, un nuevo intento de ‘potenciar la sociedad civil’ de acuerdo a la experiencia en otras geografías”.
Sin embargo, también hay otros riesgos como los señalados recientemente por la científica social cubana Camila Piñeiro Harnecker (Riesgos de la expansión de empresas no estatales en la economía cubana y recomendaciones para evitarlos, www.rebelion.org, 11 de octubre de 2010). Según ésta, el riesgo mayor es que al privilegiar formas individuales y privadas por encima de las colectivas para generar los empleos que deberán absorber a más de un millón de trabajadores, se está promoviendo la expansión de prácticas y valores capitalistas. Ello sirve para ir orientando la actividad económica hacia la ganancia privada “en lugar de hacia la satisfacción de intereses sociales”.
 
Piñeiro Harnecker, hija de quien en vida fue uno de los más reconocidos dirigentes históricos de la Revolución, Manuel Piñeiro Losada, y la prominente intelectual marxista chilena, Marta Harnecker, advierte que “es la propia lógica del funcionamiento de los mercados lo que generalmente no le permite a la empresa orientar sus actividades acorde a los intereses sociales”. Es por ello que “incentivar la maximización de beneficios individuales –la justificación que generalmente se utiliza para promover las relaciones mercantiles– no es equivalente a promover ni siquiera la satisfacción de necesidades materiales básicos”.
 
La alternativa, según Piñeiro Harnecker, es “promover el control social de las empresas no estatales por gobiernos locales y sus ciudadanos”. Abunda al respecto: “Pero un sistema de mercado no es la única alternativa a la planificación autoritaria. Varios economistas han apuntado a cómo pueden diseñarse instituciones que promuevan y faciliten relaciones de intercambio horizontal con una lógica compatible con el interés social, es decir, relaciones de intercambio no mercantiles. En lugar de aceptar a las relaciones mercantiles como ineludibles –dada las indiscutibles ventajas de las relaciones de intercambio horizontales (rapidez, flexibilidad, posibilidad de elegir entre distintas opciones) y la inefectividad de la planificación autoritaria– es posible establecer una síntesis superior que combine las ventajas de las actividades descentralizadas con las ventajas de que esas actividades estén guiadas por intereses sociales definidos en los territorios y grupos sociales donde ellas impactan. Esto no es más que hacer que las empresas, estatales o no, operen bajo una lógica que premie los comportamientos socialmente responsables y penalice los que atenten contra el interés social”.
 
Concluye que más allá de la forma estatal y la forma privada, existen otras formas empresariales democráticas y socializantes que son más prometedoras desde la perspectiva de la construcción de una sociedad más justa y humana: la empresa autogestionada o cogestionada por los mismos productores, así como la empresa cooperativista.
 
 Trascender la forma-valor del mercado
 
El reto que encara Cuba desde 1959 para construir una sociedad que supere definitivamente las lacras tanto del neocolonialismo como del capitalismo, es el de trascender la forma-valor propia del mercado capitalista hacia la forma-comunidad como eje democratizante del proceso social de producción y distribución. En ello radica la esencia de la propuesta comunista, no como ideal o ideología, sino como horizonte empírico del movimiento real que asume la historia ante el agotamiento y debacle del orden civilizatorio capitalista. 
 
Quien mejor lo entendió fue Ernesto Che Guevara cuando a comienzos de la Revolución cubana, a propósito de su crítica visionaria del socialismo real europeo y el anticipo de su crisis inminente, sentenció: “Con la quimera de realizar el socialismo con la ayuda de las armas melladas que nos legara el capitalismo (la mercancía como célula económica, la rentabilidad, el interés individual como palanca, etcétera) se puede llegar a un callejón sin salida”.
 
Según el Che, en medio de las debilidades estratégicas propias del periodo inicial de la Revolución bolchevique, Lenin se equivocó cuando accedió a iniciar la construcción del socialismo con el Nuevo Plan Económico, el cual le otorgó una centralidad a la ley del valor y a sus mecanismos de desarrollo. La Revolución bolchevique arrancó así con “un cierto sentimiento de inferioridad frente a los capitalistas” (Apuntes críticos a la economía política, Ocean Sur, La Habana, 2006).
 
No hay usos inocentes y asépticos de las lógicas capitalistas de organización y producción social, insistió el Che. Es una ilusión creer que se pueden controlar para que no desemboquen en las asimetrías económicas y desigualdades sociales de siempre. Para el cálculo económico del capital, la producción de riqueza está reñida con la potenciación de libertad. De ahí que bajo el modelo soviético la producción de riqueza progresivamente se fue divorciando de su socialización material, tanto en el ámbito de la distribución equitativa como de la decisión política. Se creyó que bastaba con la estatización de los medios de producción y de distribución. El socialismo real europeo advino así en un capitalismo monopolista del Estado.
 
Hacia nuevas formas de propiedad social
 
Romper con ese modelo hiperestatizado surgido de la experiencia soviética constituye uno de los mayores imperativos del momento para la potenciación de nuevas experiencias históricas de construcción de lo común. Sobre ello nos dice el reconocido politólogo argentino Atilio Boron en su nueva obra titulada Socialismo del Siglo XXI: ¿Hay vida después del neoliberalismo?: “Uno de los problemas más serios que tuvo la experiencia soviética, y todas las que en ella se inspiraron, fue el de confundir propiedad pública con propiedad estatal. Uno de los desafíos más grandes del socialismo del siglo XXI será demostrar que existen formas alternativas de control público de la economía distintas a las del pasado”.
 
