Los costos políticos del despegue
03/06/2003
- Opinión
Sobre la cresta de la popularidad alcanzada tras
asumir la presidencia de Brasil, Luiz Inácio da Silva
-Lula- persiste en sanear la economía del país, al costo
de posponer parte de los proyectos sociales de su
gobierno. A la vez, desarrolla un notable liderazgo
regional que, por un lado, fortalece el poder negociador
de la diplomacia brasileña frente a las potencias
occidentales y, por otro, comparte sus expectativas con
otros países latinoamericanos.
Controlar la inflación es ineludible para ponerle las
riendas a la economía, sin lo cual sería imposible
conducir las transformaciones prometidas. Pero esto por el
momento implica mantener altas las tasas de interés, que
en mayo pasaban del 26 por ciento. La clase media y los
industriales aliados al gobierno claman por reducirlas
para facilitar el crédito y fomentar la inversión, pero
Lula reitera que esto sólo podrá hacerse cuando la
inflación quede bajo control. "Este es un año de limpiar
la casa", explica, contando con el aguante de la confianza
que sus compatriotas le otorgan. "Todo el Brasil desea
reducir los intereses", agrega, "pero eso no se hace con
bravatas sino con pasos bien dados, en el correcto momento
de hacer las cosas".
Otro costo político es la reforma al sistema de
jubilaciones, requerida por razones de justicia, así como
fiscales y económicas. El régimen de pensiones del sector
privado recauda 17 billones de reales por año y gasta 88
billones -con un déficit de 17 billones anuales-,
beneficiando a 21 millones de jubilados, de los cuales 13
millones apenas reciben el equivalente a un salario
mínimo. En contraste, el régimen para los empleados
públicos federales recauda casi 22 billones anuales y
gasta 61 millones -más de 39 billones anuales de
déficit-, para favorecer apenas a 950 mil personas. Esto,
porque algunas categorías de funcionarios se jubilan con
pensiones escandalosamente privilegiadas, heredadas de un
populismo que la pasada dictadura militar también
practicó.
En esencia, la reforma plantea establecer un mínimo y
un tope a lo que los jubilados perciben, para lograr
acortar diferencias y procurar mayor equidad. Al mismo
tiempo, busca disminuir el déficit que -sumando los
sectores público y privado- llega a los 61 billones
anuales. A la par, la reforma aumenta la edad de
jubilación en el sector público, de 48 a 55 años para las
mujeres, y de 53 a 60 años para los hombres -lo que
explica la oposición de los funcionarios públicos-.
Obviamente, de no emprenderse las reformas en breves años
el sistema será actuarialmente insostenible para todos,
mientras que haciéndolas la presión fiscal tendrá un
sustancial alivio.
Poner la casa en orden
No cabe extrañarse de que el esfuerzo por enderezar
la economía incluya aplicar instrumentos monetaristas.
Para acometer los proyectos sociales y el programa de
cambios -la reforma tributaria, la reforma del sistema de
jubilaciones, la reforma agraria, la reforma laboral y la
reforma política- es indispensable contar con los medios
legislativos y financieros indispensables para lograr su
aprobación legislativa y garantizar su adecuada ejecución.
Pero la tarea se emprendió sin contar con mayoría entre
los legisladores ni los gobernadores, con la economía
nacional al borde del abismo, y en medio de una
amenazadora situación internacional, donde Argentina
colapsaba, México había extraviado el rumbo, Venezuela
estaba en crisis, el derecho internacional y la ONU habían
sido ignorados y comenzaba la invasión a Iraq.
En ese contexto, para que Brasil pueda emprender un
ciclo de crecimiento económico, generación de empleos y
redistribución de la renta, era indispensable empezar por
"poner la casa en orden", ya que ésta se recibió en
precarias condiciones: el gobierno de Lula heredó un
cuadro de alta inflación unida a una rápida
desvalorización de la moneda, altísima deuda pública,
escaso nivel de inversiones, contracción del crédito
externo y desconfianza internacional sobre la capacidad
del nuevo gobierno para controlar la situación, lo que
disparó el riesgo-Brasil y la devaluación de los títulos
de la deuda brasileña.
Esta situación ya ha cambiado. En lo que va del 2003,
el real se recupera a la vez que la balanza comercial
mejora, con un superávit que cuadruplica lo alcanzado
durante el mismo período del año anterior, gracias al
aumento y diversificación de las exportaciones. La
inflación empieza a ceder. Sin embargo, para esto fue
preciso anteponer las concertaciones políticas requeridas
para que el Congreso apruebe la reforma del sistema de
jubilaciones y la reforma tributaria. Esta última, además
de introducir justicia fiscal, debe surtir efectos
inmediatos para desgravar la producción, el trabajo y las
exportaciones, y terminar la incoherencia de que cada
estado de la federación brasileña siga teniendo su propio
sistema fiscal, en frecuentes controversias con los demás.
Esas medidas no dejan pendientes los objetivos de
justicia y equidad sociales, generación de empleos y mejor
distribución del ingreso que siguen presentes en el plan
de gobierno que el Partido de los Trabajadores pactó con
sus aliados. Además, se puso en marcha el enorme programa
Hambre Cero que, lejos de tener aliento paternalista,
integra la participación de millares de brasileños de todo
el espectro socioeconómico en la tarea de corregir las
causas estructurales del hambre, la pobreza y la
marginación.
Los proyectos movilizan una amplia y plural
participación de los diversos sectores sociales. Una
muestra es el Plan Plurianual (PPA), que implica una nueva
visión del desarrollo del país. Las metas económicas,
políticas, sociales, culturales y ambientales a realizar
en cada región se discuten con los representantes de sus
pobladores. Así, en el evento organizado en Manaus para
discutir el plan para la zona amazónica, participaron más
de 2 mil organizaciones de la sociedad civil, iniciando un
modelo que se reproducirá en los demás estados federales,
a fin de recoger las aportaciones regionales e
incorporarlas al PPA.
El mensaje de Lula a ese evento resumió la tarea
asignada a sus participantes: "¿Qué tipo de crecimiento
queremos?" –preguntó- "¿Cómo aumentar nuestra producción
industrial y agrícola, nuestras exportaciones, nuestra
presencia en el comercio exterior y, al mismo tiempo,
aumentar el consumo dentro de nuestro propio país? ¿Cuáles
son las políticas de saneamiento, salud, educación y
capacitación profesional, de acceso al empleo y la renta,
de seguridad pública, que debemos perseguir, para mejorar
la vida y el futuro de la gran mayoría de los brasileños?"
Y usted lo puede decidir.
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