La no toma del poder estatal: una alternativa de transformación social
28/06/2010
- Opinión
“Nunca fue tan obvio que el capitalismo es un desastre y que no es disparatado pensar que de seguir así esto podría fácilmente llevarnos a la aniquilación humana. Por otro lado, me parece que los intentos de cambiar la sociedad a través del Estado o de la toma del poder estatal han fracasado, tanto en sus formas revolucionarias como en sus formas reformistas. Entonces, creo que la única opción que tenemos es replantear el cambio social radical de otra manera: a través de una forma que no vincule la revolución con la toma del aparato estatal, sino que plantee, precisamente, cómo cambiar el mundo sin tomar el poder. Y esto implica replantear el significado del poder, el significado del pensamiento revolucionario y de la tradición marxista” [1]
Jhon Holloway
Las décadas de los sesenta y setenta en América Latina se caracterizaron por la efervescencia de importantes discursos liberacionistas, tales como la teoría de la dependencia, la teología de la liberación y la filosofía de la liberación, llevados a la práctica en no pocas ocasiones por diversos sectores de la sociedad. Tales discursos y prácticas estuvieron influenciados en gran medida por aquella retórica que animó la consolidación ideológica del socialismo. La esperanza en una gran revolución que derrocara el poder de la burguesía capitalista y eliminara la pobreza fue el rasgo distintivo de estos años. Sin embargo, dicha revolución nunca llegó o fue duramente reprimida, trayendo consigo un “desencanto ideológico” y mayores índices de pobreza: la década de los ochenta estaba pérdida.[2]
Para el argentino Daniel García Delgado, lo que se estaba viviendo en América Latina, era una transición de una “cultura holística” a una “cultura neoindividualista”, y el final de los años ochenta marcaba la ruptura. De un carácter de “identidades amplias”, creadas por la pertenencia a colectivos y solidaridades de clase, en el seno de una comunidad política en la que se destacaba la función integradora de la nación, el papel de la revolución de la cultura popular y la clase trabajadora y el papel de la justicia redistributiva asegurada por el Estado, se pasaba a un “carácter de identidades restringidas”, en las cuales se valora lo microgrupal y lo privado, se disuelve la identificación con lo nacional ante una cultura transnacional impulsada por los medios de comunicación, y se pierden las certezas tradicionales. (S. Castro, 1996: pp. 25)
Dicha pérdida de las certezas tradicionales se produjo, en parte, por la quiebra del Estado-nación frente al “imperialismo económico” de las transnacionales, y sobre todo, por el desvanecimiento de los antagonismos ideológicos vigentes durante el siglo XIX y XX, que tuvieron su raíz en las guerras civiles y sobre todo en la Guerra Fría, al respecto Santiago Castro Gómez señala:
“si los anteriores procesos de integración posicionaban a los individuos y colectivos frente a “enemigos” tales como los conservadores, los liberales, la oligarquía, el imperialismo o el comunismo, que aglutinaban y daban sentido a la política de masas, esta modalidad pierde fuerza en la medida en que, desaparecidos los bloques ideológicos, la lógica del poder se vuelve más compleja y difusa. “Las ideologías pesadas” dejan ya de funcionar como elementos de integración, abriendo paso a una cultura escéptica frente a los “grandes relatos”. La integración social se desplaza al ámbito de las “ideologías livianas” que ofrecen al individuo la oportunidad de ejercer protagonismo sobre su propia vida.” (S. Castro, 1996: pp. 25 y 26)
Las causas de este cambio de sensibilidad fueron principalmente, señala Roberto Follari, la represión y eliminación de las organizaciones políticas, lo cual dejó una amplia huella de terror y temor, que produjo la falta de credibilidad en un cambio estructural de la sociedad, ablandando así las opiniones políticas; una segunda causa se debe a la falta de alternativas sociales: la miseria y la corrupción de la clase política ha llevado a la sociedad a una “cultura de la inmediatez”, donde el presente se convierte en el horizonte único de significación ante la falta de un proyecto de futuro. (S. Castro, 1996: p. 26)