Pero es menester inventar para no seguir errando. Por ello insiste Boron: “No hay modelos por imitar. El neoliberalismo impuso el ‘pensamiento único’ sintetizado en la fórmula del Consenso de Washington. Pero hay otro ‘pensamiento único’: el de una izquierda detenida en el tiempo y que carece de la audacia para repensar y concretar la construcción del socialismo rompiendo los moldes tradicionales derivados de la experiencia soviética. ¿Por qué no pensar en un ordenamiento económico más flexible y diferenciado, en el que la propiedad estatal de los recursos estratégicos y los principales medios de producción –cuestión esta no negociable– conviva con otras formas de propiedad pública no estatal, o con empresas mixtas en las que algunos sectores del capital privado se asocien con corporaciones públicas o estatales, o con firmas controladas por sus trabajadores en asociación con los consumidores, o con cooperativas o formas de ‘propiedad social’ de diverso tipo –como las que se están impulsando en la Venezuela bolivariana– pero ajenas a la lógica de la acumulación capitalista? ”.
 
Por ejemplo, más allá de las formas empresariales auto o cogestionadas o las cooperativas, emergen otras formas de organización de la producción para apuntalar las experiencias de lo común en estos tiempos. Es el caso de la “empresa de producción social” que se ha estructurado en Venezuela como instrumento del llamado “socialismo del siglo XXI”, cuyo propósito es incorporar a las comunidades en la gestión democrática de la economía. Asimismo, en la economía global ha surgido incluso una nueva modalidad de empresa privada llamada “Corporación B”, dedicada a operar con fines sociales y comunes, y no individuales, en lo que se conoce como la “nueva economía verde”.
 
Sin embargo, si subsiste aún un talón de Aquiles al interior del proyecto histórico de lo común es el de la dependencia en la forma-mercado como eje primordial del periodo de transición hacia la nueva sociedad poscolonial y poscapitalista. Ello incluye la fijación en la forma privada de producción social como única alternativa a la forma estatal, así como en la miope reducción de la propiedad social a la propiedad estatal.
 
Hay que admitir que estamos ante una manifestación de la pobreza teórica y práctica de la que aún adolece el proyecto comunista. Mientras no se entienda que hay vida de lo común más allá de lo privado e, incluso, de la esfera de lo público como instancia centralizada y burocratizada de mando político que está por encima de la sociedad, se seguirá reproduciendo las mismas relaciones sociales y políticas alienantes del orden que se aspira a enterrar.
 
El reto de una economía política de lo común
  
Según advierte el teórico social ruso Alexander V. Buzgalin en su obra El futuro del socialismo: “El socialismo, a fines del siglo XX, perdió con el capitalismo incluso en el terreno de la teoría. Sin jugar hasta el final este ‘partido’; sin dar una explicación - suya - más precisa, más perspectiva, de las leyes del actual mundo global que las elaboradas por el liberalismo burgués y por el post-modernismo; sin repensar dialécticamente (de manera positiva, que conserve lo positivo) y criticando al Marxismo, sin crear una teoría del socialismo del siglo XXI, marcharemos como a ciegas, por el método de pruebas y errores y … perderemos”.
 
Precisamente, en ausencia de modelos alternativos centrados en la construcción de lo común, no son pocos los que intentan convencer al gobierno cubano de las bondades del “socialismo de mercado” de los chinos, una neoliberalización más limitada bajo el control del Estado y el Partido gobernante, como una alternativa real para la reestructuración de su propio modelo económico, sobre todo por sus evidentes éxitos macroeconómicos. 
 
Sin embargo, según el economista cubano Omar Everleny su país se encamina hacia el desarrollo de un modelo propio más descentralizado que sirva para “estimular las fuerzas productivas”. Y según el profesor de la Universidad de La Habana y vicedirector del Centro de Estudios de la Economía Cubana, si bien no se estará adoptando in toto el modelo chino o el vietnamita, por las diferencias que existen entre las realidades respectivas, sí se estarán aplicando algunas experiencias de ambos casos.
 
Aora bien, hay quienes como Martin Hart-Landsberg y Paul Burkett (China, entre el socialismo real y el capitalismo: Reformas de mercado y luchas de clases, Centro Internacional Miranda, Caracas, 2007) advierten sobre las particularidades históricas concretas de la experiencia china y las problemáticas consecuencias sociales de sus políticas económicas. 
 
“Al intentar vencer a los neoliberales con sus propias herramientas, los progresistas han perdido de vista la observación marxista básica que el desarrollo capitalista implica la alienación social de los trabajadores de las condiciones necesarias de la producción, incluidas las condiciones naturales, y la conversión de dichas condiciones y de la fuerza de trabajo de los obreros en medios para la producción de mercancías a fin de obtener beneficios. En otras palabras, se pierde de vista el hecho de que la producción capitalista es explotadora de clases y se fundamenta en una clase alienada”, señalan los economistas estadounidenses.
 
Es hora de comprender que no hay mejor palanca para el desarrollo y la producción de riqueza que una democracia radical, es decir, la participación activa de todos los miembros de la sociedad como protagonistas de los procesos decisionales de su comunidad, incluyendo los relativos a la producción social y la distribución de sus frutos. En fin, no hay otro modo de potenciar la emergencia histórica de lo común en estos tiempos que no sea a partir del parto de una economía política de lo común, es decir, como gestión colectiva que encarne la capacidad común de producir y reproducir lo social dentro de un marco societal heterodeterminado.
 
He ahí el reto de cualquier reestructuración económica y social como la emprendida actualmente en Cuba. Y como tantas veces han advertido sus dirigentes, lo que está en juego es nada menos que el futuro de su Revolución.
 
- Carlos Rivera Lugo es Catedrático de Filosofía y Teoría del Derecho y del Estado en la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos, en Mayagüez, Puerto Rico. Es, además, miembro de la Junta de Directores y colaborador permanente del semanario puertorriqueño “Claridad”. 
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