Juan Mari Brás:

El Hostosiano mayor

15/09/2010
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“Mataréis al Dios del miedo, y sólo entonces seréis libres”. Es la profecía de Bayoán, de inspiración hostosiana, que el escritor puertorriqueño René Marqués inmortaliza en ese cuento suyo titulado Tres hombres junto al río. Con ese imperativo perentorio encabeza su relato acerca del primer acto rebelde de los originarios habitantes de Borikén. Invadidos por quiénes decían ser dioses, los taínos quisieron poner a prueba tan dudosa afirmación de inmortalidad. No podía ser que sus propios dioses permitiesen el naufragio permanente, sin destino, de su pueblo. 
 
El soldado español Diego Salcedo fue el objeto del primer “experimento político y jurídico” realizado por tres naborías rebeldes. Lo ahogaron en un río y cuando luego de tres días y noches no resucitó, el pueblo de esta Tierra del Altivo Señor celebró su gran descubrimiento: el conquistador es mortal. No es un dios. El miedo fue sustituido de inmediato por el valor. Tras esa fundamental transfiguración, se desató la rebelión decidida de un pueblo: “Porque la vida libre es la luz. Y la luz ha de poner en fuga a las tinieblas”. Y así hasta nuestros días, porque el destino es cosa de tiempos largos.
 
 Nadie como Juan Mari Bras vivió a la altura de la sentencia profética de Hostos. Nadie contribuyó más a “matar al Dios del Miedo” luego de que otro Imperio, con su feroz represión, quiso imponer la paz de los sepulcros y condenarnos a habitar para siempre en medio de las tinieblas coloniales. Frente a ello, Mari Bras encabezó la fundación de lo que sería un nuevo tiempo en ese devenir nuestro de tiempos largos. Bautizada como “la nueva lucha por la independencia” debía probar indefectiblemente la mortalidad también del yanqui y de su orden torcido del universo. 
 
Para despojarnos del miedo, nos armó la voluntad. Nos legitimó la rebelión transgresora como derecho inalienable, cuyo ejercicio no estaba sujeto a la voluntad de dioses impostores. La libertad no se mendiga, se proclama y se practica. Es así como pasamos del “puertorriqueño dócil” construido por la colonialidad de nuestras circunstancias, al “puertorriqueño militante” que salió a las calles a protestar sin tregua. Entre los intersticios de las tinieblas se fue fraguando también los comandos de la nueva insurgencia armada. Nos rebelamos, luego somos, fue la idea motriz del nuevo discurso emancipador.
 
Mari Brás fue descendiente de esa emigración corsa que el escritor José Luis González ubica integrando el segundo piso de los cinco (El país de cuatro pisos, San Juan, 1980, y Nueva visita al país de cuatro pisos, Madrid, 1986) que sirven de base a esa abigarrada sociedad de clases y plural nacionalidad que incidieron en la formación histórica del Puerto Rico contemporáneo. De sus circunstancias de clase heredó el signo nacionalista y a partir de sus circunstancias históricas inmediatas se forjó al calor del nacionalismo radical de Pedro Albizu Campos. Más adelante, quedará igualmente marcado por las señeras influencias socialistas de la Revolución cubana. 
 
En sus fueros íntimos cohabitaron dichas influencias, no sin ciertas contradicciones, y aún éstas sólo daban fiel testimonio del más auténtico peregrinaje existencial por redescubrirse y refundarse a sí mismo como aspiraba que también lo hiciese su pueblo. En ese sentido, al igual que Hostos, Mari Brás entendió que la refundación del país era un proyecto de regeneración no sólo política sino también moral. La colonia era un mal multidimensional que nos había corrompido el alma colectiva y había que rescatarla de su alienación. Para ello había que educar para la libertad.
 
Mari Bras se encarnó así en el eje vital de una convergencia histórica entre las aspiraciones libertarias de su generación y la mía. Se erigió en Maestro de las nuevas generaciones en este tiempo de la nueva lucha. Mari Bras y sus muchachos, así pretendían muchas veces despachar algunos el proyecto político que se fue forjando a partir de la fundación del Movimiento Pro Independencia (MPI) y la Federación de Universitarios Pro Independencia (FUPI), así como más tarde el Partido Socialista Puertorriqueño (PSP). Esta última se erigió en la organización política más importante que parió la nueva lucha.
 
