Recambio en Argentina: Una oportunidad histórica
27/05/2003
- Opinión
En seis meses la región dio un vuelco: Brasil, Ecuador y
Argentina estrenaron presidentes "progresistas" y Hugo
Chávez salió airoso de la ofensiva de la oposición. Un
punto y aparte tras dos décadas de crudo neoliberalismo; una
oportunidad para el cambio.
Por primera vez en la historia sudamericana, los dos grandes
países de la región -Brasil y Argentina- cuentan con
gobiernos en sintonía progresista, con la voluntad explícita
de producir un viraje en el alineamiento con Washington y
darle una oportunidad a la región. Hasta ahora, las
coincidencias fueron en sentido inverso: en 1930 ambos
países sufrieron golpes de Estado que encaramaron al general
José Félix Uriburu, que comandó la tristemente célebre
"década infame", y Getulio Vargas, quien llevó a su país por
la senda del Estado Novo, un experimento corporativista
cercano al modelo fascista.
En los sesenta, ambos países fueron sacudidos por dictaduras
antipopulares aunque, justo es decirlo, Brasil contó con una
dirigencia nacionalista que -incluso desde los años treinta-
buscó con cierto éxito apartar al país de la dependencia y
desarrollar la industria nacional.
Ahora se abren nuevas posibilidades. Nadie sospecha, y Luiz
Inacio Lula da Silva se encargó de despejar cualquier duda,
que los gobiernos de la región -con la excepción de Cuba y
Venezuela- se encaminen hacia una ruptura con el modelo de
acumulación vigente desde hace ya más de medio siglo. Sin
embargo, el distanciamiento hacia el ALCA, la voluntad de
promover una integración regional a partir del Mercosur y el
deseo de negociar los plazos del pago de la deuda externa
para achicar la voluminosa deuda social interior, suponen
buenas noticias en una región que sufre la ofensiva más
fuerte del imperio desde los días de la Alianza para el
Progreso y la doctrina de la Seguridad Nacional, caballos de
batalla del estrangulamiento del movimiento popular de los
sesenta.
Los eslabones débiles
Para Washington la situación actual es sumamente delicada.
Su principal aliado en la región es el gobierno colombiano,
presidido por el ultraderechista Alvaro Uribe, el hombre de
la guerra y del Plan Colombia, dispuesto a resolver el
conflicto armado de cuatro décadas a punta de fusil. Pero
esa cabecera de puente es insuficiente para expandir los
planes de la Casa Blanca. De todos modos, la estrategia
desestabilizadora -que fracasó en Venezuela- está mostrando
los colmillos. Durante la reciente reunión del Grupo de
Río, realizada el pasado fin de semana en Cuzco entre los
presidentes de 19 países latinoamericanos (menos Cuba), se
acordó solicitar la intervención de la ONU en el conflicto
colombiano. La decisión es grave y contó con la decidida
oposición de Chavez. "Lo que los presidentes han acordado
es muy peligroso porque abre las puertas a algo peor que una
guerra, al intervencionsimo", dijo el presidente venezolano.
La propuesta es clara: el devaluado organismo internacional
debería hacer un llamado a las FARC a que depongan las
armas. Si, como todo indica, eso no sucede, quedarían
abiertas la puertas a "otras alternativas", en palabras del
peruano Alejandro Toledo. Luego de la guerra contra Irak,
esas "alternativas" parecen claras: se puede estar
promoviendo la intervención militar, de la mano de los
Estados Unidos, bendecida o no por la ONU, la OEA o el propio
Grupo de Río, para derrotar a la guerrilla con apoyo
internacional. De manera implícita, Washington viene a
sostener la idea de que hay que elevar la apuesta del Plan
Colombia, hasta convertir a ese país -y potencialmente a
toda la región andina- en un gran portaviones del imperio.
Esta estrategia cuenta con algunos puntos a favor. El más
evidente es el debilitado gobierno de Lucio Gutiérrez, que a
escasos cinco meses de su instalación se ha entrampado en
sus propias contradicciones y su popularidad cayó a menos de
la mitad (desde el 60 al 28 por ciento). Gutiérrez no
encuentra el rumbo y en tan poco tiempo consiguió poner a su
principal apoyo, el poderoso movimiento indígena, en una
delicada situación: las bases de la CONAIE están discutiendo
qué rumbo tomar, y es muy probable que decidan que el
movimiento Pachakutik abandone el gobierno.
