Hasta la victoria, ¿siempre?

Crónica de un golpe frustrado

30/09/2010
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Estaba en Quito para participar en una reunión preparatoria de la Conferencia Regional Humanitaria sobre la protección de personas desplazadas y refugiadas que se realizará en esta ciudad en noviembre, cuando fue sorprendido por la sublevación de un contingente policial que derivó en un fallido golpe de estado.
 
Todo empezó hacia las 8 de la mañana en el V Regimiento de la Policía donde se amotinaron los policías para reclamar la derogatoria de una Ley de servicio civil, aprobada este miércoles por la Asamblea Legislativa y que elimina algunos privilegios para los uniformados, como bonos, canastas navideñas y bonificaciones por años de servicio. El presidente Rafael Correa decidió ir a la unidad policial para intentar un diálogo y explicar que durante su gobierno casi que triplicó los salarios de los policías y que mejoró sustancialmente y dignificó sus condiciones laborales. Dijo que era justo homologar los ingresos con el resto de funcionarios de la administración.
 
El presidente no fue escuchado y su enérgico discurso se ahogó en gritos en su contra seguidos por la agresión directa del grupo de policías amotinados que lanzó gases lacrimógenos y gas pimienta contra el primer mandatario, su cuerpo de seguridad y acompañantes. El presidente resultó afectado por los gases y durante la trifulca, golpeado en una de sus rodillas recién sometida a una intervención quirúrgica. Mareado y sin poder caminar, fue trasladado al hospital de la policía ubicado frente al V Regimiento.
 
Este fue el inicio de un plan preconcebido para provocar un vacío de poder y relevar al presidente Correa de sus funciones. Casi de manera simultánea a lo que ocurría en el noroccidente de Quito, grupos de ciudadanos salieron a las calles a exigir la renuncia del presidente, a quemar llantas y convocar a la desobediencia civil, mientras unidades adscritas a la Fuerza Aérea tomaban posesión de los aeropuertos de Quito y Guayaquil y suspendían los vuelos domésticos y el tráfico aéreo internacional desde y hacia el Ecuador. Al mismo tiempo los bancos y parte del comercio cerraban sus puertas y un grupo de policías intentaba suspender la señal de os canales oficialistas Gama y ECTV mientras que civiles de la oposición presionaban emisoras independientes.
 
En medio de la confusión, me dirigí a la Asamblea Legislativa, en donde un grupo de policías, liderados por la escolta de los parlamentarios, tomaba posesión del edificio y notificaba a 21 asambleítas de la coalición oficialista Alianza País que no podía garantizar su seguridad. Una de las legisladoras fue golpeada por los agentes encargados de su custodia.
 
Eran las diez de la mañana y otros agentes del orden se dedicaron a hacer barricadas con llantas y a taponar las vías de ingreso al lugar. Sobre las calles seis de diciembre y Colón estaban concentrados los policías, atentos a las instrucciones de quien dirigía la sublevación. Uno de los oficiales tenía su radio de comunicaciones con alto volumen para que escucharan los demás policías. Me acerqué y pude comprobar las intenciones detrás de la protesta policial.
 
“No digan que el presidente está secuestrado, digan que la Policía lo está protegiendo en el hospital para evitarnos problemas judiciales, pero no lo vamos a dejar salir hasta que pague por lo que nos ha hecho”. Más que una protesta por una reforma a la ley de los servidores públicos, se trataba de un golpe de estado, promovido por la extrema derecha que azuzó a los policías a la sublevación. Es el fascismo del siglo XXI, una modalidad de golpe de estado que se estrenó con éxito en Honduras, país en el que la Corte Suprema de Justicia se prestó para romper el orden constitucional.
 
¿Qué hacer? Por un momento reviví mi condición de periodista, desde hace años en ejercicio de retiro forzado. La suspensión de la reunión de expertos sobre desplazamiento y refugio, entre ellos el ex canciller colombiano Augusto Ramírez Ocampo quién no pudo viajar, me liberó de responsabilidades. Llamé a los colegas de derechos humanos y a algunos funcionarios de cancillería y del Ministerio de Bienestar Social para tener más información y me puse en contacto con periodistas colombianos, chilenos y con algunas agencias internacionales de prensa.
 