El PSP quiso promover un diálogo histórico para un reagrupamiento político de fuerzas que permitiese la convergencia de distintos sectores ideológicos, más allá del independentismo, en torno a un gran proyecto descolonizador. En su excepcional visión estratégica, extendió su marco de acción a las propias “entrañas del monstruo”. Incluso, propició una significativa internacionalización de la causa puertorriqueña que retumbó en todos los foros internacionales.
 
Con el PSP se fraguó ese reencuentro indispensable entre la cuestión nacional y la cuestión social, luego de los torcidos acercamientos entre éstos efectuados por los socialistas-anexionistas del anarcosindicalista español Santiago Iglesias Pantín y el populismo autonomista de Luis Muñoz Marín. La razón de ser de la independencia tenía que estar imbricada en ese buen vivir en plena libertad, sobre todo para los que trabajan, que son la mayoría, que son la espina dorsal de nuestra formación nacional.
 
Más recientemente, Mari Brás se lamentó en privado del “error” que constituyó la liquidación en 1982 del PSP. Como resultado de su disolución, se vivió un desgarrador desparramiento y desmovilización de su cantera impresionante de cuadros revolucionarios, así como su neutralización por las lógicas devoradoras de la necesidad impuesta por la cotidianeidad colonial-capitalista. Igual se recriminará no haber sido en su momento “más arrojado”. 
 
Nos preparamos para tomar el cielo por asalto y luego nos dejamos desarmar espiritual y materialmente por los coyunturales fracasos propios y ajenos que acaecieron durante esa década nefasta de los ochentas del pasado siglo XX. Demostramos con ello nuestra profunda inconsciencia del tiempo largo, aquel del que un Filiberto Ojeda Ríos o un Fidel Castro Ruz terminaron siendo intérpretes más pacientes y esclarecidos.
 
Henos aquí ahora, celebrando la vida del que nos enseñó a siempre celebrarla luchando. Dejó profundas huellas en todos los que bajo los rayos candentes del sol y la siempre purificante lluvia mayagüezana, acudimos este pasado fin de semana a tributar nuestro debido homenaje al cacique moderno que encabezó esta quinta centuria de nuestra peregrinación como pueblo.
 
Sin embargo, no puedo dejar de manifestar mi convicción de que con la muerte de Mari Bras –así como la de Ojeda Ríos en el 2005- se anuncia el fin de este quinto tiempo. Que al igual que éste tuvo su semilla en la huelga universitaria de 1948, el nuevo tiempo brota de los entresijos de otra huelga universitaria, la del 2010. Y contrario a la valoración negativa de esta última como insustancial y motivada por reclamos inmediatos, que pronunciara Rubén Berríos Martínez, estoy convencido que de ella surgirá finalmente ese relevo generacional que Mari Bras nunca dejó de valorar como imprescindible para la esencial continuidad del tiempo largo de la lucha liberadora. De ésta emergen las nuevas voces que alumbrarán la nueva tentativa de nuestro pueblo aguerrido por poner en fuga las tinieblas que nos abruman y abrirle paso, de una vez y por siempre, a la libertad común.
 
El que quiera escuchar el rumor de ese nuevo tiempo, que calle, escuche y observé más allá del ensordecedor ruido de las ideologías vetustas de tiempos pasados. Es que el tiempo fluye, como las aguas de aquel río que atestiguaron la originaria transgresión del orden foráneo impuesto. Ya el espíritu de Juan Mari Bras anida feliz en él.   Y desde allí se le puede escuchar, igual a nuestros primeros insurgentes, exclamando, como bien recoge el relato ético-mítico de René Marqués: “Será libre mi pueblo. Será libre.”
 
- Carlos Rivera Lugo es Catedrático de Filosofía y Teoría del Derecho y del Estado en la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos, en Mayagüez, Puerto Rico. Es, además, miembro de la Junta de Directores y colaborador permanente del semanario puertorriqueño “Claridad”. 
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