Los entretelones del poder
21/09/2010
- Opinión
La puesta en escena se ha convertido en el procedimiento privilegiado por la acción política. La escenificación del poder es el medio indispensable de la reproducción del poder, de la transmisión de sus símbolos, de sus enunciados, de la figura desmesurada y jerárquica de la representación del poder. La irradiación de los medios de comunicación de masa, su transversalidad y la ocupación omnipresente de los espacios sociales terminan deformando el sentido de las cosas, instaurando una realidad comunicacional sobre la propia realidad real, si se puede hablar así.
Lo que importa es la escena, la escenificación, el teatro, la representación de lo que se suplanta, el referente perdido del mundo y de sus hechos. Lo que importa es la conformación de lo público mediado por la publicidad, la propaganda, las noticias, pero sobre todo la exposición mediática, el lenguaje de la imagen y la locución. Las alegorías del poder son esclarecedoras, dignas de tomarse en cuenta; lo que transmite es la jerarquía, el orden, la ceremonia y la pleitesía de los mandos, la obediencia y subordinación, y sobre todo dejar en claro que hay gobernantes y gobernados, protagonistas y espectadores.
Los que hacen la historia y los observadores, quizás hasta víctimas, que se encuentran en el espacio gris de la expectación y quizás también de la expectativa; porque no decir esperanza multitudinaria en encontrar algo en aquellos espectáculos, un sentido de vida, una respuesta benevolente, una política social que le resuelva sus vidas. Esto pasa, pero lo que no podemos olvidar es que el teatro político forma parte de la reproducción del poder como ceremonialidad de éste.
Su elocuencia y colorido es necesaria para que el pueblo sepa quienes gobiernan, quienes dirigen, quienes deciden por las multitudes que conforman el pueblo. La representación del poder aparece rutilantemente durante las cortes del rey, reaparece acompañando las formas burocráticas durante las monarquías administrativas, se transforma en una escenificación apabullante con la revolución arquitectónica y comunicacional de las repúblicas.
El teatro político adquiere su densidad acondicionadora en la vertiginosidad de una modernidad trastrocadora y cambiante, donde lo que importa es la inflamación de lo imaginario y la realidad virtual. Lo real ha terminado siendo suplantado. Otro componente condicionante de la reproducción del poder, de las formas del poder, históricamente constituidas, es el aparato burocrático, es la burocracia como sistema de funcionamiento administrativo y normativo. Las tareas recurrentes y la aplicación de los procedimientos hacen a la rutina de una gestión pública encaminada a mantener y conservar el Estado.
La gestión pública tiene como tarea la realización de las políticas públicas, opera, ejecuta, pone en práctica, pero lo hace de una manera aparatosa, que termina difiriendo las acciones, dilatando los procesos, a través de tantas mediaciones, convirtiendo al proceso de ejecución en un círculo vicioso, donde el fin ya no parece ser lograr determinados resultados sino el proceso mismo de cumplimiento interminable de procedimientos. Franz Kafka retrata mejor que Max Weber este fenómeno de la administración moderna.
La burocracia, a pesar de lo que diga el sociólogo, que dice que se conforma para lograr una eficiente administración, se convierte en el aparatoso conjunto de procedimientos, de normas y reglas que logran eficientemente separar Estado de sociedad civil, el dualismo constitutivo del Estado moderno, convirtiendo a la sociedad política no sólo en representante de la sociedad civil, sino en el espacio de especialistas que toman decisiones a nombre de la sociedad y del pueblo, aunque estas decisiones terminen afectando a la sociedad y al pueblo. Se produce una suerte de doble suplantación, no sólo de los representantes respecto de los representados, que ocurre de manera más clara con los legisladores, sino de los que manejan la cosa pública respecto a los públicos, los pueblos, las sociedades y los usuarios.
Estas suplantaciones adquieren formas paradójicas en los procesos revolucionarios cuando la dictadura del proletariado se convierte en la dictadura del partido sobre el proletariado, y la dictadura del partido en la dictadura de la nomenclatura. También se repite en procesos recientes de transformación cuando los funcionarios terminan suplantando a los movimientos sociales, la voluntad burocrática termina suplantando la voluntad de los movimientos sociales.