Llegado a este punto, vale la pena aclarar que el desencanto político del que hablamos, se liga al fracaso de los “proyectos iluministas de transformación social”, pero “no se trata de un desencanto “ontológico”, sino que esta definido por relación a una forma de entender la política y el ejercicio del poder. De ahí la conformación de nuevas formas de organización de lucha que procuran redefinir su participación en el espacio público”. (S. Castro, 1996: p. 29)
En este contexto, emergen organizaciones políticas y sociales, buscando un poder alterno, que les permita decidir autónomamente sus formas de vida y de trabajo. La desconfianza es en lo político formal, en aquellas instituciones herederas de los modelos ilustrados: el Estado-nación, los partidos políticos, la democracia representativa, el sistema económico internacional, mientras que la propuesta es la construcción de un espacio público en donde se puedan ensayar formas otras de entender lo político y la política, con la característica fundamental de la “descentralización del poder político”, es decir, donde las soluciones a problemas concretos no son dictadas desde algún tipo de instancia “central”, sino que se apoyan en decisiones tomadas al interior de la pequeña agrupación u organización política y social. (S. Castro, 1996: p. 30)
Una de estas experiencias es sin duda el movimiento político-militar mexicano denominado: Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), que desde su aparición pública en enero de 1994 ha sido percibido por su discurso/practica como una opción en la transformación de las relaciones sociales de poder imperantes entre dominantes y dominados, cuya característica fundamental es la no toma del poder estatal, lo cual a mi modo de ver, ha fortalecido su propuesta de transformación, y sobre todo la ha vuelto global. Después de la insurgencia zapatista comenzamos a articularnos, desde nuestros espacios y tiempos a esta perspectiva de rebelarse.[3]
Uno de los trabajadores intelectuales, que mejor ha descrito y analizado –no es el único- lo que implica cambiar el mundo sin tomar el poder es el irlandés radicado en México John Holloway, cuyo compromiso y acompañamiento al EZLN y múltiples organizaciones políticas y sociales latinoamericanas, no hace más que respaldar su trabajo. A continuación señalaremos algunas de sus consideraciones teóricas al respecto.
La pregunta central con la que inicia Holloway su disertación es la de ¿Podemos cambiar el mundo sin tomar el Poder?[4] La respuesta, cargada de la incertidumbre que nos hace andar juntos para encontrar el camino, comienza con una sentencia bastante clara: “el capitalismo es una catástrofe para la humanidad”, ante lo cual una revolución mundial resulta urgente. Se trata de una revolución intersticial, es decir, que brota de los intersticios del capitalismo, que se nutre de las “muchas rebeldías e insubordinaciones (…) de gente que dice NO al capitalismo”, de múltiples maneras, en múltiples tiempos y en múltiples espacios, caracterizadas por “un impulso hacia la autodeterminación, un impulso que dice 'NO, ustedes no nos van a decir qué tenemos que hacer, nosotros mismos vamos a decidir lo que tenemos que hacer o lo que queremos hacer'”. (J. Holloway, 2006)
El asunto que se desprende entonces, de acuerdo a Holloway, es cómo multiplicar y expandir esas rebeldías e insubordinaciones, dentro del sistema de mando del capitalismo. El autor distingue dos opciones, la primera es canalizarlas a través de la conquista del poder estatal (por elecciones o implantación de un nuevo Estado revolucionario), con el partido como forma organizativa central, mientras que la segunda opción es que dichas insubordinaciones florezcan libremente y vayan a dónde la lucha las lleve, por supuesto que debe de existir una coordinación pero flexible y con la sociedad como punto de referencia y no el Estado. (J. Holloway, 2006)
El problema con la primera opción es que el Estado “no es un objeto neutro: es una forma de relaciones sociales, una forma de organización (…) con el objetivo de mantener y desarrollar la dominación del capital” y la toma del mismo nos jala en esa dirección: convirtiendo nuestras luchas en nombre de o en beneficio de, separando los lideres de las masas, separando los representantes de los representados, separando el territorio entre el territorio del Estado y el mundo de afuera, en suma: definiendo la lucha en criterios del Estado y por tanto del capital. (J. Holloway, 2006)