El segundo eslabón débil es el peruano. El gobierno de
Toledo, que defraudó todas las expectativas del movimiento
democrático y antifujimorista que lo encumbró a la
presidencia, está siendo jaqueado en la calle. Maestros,
campesinos, trabajadores de la salud y funcionarios
públicos, reclaman un viraje en una gestión económica
empecinadamente continuista.
Perú y Ecuador juegan un papel decisivo, junto a Bolivia, en
las jugadas futuras de Washington: el control de la región
andina es clave tanto desde el punto de vista geopolítico
como para contener la política integracionista de Brasil.
De obtener éxito, el gobierno de Lula quedaría "aislado",
sin la posibilidad de concretar la ansiada conexión
interoceánica que daría impulso al comercio regional.
El caso argentino
Antes de la visita del representante de Comercio de los
Estados Unidos a Brasil, Robert Zoellick, Lula criticó "los
subsidios agrícolas, las medidas de defensa comercial
arbitrarias y el proteccionismo disfrazado que nos roba
mercados y nos impide recoger el fruto de nuestro trabajo".
La burguesía paulista, quizá la más poderosa del tercer
mundo y uno de los sostenes del gobierno de Lula, comparte
esa apreciación. Ya durante el gobierno de Fernando
Henrique Cardoso desató batallas contra las multinacionales
estadounidenses, en particular en el caso de los
medicamentos genéricos, en sintonía con los gobiernos de
Cuba, Sudáfrica e India.
Néstor Kirchner no tiene un aliado de ese nivel. Al
contrario, deberá vérselas con una de las elites más
repugnantes del continente: corrupta, mafiosa, genocida. El
último libro del periodista económico Daniel Muchnik, Plata
fácil. Los empresarios y el Poder en la Argentina (Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 2001.), traza
una descripción contundente: "La clase empresaria siempre
fragmentada, facciosa, nunca quiso o nunca supo liderar un
proyecto comprometido con el destino de la Nación. En
cambio utilizaron al Estado para favorecer sus negocios,
para transferir la riqueza de los bolsillos raídos de
millones de argentinos a sus cuentas cifradas en Suiza. En
vez de encolumnarse tras políticas de Estado se concentraron
en el lobby y la prebenda sin coraje, sin el dinamismo ni
los riesgos que asumen los verdaderos emprendedores
capitalistas".
A diferencia de las burguesías brasileña y chilena, que
encabezaron un proyecto nacional, el empresariado argentino
siempre estuvo dividido y fue excluyente, incluso dentro de
su propia clase social: la Unión Industrial Argentina (UIA)
reunía sólo a los establecimientos bonaerenes, marginando a
los del interior que se agruparon en la Confederación
General de la Industria, cuyos efectivos terminaron
confluyendo con la organización de los empresarios afín al
proyecto nacionalista del peronismo, la CGE dirigida por
José Gelbard. De más está decir que la UIA y la
terrateniente Sociedad Rural, (que "resistieron con
tenacidad la discusión política con los sectores obreros",
según Muchnik), cortaron las alas de cualquier proyecto
nacional -arrasando a los empresarios argentinos-, sirvieron
fielmente los intereses imperiales y desembocaron en ese
entuerto tan argentino llamado "patria financiera", en cuyo
nombre argentinos desaparecieron a 30.000 argentinos.
El poder de la gente
Esa elite, que vive en villas exclusivas a conveniente
distancia de la "chusma", está horrorizada con Kirchner y ya
está conspirando. Como adelantó el editorialista de La
Nación, Claudio Escribano, apuesta a derribar a Kirchner
antes de un año, plegándose a la estrategia de Washington de
aislar a Brasil, someterse al ALCA y continuar con el festín
de la acumulación a costa del hambre de millones.
Quizá, aunque sólo el tiempo resolverá las dudas, las elites
argentinas hayan aprendido la lección de diciembre de 2001:
miles de personas cercando los bancos, convertidos durante
un año en fortalezas defendidas por la policía. El "que se
vayan todos" estaba dirigido, también, a las elites que
convirtieron a uno de los países más ricos del mundo en un
paria.
Por ahora, el gobierno de Kirchner es un respiro para el
movimiento social, que podía haber sido arrasado en caso de
triunfar Carlos Menem. Pero el movimiento social argentino,
como los demás del continente, puede ser mucho más: un poder
veto, desde abajo, para que las clases dominantes entiendan
que no deben seguir haciendo plata fácil a su antojo.
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