Decimos que estas situaciones son paradójicas porque se supone que las revoluciones y los procesos de transformación deben establecer relaciones horizontales, participativas y colectivas de acción directa y de democracia comunitaria. Pero no ocurre esto, sino que se reitera la renovada separación y suplantación de los funcionarios respecto a lo que debería ser la auto-organización, la autodeterminación, la autonomía y el autogobierno, la capacidad y potenciamiento multiforme de la sociedad.
Se produce un apoderamiento de los funcionarios de los mecanismos de conducción del proceso de cambio.Por lo tanto, podemos ver que la burocracia se convierte en un conjunto de mediaciones, procedimientos y normas de restauración de las formas de poder liberales y coloniales, ancladas en las instituciones que perduran y no cambian, cristalizadas en los huesos y las mentalidades de los funcionarios, que siguen siendo los mismos.
Un tercer componente condicionante de la reproducción del poder es lo que llamaremos el imaginario de la industrialización. A comienzos del siglo XX, liberales y positivistas soñaron con las rutas de ferrocarriles y las plantas industriales, para ellos se trataba de los símbolos del progreso y de las estructuras de la modernización.
Más tarde, a mediados del siglo XX, los nacionalistas apostaron por la sustitución de importaciones a través del proceso de industrialización; se trataba de salir de la dependencia de la periferia respecto al centro de la economía-mundo capitalista. No se dieron cuenta que su obsesión industrialista era una manifestación paradójica de la dependencia, de la dependencia imaginaria del paradigma de la revolución industrial.
Esto no quiere decir que no se tenga que industrializar en absoluto, sino que no puedes embaucarte en un paradigma industrialista. Los ingleses no necesitaron un paradigma industrialista, simplemente lo hicieron, construyeron industrias, transformando las condiciones de producción y de acumulación del capital.
Lo que llama la atención es que los industrialistas de la periferia, los nacionalistas de las décadas de los cincuenta y sesenta, los industrialistas tardíos de comienzos del siglo XXI, se mueven y se encuentran atrapados en un imaginario industrialista, se hallan enajenados en el paradigma de la revolución industrial, convirtiéndolo en el único proyecto político, obviando que esto no es más que una manifestación dramática de la consciencia dependiente.
Las tareas políticas y económicas de la transformación pueden asumir seriamente la implementación de la transformación productiva en el contexto de la revolución tecnológica y científica, tomando en cuenta la compleja articulación entre modelo productivo, soberanía económica, soberanía financiera, soberanía tecnológica y soberanía alimentaria, además de comprender el carácter estratégico de lograr los equilibrios de los ecosistemas.
En este caso, la apuesta no es industrialista sino la construcción de una economía integral y complementaria con la participación abierta de los sujetos y actores económicos. La construcción transformadora de las políticas económicas ahora debe ser participativa; la Constitución define una planificación integral y participativa, un presupuesto participativo, un régimen económico financiero autonómico.
Esta perspectiva integral, participativa y complementaria no es industrialista, aunque tenga como componente la industrialización estratégica, no está enajenada en el paradigma de la revolución industrial sino que comprende el modelo productivo de una manera abierta y producente, es decir, con el objeto de afectar las relaciones de reproducción, produciendo relaciones sociales alternativas, colectivas y comunitarias. Es aquí donde toma importancia la economía social y comunitaria, definida en la CPE. La economía integral, complementaria y participativa tiene como eje gravitante y estructurador a la economía comunitaria y a los emprendimientos sociales.
Cuando nos encontramos con este triángulo imaginario e ideológico de políticas públicas y políticas económicas, que se compone con los recursos delirantes del teatro político, la burocracia circulante y el imaginario industrialista, vemos que se recae en lo mismo de las liberales y coloniales formas de poder. No se necesita mucha imaginación para volver a andar por estos caminos recorridos, tampoco se requiere creatividad y menos implican transformaciones institucionales, económicas, políticas y culturales. Este triángulo de la reproducción del poder moderno es la política, la metodología y la ideología de la restauración.
- Raúl Prada Alcoreza, Círculo Epistemológico – Comuna
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