Por el contrario, de acuerdo a Holloway, la segunda opción nos remite a una organización de la autodeterminación, “una forma de organización que nos deja articular lo que nosotros queremos, lo que nosotros decidimos, lo que nosotros consideramos necesario y deseable”. Sin pasar por el Estado, nos enfocamos directamente en la sociedad que queremos construir, empezando ahora, es una revolución “aquí y ahora”. Tomando en cuenta que la autodeterminación no puede existir en una sociedad capitalista, en lo que debemos enfocarnos es en el impulso hacia la autodeterminación, lo cual es experimental puesto que aún no tenemos una sociedad así. Sin embargo, afirma Holloway, hay algunas cosas que sí están claras: 1) el impulso hacia la autodeterminación esta en contra de la democracia representativa (porque niega el principio) y a favor de la democracia directa, 2) el impulso hacia la autodeterminación esta en contra del Estado (porque niega el principio), 3) el impulso hacia la autodeterminación “no tiene ningún sentido sino tiene como punto central la autodeterminación de nuestro trabajo o de nuestro hacer. (…) [está] en contra de la organización capitalista del trabajo. (…) estamos hablando no solamente de democracia sino de comunismo, no solamente de rebeldía sino de revolución”. (J. Holloway, 2006)
Finalmente, Holloway señala algunos problemas que tiene la opción de cambiar el mundo sin tomar el poder, problemas no más graves que lo que implica opción del poder estatal. El primero es la represión y cómo enfrentarla, para lo cual es necesario el arraigamiento de la rebelión dentro de la comunidad tanto a nivel local como global, ello para no reproducir principios que vayan en contra de la misma autodeterminación. Un segundo problema es el de si es posible desarrollar una actividad productiva alternativa en los intersticios del capitalismo y hasta qué punto es posible crear un nexo social alternativo, que no sea el del valor, entre dichas actividades. Y un tercer problema es el de la organización de la autodeterminación social, es decir, “¿cómo organizar un sistema de democracia directa en una escala que va más allá de lo local en una sociedad compleja? Lo cual se debe de resolver haciendo y ejerciendo la democracia directa, experimentándola en un proceso de auto educación. (J. Holloway, 2006)
Señalado todo lo anterior, sólo me queda decir que los zapatistas nos enseñaron - y no sólo ellos- que realmente es posible otro mundo, pero no sólo eso, sino que es posible otro mundo sin tomar el poder estatal, en donde el impulso hacia la autodeterminación es el camino hacia su realización. Quizá nunca llegaremos allá, o quizá sí, pero el camino es el que hay que forjar.
- Rene Olvera Salinas es Historiador por la Universidad Autónoma de Querétaro, México, y actualmente estudiante de Maestría en Estudios Latinoamericanos, de la Universidad Andina Simón Bolívar, sede Ecuador.
Bibliografía:
Castro-Gómez, Santiago, “Introducción” y “Los desafíos de la Posmodernidad a la Filosofía Latinoamericana”, en su Crítica de la Razón Latinoamericana, Puvill Libros, S. A., Barcelona, 1996.
Recursos virtuales:
Palabras de John Holloway en una entrevista realizada por Joaquín Mirkin en 2001, disponible en: http://www.rebelion.org/hemeroteca/izquierda/holloway031201.htm
John Holloway, “¿Podemos cambiar el Mundo sin tomar el Poder?, 2006, en: http://barcelona.indymedia.org/newswire/display/228289/index.php
Para una visión panorámica del movimiento véase la propia producción literaria zapatista, concentrada en: www.enlacezapatista.org.mx
Notas:
[1] Palabras de Jhon Holloway en una entrevista realizada por Joaquín Mirkin en 2001, disponible en: http://www.rebelion.org/hemeroteca/izquierda/holloway031201.htm
[2]Santiago Castro-Gómez, “Introducción” y “Los desafíos de la Posmodernidad a la Filosofía Latinoamericana”, en su Crítica de la Razón Latinoamericana, Puvill Libros, S. A., Barcelona, 1996, pp.16 y 17.
[3] Para una visión panorámica del movimiento véase la propia producción literaria zapatista, concentrada en: www.enlacezapatista.org.mx
[4] John Holloway, “¿Podemos cambiar el Mundo sin tomar el Poder?, 2006, en: http://barcelona.indymedia.org/newswire/display/228289/index.php
https://www.alainet.org/es/active/39193?language=en
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