Sin códigos

07/08/2010
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No exageró el Presidente Lula cuando sostuvo que la 39ª Cumbre de Jefes de Estado del Mercosur celebrada en la ciudad argentina de San Juan, “fue la más importante y productiva que tuvo el bloque desde la de Ouro Preto”, en 1994, cuando se firmó el protocolo que le dio larval institucionalidad. No sólo por la obviedad de concluir y firmarse (tras seis años de arduas pujas y negociaciones) un instrumento jurídico como el Código Aduanero Común, comenzando de este modo a estructurar la unión aduanera, sino por las perspectivas que abre para continuar en una dirección de mayor integración económica e inclusive política entre gobiernos progresistas. Será además una contribución para saldar más rápida y efectivamente la inmensa deuda social que pesa sobre los países del Mercosur, además de los restantes latinoamericanos.
 
Las críticas e impaciencias por la dilación de este resultado no resultan injustas, sobre todo en lo que a la última etapa refiere, una vez que el giro a la izquierda comenzó a tomar visos de realidad y cierta encarnadura concreta en un gradual proceso acumulativo. El Mercosur no podía seguir siendo lo que fue, ya que se formalizó en un contexto histórico de abrumadora hegemonía neoliberal y fue ejecutado desde la partitura de la desconfianza y dirigido con la batuta de la timidez y la desidia. Eran épocas de entregas y relaciones carnales con los poderosos, admitidas o encubiertas, de búsquedas de tratados de libre comercio autónomos, inconsultos y oportunistas. A lo sumo, esta institucionalización regional respondía contradictoriamente a algunos intereses de fracciones de las burguesías industriales y comerciales emergentes, sobre todo brasileras, deseosas de expandir sus mercados y consolidar sus conquistas. A los verdaderos poseedores de las riquezas nacionales (las oligarquías rentistas y extractivas de cualquiera de los países, dueñas de los suelos, los subsuelos y los cielos, cuyo norte siempre fue y es el norte) en el mejor de los casos les resultaba indiferente o directamente conflictiva toda expansión mercantil y del ámbito de debate y decisión. Las oligarquías exportadoras están acostumbradas a tener una llegada directa y familiar con el poder, justamente porque son parte de él, lo producen y moldean a base de palmadas paternales y gauchadas cómplices. Las institucionalizaciones se les presentan como molestas e innecesarias mediaciones formales, ajenas a la calidez de los negocios de entrecasa y del reconocimiento de los linajes y tradiciones. El avance del Mercosur sólo podía darse con el ascenso de las izquierdas y los sectores populares.
 
El primer síntoma de que algo nuevo podría gestarse en materia de integración y, sobre todo, de vuelta de campana respecto a la genuflexión cipaya, se dio en Mar del Plata, donde el ex presidente Bush recibió una paliza diplomática precisamente de los jefes de estado mercosureños, que determinó el naufragio de su proyecto ALCA, incentivando la expectativa de avanzar en dirección al Mercosur. Por tal razón no es contradictorio señalar tanto el enorme paso dado en la última cumbre como subrayar a la vez la magnitud de las tareas pendientes y de las dificultades aún irresueltas. Todavía falta retraducir en términos de gestión concreta y transformación socioeconómica de cada uno de los países y de la región, el ideario izquierdista, aunque muy desigual, que nutre y anima las expresiones políticas que hoy gobiernan los países integrantes del Mercosur. Hay que ir por más porque los modestos resultados logrados lo exigen y porque ahora están dadas las condiciones objetivas y subjetivas para ello. No luchamos cuatro o cinco décadas sólo para mejorar las aduanas, sino para terminar con las desigualdades sociales e inclusive con la explotación humana misma.  
 
Se han sentado esta semana las bases para concretar en el 2012 una unión aduanera, es decir, una expansión unificada de las fronteras comerciales exteriores a todos los integrantes del bloque y la desaparición de las interiores, configurando las condiciones iniciales para una futura área de libre comercio. Se trata de un peldaño en la escala de la integración, o al menos de una traba a la aplicación de políticas comerciales exteriores diferenciales y la consecuente apelación a las zancadillas y maniobras para beneficio de algunos pocos actores nacionales privilegiados. Una condición necesaria pero no suficiente para otro paso indispensable. La existencia conjunta de la unión aduanera y la instauración del libre comercio darían lugar a la constitución de un mercado común, al menos tal como lo podemos referenciar en la única experiencia consolidada hasta el momento en Europa. Dicha experiencia es mucho más que una fijación común de aranceles exteriores y de desaparición de los interiores. También contempla la instauración del derecho al libre tránsito de personas, la prolongación de los derechos laborales en todo el ámbito de su vigencia, en suma, una extensión geográfica del ámbito de ejercicio de la ciudadanía que hasta podría llegar eventualmente a la unión monetaria como último paso.
 
Sin embargo, a diferencia de la integración europea cuyos pasos no pueden disimular una clara pretensión imperialista y hegemónica, la del Mercosur y en un futuro la de América del Sur se irá gestando en la resistencia a la hegemonía imperial y en la derrota del chauvinismo y la xenofobia, que sin embargo continúa siendo expresión corriente en el viejo continente. Este pequeño gran paso es posiblemente la resultante del proceso iniciado en Mar del Plata que logró acelerarse y consolidarse una vez que la política exterior uruguaya del Presidente Electo logró superar un conflicto estúpido cuya continuidad hubiera impedido este resultado y muchos otros futuros. Sus efectos no son sólo apreciables a nivel de las máximas instancias políticas y de las formalizaciones diplomáticas y jurídicas, sino sobre todo en el seno de las organizaciones de base que efectivamente comparten su condición de trabajadores más allá de nacionalidades propias o del capital que los explota.
 
Una trascendente reunión que expresa estos cambios, y que sólo encontré reflejada en las páginas de este diario, tuvo lugar esta semana en la sede del PIT-CNT de Montevideo con dirigentes de sindicatos de Gualeguaychú que fueron recibidos por sus pares uruguayos. Los entrerrianos Hugo Esteban Bruzzoni y Pedro Gustavo Vela, reconocieron que el conflicto “generó xenofobia en las dos ciudades” y que ante esto “debemos recomponer las relaciones porque somos hermanos, y empezar a trabajar desde el movimiento obrero es fundamental. Las relaciones humanas se han visto fuertemente afectadas, hay muchos ciudadanos que eran de Fray Bentos que viven en nuestra ciudad y cortaron la relación con su ciudad por un conflicto que los trabajadores no buscamos. Si bien no generamos el conflicto, queremos trabajar para ver cómo se recompone toda la parte humana que quedó deteriorada".
 
Por último, tampoco se hubiera logrado la unión aduanera si el Presidente Mujica no hubiera aceptado la exclusión de la política arancelaria en materia de exportaciones agrícolas, actualmente reflejadas en las llamadas “retenciones” aplicadas en Argentina. Porque implicaría la exaltación de divergencias en la aplicación de recetas económicas, sin que un debate sobre el problema de la renta agraria, de la distribución del ingreso y de la propiedad agrícola, haya tenido lugar. Muy probablemente ese mecanismo de captación de una parte de la extraordinaria renta agraria deba ser sustituido, total o parcialmente, por algún otro dispositivo consensuado en una futura reforma del Código Aduanero Común. Pero lo que no puede sostenerse es la ausencia de toda política en materia de captación y distribución de la renta y la propiedad. Sus beneficiarios no las van a ceder generosamente.
 
No tienen códigos.
 
- Emilio Cafassi es Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano.
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