No había claridad sobre la respuesta a la insubordinación policial, no se hablaba de golpe y los mensajes eran contradictorios. “Hay que ir a la Plaza Grande, al Palacio de Carondelet a respaldar al presidente”, decían algunos. “Concentrémonos en la asamblea legislativa, decían otros defensores del gobierno. El poderoso movimiento indígena y los estudiantes, contrarios al gobierno por la Ley de aguas, la extracción minera y la ley de educación superior, no se estaban movilizando
 
Notificado de la secuencia de los hechos e informado de los que pasaba en el resto del país, el canciller Ricardo Patiño le habló a la multitud desde la casa presidencial: “La vida del presidente Correa está en peligro, esto es un intento de golpe de estado, llamamos a toda la ciudadanía al hospital de la policía, al V Regimiento a defender la revolución ciudadana”, fueron sus palabras. A pie y usando todos los medios de transporte posible, se inicio una marcha desde diversos sectores de la ciudad hacia las faldas del volcán Pichincha, sede de la sublevación policial y del hospital en donde estaba secuestrado el presidente.
 
Los policías se atrincheraron en la entrada del hospital con una poderosa reserva de gases y fuertemente amados, algunos con sus rostros cubiertos. Con ellos, personas de civil y otros encapuchados que coordinaban la operación.
 
Los primeros en llegar exigiendo respeto y libertad para el presidente Correa fueron agredidos, a pesar de que manifestaron su intención pacífica. No obstante, algunos jóvenes atacaron violentamente a uno de los policías, lo que motivó la censura de una señora que lideraba la marcha recordando el principio de la No Violencia de Mahatma Gandhi.
 
Las agresiones aumentaron con el paso de las horas pero también los manifestantes que salieron a evitar el golpe. En la ciudad se registraban algunos saqueos y atracos de delincuentes que aprovecharon la ausencia de la policía.
 
El comandante de las Fuerzas Armadas anunció pleno acatamiento al orden constitucional y llamó a los amotinados a deponer su actitud violenta, mientras la gente preguntaba “por qué el Ejército no toma el control de la situación y rescata al presidente”. Los helicópteros militares sobrevolaron la zona mientras algunos ministros intentaban llegar al hospital para acompañar al presidente. Uno de ellos, el canciller Patiño llegó con una herida en la cabeza y afectado por los gases.
 
Los heridos eran trasladados al hospital Metropolitano, ubicado en el sector, y separado por un túnel aéreo del hospital de la Policía. Llegaban con impactos de bala, afectados por el gas pimenta o asfixiados por las bombas lacrimógenas.
 
La imposibilidad del diálogo y la agresión policial motivaron la decisión de tomar el hospital y rescatar al presidente. Ya la revuelta había sido conjurada en todo el país, incluida la ciudad de Guayaquil, en donde resultó muy eficaz la labor del vicepresidente Lenin Moreno, calificado como un leal compañero de fórmula del presidente Correa.
 
El Grupo de Operaciones Especiales de la Policía GOE, que se mantuvo con el presidente durante la crisis y unidades especializadas del Ejército hicieron su ingreso al hospital. Fueron recibidos a tiros por los sublevados, pero la operación fue contundente.
 
El presidente fue sacado en silla de ruedas, con máscara antigases y chaleco antibalas y trasladado de inmediato a la sede de gobierno. En menos de una hora Rafael Correa ya estaba en la tribuna, hablándole a sus entusiastas seguidores en la Plaza Grande: Hacia la media noche el presidente se dirigió al país en una cadena de radio y televisión. Condenó el golpe, agradeció la solidaridad nacional e internacional, dijo que “hoy el presidente no ha claudicado, como hicieron otros tantos cobardes” refiriéndose a presidentes que como Lucio Gutiérrez, huyeron del país y recordó la decisión que tomó en el hospital de salir de allí como presidente de una nación digna o salir como cadáver.
 
A la una y treinta de la madrugada se despidió con su frase acostumbrada “hasta la victoria siempre”. Esta vez fue su victoria y la del pueblo ecuatoriano. Pero la crisis persiste. El ex presidente de la Constituyente Alberto Acosta los resumió en una frase “defender la institucionalidad democrática, abrir el diálogo, cambiar el rumbo”. Por ahora, la revolución ciudadana sigue su marcha.
 
- Jorge Rojas R. es Presidente de CODHES
 
Quito entre el 30 de septiembre y el 1 de octubre de 2010
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